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Authors: Luis Corbacho

Mi amado míster B. (19 page)

BOOK: Mi amado míster B.
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Con Lola decidimos emborracharnos, llegar al final, tomar hasta perder la conciencia y ser el centro de la fiesta. Ella, por su imponente look, no necesitaba hacer mucho alarde para atrapar todas las miradas. Las pulseras con tachas y el escote de gasa color plata, que dejaba escapar sus tetas ante el más mínimo descuido, resultaban suficientes para embrujar a media fiesta. Ni bien entramos, nos paseamos de la mano por las cuatro barras: ron Baccardi, champagne Chandon, cerveza Corona y licor Hot Sex. Probamos todo, mucho de todo, y ya rendidos de tanto dar vueltas y saludar a medio mundo nos echamos en los sillones más alejados que encontramos, en un sector reservado para parejitas en llamas.

—Dale divino, sentémonos acá, que nadie nos ve —me dijo, absolutamente borracha, con las tetas que se le escapaban y que yo, en vano, intentaba cubrir.

—No, boluda, estos sillones son un asco, acá vienen todos a coger, y que yo sepa todavía no encontramos unos buenos chongos... —le dije lanzando una carcajada exagerada.

—No, pero que aparezcan rápido, porque hoy estoy muy calentona. Deben ser las gotitas de amor, ¿te gustaron?

—Me encantaron —dije sin dejar de reírme—. No, pará, de qué me hablás, ¿qué es eso de las gotitas de amor? —pregunté mientras veía su figura borrosa y sentía una especie de excitación inexplicable.

—¡Ah, no te conté, que pelotuda! —respondió golpeando el sillón y largando una carcajada aguda, insoportable—. Cuando te fuiste al baño te puse unas gotitas de ácido en el vaso, para que estés más sexual. ¡Mirá, parece que te hicieron efecto, mi amor, la tenés re dura! —dijo tocándome entre las piernas.

—¡Me drogaste, hija de puta! ¿Y ahora qué me vas a hacer? —pregunté, y le di un beso en la boca, sintiendo el piercing que atravesaba su lengua.

—No sé —susurró con sus labios lamiéndome el cuello—. ¿Qué querés que haga?

—No creo que puedas hacer mucho —le dije, bien puto.

—¿Qué? ¿Tanto te gustó que te rompieran el orto? ¿Y con esto qué hacemos? —dijo metiendo su mano por debajo de mi pantalón—. ¿No te parece que es un desperdicio?

—No sé, ¿vos qué pensás? —dije atrapado por los efectos de las gotitas de amor.

—¿Sabés qué pienso? Que me encanta que la tengas tan dura —dijo bajándome el cierre y empezando a chupármela.

El piercing hizo maravillas ahí abajo. Lola era una maestra.

—Ahora te toca a vos, mi amor, no creas que te va a salir gratis —se ofreció, abriendo sus dos piernas—. Primero la lengua, dale.

Traté de complacerla. Haciendo un esfuerzo descomunal, empecé a lamer ahí abajo. La escuché gozar, pero ni las gotitas de amor ni sus primeros gemidos de placer pudieron contra mi naturaleza. Sentí asco, repulsión.

—¡Basta, salí, no puedo! —grité, empujándola.

Me abroché el pantalón y salí corriendo hasta la puerta; necesitaba con urgencia un poco de aire. Una vez en la calle, empecé a vomitar.

Veintiuno

—¿¡A vivir a Miami!?

—Sí, ¿qué tiene?

—¡Vos estás mal de la cabeza!

Victoria parecía indignada. Apoyó de un golpe su copa contra la mesa, dejando caer unas gotas de vino tinto sobre el mantel, y me clavó los ojos con una mirada acusadora. Como cada miércoles a la noche, fuimos a comer a Bella Italia, un restaurante ubicado en la zona del Botánico, justo enfrente del loft de Vic.

—No, en todo caso estoy enamorado —respondí de lo más puto.

