Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (47 page)

BOOK: La batalla de Corrin
8.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Quieres decir que tendríamos que construir vehículos aéreos de madera para arrojar nuestras bombas?

—Algo mucho más sencillo. ¿Y si nos cubrimos con una manta o un hule, algo que esté hecho de un material orgánico que a esos bichos no les sirva? Podríamos acercarnos a las fábricas lo bastante para destruirlas. Pero eso sí, estaríamos totalmente desprotegidos. Si el truco falla, estamos perdidos.

—Tendremos que arriesgarnos, Abulurd. Me gusta el engaño que propones —dijo Vor con una mueca torva—. ¿Buscamos voluntarios o estás pensando lo mismo que yo?

—Bashar supremo, usted es demasiado valioso para…

Vor lo atajó.

—¿Recuerdas cómo me escarnecieron en el Parlamento y me llamaron viejo fósil de guerra? ¿No has visto la ineptitud con que reaccionan los soldados más jóvenes ante esta crisis? ¿A cuántos de ellos confiarías una misión peligrosa?

—Confiaría en mí mismo, señor.

Vor le dio una palmada en el hombro.

—Yo también confío en ti… y en mí. Y no diré más. Tú y yo pondremos este plan en acción.

Vor delegó sus poderes de mando en un grupo de oficiales, cada uno encargado de la defensa contra una de las fábricas de bichitos mecánicos. Dio una explicación detallada de lo que él y Abulurd pensaban hacer para que, si funcionaba, pudieran poner en práctica las mismas medidas. Y si él y Abulurd fracasaban, al menos quedaría constancia de que lo habían intentado; a los que quedaran quizá se les ocurriría algo más efectivo.

Vor estaba encantado con la idea de Abulurd.

—Has estado estudiando mis estrategias militares, ¿verdad?

—¿A qué se refiere, bashar supremo?

—Este plan rivaliza en ingenio con algunos de los míos —dijo Vor cuando estaba estirando la tela con la que se iba a proteger—. Engañar a las máquinas, jugar con sus sensores… como hice yo con la falsa flota en Poritrin.

—Esto no puede compararse con sus triunfos, bashar supremo —replicó Abulurd—. Estos bichitos son oponentes estúpidos.

—Dile eso a la gente que vamos a salvar. Vamos.

Tenían poco tiempo, y las posibilidades eran escasas, pero Vor y Abulurd hicieron lo que pudieron dadas las circunstancias. Otros soldados los ayudaron a cubrir los dos palés suspensores con diferentes capas de lona y sábanas, todo hecho con fibras naturales que los bichos no considerarían útiles para sus cilindros de producción. Luego Vor y Abulurd se cubrieron a sí mismos y los suspensores con aquellas lonas para que cuando se movieran con su material, desde fuera solo se viera una masa amplia e informe.

El palé de Abulurd contenía un gran depósito de plaz lleno con un líquido muy corrosivo conectado a una boquilla de dispersión. Vorian llevaba un obús de plasma que en teoría podía calcinar la fábrica… si lograban acercarse lo suficiente.

Los dos oficiales avanzaron casi sin ver nada. Aunque los suspensores mantenían sus palés por encima del suelo, ellos tenían que caminar sobre los escombros y los restos de los cuerpos despedazados.

A Abulurd el hedor le estaba poniendo malo, pero rechinó los dientes y siguió adelante. Habían acondicionado una parte de la tela con gasa para que pudiera ver lo que tenía delante. A la izquierda, la masa informe del bashar supremo le acompañaba. Debían de tener un aspecto ridículo, caminando bajo aquella especie de tienda de campaña. Las pirañas mecánicas habrían podido hacer jirones aquella tela en cuestión de segundos… de haber sabido que tenían que atacarles. Pero el tejido les mantenía a salvo de la programación simple y poco discriminatoria de las máquinas.

