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Authors: Agatha Christie

Cartas sobre la mesa (22 page)

BOOK: Cartas sobre la mesa
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Poirot movió la cabeza.

—Y tal crimen no es el que usted cometería, madame. De haberlo hecho usted, tenía que haber sido un asesinato premeditado.

—Comprendo. —La señora Lorrimer agitó la mano ante su cara, como si quisiera evitar que el calor del fuego llegara hasta ella—. Como no fue un crimen premeditado no pude ser yo quien lo cometiera, ¿no es eso, monsieur Poirot?

Poirot se inclinó.

—Eso es, madame.

—Y sin embargo... —se inclinó hacia delante y detuvo el movimiento oscilante de su mano—, yo maté a Shaitana, monsieur Poirot.

Capítulo XXVI
 
-
La verdad

Hubo una pausa... una pausa muy larga. La habitación se oscurecía por momentos. Las llamas del fuego de la chimenea saltaban y lanzaban destellos.

Los dos personajes de aquella escena no se contemplaban mutuamente, sino que miraban fijamente las llamas. Parecía que el tiempo se hubiera detenido.

Por fin, Hércules Poirot dio un suspiro y se agitó en su asiento.

—Así, pues, a esto se redujo todo... ¿Por qué lo mató, madame?

—Creo que usted ya lo sabe.

—¿Porque estaba enterado de algo relacionado con usted... algo que pasó hace mucho tiempo?

—Sí.

—¿Y ese algo... ¿se refería a una muerte, madame?

Ella inclinó la cabeza.

—¿Y por qué me lo dice? —preguntó Poirot con suavidad—. ¿Por qué me ha llamado hoy?

—En cierta ocasión me advirtió usted que lo haría cualquier día.

—Sí... eso es. Esperaba... sabía, madame, que respecto a usted sólo existía un medio de saber la verdad. Cuando le pareciera bien dármela conocer. De no haber querido hablar, nunca se hubiera delatado. Pero existía una posibilidad... la de que usted deseara contármelo.

La señora Lorrimer asintió.

—Fue usted muy listo al prever eso... el cansancio... la soledad...

Su voz se desvaneció.

Poirot la miró con curiosidad.

—¿Eso es lo que ha ocurrido? Sí; comprendo que pudo ser...

—Sola... completamente sola —continuó la mujer—. Nadie sabe lo que significa eso a no ser que haya vivido, como lo he hecho yo, bajo el peso del recuerdo de lo que hizo.

Poirot observó amablemente:

—¿Será una impertinencia, madame, el que le haga patente mi simpatía?

Ella inclinó un poco la cabeza.

—Muchas gracias, monsieur Poirot.

Hubo otra pausa, y después, el detective habló con tono más animado.

—¿Estoy en lo cierto al pensar que considero las palabras proferidas por el señor Shaitana durante la cena como una amenaza que le dirigió directamente?

La mujer asintió.

—Advertí en seguida que estaba hablando para una persona que le comprendía. Esa persona era yo. La referencia de que el veneno es un arma femenina, iba dirigida a mí. Él lo sabía y yo lo sospeché en cierta ocasión anterior. Llevó la conversación hacia el tema de un proceso célebre y vi que no apartaba los ojos de mí. Había en ellos una especie de pavorosa comprensión. Pero la otra noche estuve completamente segura de ello.

—¿Y estaba segura también de sus futuras intenciones?

La señora Lorrimer contestó con frialdad:

—Era muy difícil que la presencia del superintendente Battle y de usted fueran una coincidencia. Presentí que Shaitana iba a hacer una ostentación de su talento, indicándoles a ustedes dos que él había descubierto algo que nadie había sospechado.

—¿Tardó mucho en tomar una determinación, madame?

La señora Lorrimer titubeó un poco.

—Es difícil recordar exactamente cuándo se me ocurrió la idea —dijo—. Había visto el puñal antes de que pasáramos al comedor. Cuando volvimos al salón lo cogí y lo escondí en la manga. Estoy segura de que nadie me vio hacerlo.

