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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La llave del abismo (46 page)

BOOK: La llave del abismo
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—Tú lo encontraste, Daniel. Es justo que seas tú quien lo haga.

Daniel contempló las dos pequeñas pantallas con el texto parpadeante. Cerró ambas mitades produciendo un pequeño clic. Por alguna razón solo miró a Maya mientras dirigía el pequeño barril hacia la oquedad de la mesa, como si los ojos cerrados de la muchacha le resultaran tranquilizadores. Abrió la mano y dejó caer el objeto con suavidad. Este se deslizó y quedó engastado en la oquedad.

Por mucho que lo esperase, no pudo evitar un grito de pavor.

Paredes y luces temblaron. Un resplandor cobalto lo llenó todo mientras el panel de los peces dibujados comenzaba a ascender descubriendo un cristal oblongo.

Se hundían. El agua anegó el cristal y el mundo se hizo negro. Reflectores que debían de estar situados en el ecuador de la nave revelaron sombras de peces vivos y un lecho rocoso. El vehículo tomó impulso, se deslizó por un túnel triangular y salió a mar abierto a través de una gigantesca grieta. Tras varios balanceos corrigió automáticamente su rumbo y el suelo del salón volvió a ser firme.

Pero en aquel momento nadie estaba pendiente de eso.

Todo el interés se centraba en el rostro que apareció en las pantallas de los
scriptoria,
la arrugada faz que cubría cada uno de los visores como el rompecabezas de una máscara dispersa en fragmentos.

—Os doy la bienvenida, seáis quienes seáis los que habéis encontrado esto. Os lego un trabajo que ni mis discípulos ni yo hemos podido finalizar, después de ver lo que hemos visto y saber lo que sabemos... Confío en que una humanidad más fuerte lo herede, lo complete y utilice lo mejor posible... —
Daniel tenía la impresión de que Katsura Kushiro lo miraba a los ojos desde sus oscuras cuencas, donde brillaba un centelleo de terror—.
Preparaos: estáis a punto de conocer la verdad sobre la
Llave del Abismo...

Nadie habló cuando las pantallas se apagaron. Todos permanecían sujetos a la barra como petrificados mientras el casco de la nave latía entre sordos retumbos.

El Amo, que era uno de ellos, también sentía miedo. Pero por dentro intentaba serenarse.

Porque, aunque los planes habían dado un giro imprevisto debido a los últimos acontecimientos —Turmaline había fracasado en su intento de eliminarlos—, la Verdad aún seguía disponible y nadie sospechaba de su presencia.

Mientras la nave parecía hervir sumergiéndose cada vez más en aquella tiniebla, el Amo, aferrado a una de las barras, se permitió una sonrisa.

• •
13.4
• •

Solo varías horas después, Daniel comprendió que sucedía algo extraño.

Hasta ese momento el viaje había sido únicamente abrumador. Sus compañeros parecían estar pasando por la misma etapa de estupor que él. Daban cuenta de las provisiones y se retiraban pronto, o permanecían en la sala y miraban absortos la oscuridad agitada tras el cristal. Nadie hablaba, pero Daniel podía imaginar lo que todos pensaban en la soledad de sus camarotes: que viajaban bajo el agua hacia el Lugar Temido, la materia de las pesadillas infantiles y el terror primigenio. Razonaba que Kushiro lo había planeado bien: si la nave no los hubiese llevado de forma automática, ninguno de ellos habría tenido el valor de dirigirla.

Sucedió durante una de sus visitas a la sala. Daniel acababa de subir la escalera y comenzaba a asomarse por la escotilla cuando lo oyó.

—Es muy probable que no obtengamos nada, Héctor... —Era el tono de Anjali Sen.

—Sea como sea, hay que intentarlo. —Era la voz cautelosa de Darby.

La única importancia que Daniel concedió al breve diálogo fue la que parecieron otorgarle sus protagonistas, que al verlo llegar se interrumpieron súbitamente.

Anjali, recostada en uno de los asientos, se examinaba las cicatrices cada vez menos visibles de sus manos. Luego estiró el flexible cuerpo con cierta languidez y se incorporó.

—Estaré en mi camarote —advirtió. Sonrió hacia Daniel antes de dirigirse a la escotilla por la que él acababa de subir.

Darby siguió sentado contemplando el oscuro espectáculo de la ventana. Llevaba una camiseta que dejaba sus velludos hombros al descubierto y pantalones holgados. Su barba presentaba un curioso aspecto de descuido nada común en él. Más allá del cristal hacia el que miraba se distinguían dos caminos de oro, dos realidades blancas y piramidales en medio de una nada absoluta. Peces asustados y horrendos parecían crearse y destruirse al atravesar aquellos raíles de luz. No había ni rastro del Color, pero Darby aseguraba que eso era «esperable»: la latitud por la que viajaban se hallaba muy alejada de la región donde persistía aquella radiación. Pese a todo, Daniel no sabía qué era preferible, ya que las sombras puras más allá de los reflectores resultaban atroces.

Mientras miraba por el ventanal, Daniel sintió de repente la tosca presión en su pierna desnuda de la mano del hombre biológico. Le confortó aquella caricia.

