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Authors: Lloyd Alexander

Tags: #Fantástico, Aventuras, Infantil y Juvenil

El Gran Rey (23 page)

BOOK: El Gran Rey
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—Quedarás en libertad cuando haya pasado algún tiempo, mi hermosa princesa —dijo apretando los dientes—. Cuando seas compañía adecuada para porquerizos quizá puedas reunirte con tu cuidador de cerdos, y quizá incluso sea capaz de reconocer tus encantos…, o lo que quede de ellos.

—¿Has pensado en lo que quedará de ti cuando Taran te encuentre? —replicó Eilonwy.

Hasta aquel momento la princesa de Llyr había conseguido no perder la calma, pero no le costaba nada imaginarse los pensamientos que se ocultaban detrás de las gélidas pupilas del forajido, y por primera vez desde que había sido capturada sintió el aguijonazo del miedo.

—El Señor Cuidador de Cerdos y yo ajustaremos cuentas cuando llegue el momento —replicó Dorath y se inclinó sobre ella sonriendo—. Pero tu momento ya ha llegado.

Gurgi se debatió frenéticamente luchando con sus ataduras.

—¡No hagas daño a la sabia y bondadosa princesa! —gritó—. ¡Oh, Gurgi te hará pagar cara tu maldad y tu crueldad!

Se lanzó sobre Dorath y trató de hundir los dientes en la pierna del forajido.

Dorath se volvió hacia Gurgi mascullando una maldición y desenvainó su espada. Eilonwy gritó.

Pero una silueta surgió de repente de entre las rocas que se cernían sobre ellos antes de que el forajido pudiera iniciar el mandoble hacia abajo que tenía intención de asestar. Dorath dejó escapar un grito ahogado. El arma cayó de su mano, y Dorath retrocedió tambaleándose hasta caer mientras la sombra peluda rugía y le desgarraba la garganta. Los otros forajidos sentados alrededor de la hoguera se levantaron de un salto y lanzaron gritos de terror. Sombras grises se agitaban por todas partes y se les aproximaban rápidamente. Los merodeadores intentaron huir, pero se vieron rechazados en todas direcciones, y la fuerza de aquellos cuerpos esbeltos y la amenaza de los colmillos que chasqueaban no tardaron en hacerles caer al suelo.

Gurgi empezó a lanzar chillidos asustados.

—¡Socorro, oh, socorro! ¡Oh, unos espíritus malignos han venido para matarnos a todos!

Eilonwy logró incorporarse. Podía sentir cómo algo afilado mordisqueaba y roía sus ligaduras detrás de ella. Un instante después sus manos quedaron libres. Se tambaleó hacia adelante mientras la sombra gris desgarraba las tiras de cuero que le inmovilizaban los pies. El cuerpo inmóvil de Dorath yacía delante de ella. Eilonwy se apresuró a arrodillarse y extrajo su juguete de entre las pieles de oveja del forajido. Cuando reposó en la palma de su mano la esfera lanzó en todas direcciones sus rayos dorados y reveló un lobo enorme agazapado ante ella. La hoguera del campamento le permitió ver más lobos que se retiraban tan velozmente como habían aparecido. Detrás de ellos todo estaba en silencio. Eilonwy se estremeció y desvió la mirada. Los lobos habían hecho su trabajo a la perfección.

Gurgi había sido liberado por una loba gris que tenía una mancha blanca en el pecho, y aunque le complacía haber quedado libre de los guerreros la aún bastante asustada criatura arrugó la frente y lanzó una mirada de desconfianza a su rescatadora. Los ojos amarillos de la loba parpadearon, y Briavael le sonrió; pero aun así Gurgi decidió mantenerse a una distancia prudencial de ella.

Por su parte Eilonwy se sorprendió al descubrir que no tenía miedo y que no sentía ni la más mínima intranquilidad. El lobo Brynach se sentó sobre sus cuartos traseros sin apartar la mirada de ella ni un instante. Eilonwy puso una mano sobre el peludo y musculoso cuello del animal.

