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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #Ciencia Ficción

John Carter de Marte (12 page)

BOOK: John Carter de Marte
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En aquel momento procedimos a descender en espiral, lentamente, hacia una gran ciudad. Más tarde, supe que aquella metrópoli cubría un área de cerca de seiscientos kilómetros cuadrados. Estaba enteramente amurallada y las murallas y edificios eran de un color marrón oscuro, así como el pavimento de las avenidas. Era una ciudad escalofriante, lúgubre, enteramente levantada con roca volcánica. No pude ver ninguna señal de vegetación dentro de sus límites… ni un trozo de césped, ni un arbusto, ni un árbol; ningún color que cambiara la monotonía del sombrío marrón.

La ciudad era perfectamente rectangular; su eje más largo medía unos treinta y siete kilómetros, mientras que el más corto medía veinticuatro. Las avenidas estaban perfectamente trazadas y eran equidistantes unas de otras, cortando la ciudad en innumerables e idénticos bloques cuadrados. Todos los edificios eran perfectamente rectangulares, pero ninguno tenía el mismo tamaño o anchura… el único punto de ruptura en la monotonía depresiva de la tenebrosa ciudad. Bueno, no era lo único: había espacios abiertos donde no se levantaban edificios, quizá fueran plazas o zonas para desfilar. Pero cambié de opinión al aproximarnos más a la ciudad, pues todo estaba pavimentado de la misma roca marrón oscura. La ciudad era igual de depresiva, en apariencia, que Salt Lake City vista desde el aire en un día oscuro de Febrero. El único relieve sobre esta opresiva sensación de tenebrosidad era la cercana luz que prevalecía en la escena, la refracción de las llamas de los grandes volcanes sobre la superficie de la envoltura nubosa; esto y el desenfrenado crecimiento de una feraz vegetación tropical más allá de los muros de la ciudad… una fantástica e impresionante vegetación de fantásticos e impresionantes colores.

Acompañados por los dos patrulleros, descendimos suavemente sobre un gran espacio abierto cercano a la ciudad, y fuimos a detenernos cerca de un grupo de hangares en los que había muchas naves similares a la nuestra.

Fuimos inmediatamente rodeados por un destacamento de guerreros y, para mi sorpresa, vi a un cierto número de humanos parecidos a mí mismo en apariencia, excepto que su pie) era púrpura. Estaban desarmados y desnudos, excepto por unos taparrabos, y no llevaban correajes como los que usaban los morgors. Tan pronto como desembarcamos, esta gente arrastró la nave al interior del hangar. Eran esclavos.

No hubo intercambio de saludos entre los morgors recién llegados y los que esperaban a la nave. Los dos oficiales se saludaron e intercambiaron unas pocas formalidades; el comandante de nuestra nave dio su nombre, que era Haglion, el nombre de su nave, e informó que regresábamos de Marte… él lo llamó Garobus. A continuación, ordenó a diez de sus hombres que le acompañaran para vigilarnos a U Dan y a mí. Estos nos rodearon y empezamos a caminar a través del campo de aterrizaje tras Haglion.

Nos condujo a lo largo de una amplia avenida llena de peatones y tráfico. En las aceras sólo se veían morgors. El pueblo púrpura caminaba por una especie de arroyos. Muchos morgors iban montados sobre enormes y repulsivas criaturas con un incontable número de patas. Me recordaban enormes ciempiés, ya que sus cuerpos se articulaban de forma similar; cada juntura tenía cerca de treinta centímetros de largo. Sus cabezas eran pisciformes y extremadamente feas. Sus mandíbulas estaban equipadas con muchos dientes serrados y largos. Como casi todos los animales de Júpiter, lo supe después, estos eran ungulados, con cascos evidentemente preparados para las enormes zonas de lava ardiente que cubrían la superficie del planeta, así como para los trozos de roca volcánica que cubrían el suelo.

