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Authors: Frederique Molay

Tags: #Intriga, #Policíaco, #Thriller

La séptima mujer (5 page)

BOOK: La séptima mujer
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—Yo me ocupo personalmente de la cuestión de la paternidad y, por consiguiente, de ponerme en contacto con el ginecólogo de la señorita Jory —anunció Nico—. Luego iré a la Sorbona. Para todo lo demás, adelante, emplead los métodos habituales. Tengo cita a las once con el fiscal, así que haremos una primera síntesis de los elementos de la investigación a las diez. ¡Y que la científica mueva el culo!

El comisario Rost y el comandante Kriven salieron de su despacho Nico marcó el número de teléfono de la hermana de Paul Terrade, ya que había pasado la noche en su casa. La mujer descolgó al instante.

—Comisario Sirsky —se presentó con su voz grave y tranquila—. ¿Cómo está su hermano?

—No ha pegado ojo en toda la noche. ¡Se ha negado a dormir como si quisiera velar a Marie-Héléne!

—Así no aguantará mucho tiempo. Debería acompañarlo a un médico; ha sufrido una experiencia traumática que difícilmente podrá superar solo.

—Es lo que tengo la intención de sugerirle hoy mismo. Pero Paul puede ser tan cabezota a veces…

Por el comportamiento de su hermana daba la sensación de que Paul Terrade estaba en buenas manos. El tono de su voz reflejaba tristeza, pero las palabras eran razonables.

—Escuche, necesitaría verlos urgentemente, a usted y a su hermano.

—¿Por qué, tiene novedades? —preguntó su interlocutora.

—En cierta manera. A las nueve en mi despacho, ¿le va bien?

—Pues sí que es importante… Por supuesto, ahí estaremos.

—Entonces hasta ahora —terminó Nico Sirsky.

A continuación hizo una lista de todos los facultativos que trataban a los Terrade: de cabecera, oftalmólogo él, dentista, ginecólogo ella. Era este último quien le interesaba. A esa hora la consulta no debía de estar todavía abierta. Pidió que le encontrasen los datos personales del médico y luego marcó su número. Le respondió una voz de mujer. Le dijo quién era y ella llamó a su marido, el doctor Jacques Taland.

—¿En qué puedo ayudarlo, comisario? —preguntó, ansioso.

—Es respecto a una de sus pacientes…

—Ah… —soltó el médico, tranquilo al saber que no se trataba de su familia.

—Marie-Héléne Jory…

—La vi el viernes pasado. Le confirmé que estaba embarazada, estaba radiante. Algo así no se olvida tan rápido, aunque por supuesto anuncio esa clase de noticias bastante a menudo. Incluso derramó unas lágrimas, una joven visiblemente emotiva. Los resultados de su extracción de sangre no deberían tardar. Pero hablo, hablo… Discúlpeme. ¿Qué es lo que le preocupa, exactamente?

—La señorita Jory ha fallecido, doctor.

En el otro extremo de la línea se hizo el silencio.

—Ha sido asesinada —precisó Nico.

—¡Qué horror! ¿Y qué puedo hacer para serle útil?

—Necesito que me envíe su expediente médico, es urgente.

—Supongo que, en estas circunstancias, el secreto médico queda levantado.

—Me hace llegar los documentos en el transcurso del día a cambio de lo cual yo le envío un requerimiento del fiscal de la República. ¿Le parece bien?

—Sí, sí, confío en usted.

—Además, necesito su declaración. ¿Cuándo puede pasar?

—¿Le llevo el expediente en mano, digamos, hacia la una?

—Perfecto, lo espero en el 36 del Quai des Orfèvres.

Colgó y acto seguido llamó a la Sorbona. Pidió hablar en persona con el decano de la facultad. Era una mujer, una tal Françoise Pasquier, le informó la telefonista.

—Me imaginaba que se pondría en contacto conmigo esta mañana —declaró ella con voz autoritaria, ahorrándoles inútiles presentaciones.

—¿Conoce el motivo de mi llamada?

—¿Qué cree usted? ¡Si un profesor falta a sus clases toda la tarde, quiero saber por qué! Me pusieron al tanto anoche. Teníamos el número de móvil de su novio. Lo siento tantísimo por Marie-Héléne Jory y por su familia. Era una profesora excelente, se tomaba muy en serio su trabajo, y se preocupaba especialmente por sus estudiantes.

Eso era lo que Nico apreciaba en las mujeres, ese don que tenían de prestar atención a su entorno familiar o profesional. Y además, las estadísticas demostraban que mataban mucho menos que los hombres: la población femenina representaba entre el diez y el trece por ciento de los criminales del mundo. Sin testosterona, menos pulsiones sexuales y violaciones. Así que, definitivamente, ¡prefería a las mujeres!

—¿Algún conflicto con un colega, algún problema con la administración?

—Ninguno, se lo aseguro —respondió Françoise Pasquier—. Pero entendería que quisiera asegurarse. Supongo que tendremos el honor de recibir su visita.

La decana de la facultad era ostensiblemente una mujer enérgica e inteligente.

—Por la tarde, hacia las tres.

