Read La caza de Hackers. Ley y desorden en la frontera electrónica Online
Authors: Bruce Sterling
Tags: #policiaco, #Histórico
En 1983,
Mamá Bell
fue desmantelada por decisión de un tribunal federal. Las piezas de Bell son ahora entidades corporativas separadas. El núcleo de la compañía se convirtió en AT&T Communications y también en AT&T Industries —anteriormente Western Electric, la división de manufactura de Bell—. Los AT&T Bell Labs pasaron a ser Bell Communications Research, Bellcore. Y aparecieron las Compañías Operadoras Regionales Bell, en inglés, RBOCs, pronunciado «arbocks».
Bell era un titán e incluso estos fragmentos regionales son gigantescas empresas: compañías incluidas en la lista de 50 que aparece en la revista ‘Fortune’, con una gran riqueza y poder. Pero los limpios principios de
Una Política, Un Sistema, Servicio Universal
, estaban hechos añicos, aparentemente para siempre.
El principio de
Una Política
de los comienzos de la Administración Reagan, era dividir un sistema que olía a socialismo no competitivo. Desde entonces, no ha habido una verdadera
política
telefónica a nivel federal. A pesar de la división de la compañía, los fragmentos de Bell nunca han podido competir libremente en el mercado.
Las RBOCs están aún duramente reguladas, pero no desde arriba. En vez de eso, luchan política, económica y legalmente en lo que parece una interminable confusión, en un mosaico de jurisdicciones federales y estatales que se superponen. Cada vez más, al igual que otras grandes corporaciones americanas, las RBOCs se están convirtiendo en multinacionales, con grandes intereses comerciales en Europa, Sudamérica y los países de la costa del Pacífico. Pero esto también aumenta sus problemas legales y políticos.
Quienes pertenecían a la antigua
Mamá Bell
, no están contentos con su destino. Se sienten maltratados.
Podrían haber aceptado a regañadientes, el hacer una total transición al mercado libre; convertirse en compañías normales y corrientes. Pero esto nunca ocurrió. En vez de eso, AT&T y las RBOCs —
los bebés Bell
—, se sienten arrastrados de un lado a otro por regulaciones estatales, el Congreso, la FCC y especialmente por el tribunal federal del juez Harold Greene, el magistrado que ordenó la división de Bell y que se ha convertido de facto, en el zar de las telecomunicaciones americanas desde 1983.
La gente de Bell siente que hoy en día viven en una especie de limbo legal. No entienden qué es lo que se les pide. Si se trata de
servicio
, ¿por qué no son tratados como un servicio público? Y si se trata de dinero, entonces ¿por qué no son libres para competir por él? Nadie parece saberlo realmente.
Aquéllos que dicen saberlo, están todo el tiempo cambiando de opinión. Ninguna autoridad parece tener ganas de coger el toro por los cuernos de una vez.
La gente del mundo de la telefonía de otros países, se sorprende del sistema telefónico americano actual. No de que funcione tan bien; hoy en día incluso el sistema telefónico francés funciona. Se sorprenden de que el sistema telefónico americano
aún pueda funcionar
bajo estas extrañas condiciones. El
Sistema Único
de Bell de servicio de larga distancia es ahora sólo el 80 por ciento del sistema, encargándose del resto Sprint, MCI y las pequeñas compañías de larga distancia. Una guerra sucia con dudosas prácticas corporativas, como el «slamming» —un solapado método, para arrebatarle la clientela a los rivales— resurge con cierta regularidad en el sector del servicio de larga distancia. La batalla para destruir el monopolio de larga distancia de Bell fue larga y sucia, y desde el desmantelamiento, el campo de batalla no ha mejorado mucho. Los famosos anuncios de vergüenza-y-culpa de AT&T, que enfatizaban el trabajo de mala calidad y la supuestamente turbia ética de sus competidores, fueron muy comentados por su estudiada crueldad psicológica.