Estas criaturas eran de un gran tamaño, y podían sentarse sobre sus lomos entre diez y doce morgors. Había otras bestias de carga por las calles. Poseían formas extrañas y grotescas, pero no te aburriré describiéndolas aquí.

Sobre este panorama se movía el tráfico aéreo, formado por pequeñas naves que volaban en todas direcciones. Así, las avenidas daban cabida a una multitud de gente extraña, que raramente hablaba y nunca, por lo que pude ver, reían. Por lo que se podía apreciar, parecían estar en tristes sepulturas donde anclaban sus huesos en una vida absurda, en una ciudad de muertos, un cementerio.

U Dan y yo caminábamos por el arroyo, y los guardias sobre la acera muy cerca de nosotros. No poseíamos la categoría suficiente para caminar por donde ellos caminaban. Haglion nos guiaba hacia una gran plaza rodeada de edificios de considerable tamaño pero carentes de toda belleza. Algunos poseían torres… unas pequeñas, otras muy altas, pero todas feas. Parecían haber sido hechas para sobrevivir al paso de las eras. Nos condujeron a uno de los edificios, ante el que hacía guardia un solo centinela. Haglion habló con él y éste lo condujo al interior del edificio. Después entramos todos. Dio nuestros nombres y una descripción de cada uno de nosotros, que fue anotada cuidadosamente en un libro. A Haglion le dieron un justificante por nuestra entrega y se marchó junto con nuestra primera escolta.

Nuestro nuevo custodio dio instrucciones a varios guerreros que había en la sala, y estos nos llevaron a empujones a U Dan y a mí hacia abajo a través de una escalera hasta un oscuro sótano donde nos introdujeron en una tenebrosa celda. Uno de nuestros escoltas cerró la puerta y se marcharon.

IV

…Y LOS SAVATORS

Aunque siempre había sentido curiosidad por Júpiter, jamás me atreví a intentar viajar hasta él, pues conocía las teorías de los científicos terrestres sobre las inhóspitas condiciones atmosféricas que asolan este gran planeta. Sin embargo estaba aquí, y las condiciones no eran precisamente como las descritas por los científicos. Incuestionablemente, la masa de Júpiter es muy superior a las de la Tierra o Marte, aunque la gravedad es más ligera que la de la Tierra, igual que la que había experimentado sobre Marte. Esto se debe, comprendí, a la rápida rotación del planeta. La fuerza centrífuga, que tendería a expulsarme al espacio, se veía compensada por la fuerza de gravitación. Nunca antes me sentí tan ligero sobre mis pies. Estaba intrigado por la altura y la distancia a las que podría saltar.

La celda en la que me encontraba, aunque larga, no propiciaba un campo adecuado a este tipo de experimentos. Era una habitación larga de oscura lava rocosa. Unas pocas luces blancas dispuestas en receptáculos colocados en la bóveda la iluminaban. Desde el centro de una de las paredes un pequeño chorro de agua formaba un arroyuelo que iba a perderse en un pequeño agujero abierto en el muro del fondo de la celda. Un poco de musgo alfombraba el suelo. Éste era todo el mobiliario de la celda.

—Los morgors son unos anfitriones muy detallistas —le comenté a U Dan. Nos han dado agua para beber y bañarnos, poseemos un retrete, nos han facilitado un lugar donde sentarnos o permanecer de pie. Nuestra celda está iluminada y está reciamente construida. Estamos seguros contra los ataques de nuestros enemigos. Sin embargo por lo que a mí concierne, los morgors son…

—¡Shhhhh! —me previno U Dan—. No estamos solos.

Señaló hacia el rincón más alejado de la celda. Miré y por primera vez percibí lo que parecía ser la figura de un hombre sentado sobre el musgo.

Al mismo tiempo, la figura se levantó y se acercó a nosotros. Era, o parecía ser, un hombre\1.