—Espero que sepas que estoy intentando darte las gracias —dijo—, aunque no estoy segura de si me entiendes o no. Los únicos lobos a los que he conocido vivían muy lejos de aquí, en el valle de Medwyn.

Al oír aquel nombre Byrnach dejó escapar un suave gañido y meneó la cola.

—Vaya, veo que eso sí lo has entendido —dijo Eilonwy—. Medwyn… —Vaciló unos momentos antes de seguir hablando—. Había dos lobos y… —Dio una palmada—. ¡Claro, eso tiene que ser! No es que pretenda afirmar que puedo distinguir a un lobo de otro, por lo menos no al primer vistazo; pero hay algo en ti que me recuerda a… En cualquier caso, si eres ese lobo nos alegra mucho volver a verte. Estamos en deuda contigo, y ahora seguiremos nuestro camino; aunque no estoy demasiado segura de qué camino debemos seguir, si es que entiendes a qué me refiero.

Brynach sonrió y no dio señales de que quisiera marcharse. El lobo siguió sentado sobre sus cuartos traseros, abrió las fauces y emitió un ladrido estridente.

Eilonwy suspiró y meneó la cabeza.

—Nos hemos perdido y estamos intentando dar con nuestros compañeros, pero no tengo ni idea de cómo se dice «Ayudante de Porquerizo» en la lengua de los lobos.

Mientras tanto Gurgi había cogido su bolsa de la comida y se la había colgado del hombro. Cuando comprendió que los lobos no tenían intención de hacerle ningún daño se acercó un poco más a Brynach y Briavael y les observó con gran interés, mientras la pareja de lobos le observaba con una curiosidad tan intensa como la suya.

Eilonwy se volvió hacia Gurgi.

—Estoy segura de que están dispuestos a ayudarnos. ¡Oh, si pudiera entenderles! ¿De qué sirve ser medio encantadora si ni siquiera puedes comprender lo que un lobo está intentando decirte? —Eilonwy puso cara pensativa—. Pero… ¡Pero creo que lo he entendido! ¡Tengo que haberlo entendido! Vaya, uno de ellos acaba de decir «¡Habla!». He podido oír…, no, no es que lo haya oído; ¡he podido sentirlo!

La mirada que dirigió a Gurgi estaba llena de asombro.

—No son palabras —siguió diciendo—. Es como escuchar sin tus oídos, o como si oyeras con tu corazón. Lo he entendido, pero no tengo ni idea de cómo lo he hecho. Y sin embargo es justo lo que me dijo Taliesin… —añadió con expresión pensativa.

—¡Oh, gran sabiduría! —exclamó Gurgi—. ¡Oh, astuto escuchar y la oreja aguzar! ¡Gurgi también escucha, pero por dentro sólo oye gruñidos y mugidos cuando su pobre tripa está vacía! ¡Oh, qué pena y qué dolor! Gurgi nunca podrá oír las cosas profundas y secretas que oye la princesa…

Eilonwy se había arrodillado al lado de Brynach, y le habló en tono rápido y apremiante de Taran, de los compañeros y de lo que les había ocurrido. Brynach irguió las orejas y dejó escapar un seco ladrido. El enorme lobo se levantó, se sacudió para quitarse la nieve de encima y agarró delicadamente la manga de Eilonwy con los dientes y empezó a tirar de ella.

—Dice que tenemos que seguirles —le explicó Eilonwy a Gurgi—. Ven, ahora estamos en buenas manos…, ¿o quizá debería decir en buenas patas?

Los lobos avanzaron deprisa y sin hacer ningún ruido siguiendo senderos ocultos y pasajes cuya existencia la muchacha jamás habría podido llegar a adivinar. Los dos compañeros hicieron todo lo posible para moverse tan deprisa como Brynach, pero pese a todos sus esfuerzos se veían obligados a reposar a menudo. Cuando eso ocurría a los lobos no parecía importarles tener que esperar pacientemente hasta que los compañeros estaban listos para reemprender la marcha. Brynach se agazapaba al lado de Eilonwy con la cabeza gris entre las patas, pero casi nunca se adormilaba. Sus orejas siempre estaban alertas y se movían captando cada sonido por débil que éste fuera. Briavael también actuaba como centinela y guía, y subía con ágiles saltos a los picachos rocosos para olisquear el aire. Después movía la cabeza indicando a los compañeros que la siguiesen.

