Visiones Peligrosas II (5 page)

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Authors: Harlan Ellison

Tags: #Ciencia-ficción

BOOK: Visiones Peligrosas II
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—Mis pensamientos están concentrados en ustedes, hijos míos —dijo el Benefactor Absoluto con sus tonos ricos y lentos—. Y sobre todo en el señor Tung Chien, de Hanoi, que tiene una difícil tarea por delante, una tarea que enriquece al pueblo del Oriente Democrático, además de la Costa Oeste Americana. Debemos pensar todos juntos en este hombre noble y dedicado, y en el trabajo que enfrenta, y yo mismo he decidido emplear algunos momentos de mi tiempo para honrarlo y alentarlo. ¿Me está oyendo, señor Chien?

—Sí, Su Excelencia —dijo Chien, y consideró las posibilidades de que el Líder del Partido lo hubiera elegido a él en esta noche en especial.

Las posibilidades eran tan escasas que experimentó un cinismo anormal en un camarada. Le sonaba poco convincente. Lo más probable era que la transmisión se emitiera sólo a su edificio de departamentos… o al menos sólo a aquella ciudad. También podría ser un trabajo de sincronización labial hecho en la TV de Hanoi. Incorporado. Sea como fuere, se le exigía que escuchara y mirara… y absorbiera. Lo hizo, gracias a toda una vida de práctica. Exteriormente parecía prestar una atención inflexible. En su fuero interno aún cavilaba sobre los dos exámenes escritos, preguntándose cuál era el correcto: ¿dónde terminaba el devoto entusiasmo por el Partido y comenzaba la sátira sardónica? Era difícil determinarlo…, lo cual explicaba, desde luego, por qué habían descargado la labor en su regazo.

Volvió a tantear los bolsillos en busca del encendedor… y encontró el sobrecito gris que le había vendido el mercachifle veterano de guerra. Recordó lo que le había costado. Dinero tirado, pensó. ¿Y qué era lo que hacía este remedio? Nada. Dio vuelta al envoltorio y vio, en la parte de atrás, un texto en letras muy pequeñas. Comenzó a desdoblar el paquete con cuidado. Las palabras lo habían atrapado… para eso estaban preparadas, por supuesto.

¿Fracasando como miembro del Partido y ser humano? ¿Temeroso de volverse obsoleto y ser arrojado al montón de cenizas de la historia por

Paseó la vista con rapidez sobre el texto, ignorando sus afirmaciones, buscando datos para saber qué había comprado.

Entretanto, la voz del Benefactor Absoluto seguía zumbando.

Rapé. El paquetito contenía rapé. Innumerables granitos negros, como pólvora, de los que subía un atrayente aroma que le cosquilleó la nariz. Descubrió que el nombre de esa mezcla en particular era Princess Special. Y era muy agradable. En una época había tomado rapé (durante un tiempo, fumar tabaco había estado prohibido por razones sanitarias) en sus días de estudiante en la Universidad de Pekín; estaba de moda, sobre todo las mezclas afrodisíacas preparadas en Chungking. ¿Sería ésta como aquéllas? Al rapé se le podía agregar casi cualquier sustancia aromática, desde esencia de naranja hasta excremento de bebé pulverizado… o al menos eso parecían algunas, sobre todo una mezcla inglesa llamada High Dry Toast que por sí sola habría bastado para poner punto final a su costumbre de inhalar tabaco.

En la pantalla televisiva el Benefactor Absoluto seguía retumbando monótono, mientras Chien aspiraba el polvo con cautela y leía el prospecto: curaba todo, desde llegar tarde al trabajo hasta enamorarse de mujeres con pasado político dudoso. Interesante. Pero típico de los prospectos…

Sonó el timbre.

Se levantó y caminó hasta la puerta, sabiendo perfectamente lo que iba a encontrar. Como no podía ser de otra manera, allí estaba Mou Kuei, el guardia del edificio, pequeño y torvo y dispuesto a cumplir con su deber; se había colocado la faja en el brazo y el casco metálico, para mostrar que estaba de servicio.

