Mientras oía estas palabras, vio a una mujer de pie delante de la puerta sin que ésta hubiera llegado a abrirse. Por un momento, Hari Seldon la miró sorprendido y, de pronto, se dio cuenta de que sólo llevaba puesta una pieza de ropa interior. Lanzó una exclamación ahogada y corrió hacia la cama; únicamente entonces comprendió que lo que tenía delante era una holografía. Carecía del perfil real y se hizo patente que la mujer no lo miraba. Se mostraba como identificación nada más.
Seldon se detuvo, respiró hondo y alzó la voz para que se le oyera a través de la puerta.
–Si espera un poco me reuniré con usted -dijo-. Déme…, pongamos, media hora.
La mujer, o en todo caso la holografía, concedió:
–Esperaré. – Y se desvaneció.
No había ducha y, en su lugar, utilizó la esponja, llenando de agua el suelo de losetas del rincón del lavabo. Había pasta de dientes, pero no cepillo, así que se los limpió con el dedo. No tenía otra opción que volver a ponerse las ropas que llevaba el día anterior. Por fin, abrió la puerta.
Al hacerlo, se dio cuenta de que ella no se había identificado en realidad. Se había limitado a darle un nombre y Hummin no le había advertido respecto a quién esperar, si iba a ser esa Dors, o alguien más. Se había sentido seguro porque la holografía era la de una joven de aspecto agradable, pero, ¿cómo podía saber si detrás de ella había una docena de muchachos hostiles?
Observó, cauteloso, y no vio más que a la mujer, sólo entonces abrió la puerta del todo para permitirle la entrada. De inmediato cerró con llave.
–Perdóneme -le dijo-. ¿Qué hora es?
–Las nueve. El día ha comenzado hace rato.
Por lo que se refería a la hora oficial, Trantor seguía la galáctica, porque sólo así podía encajar con el comercio interestelar y los negocios gubernamentales. No obstante, cada mundo tenía, además, su horario local y Seldon no se había acostumbrado tanto como para sentirse cómodo con las referencias horarias trantorianas.
–¿Media mañana? – sugirió.
–Por supuesto.
–Esta habitación no tiene ventanas -dijo él, a la defensiva.
Dors se acercó a la cama, alargó la mano y oprimió un pequeño botón oscuro en la pared. En el techo, exactamente por encima de su almohada, aparecieron unos números rojos: 0903.
Ella sonrió, sin la menor superioridad.
–Cuánto lo siento -se excusó-, pero supuse que Chetter Hummin le habría dicho que vendría a buscarle a las nueve. Lo que le ocurre es que está tan acostumbrado a saberlo todo que suele olvidarse que los demás, a veces, no saben tanto… Yo no debí utilizar la identificación radioholográfica. Imagino que no la tienen en Helicón y es posible que le haya alarmado a usted.
Seldon se tranquilizó. La joven parecía natural y amistosa y la referencia a Hummin le hizo sentirse seguro.
–Está equivocada respecto a Helicón -le advirtió-, Miss…
–Por favor, llámeme Dors.
–Está equivocado respecto de Helicón, Dors. Tenemos radio-holografía, pero nunca he podido permitirme el lujo de un equipo. Ni nadie que yo conozca, así que carezco de experiencia en ese campo. Sin embargo, no tardé en darme cuenta de lo que era.
Seldon la observó. No muy alta, tenía la talla normal en una mujer. Su cabello era rubio rojizo, no demasiado intenso, y lo peinaba en rizos cortos pegados a la cabeza (había visto varias mujeres en Trantor con el cabello arreglado así. Por lo visto, se trataba de una moda local, de la que se habrían reído en Helicón). No podía decirse que fuera una belleza despampanante, aunque resultaba agradable a la vista, ayudada además por una boca de labios gordezuelos que esbozaban un gesto humorístico. Esbelta y bien formada, parecía muy joven. (Demasiado joven, pensó con inquietud, para serle útil).
–Qué, ¿apruebo el examen? – preguntó ella, que parecía poseer, al igual que Hummin, el don de adivinar los pensamientos, se dijo Seldon, o quizás era que a él le faltaba la habilidad de disimularlos.
–Lo siento -se excusó-. Parece como si la estudiara pero, en realidad, la estaba evaluando. Me encuentro en un lugar extraño. No conozco a nadie, y no tengo amigos.
–Por favor, doctor Seldon, considéreme una amiga. Mr. Hummin me ha encargado que me ocupe de usted.
–Puede que sea demasiado joven para ese encargo.
–Descubrirá que no lo soy.
–Bueno, me esforzaré por darle el menor trabajo posible. ¿Puede, por favor, repetirme su nombre?
–Dors Venabili. – Deletreó el apellido y pronunció la segunda sílaba con fuerza-. Por favor, como ya te he dicho, llámame Dors y si no tienes algo que objetar, te llamaré Hari. Aquí, en la Universidad, somos bastante informales, y hay un esfuerzo por parte de todos por olvidar nuestro
status
, ya sea heredado o profesional.
