–Sí, es una red maravillosa -asintió Hummin-, y eso que no la estás viendo en su máximo esplendor. En mi juventud era más silencioso que ahora y hay quien dice que años atrás no se oía ni un suspiro…, aunque me figuro que debemos tener en cuenta la idealización de la nostalgia.
–¿Y por qué no sigue así, ahora?
–Porque su mantenimiento no va bien. Ya te he hablado de la decadencia.
–Pero la gente no se sienta y dice: «Estamos decayendo. Dejemos que el expreso se vaya al traste».
–No, no lo hacen. No se trata de algo dispuesto. Lo que se descompone se repara, los coches decrépitos se remozan, los imanes se reponen. Pero se hace de cualquier modo, sin cuidado, a intervalos cada vez mayores. La verdad es que no se dispone de los créditos necesarios.
–¿Adónde han ido a parar?
–A otras cosas. Llevamos siglos de inquietud. La Marina es mucho más grande y más onerosa de lo que solía ser. Las Fuerzas Armadas están mejor pagadas con el fin de mantenerlas tranquilas. El desasosiego, las revueltas y los pequeños ramalazos de guerra civil se cobran, todos, su tributo.
–Sin embargo, esto ha estado más tranquilo bajo Cleon. Y hemos tenido cincuenta años de paz.
–Sí, pero los soldados, que están bien pagados, se molestarían si se les redujera la paga sólo porque estamos en paz. Los almirantes se resisten a mandar barcos desarmados y a que les reduzcan el grado por el simple hecho de que tienen menos quehacer. Así que el dinero sigue fluyendo, de manera improductiva, a las Fuerzas Armadas y las áreas vitales del bienestar social se van deteriorando. Esto es lo que yo llamo decadencia. ¿Tú no? ¿No crees que, eventualmente, incluirás este punto de vista en tus nociones psicohistóricas?
Seldon se revolvió inquieto.
–A propósito, ¿hacia dónde vamos? – preguntó después.
–A la Universidad de Streeling.
–Ah, ya comprendo por qué el nombre de este Sector me parecía familiar. He oído hablar de su Universidad.
–No me sorprende. Trantor cuenta con casi cien mil instituciones de altos estudios y Streeling es una de las mil o así que están en la cima.
–¿Viviré allí?
–Durante un tiempo. Los campus universitarios son santuarios inviolables, indiscutiblemente. Allí estarás a salvo.
–¿Y seré bien recibido?
–¿Por qué no? Hoy en día, es difícil conseguir un buen matemático. Podrán utilizarte. Y tú podrás servirte de ellos también…, y por mucho más que un simple escondite.
–¿Quieres decir que será un lugar donde yo podré desarrollar mis conocimientos?
–Me lo has prometido -le recordó Hummin.
–He prometido intentarlo -le recordó Seldon, y se dijo que era como si prometiera hacer una cuerda con arena.
La conversación decayó después de esto y Seldon se entretuvo mirando los edificios del Sector de Streeling mientras pasaban ante ellos. Algunos eran muy bajos, mientras otros parecían rozar el «cielo». Amplios cruces rompían la progresión y también se veían callejas a menudo.
En un momento dado, le sorprendió el hecho de que aunque los edificios parecían subir, también parecían bajar y que quizás algunos eran más profundos que altos. Tan pronto como se le ocurrió esa idea, se dio cuenta de que así era en realidad.
En ocasiones, vio manchones verdes al fondo, muy alejados del expreso, e incluso arbolitos.
Siguió con su observación hasta que cayó en la cuenta de que la luz iba disminuyendo. Fijó la vista y se volvió a Hummin, quien adivinó la pregunta.
–Cae la tarde, y va entrando la noche.
Seldon alzó las cejas y plegó la boca.
–¡Es impresionante! Tengo una imagen del planeta entero oscureciendo y, dentro de unas horas, iluminándose de nuevo.
Hummin se permitió su vaga sonrisa, cautelosa.
–No del todo, Seldon. El planeta no oscurece nunca del todo…, ni se ilumina del todo. La sombra del atardecer lo recorre de manera gradual, seguida, medio día después, por la lenta luz del alba. En realidad, el efecto luminoso sigue a la verdadera noche y al día por encima de las cúpulas, así que a mayor altitud, el día y la noche cambian de duración según las estaciones.
–¿Por qué cerrar el planeta y luego imitar como sería descubierto? – preguntó Seldon.
–Me figuro que porque la gente lo prefiere así. Los trantorianos aprecian las ventajas de estar encerrados, pero no les gusta que se les recuerde. Seldon, sabes muy poco de la psicología trantoriana.
Éste se ruborizó. Era un simple heliconiano y conocía muy poco sobre los millones de mundos fuera del suyo. Su ignorancia no se limitaba a Trantor. ¿Cómo, entonces, podía esperar encontrar aplicaciones prácticas a su teoría de la psicohistoria?
¿Cómo podía cualquier número de personas, todas juntas, conocer lo bastante?
