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Authors: Bernard Werber

Tags: #Ciencia, Fantasía, Intriga

El día de las hormigas (32 page)

BOOK: El día de las hormigas
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La otra intenta tranquilizarse.

Sólo vuelan las hormigas sexuadas. ¿Podría tratarse de un vuelo nupcial en grupo? ¿Qué daño podría hacemos eso?

La abeja es consciente de su propia fuerza y de la de su tropa. Siente en el extremo de su abdomen su aguijón puntiagudo, dispuesto a penetrar los caparazones de las rojas temerarias. Sienten en sus intestinos las reservas de miel azucarada que la drogan y las reservas de veneno que la roen. Tiene el sol a sus espaldas, cegando a sus futuras adversarias hormigas.

Durante un momento siente piedad por aquellos aventureros insectos que van a pagar cara su audacia. Pero hay que vengar a las mensajeras bailarinas. Y es preciso que aquellas mirmeceanas sepan que todo lo que está por encima del suelo está bajo control.

A lo lejos se perfila una nube densa, género estratocúmulo adolescente. Una abeja excitada lanza una sugerencia.

Podemos escondernos en esa pequeña nube y saltar sobre ellas cuando se acerquen.

Sin embargo, cuando sólo están a un centenar de batir las alas de ese refugio en suspensión, se produce lo inimaginable. Las abejas no dan crédito a sus antenas. Tampoco a sus ojos. Bajo el efecto de la sorpresa, su batir de alas desciende de 300 golpes por segundo a 50.

Frenan antes de alcanzar la nube gris.

—GRIS—

Cuarto arcano

El tiempo de las confrontaciones

111. Señor hormiga

La primera vez que sonó el timbre, un hombre regordete abrió la puerta.

—¿El señor Olivier Hormiga?

—El mismo, ¿qué desea?

Méliés blandió su carnet cruzado por la bandera tricolor.

—Policía. Comisario Méliés. ¿Puedo pasar para hacerle unas preguntas?

El hombre, de profesión maestro, era el último «Hormiga» inscrito en el listín telefónico.

Méliés le presentó las fotos de las víctimas y le preguntó si las reconocía.

—No —dijo el hombre sorprendido.

El comisario le preguntó dónde se hallaba a la hora de los crímenes. El señor Olivier Hormiga no carecía ni de testigos ni de coartadas. Estaba, o en la escuela, o rodeado de su familia. Nada más fácil de probar.

Además apareció la señora Héléne Hormiga, envuelta en una bata con mariposas impresas. Entonces al comisario se le ocurrió una idea.

—¿Utiliza usted insecticidas, señor Hormiga?

—Desde luego que no. De niño, siempre había imbéciles que me trataban de «sucia hormiga». Por fuerza tuve que sentirme solidario con esos insectos que se aplastan con el tacón sin reflexionar. En esta casa hay tantos insecticidas como cuerdas en casa de un señor Ahorcado, a ver si me entiende.

Ophélie Hormiga apareció entonces y se acurrucó contra su padre. La niñita llevaba las típicas gruesas gafas de la primera de la clase.

—Es mi hija —dijo el maestro—. Ella ha reaccionado instalando un hormiguero en su cuarto. Enséñaselo al señor, querida.

Ophélie guió a Méliés hacia un gran acuario, semejante al de Laetitia Wells. Estaba lleno de insectos y lo remataba un cono de ramitas.

—Yo creía que estaba prohibida la venta de hormigueros —dijo el comisario.

La niña protestó.

—Pero si no lo he comprado. He ido a buscarlo al bosque. Basta con excavar a suficiente profundidad para que no se escape la reina.

El señor Olivier Hormiga estaba muy orgulloso de su cría.

—La pequeña quiere ser bióloga de mayor.

—Perdóneme, no tengo hijos y no sabía que las hormigas eran los «juguetes» de moda.

—No se trata de juguetes. Las hormigas están de moda porque nuestra sociedad vive cada vez más como ellas. Y, porque, quizá, mirándolas, un niño tiene la impresión de poder aprehender su propio mundo. Eso es todo. ¿Alguna vez ha contemplado durante unos minutos un acuario lleno de hormigas, señor policía?

—Pues no. En general no busco su presencia…

In petto,
Jacques Méliés se dijo que no sabía si era él quien atraía a todos los majaretas formicófilos o si éstos formaban realmente una sociedad muy difundida.

—¿Quién es? —preguntó Ophélie Hormiga.

—Un comisario.

—¿Qué es un comisario?

112. La batalla de la pequeña nube

Los copos del estrato-cúmulo van desprendiéndose poco a poco.