—Señor Chien, camarada trabajador del Partido. He recibido una llamada de la autoridad televisiva. Usted no está mirando su pantalla y en vez de eso juguetea con un paquete de contenido dudoso. —Extrajo un anotador y un bolígrafo—. Dos marcas rojas, y se le ordena en forma sumaria que a partir de ese momento descanse en una posición cómoda y sin tensiones ante su pantalla, y brinde al Líder su excelsa atención. Esta noche sus palabras se dirigen a usted en especial, señor. A usted.

—Lo dudo —se oyó decir Chien.

Parpadeando, Kuei dijo:

—¿Qué quiere usted decir?

—El Líder gobierna ocho mil millones de camaradas. No va a elegirme a mí.

Se sentía furioso; la exactitud del reproche del guardia lo fastidiaba.

Kuei dijo:

—Lo oí claramente con mis propios oídos. Usted fue mencionado.

Acercándose al televisor, Chien aumentó el volumen.

—¡Pero ahora está hablando sobre el fracaso de las cosechas en la India Popular! Eso no tiene importancia para mí.

—Todo lo que el Líder expone es importante. —Mou Kuei garabateó una marca en la hoja de su anotador, se inclinó ceremoniosamente y se giró—. La orden de venir aquí para que usted enfrentara su negligencia procedía del Departamento Central. Es obvio que consideran importante su atención; debo ordenarle que ponga en marcha el circuito de grabación automática y vuelva a pasar las partes anteriores del discurso del Líder.

Chien hizo un sonido obsceno con la lengua. Y cerró la puerta.

Caminó hasta el televisor, empezó a apagarlo; una luz roja parpadeó de inmediato, informándole que no tenía permiso para hacerlo: en realidad, no podía terminar con la perorata y la imagen, ni siquiera desenchufándolo. «Los discursos obligatorios nos van a matar —pensó—. Nos van a enterrar a todos; si pudiera librarme del ruido de los discursos, librarme del alboroto del Partido cuando ladra para azuzar a la humanidad…»

Sin embargo, no había ordenanza conocida que le impidiera tomar rapé mientras contemplara al Líder. Así que abrió el paquetito gris y derramó una porción de gránulos negros sobre el dorso de su mano izquierda. Luego alzó la mano con gesto profesional hasta su nariz e inhaló profundamente, haciendo que el polvo le penetrase bien en las fosas nasales. Pensó en la antigua superstición. Que las fosas nasales están conectadas con el cerebro, y en consecuencia la inhalación de rapé afectaba en forma directa la corteza cerebral. Sonrió, otra vez sentado, con la vista fija en la pantalla y en el individuo gesticulante tan conocido por todos.

El rostro se fue achicando, desapareció. El sonido cesó. Estaba ante un vacío, una superficie lisa. La pantalla, frente a él, era blanca y pálida, y en el altavoz sonaba un débil zumbido.

Inhaló golosamente el polvo que quedaba sobre la mano, haciéndolo subir con avidez hacia la nariz, hacia las fosas nasales y —o al menos así lo sentía— hacia el cerebro; se hundió en el rapé, absorbiéndolo con júbilo.

La pantalla permaneció vacía y luego, en forma gradual, una imagen fue tomando forma. No era el Líder. No era el Benefactor Absoluto del Pueblo; a decir verdad, no era nada que se pareciera a una figura humana.

Ante él había un muerto aparato metálico, construido con circuitos impresos, seudópodos giratorios, lentes y una caja chirriante. Y la caja empezó a arengarlo con un clamor zumbante y monótono.

Sin poder apartar los ojos de la imagen pensó: «¿Qué es esto?,¿La realidad? Una alucinación —decidió—. El vendedor ambulante ha hallado alguna de las drogas psicodélicas utilizadas durante la Guerra de Liberación… ¡La está vendiendo y yo tomé un poco, tomé una porción completa!»