—A juzgar por nuestra velocidad y las coordenadas de destino, quedan unas veinticuatro horas para llegar a... lo que sea —dijo Darby con voz cansada. Parecía no haber dormido desde hacía días—. ¿Has venido a contemplar lo que ocultan las profundidades, jovencito?

—Me interesa más lo que ocultamos entre nosotros.

La respuesta logró arrancar la mirada de Darby del cristal. Con el velo color castaño transparente que vestía sujeto en su puño, Daniel le devolvió el escrutinio mientras apoyaba un pie en el asiento que Anjali había abandonado.

—Sigues dejándome al margen —añadió Daniel—, como cuando me mentiste en tu casa o me desdeñaste frente a Svenkov.

—No comprendo...

—Comprendes perfectamente. Estáis planeando algo.

—Vamos a intentar una cosa más bien arriesgada —concedió Darby al cabo del rato—. No queríamos comentarlo hasta no conocer sus consecuencias, y menos a ti...

—¿«Menos a mí»? ¡Estoy harto de que me dejes de lado cuando te interesa!

—Calma, jovencito, solo pretendo...

—«¿Protegerte?» Es la palabra correcta, ¿verdad, señor Héctor Darby? ¡Olvidas que estáis aquí por mí!

—¡Y quizá tú olvidas que ninguno de nosotros quería que vinieras!

—Pero he venido. ¡Y sabes bien lo que busco! ¡De modo que si tienes alguna información sobre la Verdad o el Amo, me gustaría conocerla! —Después de aquel estallido, Daniel pareció recobrar la calma. Sentado sobre la mesa de control, bajó los ojos—. Lo siento.

El hombre biológico le restó importancia con un ademán.

Siguió mirando el ventanal en silencio y al cabo de un rato dijo algo extraño:

—Hay oscuridad dentro y fuera.

Daniel lo miró.

—Y nos preocupa más la de dentro —añadió Darby—. La mercenaria que nos tendió la emboscada se llamaba Turmaline. Era una predestinada. ¿Sabes lo que son? Seres diseñados para fines tan específicos que se discute, incluso, si pueden considerarse humanos. El diseño de la predestinación no puede compararse a ningún otro: ni siquiera Maya es una predestinada. Turmaline había sido diseñada para matar o procurar placer, exactamente eso, solo eso. Su cabello era un hetero-injerto de cuchillas. Otros rincones de su cuerpo distarían de ser tan duros, pero a su modo también serían peligrosos. Podía danzar hasta enloquecer a quien la mirara o acribillarlo en dos segundos. Era un ser lujoso, comprado y elaborado a gusto de un cliente particular. Mitsuko la obedecía, pero Anjali sospecha que ella no controlaba a Mitsuko, solo le transmitía las órdenes que recibía. Llevaba un auricular orgánico y una microcámara en la retina izquierda con instrucciones. —Miró a Daniel—. No era ni la Verdad ni el Amo, solo una herramienta.

—¿Quizá uno de ellos sea Moon?

Darby negó con la cabeza.

—Tu venganza se ha visto satisfecha parcialmente: Turmaline acabó con Moon antes de seguirnos a Nueva Zelanda. Ha quedado registrado en el auricular. Anjali acaba de extraer la información.

Daniel no experimentó ninguna alegría ante aquella noticia. Era como si la pérdida de Moon le hubiese despojado de posibilidades de venganza. Pensó que la Verdad y el Amo, los auténticos responsables, se hallaban, tras la muerte de Moon y Turmaline, algo más lejos que antes. Pero las siguientes palabras de Darby desmintieron su temor.

—Están cerca, Daniel. Más cerca que nunca. Las informaciones del auricular eliminaron automáticamente cualquier mención sobre ellos, pero sería una ingenuidad pensar que no nos han seguido hasta aquí. En realidad, creo que el peligro es mayor que nunca, porque nuestra victoria sobre Turmaline nos ha hecho confiarnos. Y quizá eso era lo que pretendía quien la envió.

Hasta aquí.
Daniel intentó entender las implicaciones de lo que Darby decía. ¿Se refería a que podían estar en la nave?

Darby clavaba la vista en él.

—Solo nos queda una posibilidad: interrogar a Turmaline.

—Pero... está muerta...

—Así es, y sin embargo... No solo pretendíamos examinar su auricular cuando decidimos traer su cadáver a la nave.

Daniel dejó que el velo se deslizara por el centro de su cuerpo. Se abrazó a sí mismo y observó, más allá del ventanal, los simétricos senderos oscurecidos por vegetales y peces. Hablar con los muertos era una blasfemia que se sentía incapaz de imaginar.

—¿Puede hacerse? —preguntó.

—Los creyentes dicen que sí, y si ellos pueden, yo no veo inconveniente en aceptarlo. De hecho, me parece vital obtener esa información cuanto antes... Sinceramente, Daniel... —Darby retornó a contemplar el ventanal—. Aceptaría cualquier posible solución, fuera la que fuese. Porque creo que el peligro es mucho mayor que nunca.

