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Authors: Pablo Tusset

Tags: #Ciencia Ficción, Humor

Oxford 7 (3 page)

BOOK: Oxford 7
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Sobre este suelo, el paso de la rectora es rápido, pero no tanto para que tenga que detenerse mientras se abren las puertas automáticas de acero que dan acceso a la sala de juntas. De este modo, clac, clac, clac, puede irrumpir en ella con la naturalidad conveniente, siguiendo una trayectoria que invita a pensar en un cometa. Preciso, inexorable y ligeramente perfumado de cítrico, cuero y almizcle.

—Buenas tardes —les dice a los presentes.

Detiene el paso para sentarse en su silla de respaldo más alto que los demás. Toca con el índice sobre la mesa para activar el screener. Algunos de los miembros del consejo están de pie, charlando entre ellos o mirando la concentración de estudiantes a través del ventanal. Todos contestan al saludo. La suma de voces mezclada con ruido de pasos y sillas resulta en gran parte ininteligible.

Cuando están dispuestos y en silencio, la rectora apoya los codos sobre la mesa y junta las yemas de sus dedos.

—Bien —dice—. Ésta no es una reunión ordinaria y por tanto no tenemos orden del día, pero pueden suponer que han sido convocados en relación con la concentración no autorizada de alumnos en el campus central. Si les parece procederé de inmediato a darles detalle de las medidas adoptadas. ¿Alguna pregunta previa?

El delegado de los estudiantes es un joven de treinta y ocho años. Nombre, Leroy Torres. Piel blanca, sombrero Trilby de gamuza amarilla. Alza un poco la mano. Tiene acento latino, argentino:

—Me comunican mis compañeros que en algunos colleges se ha anunciado por megafonía una amenaza de multas indiscriminadas, y desde luego eso no está...

La rectora mueve la mano izquierda para detener al delegado:

—Si me permite, ese asunto tiene que ver con las resoluciones especiales de las que me dispongo a informarles. Es probable que su duda quede resuelta si tiene usted un poco de paciencia, de lo contrario le aclararé cualquier extremo al terminar. ¿Alguna otra pregunta previa?

Silencio salvo por el resoplido de Leroy Torres y un carraspeo del representante de los profesores. Nombre, Karl Marsalis. Adjunto a la cátedra de Heavy Metal Precomputacional. Aspecto parecido al de cualquiera de sus alumnos de Slide Guitar: muñequera de clavos y chaleco de cuero nanotécnico.

—Bien —la rectora hace varios movimientos con el índice sobre su screener antes de volver a juntar las manos—. Dada la situación, se ha procedido a tomar una serie de medidas para garantizar la seguridad de los estudiantes. Paso a enumerarlas brevemente:

»Primera: como ya se anunció en su momento, han sido reforzados los servicios de prevención de daños con la contratación a tiempo completo de mil quinientos funcionarios privados mientras se mantenga la situación. El gasto ocasionado por esta contratación extraordinaria será diferido en proporción alicuota en los importes por matrícula para el próximo trimestre, exceptuando, naturalmente...

—¿Qué? —dice Leroy Torres—, son antidisturbios: ¿han contratado a mil quinientos antidisturbios y nos lo hacen pagar a nosotros?

La rectora se detiene y mira al delegado sin dejar de mantener sus yemas en contacto. Eso obliga al joven a continuar hablando:

—No pueden..., no pueden cargarnos directamente a nosotros ese gasto; es como..., sería como...; la responsabilidad por la situación creada es de la junta rectora, no se trata de un gasto corriente, no pueden legalmente imputarnos...

Justo cuando Torres parece haber encontrado un hilo lógico del que colgar su protesta, lo interrumpe la rectora:

—Si no recuerdo mal no está usted matriculado en asignaturas de contenido jurídico, de modo que antes de proceder a explicarnos qué es lo que esta junta rectora puede o no puede legalmente hacer, permítame adelantarle que estoy asesorada al respecto. En cualquier caso le sugiero que espere al turno de alegaciones para ilustrarnos.

La rectora pasea la vista en torno a la mesa. Los consejeros se observan las manos o miran a cualquier parte que no sea a la rectora o al estudiante. Leroy Torres ha agachado la cabeza y la mueve en sentido negativo. Karl Marsalis le da una discreta palmada en la espalda. No queda claro si pidiéndole paciencia hasta el final de la exposición de la rectora o tratando de consolarlo por la humillación recibida.

La rectora Deckard continúa su enumeración:

—Bien: segundo punto...

Lo más llamativo en el White Hart Tavern, además de las fotos de viejas películas planas que se han puesto de moda en todas partes, es un enorme dibujo grafiteado en la pared opuesta a la barra. Representa a un policía con toda la imponente impedimenta de los antidisturbios. Casco, máscara, armadura de fibra, botas reforzadas. Su posición es la de avanzarse con las piernas ligeramente flexionadas. Apunta con precisión con su emisor de multas.