Caminó dificultosamente hasta el videófono y marcó el número de la seccional Polseg más cercana al edificio.

—Quiero informar sobre un traficante de drogas alucinógenas —dijo en el receptor.

—¿Podría decirme su nombre, señor, y la ubicación de su departamento?

Era un burócrata oficial eficiente, enérgico e impersonal.

Le dio la información, luego volvió tambaleando a su sillón a imitación de cuero, para presenciar una vez más la aparición sobre la pantalla televisiva. «Esto es mortal —se dijo—. Debe de ser un producto desarrollado en Washington D. C., o en Londres: más fuerte y más extraño que el LSD-25 que vertieron con tanta eficacia en nuestros depósitos de agua. Y yo creía que iba a aliviarme de la carga de los discursos del Líder… esto es mucho peor, esta monstruosidad electrónica, de plástico y acero, farfullando, contorsionándose, parloteando: es algo terrorífico.»

«Tener que enfrentarme a esto por el resto de mis días…»

El equipo de dos hombres de la Polseg llegó en diez minutos. Y para entonces la imagen familiar del Líder había vuelto a entrar en foco en una serie de pasos sucesivos, reemplazando la horrible construcción artificial que agitaba sus tentáculos y chirriaba sin fin. Temblando, Chien hizo entrar a los dos agentes y los condujo hasta la mesa donde había dejado el paquete con el resto de rapé.

—Toxina psicodélica —dijo con voz apagada—. Efectos de corta duración. La corriente sanguínea la absorbe en forma directa, a través de los capilares nasales. Les daré detalles acerca de cómo la conseguí, quién me la vendió, y demás.

Aspiró con fuerza, tembloroso; la presencia de la policía era reconfortante.

Con los bolígrafos listos, los dos oficiales esperaban. Y durante todo ese tiempo sonaba como fondo el discurso interminable del Líder. Como había ocurrido mil veces antes en la vida de Tung Chien. «Pero nunca volverá a ser igual —pensó—, al menos para mí. No después de inhalar ese rapé casi tóxico.»

«¿Eso es lo que ellos pretendían?», se preguntó.

Le pareció extraño pensar en ellos. Curioso… pero de algún modo correcto. Vaciló un instante, sin dar a la policía los detalles necesarios para encontrar al hombre. Un vendedor ambulante, empezó a decir. No sé dónde; no puedo recordar.

Pero recordaba la intersección exacta de las calles. Así que, con una resistencia inexplicable se lo dijo.

—Gracias, camarada Chien. —El agente de mayor graduación tomó con cuidado lo que quedaba de rapé (quedaba la mayor parte) y lo colocó en el bolsillo de su uniforme severo, elegante—. Le informaremos de inmediato en caso de que tenga que tomar medidas médicas. Algunas de las antiguas sustancias psicodélicas de la guerra eran fatales, como sin duda usted habrá leído.

—He leído —asintió.

Justamente en eso había estado pensando.

—Buena suerte y gracias por avisarnos —dijeron los dos agentes, y partieron.

El informe del laboratorio llegó con rapidez sorprendente, teniendo en cuenta la burocracia estatal. Se lo pasaron por el videófono antes de que el Líder hubiese terminado su discurso televisivo.

—No es un alucinógeno —le informó el técnico del laboratorio Polseg.

—¿No? —dijo perplejo y, extrañamente, sin sentir alivio en ningún aspecto.

—Todo lo contrario. Es una fenotiacina, que como usted sin duda sabe es antialucinógena. Una fuerte dosis por cada gramo de mezcla, pero inofensiva. Puede bajarle la presión arterial o darle sueño. Es probable que la hayan robado de algún escondite de provisiones médicas de la guerra abandonado durante la retirada. Yo en su caso no me preocuparía.

