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Authors: Luis Corbacho

Mi amado míster B. (17 page)

BOOK: Mi amado míster B.
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—¿Hola? —contesté medio dormido.

—Martín, ¿qué hacés todavía ahí? ¡Son casi las once! En quince minutos salimos para la última excursión, dale, apúrate, que te esperamos en el lobby.

Era la productora, con voz de histérica, gritando en el teléfono y rompiéndome los tímpanos a través del tubo. Yo no entendía nada, la cabeza me daba vueltas, me dolía como mierda. Me paré y sentí el mareo, odié la puta excursión, pero si no iba, ¿quién escribiría el maldito artículo? ¿Quién haría las entrevistas? Esa productora boluda, que no sé para qué carajo había ido, apenas sabía escribir su nombre, y encima era amiga de la gorda Mariana y, seguramente, le iba a detallar todos los desplantes que le hice durante el viaje. Tengo que ir. No me queda otra, pensé, y me metí en la ducha de agua helada. Estuve como zombie durante todo el maldito día, tratando sin éxito de concentrarme en las reliquias del Museo Maya y en la historia de cada uno de los jodidos esqueletos que aparecían en la expedición a las catacumbas. No hablé con nadie, ni siquiera con el holandés de ojos verdes, que no dejaba de preguntarme si me sentía bien.

A las cinco volví rendido al hotel, me tiré una hora en la cama y, ya recuperado, salí a dar una vuelta por el pueblo. Pasé por el ciber, estaba intrigado por la reacción de Felipe ante mi mail tan violento. Aunque lo odiaba y me había prometido borrarlo del mapa, muy en el fondo mantenía la esperanza de que me pidiese perdón, de que me rogara que fuese a verlo.

mi querido martín:

acabo de llegar del canal, el especial fue un éxito, estoy feliz, perdona ese mail idiota que te mandé, olvídalo, estaba muy mal y me quejé con vos. fui un idiota: lo siento, pero sabes que te amo y que muero de ganas de verte, espero que puedas venir el domingo, sería genial! y si no se puede, te espero el lunes o cuando quieras, será delicioso estar con vos acá. ya estoy mucho mejor del resfrío, te adoro, no dejes de venir, besos y abrazos con todo mi amor.

felipe

Un par de lágrimas salpicaron el teclado. Aunque odiaba reconocerlo, estaba a sus órdenes. Sus palabras me dominaban, iban más allá de mi conciencia para clavarse en el corazón y recordarme que lo seguía amando, a pesar de todo. Pero no podía olvidar ese mail tan horrible, lo mal que la pasé la noche anterior, la angustia por sentir que todo había terminado, la incerti-dumbre de verme solo y perdido en Miami. No le contesté, preferí darme un tiempo para pensar antes de tomar una decisión apresurada. Salí a caminar y me metí en el bar más lindo del pueblo. Era todo de madera, con una barra llena de tragos, buena música y un montón de extranjeros de todos los tamaños y colores con cara de estar pasándola de puta madre. Me senté a mirar, animado por el ambiente, y pedí un mojito bien liviano. De pronto sentí una mano que me daba palmadas en el hombro derecho. «Hi! How do you feel? BetterP», preguntó el holandés de ojos verdes con una sonrisa entre sus labios pálidos. «Yeah! Good, good», le respondí en mi inglés indio y lo invité a sentarse. Hablamos de lo pintoresca que era Copán, de ese bar con tanta onda en el que nos encontramos, de las catacumbas mayas y otra sarta de trivialidades que sirvieron para romper el hielo. Le conté que era mi último día en Honduras, que estaba ahí haciendo una nota turística, que antes de volver pasaría por Miami y que me sentía bien a pesar del calor. El me contó que estaba de viaje con esos tres amigos que lo acompañaban en las excursiones, que de ahí se iban para Guatemala, Costa Rica y El Salvador, para terminar con una semana de «wild nights» (esas fueron sus palabras) en las discos de Miami. Nos reímos con el comentario, me miró como diciendo «vos sabés de qué te estoy hablando, no me vas a decir que no sos del club», y me preguntó si estaba con alguien. No cacé la indirecta, y en vez de seguir con el coqueteo le conté que tenía un novio en Miami, que era más grande que yo, que salía en la tele, que me había invitado a pasar una semana allá y después me dijo que no y nos peleamos y me pidió perdón y yo no sabía qué hacer, porque bla, bla, bla... Luego de media hora de cháchara, le terminé quemando el cerebro al pobre holandés. Él lo único que quería era un buen revolcón y yo lo torturé con mis conflictos sentimentales. Cuando vio cómo venía la mano, que yo era una loca sentimentalista y romanticona que sólo pensaba en reconciliarse con su boyfriend, se levantó con la excusa de ir a buscar una cerveza y no regresó. Nunca regresó. Pero no me importó el desplante. Volví al ciber, le escribí un mail a Felipe diciéndole que me esperase y me quedé respondiendo otros mensajes viejos. A la media hora apareció un correo nuevo en mi bandeja de entrada. Todo había vuelto a la normalidad.