A Seldon, todo esto le recordaba una pregunta que le habían planteado de niño: «¿Puede haber una pieza relativamente pequeña de platino, con asas incorporadas, que la fuerza desnuda de un grupo de personas no pueda levantar, por muchas que éstas sean?»
La respuesta era sí. Un metro cúbico de platino pesa 22.420 kilos bajo la fuerza normal de gravedad. Si se sabe que cada persona puede levantar 120 kilos del suelo, entonces, 188 personas bastarían para levantar el cubo de platino… Pero, 188 personas no se podrían instalar alrededor de él para que cada uno pudiera conseguir asirlo. Quizá no podrían colocarse más de 9 personas. Y las palancas u otros artilugios no estaban autorizados. Tenía que ser la «fuerza desnuda, sin ayudas».
Del mismo modo, podría ocurrir que no hubiera bastante gente para manejar el total de conocimiento necesario para la psicohistoria, incluso si los datos estaban acumulados en las computadoras, más que en cerebros humanos. Sólo determinadas personas podrían reunirse junto al conocimiento, por decirlo así, y comunicarlo.
–Pareces preocupado, Seldon -comentó Hummin.
–Estoy considerando mi propia ignorancia.
–Un trabajo muy útil. Cuatrillones de personas podrían, provechosamente, reunirse contigo… Pero es hora de bajar.
–¿Cómo puedes darte cuenta?
–Lo mismo que tú el primer día que subiste a un expreso en Trantor. Me guío por los letreros.
Seldon se fijó en uno al pasar: UNIVERSIDAD DE STREELING – 3 MINUTOS.
–Bajaremos en la próxima estación. Ten cuidado.
Seldon siguió a Hummin fuera del vagón, observando que el cielo tenía, entonces, un color violeta profundo y que los caminos, corredores y edificios iban iluminándose, bañándose en una luz amarillenta.
Podía haberse tratado del comienzo de una noche en
Helicón
. Si le hubieran dejado allí, con los ojos vendados, retirándole luego la venda, hubiera tenido la seguridad de encontrarse en algún lugar especialmente bien edificado del interior de una de las mayores ciudades de
Helicón
.
–¿Cuánto tiempo supones que deberé permanecer en la Universidad de Streeling, Hummin? – quiso saber.
–Es difícil decirlo, Seldon. Quizá toda tu vida -respondió Hummin con su habitual placidez.
–¿Qué?
–Tal vez no. Pero tu vida dejó de pertenecerte en el momento en que leíste tu disertación sobre psicohistoria. Al instante, el Emperador y Demerzel reconocieron tu importancia. Yo también. Y quién sabe cuántos más. Verás, eso significa que ya no te perteneces.
Venabili, Dors. – … Historiadora, nacida en Cinna… Su vida pudo haber continuando un curso tranquilo de no haber sido por el hecho, después de haber pasado dos años en la facultad de la Universidad de Streeling, de que se encontró involucrada con el joven Hari Seldon durante La Huida…
Enciclopedia Galáctica
La habitación en que Hari Seldon entró era mayor que la de Hummin en el Sector Imperial. Se trataba de un dormitorio, con una esquina adaptada como lavabo y sin el menor indicio de facilidades de cocina. No tenía ventanas, aunque en el techo había una rejilla de ventilación que emitía un zumbido continuo.
Seldon miró a su alrededor, decepcionado. Hummin interpretó aquella mirada con su habitual seguridad.
–Es sólo por esta noche, Seldon. Mañana por la mañana, alguien te instalará en la Universidad y estarás mucho más cómodo.
–Perdóname, Hummin, ¿cómo lo sabes?
–Porque yo lo arreglaré. Conozco una o dos personas aquí -respondió, y sonrió brevemente, sin humor-, y puedo hacer que me devuelvan uno o dos favores. Ahora, pasemos a los detalles. – Miró fijamente a Seldon y dijo-: Todo lo que dejaste en la habitación del hotel se ha perdido. ¿Había algo irremplazable allí?
–Nada realmente irremplazable. Algunos objetos personales que apreciaba por su asociación con mi vida pasada, pero si los he perdido, perdidos están. Había, desde luego, notas de mi disertación. Algún cálculo. La propia disertación.
–Que, de momento, es conocida públicamente hasta el momento en que sea retirada de la circulación por considerarla peligrosa…, como así ocurrirá. No obstante, creo poder hacerme con una copia, estoy seguro. En todo caso, podrás reconstruirla, ¿verdad?
–Puedo. Por eso he dicho que no había nada realmente irremplazable. También he perdido casi mil créditos, algunos libros, ropa, mis billetes de regreso a Helicón, cosas así.
–Todo eso puede remplazarse… Ahora, me arreglaré para que tengas un título de crédito a mi nombre, con cargo a mi cuenta. Te servirá para gastos corrientes.
–Me parece excesivamente generoso por tu parte; no puedo aceptarlo.
–No tiene nada de generoso, dado que así espero salvar el Imperio. Debes aceptarlo.
–Pero, Hummin, ¿qué gastos puedes permitirte? Ten en cuenta que lo utilizaré con la conciencia remordiéndome incómoda.