In Gold we trust
, dice bajo las botas la leyenda en inglés clásico.

Rick Blaine vuelve a sonreír y se acomoda en un taburete neumático. No hay clientes en el local. El encargado está al otro extremo de la barra, mirando algo en el screener de caja. Suena música precomputacional, un blues cantado por una voz que Rick no consigue identificar. ¿Muddy Waters? Cuando el encargado se da cuenta de que ha entrado alguien en el local se acerca con decisión exagerada, impropia de la simple presencia de un cliente. Parece irritado. Su aspecto es rudo y ronda la centena, esa edad en la que la cirugía plástica ya no es suficiente y hay que empezar a abusar del maquillaje:

—Otra vez no, ¿estamos?, no pueden abrirme un expediente cada semana. Llame al departamento de ocio presencial: tengo el calendario fiscal en orden, y he solicitado el fraccionamiento de la última multa de...

Su acento es británico, galés. Rick alza las palmas

—Tranquilo, amigo, sólo vengo a tomar una copa...

Su acento es latino, español. El encargado parece no escuchar:

—... no es asunto mío si alguien les vende tabaco a los chicos, ¿estamos?, tengo todos los carteles de disuasión actualizados, no tienen por donde cogerme.

Señala varias placas con sellos ministeriales de la Unión Occidental. «La exposición continuada a la música artesanal sin certificado puede provocar trastornos emocionales graves.»

—En eso se equivoca, amigo —dice Rick—, siempre tienen por donde cogerle a uno. Por ejemplo, ahí hay un anuncio de bebida que no está rotulado en inglés normalizado.

Rick ha señalado con el pulgar hacia atrás, apuntando al grafiti del policía.
In Gold we trust
.

—Eso no es un anuncio, es una cosa que pintaron los chicos...; para decorar..., es una cosa artística no sujeta a tributación...

—¿Ah sí?, ¿y cómo puedo estar seguro de eso si no está escrito en inglés normalizado?

El encargado vacila un momento:

—Pero todo el mundo entiende lo que dice, no es un anuncio, lo único que cambia es la ortografía de...

Rick interrumpe:

—Tranquilo, sólo estaba bromeando, ¿de acuerdo?, no soy ningún inspector, sólo vengo a tomar una copa, nada más...

Trata de reforzar su afirmación arremangándose para enseñar la pequeña cicatriz en su antebrazo.

El encargado parece calmarse un poco.

—Tampoco sería el primer agente fiscal encubierto que se ha hecho una cicatriz como ésa —dice.

—Venga..., ¿tengo aspecto de agente fiscal?

El encargado lo mira durante dos segundos:

—¿Francamente?: sí... De todas maneras eso no es ningún anuncio, es un dibujo artístico, ¿estamos?, y no va a encontrar nada irregular por mucho que busque.

Rick sonríe. Naturalmente sabe que tiene un cierto aire de policía administrativo, o de algo igualmente intimidador. De hecho lo cultiva cuidadosamente. El secreto consiste en vestir y maquillarse de forma convencional pero ligeramente indolente. Quizá con el nudo de la corbata flojo, o la sombra de ojos un poco empastada. Algo que transmita naturalidad. También contribuye el ligero sobrepeso que, pese a la faja que le comprime el abdomen, se le nota en las mejillas y en el grosor del cuello.

—Está bien: póngame un shot de cerveza. Así si soy un agente fiscal también podrá usted denunciarme a mí por beber alcohol estando de servicio —dice.

El encargado no está aún lo bastante relajado:

—¿Tiene a mano el seguro médico? No es nada personal, tengo que pedírselo a todo el mundo.

—Claro —dice Rick, y saca del bolsillo interior de su chaqueta la tarjeta de Solar MetLife con clave falsa.

El encargado se aleja para pasarla frente al lector. Aparecen en el screener de caja los parámetros contratados y comprueba el nivel de alcoholemia que cubre la póliza. No puede evitar silbar al ver la cifra: 0,3 gramos de alcohol por litro de sangre. Después sirve el vasito de cerveza lleno hasta el borde.

—Por los conejos de madera —dice Rick a modo de brindis. Toma el diminuto vaso con dos dedos y sorbe un poco.

—Por curiosidad —dice el encargado—, ¿qué cuota se paga para que le dejen a uno llegar a ese nivel de alcoholemia?

—No me acuerdo —dice Rick—. Un greenpepper, más o menos.

El encargado vuelve a silbar.

—¿Eso incluye sobrepeso? —dice.

—Diez por ciento sobre el recomendado. Creo que contraté un pack de riesgos cardiovasculares: alcoholemia al 0,3, hipertensión hasta 16-10 y sobrepeso del 10 por ciento.

El encargado considera las cifras.

—Si yo pudiera permitirme una póliza médica de mil eurodólares mensuales contrataría solamente sobrepeso. Estoy harto del maldito gimnasio: tres veces por semana, una hora de aeróbico cada vez. Recomendación obligatoria...