buenísimo. nos vemos el lunes, cuando llegues, toma un taxi y le dices que te lleve a key biscayne, a la dirección que te di. besos y abrazos, cuídate, te extraño.

Dieciocho

—¡Welcome to Miami, baby! —dijo sonriente mi Felipito mientras abría la puerta de calle.

—Hola —dije dándole un abrazo frío, fingiendo un poco de resentimiento por el episodio de Honduras.

—Ven, pasa, dame eso, no cargues maletas.

Entró la valija, la acomodó en el hall, cerró la puerta y me dio un beso largo, rico, al que no me pude resistir.

—¿Qué tal el vuelo?

—Bien, tranquilo.

—¿Te gusta la casa?

—Sí, divina.

—Pasa, pasa. Bueno, esta es la sala, que, como ves, da al jardín y la piscina.

—Ah —dije sin ganas.

—Y por acá, ven, sigúeme, por acá están los cuartos. Este rosa es el de mi hija mayor, este amarillito es de la menor, esos dos más pequeños son los de huéspedes y éste del fondo —dijo caminando por un pasillo largo—, éste es el mío, ¿te gusta?

—Copado, súper tranquilo.

—¿Has visto la paz que hay en esta isla? Es un paraíso, no hay tráfico, humo, buses, gente discutiendo en las calles... No hay ese caos de Lima que a mí me resulta insoportable.

—¿No te sentís solo en esta casa, tan alejado? —pregunté con la garganta seca, suplicando que me ofreciera algo para tomar.

—No, yo a esta vida no la cambio por nada. Amo estar solo en esta casa grande, sin ruidos, sin horarios, sin nadie que me joda... Me costó mucho llegar a esto y ahora sólo quiero disfrutarlo.

—¿Qué te pasa, por qué estás tan callado? ¿Sigues molesto?

—Supuestamente vine para mandarte a la mierda, pero no puedo —dije esquivando su mirada.

—No me mandes a la mierda, pues. Cuando estoy enfermo o mal dormido me transformo, soy un energúmeno, pero es una cuestión física, nada más.

—Que deberías controlar...

—Yo te quiero, eso es lo importante. Y lo que vale son los hechos, no las palabras. Si no te quisiera no estarías acá, no te hubiera pedido perdón.

—Yo te amo, no dudes eso —me dijo al oído.

—Yo también —dije susurrando—. Nunca más me hagas una cosa así, ¿me prometés?

—Te prometo.

Nos quedamos abrazados un rato largo, eterno.

—Estamos todo sudados, ¿no quieres ir a la piscina? Sabes que yo no prendo el aire acondicionado porque me resfrío —me explicó.

—Dale, vamos a la pileta, que me muero de calor. Esperá que busco el traje de baño.