Hay muy mala sangre en esta industria y mucho resentimiento acumulado. El logotipo corporativo de AT&T posterior a la división, una
esfera rayada
, es llamado en el mundo industrial la
Estrella de la Muerte
—una referencia a la película
La Guerra de las Galaxias
, en la que la
Estrella de la Muerte
, era la fortaleza esférica del ultravillano imperial de respiración forzada, Darth Vader—. Incluso los empleados de AT&T están poco menos que encantados con la Estrella de la Muerte. Una camiseta muy popular entre los empleados de AT&T —aunque prohibida— lleva estampado el antiguo logotipo de Bell de los tiempos de Bell System, además de la moderna esfera rayada, con estos comentarios:
antes-después
«Esto es tu cerebro» —¡Esto es tu cerebro bajo el efecto de las drogas! AT&T hizo un gran esfuerzo bien financiado y determinado, para entrar en el mercado de los ordenadores personales; fue desastroso, y los expertos en ordenadores de telecomunicaciones, son llamados con sorna por sus competidores, escalapostes. AT&T y las RBOCs Bell aún parece que tienen pocos amigos.
Bajo condiciones de dura competencia comercial, un
fallo
del sistema como el del 15 de enero de 1990, fue una gran vergüenza para AT&T. Era un golpe directo contra su atesorada reputación de fiabilidad.
Días después del
fallo
, el director general de AT&T, Bob Allen, se disculpó oficialmente en términos de una humildad profundamente afligida:
Esta
carta abierta a los usuarios
del señor Allen fue impresa en gran cantidad de anuncios de prensa por todo el país: en el ‘Wall Street Journal’, el ‘USA Today’, el ‘New York Times’, el ‘Los Angeles Times’, el ‘Chicago Tribune’, el ‘Philadelphia Inquirer’, el ‘San Francisco Chronicle Examiner’, el ‘Boston Globe’, el ‘Dallas Morning News’, el ‘Detroit Free Press’, el ‘Washington Post’, el ‘Houston Chronicle’, el ‘Cleveland Plain Dealer’, el ‘Atlanta Journal Constitution’, el ‘Minneapolis Star Tribune’, el ‘St. Paul Pioneer Press Dispatch’, el ‘Seattle Times/Post Intelligencer’, el ‘Tacoma News Tribune’, el ‘Miami Herald’, el ‘Pittsburgh Press’, el ‘St. Louis Post Dispatch’, el ‘Denver Post’, el ‘Phoenix Republic Gazette’ y el ‘Tampa Tribune’.
En otra nota de prensa, AT&T sugirió que este
problema de software podría
haberle ocurrido igualmente a MCI, pero en realidad no le habría ocurrido —el
software
de centralitas de MCI era muy diferente del de AT&T, aunque no necesariamente más seguro.
AT&T también anunció su intención de ofrecer un descuento en el servicio el día de San Valentín, para compensar por las pérdidas durante la
caída del sistema
.
Se dijo al público:
Y más adelante se le aseguró que:
Mientras tanto, sin embargo, la policía y los departamentos de seguridad de las empresas, tenían sus propias sospechas sobre l
as posibilidades de repetición del problema
y sobre la verdadera razón por la que
un problema de esta magnitud
había ocurrido, al parecer sin proceder de ninguna parte. La policía y los agentes de seguridad sabían a ciencia cierta, que
hackers
de una sofisticación sin precedentes estaban entrando ilegalmente y reprogramando ciertas centralitas digitales. Corrían desenfrenadamente por el ambiente
underground
rumores sobre
virus
escondidos y
bombas lógicas
secretas en las centralitas, mezclados con muchas burlas sobre los apuros de AT&T y vanas especulaciones sobre qué incomprendidos genios
hackers
lo habían hecho. Algunos
hackers
, incluyendo a informadores de la policía, estaban intentando señalarse unos a otros como los culpables de la
caída del sistema
.
La gente de telecomunicaciones, encontró poco consuelo en la objetividad al contemplar estas posibilidades. Esto estaba demasiado cerca de su corazón; era embarazoso; dolía mucho, era difícil incluso hablar sobre ello. Siempre ha habido robos y otras prácticas ilegales en el sistema telefónico. Siempre ha habido problemas con las compañías independientes rivales y con las redes locales. Pero tener semejante problema en el núcleo del sistema, las centralitas de larga distancia, es un asunto terrorífico. Para la gente de telecomunicaciones, ésta es como la diferencia entre encontrar cucarachas en tu cocina y grandes y horribles ratas en tu habitación.
