–Nunca podré olvidar aquella comunicación en la Convención Decenal -barbotó, irritado-. He arruinado mi vida.
–No. No te precipites a conclusiones, matemático. El Emperador y sus funcionarios te quieren sólo por una razón, para que sus vidas sean más seguras. Les interesan tus conocimientos por lo útiles que pueden ser para salvar el poder del Emperador, conservarlo para su hijo, mantener los puestos, status, y dominio de sus funcionarios. Yo, por el contrario, sólo quiero tu poder en bien de la Galaxia.
–¿Hay, acaso, alguna diferencia? – estalló Seldon con acritud.
Y Hummin contestó, con un principio de rictus severo:
–Si no distingues la diferencia, tanto peor para ti. Los habitantes humanos de la Galaxia existían mucho antes de la subida al poder del Emperador que ahora gobierna, mucho antes de la dinastía que representa, mucho antes del propio Imperio. La Humanidad es infinitamente más vieja que el Imperio. Puede que incluso sea bastante más vieja que los veinticinco millones de mundos de la Galaxia. Hay leyendas que hablan de una época en que la Humanidad habitaba un solo mundo.
–¡Leyendas! – barbotó Seldon encogiéndose de hombros.
–Sí, leyendas, pero no veo razón alguna por la que no pudiera haber sido así en realidad, veinte mil años atrás, o más. Me figuro que la Humanidad no surgió de manera espontánea junto con los conocimientos del viaje hiperespacial. Estoy seguro de que hubo un tiempo en que la gente no podía viajar a velocidades superiores a la luz y, por esa razón, debían estar encerrados en un solo sistema planetario. Y si miramos hacia delante, en el tiempo, los humanos de los mundos de la Galaxia seguirán existiendo después de que tú y el Emperador estéis muertos, después de que todo su linaje llegue al fin y después de que las propias instituciones del Imperio se deshagan. En ese caso, no es tan importante preocuparse excesivamente de los individuos, del Emperador y del joven Príncipe Imperial. Ni siquiera es importante preocuparse por la mecánica del Imperio. ¿Qué será de los cuatrillones de personas que viven en la Galaxia? ¿Qué será de ellos?
–Presumo que el mundo, los mundos, y sus gentes subsistirán -dijo Seldon.
–¿No sientes la acuciante necesidad de ahondar en las posibles condiciones en las que seguirán viviendo?
–Es de suponer que continuarán como hasta ahora.
–Es de suponer. Pero, ¿podría saberse mediante el arte de predecir del que hablas?
–Lo llamo psicohistoria. En teoría, podría saberse.
–¿Y no sientes la necesidad de transformar esa teoría en práctica?
–Me gustaría, Hummin, pero el deseo de hacerlo no crea, de manera automática, la capacidad de conseguirlo. Dije al Emperador que la psicohistoria no podía transformarse en una técnica práctica y me veo obligado a decirte lo mismo a ti.
–¿Y no tienes ni siquiera la intención de tratar, alguna vez, de descubrir la técnica?
–En absoluto, como tampoco siento que deba intentar coger un montón de gravilla del tamaño de Trantor, contar sus piedras una a una y ordenarlas por tamaños de mayor a menor. Sabría que estaba haciendo algo que no podría llevar a cabo en toda una vida y no sería lo bastante loco para pretender hacerlo.
–¿Lo intentarías si conocieras la verdad sobre la situación de la Humanidad?
–Es una pregunta imposible. ¿Cuál es la verdad sobre la situación de la Humanidad? ¿Pretendes, acaso, conocerla?
–Sí, la conozco. Y en cinco palabras. – Los ojos de Hummin tornaron a mirar al frente, volviéndose fugazmente hacia el persistente vacío del túnel que los iba tragando, ensanchándose al pasar ellos y encogiéndose al quedar atrás. Entonces, sombrío, pronunció esas cinco palabras-: El Imperio Galáctico está muriendo.
Universidad de Streeling. – … Una institución de estudios superiores en el Sector Streeling del antiguo Trantor… Pese a todas las pretensiones de fama en los campos, tanto de Ciencias como de Letras, no es por ello por lo que la Universidad sobresale hoy día en la conciencia de la gente. Probablemente, causaría impacto a las generaciones de eruditos de la Universidad el enterarse de que, en el futuro, la Universidad de Streeling sería recordada, sobre todo, porque un tal Hari Seldon, en el período de La Huida, había residido allí durante un corto espacio de tiempo.
Enciclopedia. Galáctica
Hari Seldon permaneció en silencio, incómodo, después de que Hummin hiciera su declaración. Interiormente se encogió, al darse cuenta de sus propias deficiencias.
Había inventado una nueva ciencia: la psicohistoria. Había ampliado las leyes de la probabilidad de un modo tan sutil que le permitían abarcar nuevas complejidades e incertidumbres y había terminado con elegantes ecuaciones de innumerables incógnitas… Posiblemente, un número ilimitado de ellas; no sabía decirlo.