Avanzaban lentamente, con decisión. Abulurd sentía el zumbido continuo de aquellos bichitos como unas uñas eléctricas en su columna. En aquel momento no se le ocurría una forma peor de morir que sentir aquellas maquinitas devorándole el cuerpo… Aunque peor habría sido dejar tirado a Vorian Atreides. Eso nunca.

Finalmente, llegaron al borde del hoyo. La fábrica móvil abría sus fauces más y más, como una flor carnívora. Los recolectores robóticos arrojaban metales y fragmentos de material a la abertura, como sacerdotes ofreciendo sacrificios a un dios hambriento. Los materiales de desecho y los gases nocivos eran expulsados a través de unos tubos. De otras aberturas del complejo automatizado salían volando riadas de esferas plateadas que buscaban nuevos objetivos.

—Si no detenemos esto pronto —gritó Vorian por encima del ruido— se hará demasiado grande para que podamos destruirla llevando el material a mano.

Abulurd se plantó en el borde, sujetando el tubo de dispersión bajo los pliegues de la tela opaca, y accionó la bomba. Deslizó la boquilla por la ranura que había practicado en la tela.

—Todo listo, bashar supremo.

Vor, más impaciente aún que el bator, activó su obús de plasma y lanzó una llamarada de fuego de plasma sobre la fábrica. A continuación, Abulurd empezó a echar el líquido cáustico por el tubo, derramando una lluvia de productos químicos corrosivos.

Fue como tirar gasolina sobre una montañita de hormigas furiosas. Las llamaradas y el ácido que rezumaba causaron un daño inmediato y terrible a los artefactos de producción: los metales se fundían, los circuitos y los componentes se corroían. Un humo tóxico empezó a elevarse desde allá abajo. Las pirañas plateadas zumbaban y zumbaban, confusas.

Abulurd aferró la manguera, que seguía vomitando productos corrosivos, con cuidado de no salpicarse. Dirigió el chorro al gaznate de la tubería de fabricación y, a los pocos momentos, la fábrica gimió y se vino abajo, convertida en una caldera humeante de materiales fundidos.

Vor apuntó sus llamas de plasma a los robots recolectores, y destruyó todo lo que quedaba. El líquido corrosivo se encendió, y las llamas se extendieron al hoyo ya devastado.

Abulurd transmitió con aire triunfal a una subestación cercana, desde donde los oficiales seguían sus avances.

—¡Ha funcionado! Hemos destruido esta planta de fabricación. Que todos los subcomandantes sigan nuestros pasos. Ahora tenemos que ir a por las otras ocho.

—Y cuando terminéis con eso —dijo Vor para finalizar la transmisión—, aún nos quedarán cien mil pirañitas que eliminar.

Los devoradores volantes siguieron causando estragos, zumbando por las calles y matando a cualquiera que se atreviera a salir a investigar. Pero una vez eliminaron las unidades de fabricación, dejaron de producirse.

Por suerte, como tantos insectos que tienen una vida breve, las fuentes individuales de energía de los bichitos mecánicos se consumían, pero tuvieron que pasar varias largas y terribles horas antes de que el último de ellos cayera al suelo y cubrieran las calles, como una capa de teselas plateadas.

Exhaustos, Vor y Abulurd se sentaron en los escalones del edificio del Parlamento. Más de treinta representantes políticos habían muerto junto con los miles de víctimas de la ciudad. Sus cuerpos habían sido retirados, aunque aún se veían las manchas de sangre y las salpicaduras por las paredes y las escaleras.

—Cada vez que pienso que es imposible odiar más a las máquinas —dijo Vor—, este tipo de cosas me inspiran nuevas cotas de repulsa.

—Si Omnius ve la ocasión, tratará de atacarnos de nuevo. Hasta es posible que haya encontrado la forma de salir de Corrin.

—Quizá ha hecho todo esto solo por despecho —dijo Vor—. A pesar del daño y el dolor que han causado esos monstruitos, no creo que Omnius creyera de verdad que podría destruir Salusa Secundus con ellos.