—No necesitáis temerme —nos dijo—. Decid lo que os plazca de los morgors. No podéis concebir términos más insultantes o más violentos de los que yo he usado para referirme a ellos.

Excepto por su piel azul no pude apreciar diferencias considerables entre él y nosotros. Su cuerpo, desnudo, era lampiño excepto por su espesa melena, cejas y pestañas. Hablaba el mismo idioma que los Morgors. U Dan y yo habíamos usado el lenguaje común de Barsoom. Me sorprendió que este hombre hubiera podido entendemos. U Dan y yo nos mantuvimos en silencio durante un instante.

—¿Acaso —nos preguntó nuestro compañero de celda— no entendéis el idioma de Eurobus… eh?

—Lo hablamos —le dije—, pero estamos sorprendidos de que tú entiendas nuestro idioma.

El sujeto se rió.

—Y no lo entiendo —me dijo—. Lo que sucede es que mencionasteis a los morgors, así que supe que hablabais de ellos; y luego, cuando tu compañero me descubrió y te avisó para que callaras, pensé que estabas diciendo algo no muy educado sobre nuestros captores. Decidme… ¿quiénes sois? No sois morgors, ni parecéis savators.

—Somos de Barsoom —le dije.

—Los morgors le llaman Garobus —le explicó U Dan.

—He oído hablar de ello —nos dijo el savator—. Es un mundo que está más allá de las nubes. Los morgors van a invadirlo. Supongo que os habrán capturado para obtener información del planeta o para reteneros como rehenes.

—Para ambos propósitos, imagino —le dijo U Dan—. ¿Por qué estás preso?

—Accidentalmente salté sobre un morgor cuando atravesaba una avenida en un cruce. Choque con él y le dejé inconsciente. Por eso puedo ser destrozado en los ejercicios de graduación de las próximas clases.

—¿Qué quieres decir? —le pregunté.

—La educación de los jóvenes morgors se basa casi enteramente en la teoría y la práctica de la guerra. Como es algo espectacular e inflama la sangre de los jóvenes estudiantes, el día de su graduación llevan a cabo sangrientos combates. Aquellos de la graduación que sobreviven son elevados a la casta guerrera… la más alta casta entre los morgors. El arte, la literatura y la ciencia, a no ser que sirvan a los fines de la guerra, son absolutamente ignorados. Han podido vivir en Eurobus sólo gracias a los esfuerzos de los savators, aunque, infortunadamente, a costa de nuestra preparación y entrenamiento militar. Éramos un pueblo amante de la paz, nos armábamos sólo para la defensa —sonrió y se encogió de hombros—. Pero la guerra no se gana con métodos defensivos.

—Dinos algo más sobre los ejercicios de graduación —le pidió U Dan—. La idea es intrigante. ¿Contra quiénes pelean los graduados?

—Criminales convictos y esclavos —le respondió el savator—. Sobre todo hombres de mi raza, aunque de vez en cuando también lo hacen contra morgors sentenciados a muerte. Se supone que es la forma más vergonzosa de morir que un morgor puede sufrir, luchando hombro con hombro con los miembros de las castas más bajas contra los de su propio linaje.

—¡Miembros de las castas más bajas! —exclamé—. ¿Cómo es que os consideran así los morgors?

—Justo un escalón por encima de las bestias de carga, pero conscientes de nuestros actos, ya que se supone que diferenciamos entre lo bueno y lo malo… lo malo sería cualquier acto o expresión facial críticamente adverso hacia todo lo morgoriano o que puede volverse un acto o un gesto subversivo.

—Y suponiendo que sobrevivas a la prueba de la graduación —le pregunté—. ¿Serías puesto en libertad?

—En teoría sí. Pero no en la práctica.

—¿Quieres decir que sacrifican su honor por su propio beneficio? — le preguntó U Dan.

El savator rió.