—Ya... Oiga, en confianza: ¿no hay nadie que pueda proporcionarme media pipa? Me he pasado cinco horas metido en el transbordador viniendo de Earth, y cinco más en el hangar de embarque por una avería que ni siquiera es auténtica.

—En confianza: hoy no encontrará nada en ninguna parte. Los chicos andan revolucionados, ¿no ha oído las noticias locales?

—Procuro no escuchar noticias. Me deprimen.

—Han convocado una concentración en el campus central. Por eso está esto tan vacío. —Hace una pausa—. Pero ya he solicitado en Hacienda el certificado de ingresos irregulares por causa ajena a la gestión, ¿estamos...?

Para poder alojar los cuatro chips en el brazo del profesor, incluido el que BB se ha extraído a sí misma con ayuda de Mam'zelle, el corte sobre su músculo pronador ha sido necesariamente más largo y ha requerido tres puntos de sutura. El que más le ha dolido ha sido el segundo.

El profesor se ha esforzado en no quejarse audiblemente. Al terminar tiene los ojos llorosos y respira fatigosamente. Es el cansancio que causa el resistir un dolor intenso. Está un poco mareado. Se sujeta la bolsa de hielo que BB le ha aplicado sobre la frente.

—Estoy bien —dice con aliento justo—. Recordad: no le digáis a Alonso lo que os proponéis, tiene que ir enterándose poco a poco, ¿de acuerdo? Y tampoco os dejéis engatusar por él, tratará de sacaros más dinero con cualquier excusa... Pero sobre todo no olvidéis llamar en cuanto hayáis localizado a Francisco, estaré esperando la comunicación. Qué más... ¿Habéis podido juntar algunas monedas?

BB saca una bolsita que suena a metal:

—Hemos hecho una colecta entre los chicos del Corona Australis.

—Vale, ya nos despedimos ayer, así que marchaos de una vez, lleváis mucho retraso.

Marcuse se acerca al profesor:

—Cuando lo encuentren no se haga demasiado el valiente. Sólo procure mantenerlos un rato entretenidos, sin pasarse.

El profesor intenta sonreír pero no le sale bien:

—¿Crees que soy uno de esos héroes vigésimicos de las películas? En cuanto me enseñen los instrumentos de tortura pienso acusaros de cualquier cosa que me pidan, incluido intento de soborno para aprobar Diálogo Cinematográfico.

—No va a colar: solicitaremos que nos pongan a prueba —dice Mam'zelle.

—¿Ah sí? A ver: parlamento final de Roy Batty...

Los tres chicos impostan al unísono en inglés clásico:

«I've seen things you people wouldn't believe / Attack ships on fire off the shoulder of Orion / I watched C-beams glitter in the dark near the Tanhauser Gate / All those moments will be lost in time, like tears in rain... / Time to die.»

—De acuerdo, entonces os acusaré de fraude fiscal. Y ahora marchaos de una vez, antes de que cambie de opinión y os suspenda a los tres.

Los chicos salen dejando que sus tres chips subcutáneos sigan emitiendo información. Desde el brazo del profesor hasta los repetidores de la estación. Y, desde allí, al flujo de información accesible para la policía y las compañías de seguros.

Les queda una difícil caminata de casi un kilómetro hasta el puerto.

En una estación pensada para desplazarse en deslizador no es fácil cubrir esa distancia a pie fuera de las zonas peatonales.

La rectora Deckard ha terminado de enumerar las medidas adoptadas, incluida la emisión indiscriminada de multas de diez eurodólares por concentración masiva de vapor respiratorio:

—... todo lo cual, en cumplimiento de la legislación vigente, se somete a votación en esta junta después del turno de alegaciones.

Leroy Torres alza de inmediato la mano, pero la rectora concede antes la palabra al representante de los comerciantes de la estación. Es el miembro de más edad de la junta rectora. Su traje es estrictamente conservador, de gradex azul; su sombra de ojos es magenta y su acento eslavo:

—¿Se han tenido en cuenta las pérdidas comerciales derivadas del descenso en los consumos mientras persistan los disturbios? No debemos olvidar que los delegados de Red Bull y Speedy Ragweed ya han expresado sus reservas respecto al patrocinio para el próximo año lectivo...

El asunto parece interesar también al tesorero y al delegado de hacienda. El tesorero no usa corbata sino lazo. Verde a topos blancos. El delegado de hacienda lleva un pañuelo blanco asomando del bolsillo de la chaqueta. Su corbata es a franjas verdes, blancas y rojas.

—Creo recordar que hemos tratado ese asunto en alguna otra reunión —dice la rectora Deckard. Mueve carpetas en su screener—. Aquí está...: «A instancias del delegado comercial, se concede un incremento del 20 % de espacio publicitario en las aulas a las marcas Red Bull y Speedy Ragweed, y se introducen las asignaturas Historia de Coca-Cola e Historia de Apple como materias opcionales independientes con un valor de 100 créditos académicos». Creí entender que eso satisfaría a los representantes de las marcas...

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