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Authors: Ed Greenwood

Fuego mágico (14 page)

BOOK: Fuego mágico
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Era la muchacha de la posada. Aquella bonita cara que lo había mirado desde las sombras del pasillo. La pordiosera de la cocina, la había llamado Marimmar con desconsideración. Pero éste se había equivocado. Narm lo sabía incluso entonces. Pero, ¿cómo había venido a parar aquí?

La mujer de púrpura soltó la cuerda con otra de sus risas burlonas y la muchacha cayó con fuerza al suelo, luchando todavía por soltarse. La visión de su rostro congestionado mientras se debatía contra la cuerda hizo que una intensa cólera ardiera dentro de Narm; levantó entonces sus manos para apuntar hacia la mujer de púrpura, y pronunció la palabra conjuradora que Marimmar siempre le había prohibido estudiar, el conjuro que él había estudiado mientras su maestro dormía. El mágico misil salió despedido de su dedo como un rayo de luz que envolvió a la dama.

ésta se volvió sobresaltada y comenzó a reír al tiempo que movía sus manos. Narm se echó hacia un lado, pensando en lo débil que era su arte. La maga entonces interrumpió sus conjuros y agarró fuertemente con sus dedos el cabello de Shandril. Ante la descorazonada mirada de Narm, arrastró a la muchacha a través del óvalo luminoso y desaparecieron.

Entonces, la luz estalló y se desintegró con gran estruendo en torno a él.

5
La gruta del dracolich

Allí, en la oscuridad, muchos gusanos acechan y sonríen. Se hacen cada vez más ricos, gordos y perezosos a medida que pasan los años, y no parecen escasear los locos que los desafían y los hacen más ricos y gordos. Bien, ¿a qué esperas? ¡Abre la puerta y entra!

Irigoth Mmar, Sumo Mago de la Puerta de Baldur

Antigua Sabiduría de la Costa

Año del árbol Temblón

El resplandor se desvaneció dejándola en algún frío lugar. De nuevo yacía tendida sobre una piedra. Shandril suspiró para sus adentros mientras se retorcía contra la incesante presión y el constante deslizar de la cuerda sobre su cuerpo.

—¿Dónde estamos? —susurró a su secuestradora casi entre lágrimas. El alivio que había sentido al recuperar la capacidad de mover sus miembros había desaparecido.

Shadowsil se encogió de hombros:

—Un torreón en ruinas. Ven.

La cuerda se había deslizado hacia atrás para atar con mayor firmeza los brazos de Shandril contra su espalda; ésta vio que podía ponerse de rodillas y, con gran esfuerzo, de pie. La maga la hizo descender por una escalera curva de piedra, pero no antes de que Shandril pudiera echar una buena ojeada a través de la ventana. Vio montañas que parecían frías y aserradas... a muchos días de viaje desde Myth Drannor. Un halcón nival atravesó volando el escenario, pero no logró ver ninguna otra vida antes de que fuera remolcada escaleras abajo. éstas eran estrechas y empinadas, y estaban llenas de viejas plumas y excrementos de pájaro. No había sonido ni signo alguno de vida ahora. Una mano firme empujó a Shandril escaleras abajo.

—¡Te dije que él metería sus narices en algo enseguida y se compraría una rápida tumba antes de que llegáramos siquiera a tu segunda salchicha! —dijo una voz familiar flotando en alguna parte por encima de Narm—. Por eso lo seguí, no por los tesoros.

—Bien, tú eres el que entiende de eso de meter las narices en algo, al fin y al cabo, «¡no? —dijo otra—. ¡Por los dioses..., lo ha cogido de lleno! ¿Crees que vivirá?

—No si tú no usas algo de tu magia curativa rápidamente, ¡barriga de leviatán! ¡Deja de mover las mandíbulas y mueve tus dedos! Se debilita a cada segundo que pierdes. Mira el humo que sale de él; ¡todavía arde! No, quédate quieto, Narm. Puedo oírte.