Desde el exterior, para el ciudadano de a pie, la gente de telecomunicaciones parece algo gigante e impersonal. El público americano parece mirarles como algo cercano a las estructuras soviéticas. Incluso cuando están en su mejor rutina cívica corporativa, subvencionando institutos de secundaria y patrocinando shows en la televisión pública, parece que no consiguen más que sospechas del público. Pero desde dentro, todo esto parece muy diferente. Hay una dura competencia. Un sistema legal y político que parece desconcertado y aburrido, cuando no activamente hostil contra los intereses de los de telecomunicaciones. Hay una pérdida de moral, una profunda sensación de que ha desaparecido el control. El cambio tecnológico, ha causado una pérdida de datos e ingresos a favor de otros nuevos medios de transmisión. Hay robos y nuevas formas de robar, cada vez con una escala mayor de sofisticación y atrevimiento. Con todos estos factores, no fue ninguna sorpresa ver a los de telecomunicaciones, los grandes y los pequeños, cantar a coro una letanía de amargas quejas.
A finales de 1988 y durante 1989, representantes del sector de las telecomunicaciones, agudizaron sus quejas ante esos pocos miembros de los cuerpos de seguridad americanos, que se dedicaban a intentar entender de qué hablaba la gente de telefonía. Los agentes de seguridad de telecomunicaciones habían descubierto el
underground hacker
, se habían infiltrado en él y se habían alarmado ante su creciente experiencia. Aquí habían dado con un objetivo que no sólo era odioso, sino que estaba a punto para un contraataque.
Esos duros rivales: AT&T, MCI y Sprint —y una multitud de bebés Bell: PacBell, Bell South, SouthWestern Bell, NYNEX, USWest, así como el consorcio de investigación de Bell, Bellcore y el proveedor de servicio de larga distancia independiente, Mid-American— iban a tener todos su papel en la gran persecución de
hackers
de 1990.
Después de años de ser arrastrados y empujados, los de telecomunicaciones habían, tomado de nuevo la iniciativa —al menos un poco—. Después de años de confusión, los de telecomunicaciones y los funcionarios del gobierno, iban de nuevo a unir sus fuerzas en defensa del Sistema. El optimismo triunfaba; crecía el entusiasmo por todas partes; el sabor de la futura venganza era dulce.
Desde el principio —incluso mucho antes de que
La Caza
tuviera nombre— la confidencialidad era un gran problema. Había muchas buenas razones para mantener la confidencialidad en
La Caza de Hackers
. Los
hackers
y los roba-códigos eran presas astutas, listos para escabullirse hasta sus habitaciones y sótanos, para destruir pruebas incriminatorias vitales ante la primera señal de peligro. Más aún, los propios delitos eran muy técnicos y difíciles de describir, incluso para la policía —más aún para el público en general—. Cuando dichos delitos
habían
sido descritos inteligiblemente al público en ocasiones anteriores, esa publicidad había hecho
aumentar
enormemente el número de delitos. Los especialistas en telecomunicaciones, a la vez que eran muy conscientes de las vulnerabilidades de sus sistemas, estaban muy interesados en no hacer públicas esas debilidades. La experiencia les había demostrado que esas debilidades, una vez descubiertas, serían aprovechadas sin piedad por miles de personas —no sólo por profesionales,
hackers
del
underground
y
phreaks
[
hackers
del mundo de la telefonía, especializados en conseguir servicio gratuito y asaltar centralitas], sino también, por gente normal más o menos honrada, que consideraba que robarle servicio gratuito a la
Compañía Telefónica
, sin rostro ni alma, era una especie de deporte de interior nada dañino—. Cuando llegó el momento de proteger sus intereses, hacía tiempo que los de telecomunicaciones se habían alejado de la simpatía pública general, causada por aquello de la
Voz con una Sonrisa
. Ahora, la
Voz
de los de telecomunicaciones solía ser un ordenador; y el público americano sentía un respeto y una gratitud inferiores a lo debido al buen servicio público legado por el Dr. Bell y el señor Vail. Al parecer, cuanto más usaban la alta tecnología y los ordenadores, cuanto más eficientes e impersonales se volvían los de telecomunicaciones, más sufrían el hosco resentimiento del público y su avaricia amoral.