• •
13.5
• •

—Tu padre conocía bien el Decimotercero —dijo Anjali Sen—. ¿Te explicó sus profundidades?

—No demasiado —se apresuró a responder Yilane, y su ansiedad despuntó en la voz.

Anjali observaba cómo su joven discípulo depositaba simétricas gotas de ungüento sobre sus brazos, pecho y vientre. Su trabajo era minucioso, pero las manos que sostenían el frasco temblaban.

—Haz lo que te indique y lo lograremos. —Anjali comprobó que la malla estuviera bien ceñida a sus piernas—. Vamos a la otra cámara.

El cadáver yacía en el suelo balanceándose con los casi imperceptibles movimientos de la nave. Su cabello metálico producía un tintineo como de pequeños adornos colgantes. Aunque el perfecto diseño de su piel y la temperatura del cilindro de congelación había retrasado cualquier signo de descomposición en Turmaline, las heridas del rostro seguían siendo un espectáculo difícil de contemplar.

Hubo un silencio. Solo se oía el roce de las palmas de las manos de los dos creyentes al frotar sus cuerpos con el ungüento, y aquel ligero tintineo del cabello.

—Puede que no quiera contestar —observó Yilane—. Se dan casos...

—Entonces la haremos hablar. Tendrá que responder. No podrá negarse.

Una de sus manos se tendió en el aire y alcanzó el suave brazo de Yilane, que dejó de temblar.

—Yil: un cuerpo muerto es como un cuerpo vivo —dijo Anjali—. No nos deben dar más terror unos que otros. Quizá te agobie el pensamiento de realizar un acto blasfemo, pero recuerda que se trata de una predestinada. No son iguales que los seres humanos.

El joven creyente asintió, pero se alejó del contacto con Anjali, como queriendo demostrar que no la necesitaba. Una hora antes habían compartido orgasmos para menguar el infinito pánico que les infundía lo que se iban a hacer. Como en ocasiones similares, ella lo había acariciado al tiempo que lo hacía consigo misma, hasta obtener el placer en ambos. Yilane siempre respondía con una entrega total, pero Anjali había percibido su distancia.
Quiere probar que ya no me necesita,
pensaba. Le gustaba esa temeridad, pero no cuando comprobaba que, bajo ella, el fascinante Yilane seguía escondido dentro de sí mismo, tembloroso.

Anjali desvió la vista hacia su
scriptorium,
situado sobre la mesa. Quedaban apenas cuatro horas para que la nave llegara al final del trayecto, según los cálculos de Darby. Tenían que apresurarse.

Habían elegido la cabina que servía de almacén. Se trataba de una cámara cuadrada con una habitación adyacente más pequeña. Las paredes de la primera eran blancas y las de la segunda grises. Además de cajas con piezas de repuesto, la primera cámara contenía dos cilindros de congelación muy útiles. En uno de ellos habían introducido el cadáver de la Rubia al traerlo a la nave.

Habían pasado las horas previas sumidos en los preparativos. Anjali llevaba en su mochila una malla de rombos anchos y un frasco de ungüento. Yilane sacó sus ajorcas, brazaletes y collares. Luego entraron en el pequeño cuarto gris y se desvistieron. Anjali calzó la malla y Yilane se colocó las joyas. Entonces ambos empezaron a frotarse el cuerpo con los ungüentos que provocarían la emisión de sudor. El cabello azabache de Anjali, cuidadosamente peinado, ondeaba reflejando las escasas luces de la habitación en tonos opalescentes. La india sonrió hacia su discípulo y este la imitó: teniendo en cuenta lo que se disponían a hacer, pensaba que se hallaban de bastante buen humor.

Yilane miró hacia el cadáver.

—Tiene el rostro destrozado...

—La lengua está cortada en finas capas, eso será un problema, pero podrá pronunciar palabras breves... ¿Preparado?

—Sí. —Yilane no se apartó esa vez cuando su maestra lo tomó del mentón.

—Saldrá bien, Yil —dijo Anjali—. Empezaré con los gestos. Te llamaré luego.

Los gestos de danza frente al cadáver debían ser secretos. Todo lo relativo a la muerte lo era, y ambos lo sabían. Cuando la puerta se cerró detrás de Yilane, Anjali comenzó una danza lenta en la que creyó vislumbrar que el rostro de Turmaline la miraba. En un momento dado sus giros despidieron gotas de sudor hacia el suelo. La malla recogía la mayor parte de ese sudor y lo cristalizaba, convirtiendo sus piernas en moldes de escarcha frágil. Luego esos delicados cristales constituirían parte de las «Sales Esenciales» que se precisaban para el rito.

Bailó sin pensar ni sentir otra cosa que su propio cuerpo y el calor de la transpiración. Cuando la capa cristalizada se hizo lo bastante opaca, se detuvo y regresó a la cámara gris, donde procedió a quitarse la malla con extraordinaria delicadeza al tiempo que desprendía los cristales con el cuidado de un orfebre. Al fin se bajó la malla hasta los tobillos y dejó que su cuerpo temblara enfebrecido.

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