Pero se trataba de un juego matemático y nada más.
Tenía a la psicohistoria, o por lo menos las bases de la psicohistoria, pero sólo como curiosidad matemática. ¿Dónde estaba el conocimiento histórico que daría cierto sentido a las vacías ecuaciones?
No disponía de ninguno. Nunca se había interesado por la historia. Conocía un esquema de la historia de
Helicón
. Los cursos sobre aquel pequeño fragmento de la historia humana habían sido obligatorios en las escuelas de
Helicón
. Pero, ¿qué conocía más allá de eso? Seguro que todo lo demás que había aprendido no eran sino esqueletos descarnados como los que todo el mundo manejaba… mitad leyenda y mitad distorsión.
Así y todo, ¿cómo podía alguien decir que el Imperio Galáctico se moría? Llevaba existiendo diez mil años como Imperio aceptado. Incluso antes, Trantor, como capital del reino dominante, había mantenido durante dos mil años lo que conformaba, virtualmente, un Imperio. El Imperio había sobrevivido a los primeros siglos cuando secciones enteras de la Galaxia aceptaban, a veces, y otras rechazaban, el final de su independencia local. Había sobrevivido a las vicisitudes que las rebeliones ocasionales, las guerras dinásticas y algunos serios períodos de miseria conllevaron consigo. La mayor parte de los mundos apenas había sido turbada por problemas semejantes y Trantor había ido creciendo, imparable, hasta llegar a transformarse en la morada universal que ahora se autodenominaba Mundo Eterno.
Claro que en los últimos cuatro siglos, el desasosiego había aumentado y sucedido violentos asesinatos y cambios de poder imperiales. Pero incluso todo eso se había ido calmando y ya la Galaxia estaba tranquila como nunca. Bajo Cleon I y antes de él, con su padre, Stanel VI, los mundos eran prósperos…, y el propio Cleon no era considerado un tirano. Incluso aquellos a los que el Imperio no les gustaba como institución, raramente tenían algo malo que decir sobre Cleon, por más que arremetieran contra Eto Demerzel.
Entonces, ¿por qué Hummin aseguraba que el Imperio Galáctico se moría…, y lo decía con tal acento de convicción?
Hummin era un periodista. Era probable que conociese la historia galáctica con todo detalle, así como la situación del momento, a la perfección. ¿Era eso lo que le proporcionaba el conocimiento que se adivinaba tras su declaración? Y, en tal caso, exactamente, ¿cuál era su conocimiento?
Varias veces, Seldon estuvo a punto de preguntarle, de exigirle una respuesta, pero lo que vio en el grave rostro de Hummin se lo impidió. Y también algo en su propia creencia de que el Imperio Galáctico era un don, un axioma, una piedra angular sobre la que descansaba todo argumento, se lo impedía igualmente. Después de todo, si aquello no iba bien, prefería no saberlo.
No, no podía creer que estuviera equivocado. Ni el Imperio Galáctico, ni el propio Universo, podían tocar a su fin. O bien, si el Universo llegaba a su fin, entonces…, y sólo entonces, terminaría el Imperio Galáctico.
Seldon cerró los ojos e intentó conciliar el sueño, mas, como era natural, no lo consiguió. ¿Tendría que ponerse a estudiar la historia del Universo a fin de presentar su teoría de la psicohistoria?
¿Cómo podía hacerlo? Existían veinticinco millones de mundos, y cada uno de ellos con su propia, compleja e interminable historia. ¿Cómo estudiar todo eso? Sabía que había muchos volúmenes de libro-películas que trataban de la historia galáctica. Incluso una vez había hojeado uno de ellos, por alguna razón ya olvidada, y lo había encontrado demasiado aburrido para conseguir llegar siquiera a la mitad.
Los libro-películas trataban de mundos importantes. Algunos de ellos relataban toda o casi toda la historia de esos mundos: otros, sólo cuando éstos ganaban importancia durante cierto tiempo, hasta que se apagaban. Recordó haber buscado
Helicón
en el índice, y no encontró más que una mención. Había pulsado las teclas que se la proyectarían y halló
Helicón
incluido en una lista de mundos que, en determinada ocasión, se habían agrupado de forma temporal alrededor de cierto aspirante fracasado en sus pretensiones al trono Imperial. En aquella ocasión,
Helicón
se había salvado de las represalias probablemente porque no tenía la suficiente importancia para ser castigado.
¿De qué servía semejante historia? Por supuesto que la psicohistoria debería tener en cuenta los actos y reacciones e interacciones de cada mundo…, de todos y cada uno de ellos. ¿Cómo se podía estudiar la historia de veinticinco millones de mundos y considerar todas sus posibles interacciones? Iba a suponer, de seguro, una tarea imposible, y esa idea reforzaba la conclusión general de que la psicohistoria resultaba interesante como teoría, pero que jamás llegaría a ser práctica.
Seldon sintió un suave empujón hacia delante y se dijo que el aerotaxi debía estar disminuyendo la velocidad.