—Estaré en mi despacho, lo recibiré.

Mientras las tradicionales frases de cortesía ponían punto final a su conversación, lo avisaron de que Terrade y su hermana acababan de llegar. Los hizo sentarse delante de él en profundos sillones de cuero marrón. Sólo los separaba el austero escritorio.

—¿Ha encontrado algo? —se angustió Paul Terrade.

—En efecto, su novia estaba embarazada.

Los dos visitantes palidecieron al oír la noticia. Nico dejó flotar voluntariamente un pesado silencio, aunque sabía que el procedimiento era dudoso en esas circunstancias. La hermana de Terrade colocó una mano en el hombro de su hermano y Nico observó sus dedos, que se volvían blancos por la presión. Podía oír la respiración de Terrade, que revelaba una emoción contenida a duras penas. ¿Estaba actuando? Le costaba creérselo.

—¿«Embarazada»? —pronunció con dificultad Terrade.

—De un mes más o menos. ¿No lo sabía?

—No, a pesar de que Marie-Héléne había dejado de tomar la píldora hace tres meses.

—La señorita Jory se enteró el viernes, hace cuatro días.

—¿Por qué no me dijo nada? —preguntó Terrade, aturdido.

—Tuvisteis un fin de semana muy intenso —intervino su hermana—. A una mujer le gusta elegir el momento propicio, el instante apropiado para anunciar un acontecimiento tan importante. Se disponía a decírtelo, Paul, eso es seguro.

Terrade se desplomó de repente. Entre sollozos murmuró «mi hijo», tomando conciencia de esa pérdida que se añadía a su dolor.

—Lo siento mucho, pero debo pedirle muestras para una identificación de ADN, señor Terrade. Debo asegurarme de que usted era el padre.

El hombre lo fusiló con la mirada. Nico lo sabía, el procedimiento tenía algo de inhumano.

—Es un examen rutinario —creyó oportuno precisar Nico a modo de excusa—. Mandaré que venga una enfermera. Mientras tanto, quizá quieran tomar un café.

Nico llamó a un colega para que acompañara a Terrade y a su hermana a otro despacho, donde se encargaría del resto del proceso. Un simple cabello, un pelo, algunas células cutáneas, una mancha de sangre, de esperma, un poco de saliva bastaban. La muestra sería precintada y llevada al conductor del primer TGV
[4]
que saliera para Nantes. Este asunto constituía un escollo entre Nico y su jerarquía, porque en lo tocante a los análisis de ADN, Nico confiaba más en el Hospital Clínico de Nantes que en el laboratorio científico de la policía. Tendría los resultados antes de veinticuatro horas.

No se quedó mucho tiempo solo. Llamaron a la puerta y uno de los cuatro jefes de sección entró sin miramientos.

—¿Sabes la última? —soltó el hombretón—. Acaban de llamar del Elysée
[5]
. El jefe de gabinete del presidente quiere noticias de la investigación sobre el asesinato de la señora De Vallois.

Los De Vallois habían marcado la historia de Francia. Delphine de Vallois, amiga personal del presidente, había sido asesinada dos años antes en su cochambroso piso del distrito XVIII de París. Hacía mucho tiempo que había dilapidado su fortuna y sus amistades ya no eran las de una mujer respetable. El culpable nunca había sido desenmascarado, a pesar de que la brigada criminal tenía su opinión sobre la cuestión. Suponía que un amante rechazado había sufrido un ataque de cólera repentino. Los numerosos hematomas del cuerpo de la víctima evidenciaban la intensidad de la lucha. Manifiestamente, la pareja se peleaba con frecuencia. Sólo quedaba capturar al sospechoso.

—¿Quieres saber lo que pienso? —contestó Nico—. ¡Envíales el mismo expediente que la última vez! Nos están jodiendo con esta historia. Nosotros no recibimos órdenes del Elysée.

El caso no presentaba demasiado interés. De todas formas, sus servicios acabarían por atrapar al culpable. Era una ventaja excepcional para la brigada, tenían tiempo por delante para trabajar. Algunas investigaciones podían llevarles meses, incluso varios años. El caso de Marie-Héléne Jory era totalmente diferente; si querían resolverlo, había que actuar deprisa.

—Bien dicho, jefe, también están empezando a cargarme —comentó su subordinado—. Bueno, veo que esta mañana no habrá reunión, ¿no?

Cada día, hacia las nueve y media, los jefes de sección se reunían en su despacho para compartir un café y hacer balance brevemente, sin ni siquiera sentarse.

—¡No! Pero de forma totalmente excepcional, el caso Jory es prioritario.

—¡Ah, qué potra tenéis! Me habría gustado estar.

Nico sonrió. A sus hombres les apasionaba su trabajo. Cuando una investigación se preveía especialmente difícil, todos se presentaban voluntarios para participar en ella y aplicar toda su pericia. Pertenecer a la brigada criminal implicaba un perfil muy específico, el de un intelectual meticuloso. Todos eran policías con experiencia y aptitudes, policías que él mismo había elegido de una lista muy selecta.