—Carecen por completo de honor —nos dijo—, aún no he conocido a nadie que haya sido liberado tras haber sobrevivido al combate; al menos por lo que sé, no hay ningún liberado. Verás, los miembros de las clases superiores luchan por parejas contra un solo enemigo.

Esto me dio una pobre impresión del carácter de los morgors, cosa que ya había sospechado por mis propias observaciones. No es habitual que un pueblo guerrero se exceda en galanterías y sentido del honor, pero cuando esas características quedan sometidas a la brutalidad, los instintos humanos se atrofian y desaparecen.

Estuvimos en silencio durante algún tiempo, hasta que fue roto por el savator.

“No sé vuestros nombres —nos dijo—. El mío es Zan Dar.

Cuando le decíamos los nuestros, un destacamento de morgors entró en nuestra celda y nos ordenaron a U Dan y a mí que les acompañáramos.

—¡Adiós! —dijo Zan Dar—. Probablemente no nos volvamos a encontrar jamás.

—¡Cállate, cosa! —le advirtió uno de los guerreros.

Zan Dar me guiñó un ojo y se rió. El morgor estaba furioso.

—¡Silencio, criatura! —gruñó.

Pensé que iba a caer con su espada sobre Zan Dar, pero el que estaba a cargo del destacamento le ordenó salir de la celda. El incidente fue otro detalle de la arrogancia egomaníaca de los morgors.

Sin embargo sirvió para que cristalizara mi admiración por aquel savator que por primera vez había hablado con nosotros.

U Dan y yo fuimos guiados a través de la plaza hasta un gran edificio, cuya entrada estaba fuertemente custodiada. La visión de aquellos guerreros de repulsivos y estremecedores cuerpos como esqueletos y cabezas como cráneos desnudos, junto con la oscura y cavernosa entrada del edificio, sugería una terrible fantasía; la entrada al infierno guardada por la muerte. No era agradable pensarlo.

Permanecimos allí por algún tiempo, durante el cual algunos guerreros discutían como podrían discutir gatos callejeros.

—Son como los savators y, sin embargo, no se parecen —dijo uno.

—De todas formas son repugnantes —dijo otro.

—Uno es más oscuro que el otro.

Ahora, por primera vez, pude distinguir el auténtico color de los morgors. En lugar de ser de color marfil, vi que eran de un color rosado o rojo claro. Miré a U Dan. Él mostraba un intenso rojo oscuro. Una mirada a mis manos y brazos me confirmó que mi color era rojo oscuro, pero no tan intenso como el de U Dan. Al principio me sentí sorprendido, luego noté que la refracción de los resplandores rojos de los volcanes desde la superficie interior de la envoltura nubosa volvía nuestra piel de un rojo oscuro y hacía a los amarillentos pergaminos de piel de los Morgors aparecer rosa. Cuando miré alrededor noté que lo mismo sucedía con cualquier otra cosa. Recordé aquella canción popular que oí tiempo atrás en una de mis visitas a la Tierra. Creo que decía:

Miro al mundo a través de cristales color rosa, y todo es rosa ahora.

Bueno, no todo era rosa para mí precisamente, a pesar de que estaba en un mundo vosa.

Se presentó un oficial en la entrada y ordenó a su escolta llevarnos dentro. El interior del edificio era tan desagradable como el exterior, aunque, según supe después, se trataba del palacio principal del caudillo de los morgors; un edificio carente de toda ornamentación. Ninguna obra de arte alejaba la austeridad de los pasillos de oscura lava y las vacías habitaciones rectangulares. Ningún arco sostenía los afilados bordes de las entradas; ni una sola alfombra cubría el suelo marrón. Los deslucidos muros estaban helados. Nunca había estado en un ambiente tan depresivo. Incluso los sencillos pozos de las desiertas ciudades de Barsoom poseen elementos interesantes: bóvedas, arcos, envejecidas forjas de hierro viejo, que atestiguan el temperamento artístico de sus diseñadores. Los morgors, al igual que la muerte, carecían de arte.

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