Eilonwy apenas vio al resto de la manada, pero de vez en cuando despertaba de un breve sueño para descubrir a los lobos sentados a su alrededor formando un círculo protector. Después de que despertara los esbeltos animales grises no tardaban en esfumarse entre las sombras, y sólo Brynach y Briavael se quedaban con ellos. La muchacha no tardó en comprender que los lobos no eran las únicas criaturas que se movían por las colinas de Bran-Galedd. En una ocasión vio a un numeroso grupo de osos que avanzaban en fila a lo largo de un risco. Los osos se detuvieron un momento, les contemplaron con curiosidad y reanudaron la marcha. De vez en cuando el frío y limpio aire de aquella región le traía los ladridos lejanos de los zorros y otros sonidos que quizá fueran ecos o respuestas a una señal desconocida.

—Están explorando todas las colinas —le murmuró a Gurgi señalando un picacho desnudo en el que acababa de aparecer un gran ciervo—. Me pregunto cuántas bandas de forajidos andarán rondando por los alrededores… Supongo que si los osos y los lobos se están tomando su trabajo tan en serio como parece ya deben de quedar muy pocas.

El lobo Brynach la miró como si hubiera oído las palabras de Eilonwy. Sacó la lengua y sus ojos amarillos parpadearon. Sus labios se curvaron ligeramente alrededor de las hileras de dientes brillantes y afilados formando lo que no cabía duda era una sonrisa.

Siguieron adelante. Al anochecer Eilonwy hizo que su juguete se iluminara y lo sostuvo en alto. Vio que toda la manada de lobos se había vuelto a reunir con ellos, y que avanzaba en largas filas a cada lado de ella justo allí donde terminaba el círculo de luz dorada. Los osos también les estaban siguiendo, y había otras criaturas del bosque cuya presencia percibió más que vio.

En las colinas de Bran-Galedd había muchos sitios donde acechaban el peligro y la muerte, pero la princesa de Llyr no llegó a enterarse de su existencia pues ella y Gurgi los dejaron atrás sin sufrir ningún daño, seguros entre el grupo de guardianes silenciosos que cuidaban de ellos en todo momento.

A finales de la mañana del día siguiente Briavael, que había pasado casi todo el tiempo explorando los caminos que se extendían por encima de ellos, empezó a dar señales de excitación. La loba ladró y subió de un salto a unas rocas muy altas, y cuando se hubo encaramado a la última se volvió hacia el oeste y empezó a menear la cola enérgicamente de un lado a otro mientras apremiaba a los compañeros a que avanzaran más deprisa.

—¡Creo que han encontrado a Taran! —exclamó Eilonwy—. No consigo entender del todo lo que están diciendo, pero parece como si hubieran logrado dar con él… ¡Hombres y caballos! Una gata de montaña…, ¡debe de ser Llyan! Pero ¿qué están haciendo avanzando en esta dirección? ¿Es que vuelven a los Eriales Rojos?

Tanto Eilonwy como Gurgi ardían en deseos de volver a reunirse con los compañeros, y su impaciencia hizo que se negaran a detenerse para descansar o comer. Brynach tuvo que hundir los dientes en la capa de Eilonwy en bastantes ocasiones para impedir que la muchacha corriera riesgos innecesarios durante el viaje por las cada vez más abruptas montañas. Los viajeros no tardaron en llegar al borde de una profunda hondonada, y un grito de alegría escapó de los labios de Eilonwy.

—¡Les veo! ¡Les veo!

Se apresuró a señalar hacia el gran valle que se extendía bajo ellos. Gurgi ya había corrido a su lado y empezó a dar saltos de excitación.