Al principio, las abejas de la Ciudad de oro sólo distinguen algo que les parece gordas moscas ruidosas que brotan de un orificio de la nube gris.

Pero en seguida comprenden las askoleínas de qué se trata.

¡No son moscas gordas, no! Ni mucho menos…

Son coleópteros. Y no abejorros o escarabajos peloteros, no, se trata de coleópteros rinoceronte.

¡Es una visión dantesca! ¡Esos grandes animales ruidosos y cornudos recubiertos de pequeños cañones vivientes prestos a soltar su carga!

¿Cómo han logrado domar a esos enormes animales y convencerlos para que luchen junto a ellas?,
se preguntan al instante las abejas.

No tienen tiempo de hacerse más preguntas porque, en un momento, una veintena de aquellos rinocerontes se les echan encima. Los coleópteros cargan ya contra ellas y las artilleras rojas disparan.

La formación abeja en V tiene que pasar a una formación en W e incluso a otra en XYZ. Se produce la desbandada.

El efecto sorpresa es total. Cada himenóptero se convierte en blanco de cuatro o cinco artilleras que rocían a las abejas con recias ráfagas de ácido fórmico.

El enjambre de abejas se frena, luego se recupera. Las askoleínas desenvainan su aguijón.

¡Formación en línea de puntos!,
grita una askoleína.
¡Disparad a las monturas!

La segunda línea de rinocerontes volantes es menos eficaz. Las abejas los evitan descendiendo bajo su vientre, luego suben otra vez en busca de la garganta para hundirles allí su aguijón hasta las guardas. Ahora son los coleópteros y sus torpes guías quienes descienden en caídas vertiginosas.

Se lanza de pronto una orden bailada.

¡Al ataque! ¡A la carga!

Surge una lluvia de aguijones askoleínos.

Las abejas están dotadas de un dardo en forma de arpón.

Si queda metido en la carne de su víctima, la abeja se arranca la glándula del veneno tratando de liberarse y muere. La coraza de las hormigas no retiene el aguijón, contrariamente a la de los escarabajos.

Varios rinocerontes caen en los minutos siguientes, pero se cierran en rombo mientras vuelan y hacen frente al último triángulo de abejas matadoras.

Las formas geométricas de las masas de soldados se descomponen. El rombo mirmeceano se transforma en varios rombos más pequeños y más recios. El triángulo apical se abre en forma de anillo.

Combaten todas ellas en vertical, en un centenar de niveles campos de batalla amontonados. Es como el juego de ajedrez en cien tableros paralelos.

Cuando más se acerca uno, más espectacular resulta. La armada de los navíos belokanianos centellea. Las abejas aprovechan las corrientes cálidas para ascender y lanzarse al abordaje de los plácidos escarabeidos. Son como una horda de pequeñas embarcaciones a la caza del gran navío.

Las salvas de ácido fórmico al 60% silban como órganos de fuego líquido. Las alas calcinadas humean, las abejas tocadas tratan de aprovechar su impulso para clavarse en los caparazones de los escarabajos como flechillas.

Cuando los dardos están demasiado cerca, las artilleras que no consiguen apuntar los rompen con la pinza de sus mandíbulas.

El juego es arriesgado. La mayoría de las veces, el dardo se desliza y se planta en la boca. La muerte es casi instantánea.

Flota en el aire un olor a miel quemada.

Las abejas se han quedado sin veneno. Sus jeringas no pueden inocular ya la sustancia fatal. Las artilleras se han quedado sin ácido. Sus lanzallamas líquidos ya no son operativos. Las últimas escaramuzas enfrentan mandíbulas desnudas contra dardos secos. ¡Que gane la más rápida y la más espabilada!

A veces los rinocerontes llegan a empalar a las abejas en su cuerno frontal. Un escarabajo especialmente hábil ensaya una técnica: empuja a las abejas con sus carrillos y luego las ensarta en su cuerno. Cuatro desventuradas combatientes askoleínas están apiladas en esa punta como una brocheta de frutas amarillas con rayas negras.

103 descubre a una abeja que lucha contra 9. La apuñala por la espalda con su mandíbula derecha. Entre los insectos no hay ningún golpe prohibido. Para seguir vivo, todo está permitido.

Luego 9, sola sobre su rinoceronte, se abalanza contra una amalgama de abejas en formación de combate. Inmediatamente las abejas le presentan una línea erizada de picas. Sus aguijones apuntados hacia delante harían retroceder a más de una, pero 9, sobre su rinoceronte, ha adquirido tal velocidad que nada puede detenerla. El cuerpo choca contra la línea de espinas. La amalgama estalla.