–No tengo el menor inconveniente en que me llames Hari.
–Bien. Me dejaré de formalismos. Por ejemplo, el instinto de la formalidad, si es que existe, me obliga a pedirte permiso para sentarme. Prescindiendo de él, me limitaré a hacerlo.
Y se acomodó en la única silla que había. Seldon se aclaró la garganta.
–Parece claro que no estoy en posesión de mis facultades habituales. Debí haberte pedido que te sentaras. – Y se dejó caer sobre su arrugada cama deseando haber tenido tiempo para estirarla un poco…, pero ella lo había cogido por sorpresa.
–Bien, esto es lo que vamos a hacer -dijo Dors, amable-. Primero, Hari, iremos a desayunar a uno de los cafés de la Universidad. Luego, te conseguiré una habitación en una de las residencias… Una habitación mejor que ésta. Hummin me ha encargado que te proporcione una tarjeta de crédito a su nombre, pero me llevará un par de días conseguirla de la burocracia universitaria. Hasta ese momento, me haré responsable de tus gastos y podrás devolverme después el dinero… Y podemos utilizarte. Chetter Hummin me dijo que eres matemático y, por alguna razón, hay una seria carencia de ellos, de los buenos, en la Universidad.
–¿Te dijo Hummin que soy un buen matemático?
–En efecto. Me dijo que eras un hombre notable.
–Vaya. – Seldon se contempló las uñas-. Me encantaría que se me considerara así, pero Hummin me ha conocido solamente por espacio de un día, escaso, y antes sólo me había oído presentar una comunicación, cuya calidad no creo que pueda juzgar. Pienso que sólo trataba de mostrarse correcto.
–No estoy de acuerdo -objetó Dors-. Él es también una persona extraordinaria y posee gran experiencia con las personas. Yo acepto su opinión. En todo caso, me imagino que ya tendrás ocasión de demostrarlo. Supongo que sabrás programar computadoras.
–Desde luego.
–Estoy hablando de computadoras dedicadas a la enseñanza, ¿comprendes?, y me preguntaba si sabrías organizar programas para las diversas fases de las matemáticas contemporáneas.
–Sí, eso forma parte de mi profesión. Soy profesor ayudante de matemáticas de la Universidad de Helicón.
–Ya lo sé. Hummin me lo dijo. Significa, claro, que todo el mundo sabrá que no eres trantoriano, pero eso no va a crear problema alguno. Aquí, en la Universidad, la mayoría es trantoriana, pero hay una importante minoría de gente procedente del Mundo Exterior, de cualquiera de los diferentes mundos, y todos ellos han sido aceptados. No quiero decir que no vayas a oír alguna pulla planetaria, pero, por lo general, los foráneos las emplean más que los trantorianos. A propósito, yo también procedo del Mundo Exterior.
–¿Oh…? – titubeó él, pero decidió que lo correcto sería hacerle alguna pregunta-. ¿De qué mundo procedes?
–De Cinna. ¿Has oído hablar de él alguna vez?
Quedaría en evidencia si mentía por corrección, pensó Seldon.
–No -confesó.
–No me extraña. Es probable que cuente mucho menos que Helicón… En todo caso, volviendo a la programación de enseñanzas matemáticas por computadora, supongo que puede hacerse muy bien o fatal.
–No hay duda al respecto.
–Y tú lo harás muy bien.
–Me gustaría creerlo así.
–Bien, pues. La Universidad te pagará por ello, así que salgamos y vayamos a comer algo. A propósito, ¿has dormido bien?
–Sí, y me sorprende.
–Estarás hambriento.
–Sí, pero… -titubeó.
–Pero te preocupa la calidad de la comida, ¿verdad? Pues, tranquilízate. Como también procedo del Mundo Exterior, me doy cuenta de lo que opinas sobre la fuerte infusión de microalimentos en todo, pero las comidas de la Universidad no son malas. Por lo menos, en el comedor de la facultad. Los estudiantes sufren un poco, pero eso sirve para endurecerles.
Se levantó y se dirigió a la puerta, mas se detuvo cuando Seldon no pudo evitar preguntarle:
–¿Eres miembro de la facultad?
Ella se volvió a mirarle y le sonrió con cierta picardía.
–¿No te parezco lo bastante vieja? Obtuve mi doctorado hace dos años en Cinna y desde entonces estoy aquí. Dentro de dos semanas, cumpliré treinta años.
–Perdóname -se excusó Seldon sonriendo también-, das tal sensación de juventud que no puedes dejar de despertar dudas respecto de tu
status
académico.
–¡Qué simpático eres! – Exclamó Dors.
Seldon se sintió embargado por cierto placer. Después de todo, se dijo, no se puede dedicar requiebros a una mujer y sentirse enteramente extraño.
Dors se hallaba en lo cierto. El desayuno no estaba nada mal. Había algo con un inconfundible sabor a huevo, y le sirvieron carne, agradablemente ahumada. La bebida de chocolate (Trantor adoraba el chocolate, algo que no molestaba nada a Seldon) era, probablemente, sintética, pero resultaba sabrosa, y los bollos, muy buenos.