—¡Oh, es el bondadoso amo! —gritó—. ¡Oh, sí, y el valiente bardo! ¡No son mayores que hormigas, pero Gurgi tiene unos ojos muy agudos y puede verles!

Las minúsculas siluetas se encontraban tan lejos que Eilonwy sólo consiguió distinguirlas después de haber forzado la vista al máximo. Sabía que el largo descenso hasta el valle exigiría el resto del día, y tenía muchas ganas de reunirse con sus compañeros antes de que cayera la noche. Se disponía a iniciar la bajada por el risco cuando se detuvo de repente.

—¿Qué pueden estar haciendo? —exclamó—. Avanzan en línea recta hacia esa pared de roca. ¿Es una caverna? Mira, ahí está el último jinete… Ahora ya no puedo ver a nadie. ¡Si es una caverna debe de ser la más grande que existe en todo Prydain! No entiendo nada… ¿Habrá algún pasadizo de alguna clase, o quizá un túnel? ¡Oh, qué fastidio! ¡Tendría que haberme imaginado que un Ayudante de Porquerizo conseguiría dar con alguna manera de esfumarse justo cuando acabas de encontrarle!

Eilonwy empezó a bajar apresuradamente por la abrupta pendiente. Descendió lo más deprisa posible, pero aun así el trayecto le pareció interminable. Aun contando con la ayuda de Brynach y Briavael los dos compañeros sólo habían conseguido recorrer un poco más de la mitad de la distancia cuando el sol inició su caída hacia el oeste y las sombras empezaron a alargarse. Brynach se quedó inmóvil de repente, y dejó escapar un gruñido gutural que surgió de lo más profundo de su garganta. Después se le erizó el pelo y enseñó los dientes. Los ojos del lobo estaban clavados en el valle, y su hocico se estremecía nerviosamente. Un instante después Eilonwy vio lo que había hecho detenerse a Brynach. Una larga columna de guerreros acababa de aparecer y avanzaba rápidamente en dirección oeste.

Briavael soltó un gañido estridente. Eilonwy captó el miedo y el odio que lo impregnaban, y comprendió la razón.

—¡Cazadores! —exclamó la muchacha—. Parece que hay centenares, y están volviendo a Annuvin. Oh, espero que no vean las huellas de Taran, aunque allí donde se encuentre probablemente estará a salvo.

Apenas había pronunciado aquellas palabras cuando un movimiento en el lejano valle rocoso hizo que se llevara una mano a la boca. Eilonwy vio cómo las diminutas siluetas de Taran y su tropa iban emergiendo una a una de entre las cada vez más oscuras sombras.

—¡No! —jadeó Eilonwy—. ¡Vuelven a salir!

El lugar en el que se encontraba permitía que la muchacha escudriñara todo el valle, y de repente tuvo la horrible certeza de que los guerreros de los Commots y los Cazadores, que aún no se habían visto los unos a los otros, estaban reduciendo rápidamente la distancia que les separaba.

—¡Quedarán atrapados! —gritó Eilonwy—. ¡Taran! ¡Taran!

Los ecos murieron en la inmensa extensión nevada. Taran no podía verla ni oírla. La oscuridad acababa de caer sobre el valle y cegó a la muchacha ocultándole el inevitable e inminente enfrentamiento entre las dos partidas de guerra. Era una pesadilla en la que toda acción resultaba inútil y en la que sólo podía esperar la carnicería que no tardaría en producirse. Eilonwy tenía la sensación de que le habían atado las manos y le habían robado la voz.

Sacó su juguete de entre los pliegues de su capa sin dejar de gritar ni un momento el nombre de Taran, y alzó la esfera todo lo que pudo. La luz se fue haciendo más y más brillante. Los lobos empezaron a retroceder asustados, y Gurgi se tapó la cara con las manos. Los haces luminosos se extendieron y se alzaron hacia las nubes, como si el mismísimo sol estuviera saliendo de la ladera montañosa. Los riscos sumidos en las tinieblas y las ramas negras de los árboles quedaron bañadas en una potente y límpida claridad. Todo el valle estaba tan iluminado como si fuese mediodía.

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