103, erguida sobre sus dos patas traseras, intercambia golpes de mandíbula-sable contra los aguijones-florete de dos abejas ensordecedoras. Pero su rinoceronte pierde altura. Hay arpones negros plantados como banderillas alrededor de su cuerno frontal y cada vez le resulta más difícil conservar su equilibrio de vuelo.

El animal está agotado. Sigue perdiendo altura. Se le escapa la sangre por todas partes. Ya está a ras de las begonias.

103 aterriza con gran estrépito.

Las abejas siguen encima de ella, pero una escuadra de artilleras de infantería acude rápidamente a dispersarlas.

103 tiene que hacer ahora otra cosa importantísima.

Por encima de la barahúnda de combatientes, las abejas danzan en ocho comentando los combates.

Necesitamos tropas de refresco.

De la colmena despegan los refuerzos.

Las nuevas escuadrillas están formadas por abejas jóvenes —veinte o treinta días en su mayor parte—, pero audaces.

Al cabo de una hora, las belokanianas han perdido doce rinocerontes de los treinta de que disponían, y ciento veinte artilleras de las trescientas activas en la batalla.

En el otro bando, de setecientas askoleínas despachadas hacia la pequeña nube, han perecido cuatrocientas guerreras. Las supervivientes vacilan. ¿Qué conviene más, luchar hasta el final o regresar y proteger el nido? Se deciden por la segunda solución.

Cuando los coleópteros y sus artilleras belokanianas aterrizan a su vez en la Colmena de oro, les parece extrañamente vacía. Al frente va 9. Las rojas olfatean una trampa y vacilan en el umbral.

113. Enciclopedia

SOLIDARIDAD:
La solidaridad nace del dolor y no de la alegría. Todos nos sentimos más cerca de quienes han compartido con nosotros un momento penoso que de quien ha vivido con nosotros un acontecimiento afortunado.

La desgracia es fuente de solidaridad y de unión, mientras que la felicidad divide. ¿Por qué? Porque, en un triunfo común, cada cual se siente perjudicado en relación a su propio mérito. Cada cual piensa que es el único autor de un logro común.

¿Cuántas familias se han dividido en el momento de una herencia?

¿Cuántos grupos de
rock and roll
permanecen unidos… después del éxito? ¿Cuántos movimientos políticos han estallado, una vez alcanzado el poder?

Etimológicamente la palabra «simpatía» procede de
sun pathein
«sufrir con». Asimismo, «compasión» procede del latín
cum patior,
que también significa «sufrir con».

Imaginando el sufrimiento de los mártires de su grupo de referencia se puede abandonar por un momento la insoportable individualidad.

Y es en el recuerdo del calvario vivido en común donde residen la cohesión y la fuerza de un grupo.

Edmond Wells

Enciclopedia del saber relativo y absoluto,
tomo II

114. En la colmena

9 desciende de su corcel y huele con sus antenas. Otras hormigas aterrizan en los alrededores. Rápida coordinación.

Formación comando en terreno muy peligroso.

Penetran en la colmena formando un cuadrado compacto. En el interior, los rinocerontes voladores no serán ya de ninguna utilidad. Les dan algunas cortezas como pasto para que esperen en el umbral.

Las belokanianas tienen la impresión de violar un santuario. Ninguna no-abeja ha entrado nunca antes en aquel lugar. Las paredes de cera parecen querer enviscar a las hormigas, que avanzan con prudencia.

Las paredes, de geometrías irreprochables, presentan reflejos de oro. La miel reluce bajo la claridad de algunos panales de luz filtrantes. Las placas de cera están soldadas por propóleos, esa goma rojiza que las abejas recogen en las escamas de los brotes de castaño y de sauce.

¡No toquéis nada!,
emite 9.

Demasiado tarde. Las hormigas atraídas por la miel y deseosas de probarla resbalan al punto. Imposible sacarlas de allí sin hundirse a su vez en aquella arena movediza.

Las artilleras que todavía conservan un poco de ácido en su depósito retroceden a fin de poder disparar rápidamente contra cualquier asaltante que surja de improviso.

Todo huele a azúcar y a emboscada.

¡No toquéis nada!

Huelen la presencia de obreras y de soldados askoleínas, escondidas en los panales de cera y dispuestas para saltar sobre ellas en el momento en que se lo ordenen.

Las cruzadas llegan a una parrilla hexagonal, semejante al corazón de un reactor nuclear. Con una salvedad, que las barras de uranio han sido sustituidas por las futuras ciudadanas de la Colmena de oro. Hay ochocientos alvéolos llenos de huevos, mil doscientos alvéolos conteniendo larvas, dos mil quinientos alvéolos ocupados por ninfas blancas. La zona central está formada por seis alvéolos más importantes. En ellos engordan las larvas de las princesas sexuadas.

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