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Relatos de Faerûn (19 page)

BOOK: Relatos de Faerûn
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Maia y el vampiro caminaban charlando en voz baja mientras él la acompañaba hasta su hogar, una habitación situada en lo alto de una sastrería. Shark se preparó para lo inevitable. Hipnotizada por aquel ser, la muy necia sin duda ahora lo invitaría a subir. Él naturalmente aceptaría y luego bebería sangre hasta hartarse. Así sucedía siempre, y Shark nunca trataba de evitarlo. En Suzail había aprendido por las malas lo temerario que resultaba sobresaltar a un vampiro que se estaba alimentando.

Lo que esperaba se confirmó. Maia invitó al vampiro a subir de forma un tanto causal, como si lo hubiera hecho otras veces. El chupasangres aceptó con una cortés inclinación de la cabeza. Sobreponiéndose al frío, Shark esperó con paciencia nacida de la práctica. El vampiro finalmente reapareció, bajó por las escaleras y echó a caminar calle abajo, sin olvidarse de dejar sus huellas en la nieve. Shark empezó a seguirlo, un tanto sorprendida. En lugar de asumir la forma de un murciélago y disolverse en la neblina, Jander prefería seguir escudándose en su apariencia de elfo y andar el camino. En todo caso, parecía estar en tensión, como lo indicaba que cada dos por tres se volviera para mirar atrás.

Shark comprendió que el vampiro intuía que alguien lo estaba siguiendo. ¿Cómo era posible?

Shark repasó lo sucedido en la taberna y de pronto supo qué había despertado las sospechas del chupasangres. ¡No le había preguntado el precio de la figurilla! De pronto se sintió avergonzada a más no poder. Un estremecimiento de miedo le recorrió la espalda. «¡Imbécil!», se dijo en silencio. ¿Cómo podía haberse puesto de tal forma en evidencia? Su falta de precaución podía haberle costado la vida... Podía costársela todavía. A Shark se le encogió el corazón. Pero no, el vampiro no la había visto. El chupasangres dobló una esquina y siguió andando.

Finalmente se detuvo frente a una pequeña casa de piedra próxima a las afueras de la población. Cuando Jander sacó una llave y abrió la puerta, Shark comprendió con sorpresa que se trataba del hogar del vampiro. La puerta y las paredes de tablones estaban en buen estado de conservación. Bajo las ventanas con las persianas cerradas crecían los esqueléticos tallos invernales de rosas plantadas en macizos bien cuidados. Tras dirigir una última mirada ansiosa a sus espaldas, Jander se sacudió cuidadosamente la nieve de las botas y entró.

Shark sentía una decepción cuyo regusto era comparable al de las cenizas en la boca. ¿Qué clase de desafío suponía un vampiro que plantaba macizos de rosas? ¿Qué mérito tendría eliminar a un adversario tan endeble? En principio, un ser tan exótico como un vampiro elfo tendría que obligarla a valerse de todos sus recursos, de su astucia y su capacidad. Por un momento pensó que nada sería más fácil que entrar en la casa en aquel preciso momento y despachar al chupasangres sin perder más tiempo. Sin embargo, su imprudencia anterior la llevó a mostrarse prudente. Volvería al día siguiente y lo mataría. Sería fácil, lo sabía, si bien necesitaba trazar un plan alternativo por si algo salía mal.

Tras dirigir una última mirada desdeñosa a la bonita casa que era el hogar de aquel vampiro, Shark emprendió el camino de regreso a la ciudad. Todavía le quedaba una cosa por hacer aquella noche.

Protegida de todas las miradas por su mágica capa, Shark se presentó en la casa del chupasangres la tarde siguiente. El domicilio del vampiro estaba enclavado en mitad de una hilera de casas que parecían hallarse deshabitadas. La boda de Shallen Lathkule, que en aquel momento se estaba celebrando en el otro extremo de Aguas Profundas, había congregado a muchos. Rápida y habilidosamente, Shark abrió la cerradura con una ganzúa y entró en la vivienda. Después de cerrar la puerta a sus espaldas, dejó que sus ojos se hicieran a la oscuridad y echó una mirada a su alrededor.

En la planta baja de aquella casa de dos pisos no se veía nada sospechoso, con la excepción de que las persianas cerradas estaban aseguradas con clavos y recubiertas de brea para que la luz del sol no se filtrara en lo más mínimo. Las herramientas de talla de Jander estaban alineadas en orden sobre una gran mesa de trabajo. En las estanterías había varias figurillas inconclusas. Allí donde no había estantes, las paredes exhibían unas pinturas y tapices maravillosos. En un rincón, dispuestos con cuidado, había una cota de malla, una espada y un escudo. Sin duda, recuerdos de la existencia anterior del vampiro, de cuando todavía era un ser viviente. El suelo de piedra estaba cubierto de esteras. Unos extraños ruiditos llegaban del otro lado de una cortina situada en la parte posterior. Con los sentidos alerta, Shark avanzó con cuidado y abrió la cortina.