–¿Qué pasa? – preguntó.
–Creo que ya nos hemos alejado bastante -contestó Hummin-, así que podemos arriesgarnos a parar un poco para comer y beber algo y hacer una visita al lavabo.
Y, en los quince minutos siguientes, durante los que el aerotaxi fue perdiendo velocidad, llegaron a un área iluminada. El taxi entró y encontraron un espacio para aparcar entre otros cinco o seis vehículos.
El avezado ojo de Hummin pareció abarcar el área iluminada, los otros taxis, la cena, los caminos y los hombres y mujeres de una sola mirada. Seldon, que intentaba pasar inadvertido y sin saber cómo hacerlo, le observaba mientras procuraba no molestarle. Cuando se sentaron en una mesita y marcaron lo que querían, Seldon, esforzándose por parecer indiferente, preguntó:
–¿Todo bien?
–Así parece.
–¿Cómo puedes saberlo?
Hummin posó por un instante sus ojos oscuros sobre Seldon.
–Por instinto -contestó-. Por la costumbre de años de recoger información. Miras y te dices: «Aquí no hay noticia».
Seldon asintió, aliviado. Por más que Hummin pudo haberlo dicho con ironía, daba la impresión de que era verdad.
Su satisfacción no pasó más allá del primer mordisco a su bocadillo. Miró a Hummin con la boca llena y con una expresión de dolida sorpresa en el rostro.
–Esto es un restaurante de carretera, amigo -observó Hummin-. Barato, rápido y no demasiado bueno. Los alimentos son locales y llevan una infusión bastante fuerte de fermento. Los paladares trantorianos están acostumbrados.
Seldon tragó con dificultad.
–Pero en el hotel…
–Te encontrabas en el Sector Imperial, amigo. Allí, los alimentos son importados y si se utiliza microalimento, éste es de alta calidad. Y caro también.
Seldon se preguntó si tomaba otro bocado.
–Quieres decir que mientras viva en Trantor… -suspiró.
Hummin le indicó, con un gesto de sus labios, que bajara la voz.
–Procura no dar la impresión a nadie de que estás acostumbrado a algo mejor. Hay lugares en Trantor donde el ser identificado como aristócrata resulta mucho peor que si se es extranjero. Te aseguro que la comida no te parecerá tan mala en todas partes. Estos restaurantes de carretera tienen fama de baja calidad. Si eres capaz de tragar este bocadillo, podrás comer en cualquier parte de Trantor. Y no te hará daño. No está pasado, ni es malo, ni nada por el estilo. Lo único que tiene es un sabor áspero y fuerte y, de verdad, te lo aseguro, acabarás por acostumbrarte a él. He conocido a trantorianos que escupen nuestra buena comida y aducen que notan la falta del gusto casero.
–¿Hay mucho cultivo en Trantor? – preguntó Seldon. Una rápida mirada en derredor le hizo ver que no había nadie sentado en su inmediata vecindad y prosiguió, hablando a media voz-: Siempre he oído decir que se necesitan veinte mundos contiguos para proporcionar los centenares de naves de carga precisas para alimentar, cada día, a Trantor.
–Lo sé. Y otros tantos centenares para llevarse la basura. Mas si deseas que la historia sea realmente buena, puedes decir que las mismas naves que traen la comida se llevan la basura. Es cierto que importamos considerable cantidad de comida, pero, sobre todo, artículos de lujo. Y exportamos enorme cantidad de basura, cuidadosamente procesada para que resulte inofensiva, y sirva como importante fertilizante orgánico…, que es tan importante para otros mundos como la comida para nosotros. Pero esto no es sino una pequeña fracción del todo.
–¿Lo es?
–Sí. Además de los peces en el mar, hay huertas y granjas por todas partes. Y los frutales, las aves y los conejos, y amplias granjas de microorganismos…, llamadas, en general, granjas de levadura, aunque la levadura es parte minoritaria de los cultivos. Y nuestras basuras suelen emplearse aquí mismo, en casa, para mantener todos esos cultivos. De hecho, Trantor se parece mucho a una enorme y rebosante colonia espacial. ¿Has visitado alguna de ellas?
–En efecto.
–Las colonias espaciales son, en esencia, ciudades cerradas con todo artificialmente ciclado, con ventilación artificial, día y noche artificiales, y demás. Trantor se diferencia de ellas en que, incluso la mayor colonia espacial tiene diez millones de habitantes y Trantor reúne cuatro mil veces esta cantidad. Por supuesto, nuestra gravedad es real. Y ninguna colonia espacial puede comparársenos en microalimentación. Además, tenemos tanques de levadura, esteras de hongos y vastos estanques de algas, grandes, más allá de lo que puedas imaginar. Y somos fuertes en sabores artificiales, añadidos con generosidad. Éstos son los que le dan ese gusto a lo que estás comiendo.
Seldon había consumido la mayor parte de su bocadillo y ya no le pareció tan malo como al primer bocado.