El bator asintió, todavía profundamente afectado.

—La red de satélites Holtzman sigue rodeando Corrin. Omnius no puede escapar… a menos que tenga otro plan.

Vor aferró al oficial con firmeza por el hombro.

—No podemos permitir que esos políticos necios nos hagan bajar la guardia.

Se agachó y cogió una de las pequeñas esferas de una grieta en los escalones. Estaba inerte en su mano, con sus afilados dientes.

—Sus pequeñas fuentes de energía se han agotado, Abulurd, pero quiero que recojas cientos de estos artefactos. Tenemos que desmontarlos y analizarlos para que la Liga pueda desarrollar defensas adecuadas por si Omnius decide utilizarlos otra vez.

—Pondré a mis mejores hombres en ello, bashar supremo.

—Ponte tú, Abulurd. Quiero que tú te encargues del proyecto personalmente. Siempre he estado orgulloso de ti, y hoy me has demostrado que no me equivocaba al confiar en ti. Te quiero siempre a mi lado. Hace mucho tiempo te tomé bajo mi protección porque necesitabas ayuda. Ahora, de todos los soldados de Zimia, has demostrado que tú eres el mejor. Tu abuelo habría estado orgulloso.

Abulurd se emocionó al oír aquel elogio.

—Nunca me he arrepentido de reivindicar el apellido Harkonnen, bashar supremo, aunque otros me hayan echado encima un montón de mierda por eso.

—Entonces tal vez sea hora de que hagamos algo. —Vor entrecerró sus ojos grises—. Han transcurrido décadas desde que te conté la verdad sobre Xavier. Pensaba que con eso bastaba, pero no es así. Hay un viejo dicho que dice que lo pasado, pasado está. Durante todo este tiempo, he tratado de convencerme de que Xavier eligió su camino sin importarle cómo lo recordara la historia.

»Ni siquiera soy capaz de convencer a la Liga para que invierta la suficiente potencia de fuego para destruir al Omnius-Corrin y los cimek. ¿Cómo iba a convencerles de que reescriban la historia, perdonen a Xavier y reconozcan públicamente que Iblis Ginjo era el verdadero villano? —Sus ojos relampaguearon—. Pero no está bien dejar que mi viejo amigo pague ese precio. Tú has sido más valiente que yo, Abulurd.

Abulurd parecía a punto de atragantarse por el esfuerzo de contener las lágrimas.

—Yo… yo solo hice lo que me pareció más correcto, bashar supremo.

—Cuando vea la ocasión, sacaré el tema, al menos quiero que quede constancia de mi postura. —Miró a su alrededor, a las calles ensangrentadas de Zimia—. Quizá esta vez escucharán. —Apoyó una mano en el hombro de Abulurd—. Pero primero, es hora de que tengas tu recompensa. Desde la Gran Purga, tu rango no ha ascendido en consonancia con tu trabajo. Aunque otros oficiales lo nieguen, estoy convencido de que te han castigado por llevar el apellido Harkonnen. A partir de hoy eso va a cambiar. —Ahora Vor tenía una expresión torva y decidida—. Te hago la promesa solemne de que serás nombrado bashar, en cuarto grado…

—¡Bashar! —exclamó Abulurd—. Eso es subir dos rangos de golpe. No puede…

Vor le hizo callar.

—Ya me gustará ver si alguien es capaz de discutir mis decisiones después de esto.

56

A pesar de sus defectos biológicos, los humanos siguen viendo cosas que nuestros complejos sensores no pueden detectar, y comprenden extraños conceptos que una mente de circuitos gelificados es incapaz de asimilar. Así pues, no es tan extraño que entre ellos haya tantos que pierden el juicio.