Narm luchó contra un dolor atroz para hablarles de la chica de la posada y la mujer de púrpura, pero todo cuanto consiguió emitir fue un entrecortado sollozo. Torm le habló tranquilizadoramente en respuesta.

—Descansa, Narm. Quieres que rescatemos a la bonita muchacha atada con una cuerda a quien la maga, que, por suerte para nosotros, es una archimaga sin duda, se ha llevado a través del umbral luminoso. Bien, descansa tranquilo. Tienes la suerte de haber encontrado a los más grandes y temerarios chalados de todo Faerun, y nosotros lo haremos por ti. ¡Oh, por todas las estrellas, no llores! ¡Me da escalofríos!

—¡Calla! —dijo Rathan—. ¿Cómo puedo curarlo mientras estás blasfemando a Tymora?

—¿Yo? Jamás!

—¡Lo hiciste! «Por suerte para nosotros», te he oído decir en un tono trivial. Vamos, coge esta poción curativa; después de esto podrá beber.

Siguieron murmurando y, a través de la roja bruma acuosa que envolvía sus ojos, Narm vio un destello de luz. Después, un suave frescor se extendió poco a poco por todos sus miembros desterrando el intenso dolor. Y entonces se desmayó.

Descendieron las semidesmoronadas escaleras dando ocho vueltas o más en torno a la pared interior de la torre, hasta que la pared dio paso a una cavidad de roca natural con marcas labradas a herramienta.

—¿Qué es este lugar? —preguntó cansada Shandril; pero la maga, detrás de ella, no dio ninguna respuesta. No se atrevió a preguntar de nuevo, cuando en torno a ellas se abrió de pronto un tosco túnel. éste se unía con otros pasadizos menores en una pequeña caverna de techo inclinado.

Symgharyl Maruel empujó a la muchacha hacia la abertura mayor, que se perdía en una empinada cuesta abajo en la oscuridad. Shandril se detuvo.

—¡No puedo ver! —protestó.

Shadowsil se rió en voz baja detrás de ella:

—¿No haces nunca nada en tu vida, pequeña, sin que puedas saber antes adónde conduce? —y, riéndose de nuevo, agregó con tono amable—: Muy bien. —Y, haciendo una manipulación en la oscuridad, la luz se hizo.

Cuatro pequeños globos de luz pálida y nacarada surgieron de la nada ante los ojos de Shandril y, después, se separaron esparciéndose por el aire en majestuoso silencio. Uno se desplazó hasta quedar colgando junto a su hombro. Otro se detuvo a bastante distancia por delante de ella y dejó perfilarse el rugoso techo del túnel, que descendía empinadamente desde donde ella estaba. Los otros globos se situaron más cerca de Symgharyl Maruel. Shandril permaneció inmóvil y miró con atención alrededor. Todo en torno a ella era piedra y una corriente de aire soplaba en su dirección. De pronto, algo golpeó con fuerza su trasero y cayó de rodillas.

—Arriba y en marcha —se oyó la fría voz—. Mi paciencia se acaba.

En enojado silencio, Shandril luchó por ponerse en pie dentro de las apretadas vueltas de la cuerda mágica. Arriba y en marcha. A medida que descendía, la desigual rampa se iba convirtiendo en anchos escalones tallados en la sólida roca, y el aire se hacía más frío. Delante, más allá de los pálidos globos, se veía una especie de luz vaga y difusa. Shandril giró para acercarse a la pared izquierda, pero Symgharyl Maruel dio un tirón a la cuerda que, enseguida, se ciñó a su cuerpo con fuerza y Shandril volvió a su curso original con un suspiro contenido. Las titilantes luces estaban más lejos de lo que parecía y se hallaban todo a su alrededor cuando la escalera terminó.