—Bueno, no pensé que fuera para tanto. Ok, me parece bárbaro que estés enamorado, y te envidio por eso, pero es una locura que te vayas —dijo tragándose un penne primavera—. ¿Cómo se te ocurrió semejante disparate?

—No, en realidad a mí no se me ocurrió. Resulta que estábamos con Felipe, caminando por la playa, y en eso me dice: «¿Por qué no te vienes unos meses a escribir a Miami?».

—¿¡A escribir!? ¿Pero qué vas a escribir vos? —preguntó incrédula.

—Si me interrumpís a cada rato no voy a terminar de contarte nunca —dije un poco irritado por eso de «¿Qué vas a escribir vos?».

—¡Es que me saca que a veces seas tan delirante, nene!

—Ok, entonces me callo. Hablemos de tu banda, de tu disco, ¿querés? —pregunté con sarcasmo, y di un par de sorbos a mi cocacolita con hielo.

—Dale, seguí, no te hagas el ofendido.

—Bueno, nada, la cosa es que Felipe cree en mí como escritor, y dice que la mejor forma de empezar es largando todo para instalarme unos meses con él en Miami y ver qué sale. ¿No es un amor?

—Pará, pará el carro, nene. ¿Cómo es eso de largar todo?

—Y, todo lo de Buenos Aires. En realidad, lo único que me da un poco de cagazo el dejar la revis, porque mucho más que eso no tengo.

—No te equivoqués, acá estamos tus amigos, tu familia. ¿Sabés lo que es irte tan lejos, solo, sin conocer a nadie, y encima con poca guita?

—Ya sé que es complicado, pero hay que jugarse, ¿no te parece?

—¡Y la revista! —gritó sin hacerme caso—. ¡Cómo se te ocurre dejar ese trabajo! Yo sé lo que te costó llegar a donde estás, que te pasaste cuatro años metido ahí adentro laburando como un perro y ahora, justo ahora que te nombraron editor, ¿vas a renunciar?

—Bueno, no es tan glamoroso como parece, a veces se me hace un poco rutinario el tema. ¿No te pasa que hay días en los que te gustaría mandar todo a la mierda?

—No. Me pasaría eso si tuviera un trabajo que no me gusta, pero yo sé que a vos lo tuyo te apasiona, que vivís para eso, ¿o no?

—No tanto, ya estoy un poco desencantado te diría...

—Estás obsesionado, eso es lo que te pasa. Ese tipo te hipnotizó, no sé lo que te hizo, pero te dejó medio boludo. ¿Sabés cuántos pibes de tu edad darían un ojo de la cara por tener un laburo como el tuyo, y vos, así como si nada, me hablás de largarlo? Ah, y lo peor de todo es que no tenés otra oferta, simplemente renunciás para dedicarte a escribir y vivir del aire. Eso, a ver, ¿de qué pensás vivir en Miami?

—Bueno, ya te dije, Felipe me invita... Aparte, de última, estando allá consigo algo enseguida, no debe ser tan complicado.

—Claro que es complicado, no te olvides que yo viví en Los Ángeles dos años. Allá si no tenés papeles sólo te toman de mozo o de chofer, y eso con suerte. ¿Me vas a decir que vos estás para servir platos? Discúlpame, pero yo no te veo...

—No, tenés razón, pero Felipe puede conseguirme algo allá, no sé, él tiene bocha de contactos, supongo.

—Felipe, Felipe, Felipe... todo Felipe —dijo como burlándose, y siguió—: «Felipe me invita a su casa, me mantiene, me consigue trabajo, me coge.»

—No me jodas...

—Se ve que te pegó fuerte, querido. Pero tenés que ser más realista, no podés depender de este tipo, que encima tiene malos antecedentes. ¿O te olvidás de la perrada que se mandó en Lima y del mal rato que te hizo pasar en este último viaje? ¿Ya te olvidaste de eso?

—Sí, ya me olvidé, porque me pidió perdón y se arrepintió, y ahora está enamorado de mí, eso te lo puedo asegurar. Sorry, ¿vas a querer un postre?

—No, un cortado, por favor —le dijo bruscamente a la chica que nos atendía.