—No hay duda de que lo llevó a cabo diestramente, madame.

—Entonces tomé la determinación de lo que iba a hacer. Sólo me quedaba llevarlo a la práctica. Era arriesgado, pero consideré que valía la pena intentarlo.

—Ahí entró en juego su sangre fría y su afortunada apreciación de las posibilidades. Sí, la comprendo.

—Empezamos a jugar al
bridge
—continuó la señora Lorrimer. Su voz era fría y no demostraba emoción alguna—. Por fin se me presentó una oportunidad. Crucé la habitación y me dirigí hacia la chimenea. Shaitana estaba dormido. Miré hacia los otros. Estaban embebidos en el juego. Me incliné hacia delante... y lo hice...

Su voz se estremeció ligeramente, pero en seguida recobró su frío distanciamiento.

—Dirigí después unas palabras a mi víctima. Creí que esto constituiría una especie de coartada para mí. Hice una observación acerca del fuego y después, como si me hubiera contestado, proseguí, diciendo, poco más o menos: «Estoy de acuerdo con usted. A mí tampoco me gustan los radiadores.»

—¿No dio ningún grito?

—Exhaló un pequeño quejido... pero nada más. De lejos, tal vez sonara como unas palabras dichas por Shaitana.

—¿Y luego?

—Volví a la mesa de juego. Estaban jugando la última baza.

—¿Se sentó y volvió a jugar?

—Claro que sí.

—¿Con el suficiente interés por el juego como para decirme casi todas las subastas y las manos jugadas, cuando se lo pregunté dos días después?

—Sí —contestó simplemente la señora Lorrimer.


Epatant!
—exclamó Poirot.

Se recostó en su sillón y asintió con la cabeza varias veces. Pero luego, como si pensara otra cosa, hizo un gesto negativo.

—Hay algo más, madame, que no llego a comprender.

—¿Sí?

—Me parece que existe algún factor que no he tenido en cuenta. Usted es una mujer que lo considera y pesa todo con mucho cuidado. Decidió que, por determinada razón, debía correr un riesgo enorme. Lo hizo... y tuvo éxito. Pero después, cuando todavía no han pasado dos semanas, cambia de idea. Francamente, madame, eso no me suena bien.

—Tiene usted razón, monsieur Poirot; existe un factor que no conoce usted. ¿Le dijo la señorita Meredith dónde me encontró el otro día?

—Sí. Creo que fue cerca de donde vive la señora Oliver.

—Así es. Pero me refería al nombre de la calle. Anne Meredith me encontró en Harley Street.

—¡Ah! —Poirot la miró con atención—. Empiezo a ver claro.

—Sí. Me parece que sí. Fui a ver a un especialista. Me dijo lo que yo casi había adivinado.

Su sonrisa se ensanchó. No era ya la sonrisa amarga de antes. En ella se veía una repentina dulzura.

—No jugaré mucho más al
bridge
, monsieur Poirot. El médico no me lo dijo escuetamente. Disfrazó un poco la verdad. Con gran cuidado, etcétera, etcétera, puedo vivir unos cuantos años más. Pero no voy a cuidarme demasiado. No soy de esa clase de mujeres.

—Sí, sí. Empiezo a comprender.

—Todo ello hace cambiar las cosas. Un mes... dos meses, tal vez... pero no más. Y justamente cuando salía de casa del especialista vi a la señorita Meredith. Le pedí que me acompañara a tomar el té.

Calló durante un momento.