Decenas de ratas correteaban de un lado a otro en el interior de una gran jaula. Shark las contempló largamente, sabedora de que, muchas veces, los vampiros tenían el poder de controlar a dichos animales. Sin embargo, esas ratas se comportaban de forma perfectamente normal. Frunciendo la nariz por efecto de la pestilencia, Shark cerró la cortina.

—Tentempiés para degustar entre las comidas —murmuró para sí. La mayoría de los chupasangres siempre tenían algo así a mano.

Shark escudriñó el suelo de madera por si había alguna trampilla oculta, pero no era ése el caso. Shark frunció el ceño, sorprendida, y fijó la mirada en la escalera que llevaba a la planta superior. La mayoría de los vampiros gustaban de situar su guarida en rincones frescos y umbríos, bajo tierra si era posible. Shark se encogió de hombros. Arriba, abajo... Era lo mismo. En silencio, subió. Tras asomar la cabeza con precaución, lo que vio le hizo respirar con fuerza.

El vampiro no dormía en un ataúd. Ni tampoco yacía rígido con las manos cruzadas sobre el pecho. El chupasangres dormía tumbado en el suelo, con los brazos y las piernas retorcidos en ángulos antinaturales. Las hermosas facciones que la noche anterior un candil iluminara ahora aparecían contraídas con una expresión de miedo. Shark vaciló un segundo. Nunca había visto que un chupasangres durmiera en semejante posición. ¿Acaso se habría equivocado?

No, se dijo al momento. Nunca se había equivocado con un vampiro. Shark terminó de subir por la escalera y se acercó con cuidado a Jander. El pecho de éste aparecía inmóvil por completo. Era evidente que estaba muerto... Pero ¿cómo se explicaba aquella posición? Entonces lo comprendió. Los chupasangres dormían tal y como la muerte los había sorprendido. La mayor parte de ellos habían sido dispuestos y enterrados en ataúdes, pero estaba claro que Jander Sunstar había encontrado su vampírico destino de forma menos plácida y nunca había sido enterrado como era debido.

Shark agachó la cabeza para contemplarlo mejor, y la capucha cayó sobre sus ojos. Enojada, se descubrió, volviéndose a convertir en visible. No importaba. Como los demás vampiros a quienes había matado, Jander era vulnerable, incapaz de moverse, y menos aún de luchar, durante las horas del día. Él también iba a morir. La única cuestión de interés radicaba en saber cómo iba a morir. Sus fuertes manos acariciaron el ancho cinturón donde llevaba sus herramientas de trabajo. La retorcida posición de Jander dificultaba el empleo de su arma preferida, una pequeña ballesta diseñada para ser usada con una sola mano. Tendría que recurrir al método tradicional, a la estaca y el martillo.

Tras sentarse a horcajadas sobre el cuerpo del chupasangres, situó la punta de la estaca sobre su corazón.

Shark alzó el martillo y pronunció las palabras que siempre formulaba antes de dar muerte a una de sus presas.

—Shark te envía a los Nueve Infiernos. —En tono desdeñoso, añadió—: La verdad es que me ha sido muy fácil.

Una mano broncínea la agarró por la muñeca. Unos ojos plateados se clavaron en su rostro.

—No tan fácil —contestó el vampiro.

Shark sólo necesitó un segundo para recobrarse de su asombro. Con un rápido giro de la muñeca liberó una diminuta probeta redonda que llevaba oculta en la manga. En el interior de la delicada esfera de cristal había agua sagrada. Shark trató de estrellarla en el rostro del vampiro, pero éste era increíblemente rápido. Soltando su muñeca al instante, la mano del chupasangres se alzó velocísima para proteger el rostro. La esfera de cristal se hizo pedazos, pero en lugar de abrasar los ojos del vampiro, el agua sagrada simplemente le quemó los dedos. Antes de que el monstruo pudiera evaporarse en el aire y desaparecer, Shark se apartó de un salto, echó mano a la ballesta que llevaba en un arnés cruzado a la espalda, apuntó y disparó. La delgada saeta de madera se hundió en pecho del vampiro, cuyo cuerpo al momento empezó a desecarse. La carne se marchitó y arrugó; su coloración pasó del dorado al marrón claro y mate. Abriendo la boca con desespero, Jander cayó de rodillas sobre el suelo de madera. Shark lo contempló fascinada, ansiosa por disfrutar de su dolor. No esperaba que el chupasangres conservara tanto de su antigua condición, lo suficiente para hacer vida normal durante el día. Pero finalmente estaba acabando con él, a pesar de que...

Sus manos doradas y temblonas se cerraron sobre la flecha. Shark comprendió que, aunque la saeta de madera se había clavado en el pecho de Jander, acaso afectando al mismo corazón, no había atravesado el más vital de los órganos del vampiro. De un tremendo estirón, Jander se arrancó la flecha del pecho. Su tez recobró el color dorado de inmediato, mientras que sus facciones volvieron a adoptar su forma normal, con la salvedad de que su expresión ahora lo era todo menos bondadosa.