—Un cortado y la cuenta, ¿sí? Gracias —completé el pedido.

—Mirá —dijo agarrándome de la mano—. Yo te conozco muy bien. Vos te ilusionás, te hacés la película y después terminás hecho mierda. ¿No te pasó lo mismo con Diego? ¿No me decías que era un amor, que estaba loco por vos? Y al final, terminó siendo un hijo de puta que te pateó de un día para el otro. ¿Y qué te salvó? Tus amigos, tu trabajo, pudiste concentrarte en otras cosas.

—Sí, no sé...

—Y si te vas con este tipo que todavía no conocés muy bien, y un día estás allá, dependiendo absolutamente de él, y se pira y te manda al carajo, te deja en la calle, ¿qué hacés?

—No, eso es imposible. Aparte, si me llego a ir es con pasaje de vuelta y algo de guita que tengo ahorrada, que en dólares no es mucho, pero sirve en caso de emergencia, qué se yo.

—Bueno, se ve que estás empacado, no voy a tratar de convencerte —se rindió.

—No, no estoy empacado, sólo es una idea, una posibilidad.

—Yo sé que cuando algo se te mete en la cabeza no parás hasta darte un golpe.

—Puede ser.

—Bueno, tené cuidado entonces, que te puede resultar muy doloroso.

Veintidós

vengo de comprar los bay blades para las niñas, estarán felices, seguro que estaremos juntos en año nuevo, me parece lindo, solos tú y yo, nada de tragos ni bulla, en algún hotel copado, no el hilton, que es demasiado fashion, no sé por qué extraño esa suite vieja del plaza, quizás allí no? o algún otro, no sé, el alvear puede ser, aunque tiene un aire a menem y la bolocco que me irrita, estoy bien, pero te extraño, besos, cuídate, ya te llamo.

¡Viene para año nuevo!, pensé mientras apagaba la computadora. Ya estaba confirmado, arreglado, asegurado. En una par de semanas, o tal vez un poquito más, volvería a ver a mi chico latino. ¡Qué felicidad! Eran las diez de la mañana y en casa estaban todos con cara de culo. Será la hora, el clima, la temperatura, la insatisfacción sexual, quién sabe, lo cierto es que me miraban como si les costara tolerar mi sonrisa de oreja a oreja. Desayunaban en la cocina, todos juntos, repitiendo la misma fucking rutina de cada día. Traté de ignorarlos, me serví un juguito de naranja y caminé apurado hasta el cuarto para arreglarme. Siempre demoraba al menos media hora en vestirme para ir a la revis. Y ese día no fue la excepción. Teniendo en cuenta el calor insoportable que hacía en la calle, como todos esos días de diciembre en Buenos Aires, elegí una remera blanca sin mangas de Kosiuko que me quedaba un poquito ajustada (pero venía así, qué se le va a hacer), un pantalón celeste clarito ancho de Banana, de tela súper finita y con bolsillos a los costados, y unas ojotas de cuero blancas que había comprado en la liquidación de Gap en Miami. En el pelo me puse una mousse que había conseguido también de Miami, con el poder fijador del gel pero la suavidad de una crema de enjuague, y me hice un peinado modernoso. Listo. Sólo faltaba la crema Dove en las manos, el humectante de Mac en los labios (para que parezcan mojaditos), los anteojos para sol Dolce & Gabbana que me regaló Felipe (¡qué top!) y en el dedo anular el anillo que les compré a los hippies en mi último viaje a la Patagonia. Luego de chequearme en el espejo, caminé silenciosamente por el pasillo para salir sin que me vieran y empezaran a criticar mi look, como hacen siempre, pero en la puerta de entrada me agarró mamá y empezó: «¿A dónde vas así vestido? ¿Qué te hiciste en el pelo? ¿No ves que son las diez de la mañana? ¿Pero en qué clase de oficina trabajás que te dejan llevar esa ropa de maricón? ¿No te da vergüenza andar así por la calle? Yo no sé, seré muy anticuada, pero me parece que deberías ponerte algo más decente, ¿no te parece?». Y yo: «Mamá, no jodas, si no te gusta no me mires». Y ella, de nuevo, ahora ofendida: «No me hables así, que mientras vivas en esta casa vas a hacer lo que yo te diga». Y yo, molesto, justo antes de dar el portazo final: «No te preocupes, que ya falta poco, en cualquier momento me voy y no me vas a ver más», y ¡paf!, estalló la puerta.