—Desde luego, no soy una mujer de malos sentimientos —prosiguió—. Mientras tomábamos el té estuve recapacitando. Con lo que había hecho la otra noche, no sólo había privado de vida a Shaitana, eso estaba hecho y no podía enmendarse, sino que, en diversos grados, había afectado desfavorablemente la vida de otras tres personas. A causa de lo que hice, le doctor Roberts, el mayor Despard y Anne Meredith, ninguno de los cuales me había perjudicado en lo más mínimo, estaban pasando por una prueba muy dura y hasta podían encontrarse en peligro. Esto, por lo menos, sí que podía arreglarlo. No creo que me conmovieran mucho, tanto el doctor Roberts como el mayor Despard... aunque ambos pudieran tener probablemente mucho más de vida ante sí que la que tengo yo. Son hombres y, en cierto sentido, pueden cuidar de sí mismos. Pero cuando vi a Anne Meredith...

Vaciló un instante y luego con su peculiar aplomo continuó:

—Anne Meredith no es más que una muchacha. Tiene por delante toda una existencia y este horrible asunto pudiera arruinarla... Me desagradó la idea de que sucediera una cosa así... Y después, monsieur Poirot, todo ello tomó cuerpo en mi imaginación y me di cuenta de que lo insinuado por usted se había convertido en realidad. Esta tarde le telefoneé...

Pasaron unos minutos.

Poirot se inclinó hacia delante. En la penumbra, miró fijamente a la señora Lorrimer. Sosegadamente, sin ningún signo de nerviosismo, ella le devolvió aquella intensa mirada.

Por fin el detective habló.

—Señora Lorrimer, ¿está usted segura... insiste (me dirá la verdad, ¿no es cierto?) en que el asesinato del señor Shaitana no fue premeditado? ¿En que usted no planeó el crimen de antemano... en que acudió a la cena sin llevarlo trazado en su pensamiento?

La mujer continuó mirándolo con la misma fijeza durante un momento y después dijo con determinación:

—Sí.

—¿No planeó usted el crimen anticipadamente?

—Claro que no.

—Entonces... entonces... me está mintiendo... ¡debe estar mintiéndome!

La voz de la señora Lorrimer reprochó, fría como el hielo:

—Verdaderamente, monsieur Poirot, parece haber olvidado sus buenos modales.

El hombrecillo se levantó de un salto. Paseó de un lado a otro por la habitación, murmurando por sí mismo y lanzando imprecaciones.

De pronto dijo:

—¿Me permite?

Se dirigió hacia el interruptor de la luz y le dio la vuelta.

Volvió otra vez a su asiento, puso las manos sobre las rodillas y se quedó mirando a la señora Lorrimer.

—Y yo me pregunto —dijo—: ¿Puede equivocarse Hércules Poirot?

—Nadie puede tener razón siempre —comentó la mujer con frialdad.

—Pues yo sí —replicó Poirot—. Yo siempre la tengo. Es una cosa tan invariable que hasta me estremece. Pero ahora parece como si estuviera equivocado y eso me trastorna. Es de presumir que sepa usted lo que está diciendo. Al fin y al cabo usted lo hizo. Resulta fantástico entonces que Hércules Poirot sepa mucho mejor que usted de qué forma cometió el asesinato.

—Fantástico y absolutamente absurdo —dijo la señora Lorrimer con la misma frigidez de antes.

—Entonces estoy loco. Decididamente, estoy loco. No...
sacré nom d'un petit bonhomme...
¡No estoy loco! Tengo razón. Debo estar en lo cierto. Estoy dispuesto a creer que usted mató al señor Shaitana... pero no pudo usted hacerlo de la forma en que me ha dicho. Nadie puede realizar una cosa que no esté
dans son caractère
.

Calló y la señora Lorimer aspiró el aire con aspecto colérico, como si fuera a hablar. Pero Poirot se le adelantó.

—O el asesinato de Shaitana se planeó de antemano... ¡o usted no lo cometió!

La mujer replicó bruscamente:

—En realidad, creo que está usted loco, monsieur Poirot. Si estoy dispuesta a confesar que yo cometí el crimen, no creo que deba mentir sobre la forma en que lo llevé a cabo. ¿Qué objeto tendría una cosa así?