Una gran caverna abierta se elevó delante de ellas. En sus paredes se hallaban incrustadas unas gemas de color verde mar, del tamaño de un puño, que Shandril reconoció al instante como los fabulosos beljurilos; pues, a intervalos irregulares, uno o más emitían un silencioso estallido de luz tal como había oído a los narradores de cuentos. Shandril pudo distinguir, gracias a su luz, que la caverna se extendía hacia su derecha; pero, de su verdadero tamaño, no tenía la menor idea. Era grande, es todo lo que sabía... y, de repente, se estremeció en aquella parpadeante oscuridad. ¿Le daría muerte la maga allí mismo, o la dejaría en una jaula para más tarde torturarla, o matarla o deformarla mediante algún experimento de magia? ¿O acaso habitaba allí alguna cosa? Shandril sólo podía oír los débiles sonidos de la maga tras ella y el ruido de sus propios pasos cuando desembocaron en aquel rutilante despliegue de luces. ¿En qué lugar de los reinos se hallaba?

—Detente, pequeña, y arrodíllate.

Shandril hizo lo que aquella apagada voz le pedía; la cuerda ya se estaba apretando en torno a sus rodillas para reforzar la orden. Los pálidos globos se apagaron de golpe. Shandril oyó a Shadowsil, detrás de ella, entonando un suave murmullo y, un instante después, todo se llenó de luz y Shandril pudo ver con claridad las toscas paredes de la enorme caverna donde se encontraba.

El suelo descendía delante de ella, y en su parte inferior había montones de cosas que brillaban y centelleaban a la luz. Había allí gemas, e incontables monedas, y estatuillas de jade y marfil diseminadas. También el brillo del oro llegó a sus ojos, y había muchas otras cosas deslumbrantes desconocidas para ella.

Entonces, una gran voz retumbó en torno a ellas. Shandril se quedó helada de miedo. La voz hablaba lenta y profundamente en la lengua común de los humanos, y a Shandril le pareció vieja, paciente y divertida... y peligrosa.

—¿Quién viene? —preguntó.

Algo se movió en la profundidad de la caverna, más allá de la luz de la maga, y entonces Shandril lo vio. Su seca garganta se cerró, y habría salido huyendo si las roscas de la cuerda no la hubieran mantenido firme donde estaba. Su lucha por liberarse hizo que cayera de lado sobre la piedra, donde se quedó tendida boca abajo para, al menos, no tener que ver.

—Symgharyl Maruel Shadowsil comparece ante ti, oh poderoso Rauglothgor. Te he traído un presente: una cautiva cobrada entre las ruinas de Myth Drannor. Su sangre puede ser valiosa para ti. Pero los seguidores de Sammaster lo comprobarán primero. Podría ser quien se les escapó en Oversember, y ellos sabrán cómo tuvo lugar tal cosa.

La dama se enfrentaba al gran dragón nocturno con calma y hablaba con respeto pero en un tono que no albergaba miedo. Shandril miró de reojo hacia él. No se atrevía a encontrarse de nuevo con su mirada; temblaba de sólo pensarlo. Pero la muchacha del Valle Profundo vio su gran masa esquelética avanzar inmensa y terrible hacia ellas por entre los montones de tesoro. Por sus grandes alas, uñas y cola, se trataba de un dragón; pero, con excepción de sus paralizantes ojos, su cuerpo era sólo huesos. Su largo cráneo con colmillos se inclinó para mirarla. Shandril sabía que él podía ver cómo lo miraba y también supo, con una sacudida de desafiante cólera, que eso le divertía.

—Mírame, pequeña doncella —bramó la criatura, y su voz resonó en la cabeza de Shandril.

La muchacha sacudió sus ataduras aterrada. ¡No miraría a esa criatura! Las lágrimas la cegaron. Sollozaba desconsoladamente mientras las cuerdas se aferraban con fuerza a su cuerpo y tiraban de ella obligándola a ponerse de rodillas; y también tiraban de su frente y garganta haciéndole levantar la cabeza. A través de una niebla de lágrimas, Shandril miró, y vio.