Chien colgó el videófono lentamente, abstraído. Y luego caminó hasta la ventana del departamento, la ventana que daba sobre la espléndida vista de otros edificios horizontales de Hanoi.

Sonó el timbre. Cruzó la sala alfombrada para contestar, como en un trance.

La muchacha que estaba allí de pie, vestida con un impermeable y un pañuelo atado sobre su cabello oscuro, brillante y muy largo, dijo con una tímida vocecita:

—Eh… ¿Camarada Chien? ¿Tung Chien? Del Ministerio de…

—Han estado controlando mi videófono —le dijo; era un disparo al azar, pero una certeza muda le indicaba que era cierto.

—¿Ellos… se llevaron lo que quedaba de rapé? —Miró a su alrededor—. Oh, espero que no; es tan difícil conseguirlo en estos días.

—El rapé es fácil de conseguir —dijo él—. La fenotiacina, no. ¿Es eso lo que quiere usted decir?

La muchacha alzó la cabeza y lo estudió con sus amplios y oscuros ojos lunares.

—Sí, señor Chien… —Vaciló, con una indecisión tan obvia como la seguridad de los agentes de la Polseg—. Cuénteme lo que vio; para nosotros es muy importante estar seguros.

—¿Acaso puedo elegir? —dijo él, irónico.

—S… sí, ya lo creo. Eso es lo que nos confundió; eso es lo que se salió de los planes. No comprendemos; no se adapta a ninguna teoría. —Sus ojos se hicieron aún más oscuros y profundos—: ¿Tomó la forma del horror acuático? ¿O de la cosa con fango y dientes, la forma de vida extraterrestre? Por favor, dígamelo; necesitamos saberlo.

Su respiración era irregular, forzada, el impermeable subía y bajaba; Chien se descubrió contemplando el ritmo con que lo hacía.

—Una máquina —dijo.

—¡Oh! —ella sacudió la cabeza, asintiendo con vigor—. Sí, entiendo; un organismo mecánico que no se parece en nada a un hombre. No es un simulacro, algo construido para parecerse a un hombre.

—Este no parecía un hombre —dijo Tung Chien, y agregó para sí: «y no podía, no pretendía hablar como un hombre».

—Usted comprende que no era una alucinación.

—Oficialmente me informaron que lo que tomé era fenotiacina. Eso es todo lo que sé.

Decía lo mínimo posible, no quería hablar ni oír. Oír lo que la muchacha pudiera decirle.

—Bien, señor Chien… —lanzó un suspiro hondo, inseguro—. Si no era una alucinación, entonces ¿qué era? ¿Qué es lo que nos queda? Lo que llamamos «super-conciencia», ¿puede ser esto?

Él no contestó; dándole la espalda, tomó con lentitud los dos exámenes escritos, los hojeó, ignorándola. Esperando la próxima tentativa de la muchacha.

Apareció por sobre su hombro, exhalando un aroma a lluvia primaveral, a dulzura y agitación; su olor era hermoso, y su aspecto, y su modo de hablar. «Tan distinto de los ásperos discursos esquemáticos que oímos en la televisión y que he oído desde que nací.»

—Algunos de los que toman la estelacina, y lo que usted tomó era estelacina, ven una aparición, algunos, otra. Pero han surgido distintas categorías; no hay una variedad infinita. Unos ven lo que usted vio, que llamamos el Chirriante. Otros ven el horror acuático, el Tragón. Y luego están el Pájaro, y el Tubo Trepador, y… —se interrumpió—. Pero otras reacciones nos dicen muy poco. —Vaciló, luego siguió adelante—. Ahora que le ha ocurrido esto, señor Chien, nos gustaría que se uniera a nuestra agrupación y que se unan a su grupo particular los que ven lo que usted ve. El Grupo Rojo. Queremos saber qué es eso realmente… —Hizo un gesto con sus dedos delgados, suaves como la cera—. No puede ser todas esas manifestaciones a la vez.

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