Poirot se levantó de nuevo y dio una vuelta por la habitación. Cuando volvió a sentarse, sus modales habían cambiado. Otra vez era cortés y amable.

—Usted no mató a Shaitana —dijo con suavidad—. Ahora me doy cuenta. Me doy cuenta de todo. Harley Street y la pequeña Anne Meredith desamparada, en la acera. Veo también a otra muchacha... hace mucho tiempo; una muchacha que también tuvo que ir sola por la vida... terriblemente sola. Sí, lo veo perfectamente. Pero hay una cosa que no acabo de entender... ¿por qué está usted tan segura de que lo hizo Anne Meredith?

—Realmente, monsieur Poirot...

—Es inútil que proteste... que siga mintiéndome, madame. Le aseguro que conozco la verdad. Conozco las emociones que experimentó el otro día en Harley Street. No lo hubiera hecho por el doctor Roberts... ¡no! Ni tampoco por el mayor Despard...
non plus
. Pero Anne Meredith es diferente. Tuvo usted compasión de ella, porque había hecho lo que hizo usted en cierta ocasión. No sabía usted, según creo, ni la razón que tuvo ella para cometer el crimen. Pero estaba usted segura de que lo hizo la joven. Estaba usted segura de ello desde la misma noche en que ocurrió, cuando el superintendente Battle le invitó a que expusiera su opinión sobre el caso. Sí, ya ve que lo sé todo. No ganará nada si sigue usted mintiéndome. Me comprende.

Calló, esperando una respuesta, pero no llegó ninguna. Hizo un gesto afirmativo de satisfacción.

—Sí, es usted razonable. Esto está mejor. Ha llevado a cabo una acción muy noble, achacándose la culpabilidad para que la muchacha escapara.

—Olvida usted —observó la señora Lorrimer con aspereza— que no soy una mujer inocente. Hace años maté a mi marido, monsieur Poirot...

Se produjo un silencio momentáneo.

—Sí —dijo el detective—. Es justo. Después de todo, no es más que justicia. Tiene usted una mente lógica. Está dispuesta a sufrir las consecuencias del acto que cometió. El asesinato es un crimen... no importa quién sea la víctima. Madame, tiene usted valor y una clara visión de las cosas. Pero le pregunto una vez más, ¿cómo puede estar tan segura? ¿Cómo sabe usted que fue Anne Meredith quien mató al señor Shaitana?

La señora Lorrimer lanzó un profundo suspiro. Su última resistencia se había desmoronado ante la insistencia de Poirot. Contestó a sus preguntas con la naturalidad y simpleza con lo que haría un niño.

—Porque vi cómo lo hacía —dijo.

Capítulo XXVII
 
-
Testigo presencial

Poirot rompió a reír. No pudo contenerse. Echó la cabeza hacia atrás y su resonante risa gala inundó la habitación.


Pardon, madame
—dijo enjugándose los ojos—. No puedo aguantarme. ¡Hemos estado discutiendo y razonando! ¡Hemos hecho preguntas! Invocamos la psicología... y, mientras tanto, había un testigo ocular del crimen. Cuénteme, se lo ruego.

—Fue bastante avanzada la velada. Las cartas de Anne Meredith las jugaba su compañero y ella se levantó para ver el juego de él. Luego dio una vuelta por el salón. La mano no era muy interesante, pues se veía claro su final. Justamente cuando íbamos a hacer las últimas tres bazas, levanté la vista y miré hacia la chimenea. Anne Meredith estaba inclinada sobre el señor Shaitana. Seguí mirando; ella se incorporó... su mano había estado sobre el pecho de él... un gesto que despertó mi sorpresa. Ella se enderezó como he dicho; le vi la cara y la rápida mirada que dirigió hacia nosotros. Culpabilidad y miedo, eso fue lo que vi en su rostro. Entonces, como es natural, yo no sabía lo que había ocurrido. Me preguntaba solamente qué es lo que podía estar haciendo la chica. Después... lo supe.

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