Los malvados ojos retuvieron su mirada como dos diminutas imágenes de la luna reflejadas en cristales de mica, como dos velas colocadas a la cabeza y los pies de un cadáver amortajado. Shandril temblaba de forma incontrolada mientras lo miraba, y sentía que aquellos ojos la perforaban hasta su mismísima alma. De pronto comprendió muchas cosas.

Este astuto y retorcido gigante entre los dragones ya era viejo cuando los hombres habían llegado por primera vez al Mar de las Estrellas Caídas y habían luchado con los elfos y las hordas de fantasmas y gnomos de los Picos del Trueno, las montañas que los elfos llamaban Airmbult, o «Colmillos de la Tormenta». Rauglothgor había sido a menudo los colmillos entre las tormentas de la montaña. Rauglothgor el Orgulloso, habían llamado sus congéneres dragones a aquella criatura por su arrogancia y su facilidad para sentirse ofendido y entablar disputas.

En su maldad y vileza había perseguido a dragones débiles y viejos y los había matado, con frecuencia mediante tretas traicioneras, para apoderarse de su dominio y tesoros. Riqueza tras riqueza habían caído en las garras del dragón, y éste las había acumulado en profundos y secretos lugares bajo los reinos que sólo él conocía. Y toda criatura que se aventuraba en ellos era muerta sin la menor compasión ni demora.

Los años pasaron, y Rauglothgor creció y devoró rebaños enteros de rothés en Thar, y de buckars en las Llanuras Brillantes, y más de una horda de orcos que descendían desde el norte por el Borde de los Desiertos. Rauglothgor se volvió fuerte y terrible, un gigante entre los dragones. Dejó a un lado el fingimiento y la prudencia y dio muerte a tantos dragones como encontraba a su paso; en el aire, en tierra e incluso en sus propios dominios, mató con saña y astucia y añadió nuevos tesoros a sus posesiones.

En su oscuro corazón, sin embargo, el viejo dragón rojo fue alimentando —a medida que se hacía más viejo y que, escapando a las ingeniosas trampas que le tendían, continuaba matando dragones— el temor a que un día su fuerza lo abandonaría y otro dragón más joven y avaricioso acabaría con él como él había hecho con sus mayores, y todos sus esfuerzos no habrían servido de nada. Durante años, esta preocupación carcomió el viejo corazón de la criatura y, cuando llegaron los hombres con ofertas de fuerza y riqueza eternas, el dragón no los mató y escuchó.

Mediante las artes del Culto del Dragón, el grande y malvado dragón rojo se convirtió, con el tiempo, en un malvado dracolich. Estaba muerto pero no estaba muerto, y los años no estropeaban su vigor y su fuerza, porque se había convertido en solamente huesos y magia, y su fuerza era la del arte y no podía ser minada por la edad.

Los años pasaron y Faerun cambió, y el mundo no era como había sido. Rauglothgor volaba con menos frecuencia, pues poco quedaba que pudiera igualar sus recuerdos, y pocos vivían de cuantos había conocido, y hombres adeptos al culto le traían tesoros para añadir a su polvorienta fortuna. El dracolich se fue volviendo cada vez más melancólico y solitario a medida que los reinos caían y los mares cambiaban y sólo él sobrevivía. Vivir eternamente era una maldición. Una solitaria maldición.

Shandril no podía apartar la mirada de aquellos ojos solitarios.

—Tan joven... —dijo la profunda voz y, bruscamente, el óseo cuello se arqueó hacia arriba y los ojos se cerraron, y ella se quedó sola temblando.

—Bien hallado seas, oh el Grande —dijo Symgharyl Maruel—. Con tu permiso, interrogaré a la muchacha antes de dejarla contigo.

—Concedido, Shadowsil —respondió Rauglothgor—. Aunque poco sabe ella de nada, todavía, creo yo. Tiene los ojos de una gatita que acaba de aprender a caminar.

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