—No, no, no, en esta casa está prohibido que los chicos guapos usen traje de baño —dijo sacándose la remera.

—Ah, no, ni loco me meto en bolas, me muero de la vergüenza... Ya está, me quedo así, en calzones —dije sacándome el pantalón.

El agua lo hizo todo más romántico. Nadamos juntos, nos abrazamos, jugamos con nuestros labios húmedos, le besé el cuello, el pecho, entrelacé mis piernas en su cadera y me quedé flotando, como si me estuviera cogiendo en el aire. Me desnudó, la tenía durísima, intentó metérmela, no pudimos, trató de nuevo, imposible.

—No creo que podamos hacerlo acá. Si fueras mujer no habría problemas, pero se ve que con un hombre es más difícil.

No contesté.

—Me encantaba hacerlo con mujeres en la piscina.

¿Este boludo qué me está diciendo?, pensé, aunque volví a quedarme callado.

—¿Te ha molestado lo que dije?

—No —mentí.

—El mejor sexo de mi vida lo he tenido contigo, sabes que es así. El resto son anécdotas menores, sólo te lo cuento para que te diviertas.

—Me encanta tu potito, no sabes cómo me calienta —dijo acariciándome ahí atrás—. Ven, vamos a la cama.

* * *

Una hora después fuimos a almorzar. Felipe me dijo para salir de la isla, así podía conocer Ocean Drive y Lincoln Road. Nos subimos a su auto descapotable y puse el último CD de Madonna. La escena no podía ser más gay. Canté «American life, I lived the american dream» a coro con la madre reina del pop y pensé: ¿por qué no me habrá tocado formar parte del sueño americano? ¿Por qué habré nacido en ese país de mierda que queda en el culo del mundo y sólo sale en los diarios extranjeros porque no puede pagar la deuda externa? Es injusto, la vida es muy injusta. Cruzamos el puente que une Key Biscayne con el resto de Miami y seguimos por la autopista a toda velocidad. En veinte minutos estábamos estacionando en un parqueo cercano a Lincoln Road. Almorzamos en un restaurante divino de la calle peatonal atendido por nuestros compatriotas (argentinos, peruanos, todos eran lo mismo en Miami, todos eran camareros, lavaplatos o botones). Aproveché para meterme en las mejores casas de ropa, aunque la devaluación sólo me permitió mirar y no tocar.

—¿Dónde es la famosa playa gay? —pregunté curioso.

—Enfrente a Ocean Drive —me indicó.

—¿Es muy lejos de acá? —insistí.

—No, ¿quieres ir?

—Sí, me divierte, sólo por curiosidad... bah, no sé, si no te molesta...

—¿Cómo me va a molestar?

Subimos al auto y fuimos hasta Ocean Drive, la calle más movida de Miami. Caminamos de la mano por el malecón, abrazándonos como si fuéramos un matrimonio de luna de miel en la rambla marplatense. Nadie nos miró, nadie nos juzgó, todo el mundo estaba en la suya.

Las gordas caminaban con sus calzas fluorescentes, mostrando los rollos sin complejos, los negros hacían bulla con el rap, las chicas (y muchos chicos que hubieran querido serlo) se deslizaban con maestría sobre sus rollers. Todo era shinny happy people, pero sin la mirada acusadora de los estreñidos sanisidrenses. Es verdad que la delicadeza y el buen gusto brillaban por su ausencia, pero si tengo que elegir entre el buen gusto a la antigua y poder darle un beso a Felipe sin que nadie me diga nada, me quedo con lo segundo, lejos.

La playa gay estaba llena de musculocas exhibicionistas. Todo era carne, sexo en vitrinas y cuerpos de gimnasio enfundados en mini trajes de baño de lycra súper ajustados que marcaban todas las partes. Por momentos envidié esos cuerpos, me sentí poca cosa por ser tan flaco y esmirriado. También eché de menos un poco de ese material a mi lado, porque Felipe no era precisamente un adicto al gym. Pero en el balance la situación me resultaba graciosa y esos chicos, algo patéticos. Ninguno estaba a la altura de mi Felipito.