Diálogos de Erasmo

Después de casi dos décadas, la flota robótica y las naves de hrethgir que trataban de destruirla estaban en un punto muerto, y la situación no daba una especial sensación de urgencia. Erasmo estaba mucho más interesado en un pequeño drama que tenía lugar en sus jardines.

No necesitaba ningún complejo o sutil sistema de espionaje; él se limitaba a observar discretamente. Gilbertus estaba tan embebido en su conversación con el último clon de Serena Butler que no había reparado en su presencia. Su pupilo humano miraba con arrobo a aquella criatura, aunque Erasmo no lograba entenderlo. Sin duda, después de veinte años ya se había cansado de tratar de convertirla en una compañera digna. Era un clon defectuoso y mentalmente deficiente. Tenía que haber algún error en la recreación de Serena que Rekur Van había hecho.

Pero, por alguna inexplicable razón, su pupilo decía sentirse apegado a aquel clon en particular.

Gilbertus estaba sentado con un libro ilustrado abierto en las manos, como un joven paciente y enamorado. Serena miraba las ilustraciones y escuchaba algunas de sus palabras, pero a ratos sus ojos se iban a las flores o a los colibríes que revoloteaban por allí.

Detrás del seto de hibisco, Erasmo permanecía muy quieto, como si con aquello pudiera convencer al clon de que era otra estatua del jardín. Él sabía que el clon de Serena no era estúpido… simplemente, carecía por completo de interés.

Gilbertus le tocó el brazo.

—Mira aquí, por favor.

Ella volvió a mirar al libro, y él siguió leyendo en voz alta. Con los años, le había enseñado diligentemente a leer. Serena tenía acceso a todos los libros y registros de las inmensas bibliotecas de Corrin, aunque rara vez cogía ninguno. Normalmente se concentraba en las cosas más insignificantes. Pero Gilbertus nunca había dejado de intentarlo.

Le mostraba al clon de Serena grandes obras de arte, le hacía escuchar sinfonías excepcionales, le explicaba tratados filosóficos. Pero ella estaba más interesada en ver bonitas fotografías y escuchar historias divertidas. Cuando empezó a aburrirse con el libro de ilustraciones, Gilbertus dio otro paseo con ella por los jardines.

Mientras observaba las técnicas improvisadas de enseñanza de Gilbertus, Erasmo pensó en lo que había hecho él mismo hacía tantos años, cuando Gilbertus no era más que un niño salvaje y violento. Aquella tarea le había exigido un esfuerzo y una dedicación de los que solo una máquina era capaz. Y con el tiempo, su trabajo con Gilbertus Albans había dado su fruto.

Ahora veía a su pupilo tratando de hacer lo mismo. Un interesante desarrollo. Erasmo no encontraba ningún defecto en la técnica de Gilbertus. Pero por desgracia, los resultados no se parecían en nada.

Gracias a los análisis médicos, Erasmo sabía que el clon de Serena tenía el potencial biológico que llevaba en sus genes, pero no gozaba de capacidades mentales. Y, lo más importante, carecía de experiencias significativas, no había vivido las mismas pruebas y desafíos que la Serena auténtica. Aquel clon siempre había estado demasiado protegido… demasiado adormecido.

De pronto a Erasmo se le ocurrió una forma de salvar la situación. Formando una amplia sonrisa en su rostro de platino, atravesó el seto y se acercó a Gilbertus, que también le sonrió.

—Hola, padre. Estábamos hablando de astronomía. Esta noche había pensado salir con Serena para tratar de identificar las constelaciones.

—Ya has hecho eso otras veces —señaló Erasmo.

—Sí, pero esta noche volveremos a intentarlo.

BOOK: La batalla de Corrin
8.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Supernova by Jessica Marting
Tin Lily by Joann Swanson
Fateful by Cheri Schmidt
It's Now or Never by June Francis
Finding Camlann by Pidgeon, Sean
HEALTHY AT 100 by Robbins, John
The Burnt Orange Sunrise by David Handler