En el auto sólo pensé en Felipe, en fugarme con él a Miami, en escribir, en que pasaríamos Año Nuevo juntos y eso nos mantendría tan unidos que jamás volveríamos a separarnos. Imaginé que me secuestraría, me llevaría a su casa y disfrutaríamos de nuestra envidiable vida de escritores gays que encuentran inspiración frente a las cálidas y transparentes aguas de la Florida. Cuando llegué a la redacción, saludé con un beso en la mejilla y cara de contento a todos mis compañeritos de trabajo, que estaban chochos porque era viernes. Intercambié elogios de ropa y peinado con las chicas, comentarios sobre el estado del tiempo con los chicos, y me senté en mi escritorio. Sonó el interno, era Mariana gritando como una vaca a punto de ser sacrificada. «¡Martín, hoy es la producción de moda con Valeria Mazza, y todo el equipo la está esperando en el estudio hace una hora! ¿Hablaste con el representante? ¿Le dijiste que era a las once, como habíamos quedado?» Quedé pasmado, odiando a la gorda y sin saber qué contestar. Abrí la agenda, decía Viernes 8, 15 hs. Producción con la Mazza, y me apuré a contestar «Acá yo tengo anotado que era a las tres, así que va a caer a esa hora», y la chancha, hirviendo: «¡Pero te dije que se pasó para las once!», entonces yo, indignado, seguro de que era ella la que mentía, de que estaba tan loca que se había olvidado de avisarme del cambio de planes, le grité más fuerte: «¡No me dijiste nada, te habrás olvidado!, y ella: «¡Sí te dije, y no me grites!», y yo: «Te grito todo lo que quiero, si vos estás mal de la cabeza es problema tuyo», y corté. La odié por mentirosa, por boluda que se olvida las cosas y me hacía cargo de sus cagadas. Quise subir a su oficina y mandarla a la mierda, meterle la renuncia por ese orto extra large que me daba náuseas, decirle todo lo que me guardé en los cuatro años que llevaba sometido a sus putas órdenes. Pero no me animé. Había mucho en juego. Ser desempleado en Buenos Aires era en uno de los temores más grandes de la clase media, una cruz que nadie quería cargar. La sola posibilidad de salir a golpear puertas, de tener que pedir, rogar, para que me dieran un laburo, me aterraba. No subí a hablar con mi jefa. Lo único que hice fue ir con el chisme a las chicas de arte para descargarme y reírnos todos juntos de los ataques de Marianita la histérica. Cuando volví a mi máquina tenía dos mails nuevos. El primero me hizo dejar a un lado todos mis problemas.

hola mi amor, acabo de despertar, es mediodía, sería genial que te tomes febrero, así podríamos estar tu mes entero de vacaciones juntos, mi plan es así: puedo estar con vos en buenos aires del 27 de diciembre al 5 de enero, en principio, el 5 de enero tendría que irme con las niñas a miami, así lo quiere zoe. volvería con ellas a lima el último día de enero porque el 1 de febrero tengo que estar con la tele en viña del mar. eso nos permitiría estar juntos, qué se yo, del 1 de febrero al 20 de febrero, entre viña y santiago y quizá buenos aires, no sé. lo que sea mejor para vos. pero yo feliz de verte más tiempo, todo el que pueda, te amo. gracias.

Me apuré a buscar un calendario, empecé a contar los días y cuadrar las fechas. Faltaban poco más de dos semanas para volver a verlo. Comenzaba la cuenta regresiva. Estaba feliz, excitado, ansioso. Todo lo demás dejó de importarme y pasó a ser parte del tiempo de descuento en que se había convertido mi vida cada vez que Felipe estaba lejos.

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