Shark salió corriendo hacia la escalera, seguida de cerca por el furioso Jander. Shark se sabía incapaz de acabar con él en aquel lugar y aquellas circunstancias, y estaba decidida a salvar el pellejo como fuera. Cuando a sus espaldas resonó un gruñido salvaje, comprendió que su perseguidor había adoptado forma de lobo. En lugar de seguir bajando peldaño a peldaño, Shark se dejó caer rodando por la escalera, en el momento justo en que una formidable mandíbula se cerró ruidosamente a pocos centímetros de sus dedos.

Shark llegó a la planta baja y, mientras seguía corriendo, metió la mano izquierda en una de las bolsitas de cuero que llevaba amarradas al cinto. Sus dedos se hundieron en una viscosa mezcla de sulfuro y guano de murciélago.

—¡Tres metros por delante, a medio metro de altura! —ordenó, señalando con el índice de la mano derecha a la pared que había enfrente.

Una pequeña bola de fuego brotó de la punta de su dedo y fue creciendo en tamaño en su recorrido hacia la pared. La bola de fuego estalló al llegar a ella, prendiendo varias de las hermosas figurillas de Jander. La luz del sol irrumpió en la casa, y Shark se tiró de cabeza por el recién abierto boquete.

A pesar de la capa de nieve que había en el suelo, Shark se dio un gran topetazo al aterrizar, de forma que por un segundo se quedó sin respiración. Atónita por cuanto había sucedido, se preguntó si, además de mostrarse activo durante el día, el vampiro acaso no sería también inmune a la luz del sol, Pero Jander no la había seguido al exterior.

Shark rodó sobre sí misma, pugnando por recobrar el aliento. Finalmente, se levantó trastabillando y miró a través del boquete en la pared. Como era de esperar, al chupasangres no se lo veía por ninguna parte, pues se estaba escondiendo de la ardiente luz del día. Shark se alegró de haber pensado de antemano en la posible necesidad de salir huyendo de la casa.

—¡Vampiro! —llamó. Silencio—. ¡Vampiro! ¡Se que me estás oyendo!

—Te estoy oyendo.

La misma voz melodiosa de la noche anterior ahora resonaba con una nota de dolor y rabia. Shark se alegró de oírla. El vampiro la había pillado por sorpresa en el interior. Pero ahora era ella quien le tenía reservada otra sorpresa.

—Tengo a Maia —anunció.

Silencio.

—Mientes.

—Anoche os estuve siguiendo desde la taberna. Y luego volví a por ella.

Sus palabras se vieron recompensadas por un gemido sordo. Su placer se incrementó al oírlas.

—Por favor, no le hagas nada... Maia es inocente. Ella no sabe nada de lo mío. ¡Yo soy quien andas buscando! —El vampiro se estaba moviendo en el interior—. Voy... Voy a salir.

Shark de pronto tuvo una intensa sensación de alarma.

—¡No! —gritó, con mayor intensidad de lo previsto.

No era la primera vez que intentaban aquella añagaza con ella: el vampiro que se ofrecía a salir a la luz del día también era un mago capacitado para crear una esfera de oscuridad en torno a ambos. De forma refleja, con la mano se acarició la cicatriz en la garganta producto de aquella ocasión. El chupasangres entonces logró morderla, si bien fue ella quien terminó por imponerse. Lo sucedido le había servido de lección sobre la naturaleza traicionera de los vampiros.

Con todo, si ese vampiro también estaba fingiendo, lo cierto es que era un actor magnífico, pues el dolor en su voz parecía sincero.

—¿Por qué te ofreces a salir? —inquirió ella—. ¿Qué significa Maia para ti, para que te ofrezcas a rendirte?

A la espera de la respuesta, Shark seguía preparada para la posibilidad de un ataque inminente.

—Maia es hermosa, y yo aprecio la belleza —contestó Jander desde el interior.

Shark soltó un bufido de desdén.

—Así que anoche en su cuarto lo único que hacías era apreciar su belleza...

Una pausa.

—Nunca la he tocado. Es cierto que la visito todas las noches. Porque le estoy enseñando a leer.

—¿Que no la has tocado? ¿A esa furcia de tres al cuarto? ¡Ja! Y en cuanto a eso de que le estás enseñando a leer...

—Yo no soy quién para juzgar lo que ella pueda haber sido en el pasado. —Su hermosa voz temblaba de indignación—. Lo que a mí me importa es su presente y su futuro. Maia quiere aprender, y yo estoy dispuesto a ayudarla.

—Ya. Así que lo que quieres es ayudarla, y no matarla.

—Alguien me dio una vez la oportunidad de redimirme de mi pasado. Por eso hoy quiero ser yo quien le dé esa oportunidad a Maia.

Shark no pudo evitarlo; de pronto se echó a reír. ¡Que el vampiro la creyese capaz de tragarse tan ridícula patraña!

—Eres muy gracioso, mi querido elfo, pero sigues sin convencerme. Si de veras quieres un futuro mejor para Maia, tendrás que atenerte a tus propias palabras. Mis términos son sencillos: tu vida de espectro por su vida verdadera. Encuéntrate conmigo cuando se ponga el sol en la Ciudad de los Muertos. Si no lo haces... Bien, esa fulana nada significa para mí.

Una nueva pausa.

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