–Lo que necesites para tu supervivencia o para una comodidad razonable puedo permitírmelo, Seldon. Desde luego, no querría que trataras de comprar el Gimnasio Universitario o entregaras millones de créditos en propinas.
–No debes preocuparte, pero con mi nombre en evidencia…
–Mejor que así sea. Al Gobierno Imperial le está prohibido el ejercer cualquier control de seguridad sobre la Universidad o sobre sus miembros. Hay una libertad total. Aquí puedes discutir de cualquier tema, y decir cualquier cosa.
–¿Y qué hay de la violencia, de un crimen, por ejemplo?
–Eso lo manejan las propias autoridades de la Universidad, razonable y minuciosamente…, pero, de hecho, no existen ni crímenes, ni violencia. Los estudiantes y la facultad aprecian su libertad y comprenden sus condiciones. Excesivo desorden, un principio de revuelta y derramamiento de sangre harían que el Gobierno se creyera con derecho a romper el acuerdo, no escrito, y enviara sus tropas aquí. Pero nadie lo desea, ni siquiera el propio Gobierno, así que se mantiene un delicado equilibrio. En otras palabras, ni el propio Demerzel puede hacer que te saquen de la Universidad sin un motivo mayor del que haya podido darle cualquier miembro de la Universidad en un siglo y medio al menos. Por el contrario, si fueras atraído fuera de los límites por un estudiante-agente…
–¿Cómo puedo saberlo con seguridad?
–Tal vez sí. Cualquier individuo corriente puede ser amenazado, o manejado o simplemente comprado…, y, en adelante, pertenecer al servicio de Demerzel, o de quien sea, claro. Así que debo insistir en esto: estás a salvo, dentro de lo razonable, pero nadie está a salvo por completo. Debes tener mucho cuidado. Sin embargo, a pesar de mi advertencia, no quiero que vayas asustado por la vida. En términos generales, te hallarás más seguro aquí de lo que podrías estarlo si hubieras vuelto a Helicón, o ido a cualquier otro mundo de la Galaxia fuera de Trantor.
–Así lo espero -repuso Seldon, temeroso.
–Lo sé -declaró Hummin- o no creería prudente dejarte.
–¿Dejarme? – exclamó Seldon vivamente-. No puedes hacerlo. Tú conoces este mundo. Yo no.
–Estarás con otros que lo conocen, que conocen esta parte de él, en realidad incluso mejor que yo. Por lo que a mí se refiere, debo irme. He estado contigo todo el día y no me atrevo a abandonar mi propia vida por más tiempo. No se debe llamar demasiado la atención; recuerdo que también yo tengo mis propias inseguridades, como tú las tuyas.
Seldon se ruborizó.
–Tienes razón. No puedo permitir que te pongas indefinidamente en peligro por mi causa. Espero no haber causado ya tu ruina.
–¿Quién sabe? – observó Hummin fríamente-. Vivimos tiempos peligrosos. Sólo debes recordar que si alguien puede hacer más seguros los tiempos, si no para nosotros, al menos para aquellos que nos sigan más tarde, eres tú. Haz que esta idea sea tu fuerza motriz, Seldon.
Seldon no pudo conciliar el sueño. Se revolvió en la cama, a oscuras, pensando. Jamás se había sentido tan solo, o tan desamparado, como después de que Hummin inclinase la cabeza, estrechase su mano rápidamente y lo dejase. Ahora, se encontraba en un mundo extraño…, en una parte extraña de este mundo, sin la única persona que podía considerar un amigo (y todo ello en menos de un día), sin tener ni la menor idea de adónde ir o qué hacer al día siguiente o en cualquier momento del futuro.
Desde luego, nada de eso le conducía al sueño, y para cuando decidió, desesperadamente, que no dormiría aquella noche o quizá jamás, el cansancio lo venció…
Cuando despertó, aún era de noche, o no del todo, porque a través de la habitación vio una luz roja que lanzaba un brillo intermitente acompañado de un fuerte zumbido. Era indudable que eso le había despertado.
Mientras intentaba recordar dónde se encontraba y trataba de encontrar algún sentido a los limitados mensajes que sus sentidos captaban, la luz y el zumbido cesaron, y percibió unas palmadas perentorias.
Supuso que las palmadas sonaban en la puerta, mas no recordaba dónde se encontraba ésta. También supuso que debería hacer un interruptor que iluminara la estancia, pero tampoco recordaba dónde se hallaba. Se incorporó en la cama y tanteó la pared, a su izquierda, desesperadamente, mientras gritaba:
–Un momento, por favor.
Al fin encontró el interruptor y lo oprimió; la habitación se inundó de luz suave. Saltó de la cama, parpadeando, en busca de la puerta. Cuando la encontró se dispuso a abrirla, pero, en el último instante, recordó la prudencia.
–¿Quién es? – preguntó con voz seca y decidida.
–Mi nombre es Dors Venabili -respondió una dulce voz femenina-, y he venido a ver al doctor Hari Seldon.