A las siete volvimos para la isla. En su casa, Felipe me dio a elegir entre uno de los cuartos de huéspedes.

—¿Te molesta que durmamos en habitaciones separadas? —preguntó como disculpándose.

—No, para nada. Al contrario, me parece mejor, más cómodo.

—Qué bueno, me encanta que digas eso. Cuando le digo a una mujer que prefiero dormir en camas separadas se pone histérica, como si la hubiera insultado, no entiendo qué les pasa.

—Sí, no sé, la verdad que no tengo mucha experiencia en el tema —dije entre risas.

—Bueno, báñate, prende la tele, haz lo que quieras, que yo me doy una ducha y salgo para el canal.

* * *

Si bien la convivencia hogareña resultó de lo más amena, adaptarse a las manías de Felipe no fue nada fácil. Descubrí que le molestaba mi música, que se crispaba cada vez que ponía un disco o prendía la radio, que odiaba ver MTV, que en la heladera no tenía más que frutas y agua mineral y que bajo ninguna circunstancia estaba dispuesto a dejar entrar a una mucama a su casa por razones de desconfianza, así que los baños y la cocina podían ser muy lujosos, pero a veces daban asco. Otro problema eran los horarios: Felipe dormía religiosamente hasta las dos de la tarde, y ante el más mínimo ruido se despertaba con un humor de perros, cosa que me obligaba a esperarlo despierto sin poder prender ningún artefacto eléctrico, con un mísero jugo de naranja como desayuno y con la lectura como única manera de evasión en esa especie de cárcel del amor.

Más allá de estas minucias domésticas, que respeté a rajatabla, el mini week de vacaciones en Miami se pasó volando entre almuerzos en Lincoln Road, visitas a shoppings monumentales en los que Felipe me compró algunas cositas y protestó porque odiaba esos lugares que le daban tanto dolor de cabeza, paseos por la playa y momentos de mucho amor.

En la última de esas caminatas por la orilla del mar de Key Biscayne, con los pies mojados rozando la arena blanca y la piel bronceándose al sol, hablamos, por primera vez, de nuestro futuro.

—¿Qué harías si no necesitaras trabajar más? —le pregunté.

—Primero que nada dejaría la tele, que me consume, es muy desgastante —contestó sin pensar—. Y luego no haría mucho más, seguiría ocupándome de mis hijas y me dedicaría a escribir.

—¿Dónde vivirías?

—Supongo que aquí, en Key Biscayne. Este lugar es ideal para estar solo y escribir, yo con eso soy feliz. ¿Y tú, seguirías trabajando en la revis?

—No, en
Soho
no... —enseguida dudé de mi respuesta—. Bueno, me gusta lo que hago, pero ya hace cuatro años que trabajo ahí, a veces se me hace rutinario.

—¿Qué te gustaría hacer, cuál es tu sueño?

Me quedé pensando un buen rato.

—No sé, la verdad es que no lo tengo muy claro.

—¿Quieres que te diga lo que yo pienso? —preguntó.

—Claro, cómo no voy a querer.

—Yo creo que debes escribir, pero no esas cosas que haces en la revista, eso no es tuyo, ése no eres tú.

—¿Y qué se supone que debo escribir?

—No sé, algo que sea tuyo, que te salga del corazón; lo importante es contar una historia que sea buena y muy tuya, que conmueva a otra gente.

—¿Cómo estás tan seguro si nunca leíste nada mío?

—No, es verdad, pero te conozco. Eres tan sensible, tan observador, estás tan atento a los detalles... eso es lo más importante. Y la técnica ya la tienes, tus artículos son muy correctos, están bien escritos. Debes animarte.

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