El jefe de la sección antiterrorista se unió también a ellos. Al final, la reunión matinal se organizó de forma improvisada. Era cierto que la situación internacional le exigía trabajar en estrecha colaboración con todos los servicios concernidos.

—Toma, aquí tienes el expediente que me has pedido sobre los movimientos chechenos en Francia —dijo el comisario—. La religión no es el único elemento decisivo; las relaciones tribales tienen mucha importancia en su estructura. Su cabecilla está sometido a constante vigilancia, puedo decirte incluso dónde y cuándo mea.

—Bien, hay que estrechar el círculo. No podemos permitirnos bajar la guardia; los ciudadanos correrían peligro.

—Presión máxima. Los chicos no aflojan.

—Perfecto, es exactamente lo que quiere saber nuestro ministro del Interior. ¿Y con respecto a Iraq? —prosiguió Nico con un tono rutinario.

Mucho antes de que los medios de comunicación difundieran la amenaza y de que los dirigentes de todo el mundo se movilizaran a favor de la guerra o firmemente en contra de ella, su equipo apostaba cada mañana no sobre su probabilidad, sino sobre cuándo se desencadenaría. Las informaciones ultra confidenciales de que disponían dejaban pocas dudas al respecto. Los combates se habían entablado, la coalición asumía las consecuencias, los riesgos del terrorismo se intensificaban en el territorio nacional.

—Allí los atentados continúan causando víctimas —declaró el jefe de la sección antiterrorista—. Resumiendo, seguimos en situación de alerta.

Nico asintió. ¿Qué relevancia tenía el caso de Marie-Héléne Jory en todo eso? Extraña perspectiva…

Anne o Chloé
5

Anne Recordon y Chloé Bartes se conocían desde la escuela primaria. Eran las mejores amigas del mundo. Con treinta y tantos años, en la actualidad compartían lo fundamental de su vida adulta. No habrían podido estar más unidas aunque hubieran sido hermanas.

Esa mañana, caminaban en dirección a su gimnasio. Querían mantenerse en forma y desplegaban todos los esfuerzos necesarios. Comer ligero, evitar el alcohol y el tabaco, y practicar una actividad deportiva constituían las reglas de su vida cotidiana. Felices, seguro que lo eran; su éxito social y sus atentos maridos les garantizaban un bienestar perfecto y aséptico. De carácter alegre, sus conversaciones solían terminar en carcajadas. Nada ni nadie habría podido hacer mella en su seguridad y hacerlas dudar de su apariencia. Absolutamente nadie.

Salvo él, que las espiaba, infatigable. Él era capaz de todo, incluso de lo peor. Las había seguido desde que habían salido de sus domicilios, como llevaba haciendo varios días. Resuelto, conocía los más mínimos detalles de sus horarios, los itinerarios que seguían, los medios de transporte que utilizaban. Sus actividades eran como un reloj. Lo imprevisto no tenía cabida. Incluso cuando paseaban sin rumbo, siempre era en el mismo barrio, delante de las mismas tiendas. A veces, algún hombre se dejaba llevar y les lanzaba un silbido admirativo o intentaba abordarlas, lo que indefectiblemente provocaba en ellas una risita de jóvenes amedrentadas. Pero en él nunca se habían fijado. Él, que las observaba con una mirada neutra, que apuntaba cada una de sus manías, seguía siendo invisible a sus ojos. Él, que no representaba nada en sus vidas, decidiría su muerte. ¡Qué fuerza! ¡Qué poder tenía…!

Nico se inclinó sobre el teclado de su ordenador y abrió el correo. La doctora Armelle Vilars acababa de enviarle el informe de la autopsia. Lo hojeó rápidamente. Los análisis toxicológicos y serológicos eran normales. El puñal estaba descrito de forma minuciosa. Primero el criminal se había ensañado con su víctima usando un látigo. Los senos habían sido seccionados con bisturí. ¿Qué pasaba por la cabeza de un hombre que perdía de esa forma el control de sí mismo? ¿Una sustancia química, una corriente eléctrica, una idea, una fantasía eran decisivas? La mujer había sido torturada con perversidad y la violencia se había impuesto sobre la meticulosa organización del encuentro ¿Qué emoción lo había traicionado? La naturaleza del asesinato y su puesta en escena constituían un indicio para entender la personalidad del culpable.

¿Conocía este a Marie-Héléne Jory? ¿Qué elementos intervenían en la elección de la víctima? Tantas preguntas todavía sin respuesta… El embarazo de la joven estaba confirmado: el embrión se encontraba bien fijado a la pared uterina, los tejidos apenas se diferenciaban, el corazón se estaba formando y su tamaño era de 0,4 milímetros.

Nico llamó a su secretaria y le rogó que localizara a Dominique Kreiss. Deseaba que la joven estuviera presente durante la reunión que se celebraría al cabo de unos minutos. Quería comparar su análisis de los hechos con el de la psicóloga.

Eran las diez, y el equipo al completo cruzó la puerta de su despacho. El comisario Jean-Marie Rost tendió el informe preliminar a su superior. Nico lo felicitó con la mirada, sabía la prisa que se había dado su jefe de sección para tenerlo lo antes posible.

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