Se creyó en el deber de decirlo:
–Ha sido un desayuno muy agradable. La comida, el entorno, todo.
–Me encanta que lo creas así.
Seldon miró a su alrededor. Había una hilera de ventanas en una de las paredes y aunque la verdadera luz del sol no entraba (se preguntó si, pasado cierto tiempo, aprendería a sentirse satisfecho con la luz solar difusa y dejaría de buscar rayos de sol en las habitaciones), el lugar estaba bastante bien iluminado. En realidad, aparecía lleno de luz porque la computadora atmosférica había decidido, por lo visto, que ya era hora de un día claro y soleado.
Las mesas estaban preparadas para cuatro y la mayor parte de ellas estaban ocupadas, pero Dors y Seldon pudieron sentarse solos en la suya. Dors había llamado a alguno de los hombres y mujeres y los había presentado. Todos se habían mostrado sumamente correctos pero ninguno se sentó con ellos. Parecía indudable que Dors deseaba que así fuera, aunque Seldon no comprendía cómo se las había arreglado para conseguirlo.
–No me has presentado a ningún matemático, Dors -comentó él.
–No he visto a ninguno de los que conozco. La mayoría de los matemáticos empiezan muy temprano y a las ocho ya están en clase. Mi impresión personal es que cualquier estudiante lo bastante atrevido para elegir matemáticas quiere sacarse de encima esta parte del curso lo antes posible.
–Deduzco que no eres matemática.
–Cualquier cosa excepto «mates» -protestó Dors riendo-.
¡Cualquier cosa!
Mi especialidad es Historia. Ya he publicado algunos estudios sobre el nacimiento de Trantor…, quiero decir, sobre el reino primitivo, no éste de ahora. Supongo que terminará siendo mi campo de especialización… El Trantor Real.
–¡Magnífico! – exclamó Seldon.
–¿Magnífico? – repitió Dors, mirándole inquisitiva-. ¿También estás interesado por el Trantor Real?
–En cierto modo, sí. En eso y en otros temas parecidos. En realidad, nunca he estudiado Historia y debía haberlo hecho.
–¿Por qué debías hacerlo? De estudiar Historia, no te habría quedado tiempo para las matemáticas y los matemáticos son muy necesarios…, en especial para esta Universidad. Estamos hasta aquí de historiadores -y con la mano señaló más arriba de las cejas-, y de economistas y de especialistas en Ciencias Políticas, pero andamos escasos de «ciencias» y «matemáticas». Chetter Hummin me lo comentó en una ocasión. Lo llamaba la decadencia de la Ciencia y parecía pensar que se trataba de un fenómeno general.
–Desde luego, cuando digo que hubiera debido estudiar Historia, no quiero decir que hiciera de ella la especialidad de mi vida, sino que debiera haberla estudiado lo bastante para que me sirviera en mis matemáticas. Mi campo de especialización es el análisis matemático de la estructura social.
–Suena fatal.
–Y lo es, en cierto modo. Resulta muy complicado y sin conocer bastante más sobre cómo evolucionaron las sociedades, es prácticamente imposible. Verás, mi cuadro es demasiado estático, ¿sabes?
–No lo sé porque no conozco nada sobre eso. Chetter me contó que estabas ampliando algo llamado psicohistoria y que era muy importante. ¿Lo he dicho bien? ¿Psicohistoria?
–Muy bien. Hubiera debido llamarlo «psicosociología» pero me pareció una palabra demasiado fea. O tal vez, sabía de forma instintiva que el conocimiento de la Historia era necesario y no había prestado suficiente atención a mis ideas.
–Psicohistoria suena mucho mejor, pero no sé lo que es.
–Apenas yo lo sé. – Reflexionó unos segundos, mirando a la mujer sentada frente a él y sintiendo que ella podía hacer su desierto menos parecido a un destierro. Se acordó de la otra mujer que trató unos años atrás, pero la borró de su mente con un esfuerzo deliberado. Si alguna vez encontraba otra compañera, tenía que ser una que conociera y comprendiera lo que era el saber, la erudición, y lo que todo ello exigía de una persona.
–Chetter Hummin me comentó que el Gobierno no molesta ni interviene para nada en la Universidad -dijo para enfocar su mente hacia otro camino.
–Y es cierto.
–Parece increíblemente indulgente por parte del Gobierno Imperial. Las instituciones docentes de Helicón no son, de ningún modo, tan independientes de las presiones gubernamentales.
–Ni en Cinna, tampoco. Ni en cualquier otro Mundo Exterior, excepto, quizás, en uno o dos de los mayores. Trantor es un mundo aparte.
–Sí, pero, ¿por qué?
–Porque es el centro del Imperio. Aquí, las universidades gozan de enorme prestigio. Cualquier profesional sale de no importa qué Universidad, pero los administradores del Imperio, los altos cargos, los incontables millones de personas que representan los tentáculos del Imperio, tendidos hasta cada rincón de la Galaxia, están preparados aquí mismo, en Trantor.