Sólo tú (10 page)

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Authors: Jordi Sierra i Fabra

BOOK: Sólo tú
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—¡Tú misma has dicho que parece diferente, que no suena a descerebrado! ¡Venga, vamos juntas! ¡Díselo!

Seguía sin tenerlo claro, auque si se lo había dicho a ella, quizá fuera por esa razón: para que la animara y la empujara. Desde que viera el mensaje, no se lo quitaba de la cabeza.

«¿Quieres venir a verlos el sábado próximo a Razzmatazz?»

Tan directo.

—Tengo que preparar el examen de mañana —dijo, iniciando la retirada.

—Eso, escaquéate.

—No me escaqueo. Lo pensaré.

—¡No lo pienses, hazlo!

Ya estaba en mitad del pasillo, casi en la puerta del piso.

—Vale —suspiró.

—¡Hazlo o dejo de ser tu amiga y te quedas sola! —la amenazó Elisabet.

De alguna forma, íntima, intensa, eso le dolió.

No por perderla a ella, sino porque realmente era así, estaba sola.

 

 

Se alegró de encontrarse a Gonzalo justo a la salida del instituto, esperándola.

Elisabet era su flagelo, pero él era su soporte anímico.

—¡Hola! —lo inundó con una sonrisa feliz.

—Hola —la secundó iluminando también su cara—. Pasaba por aquí y he visto que empezabais a salir...

No era la primera vez que lo hacía, aunque sus horarios y sus caminos fueran algo dispares. Todo dependía de si Gonzalo tomaba el autobús o el metro para ir a casa. Antes de dar el primer paso, algunas de sus compañeras pasaron por su lado observando, especialmente a él, con atención.

—Chao, Bea.

—Adiós.

—¿Qué tal el examen?

—Bien.

—Suerte.

Se alejaron cuchicheando sin el menor disimulo. Tampoco ocultaron algunas risas que, al llegar a la esquina, se convirtieron en carcajadas abiertas.

—Vaya —suspiró Gonzalo.

—Que un chico vaya a buscar a una chica siempre representa una pequeña gran conmoción —le advirtió—. Además, te encuentran monísimo.

—¿En serio?

—Fijo.

—No sabía que podía causarte problemas...

—¿Qué dices? Es todo lo contrario. Que aparezcas de vez en cuando refuerza mi ego. Lástima que ya se acabe todo esto. —Señaló el instituto mientras echaba a andar—. Venga, vámonos.

Salían más chicas que los miraban sin el menor disimulo. Algunas, las que la conocían a ella, incluso dándose codazos unas a otras.

—Aquí muchas alardean de novios y de ligues, y la mitad no son más que fantasías, aunque también hay mucho pendón desorejado suelto. Cada vez que una se estrena sólo le falta colgarlo en el tablón de anuncios.

—¿Estrenarse? ¿Te refieres a...?

—Sí.

—Pensaba que eso era cosa de tíos exclusivamente.

—Yo creo que nosotras somos más desmadradas, o al menos nos estamos desmadrando más y más rápido, para pillaros.

Cruzaron la calzada más allá del paso de peatones, aprovechando que no circulaba ningún coche en ese momento. Beatriz observó a su amigo de reojo. Como heterosexual, a veces pensaba que era un desperdicio, porque sus compañeras tenían razón: era mono, aunque quizá esa palabra no le hiciera justicia. Gonzalo superaba ese término tan infantil. Era guapo, muy guapo, y desprendía paz, armonía, calidad humana. Su buen gusto, su inteligencia, su don para la música, todo lo convertía en un ser especial del que se sentía orgullosa de ser amiga.

—¿Puedo preguntarte algo personal?

—Claro.

—¿Has besado alguna vez a una chica?

—No.

—Entonces ¿cómo sabes que no te gusta?

—Porque lo sé. Uno besa a alguien si siente el deseo de hacerlo, el impulso, y yo nunca he sentido eso con una chica. ¿Has besado tú a una?

—No.

—¿Lo harías?

Pensó en Elisabet.

—No —admitió.

—¿Lo ves?

—¿Y si te besara una a ti?

—Ni...

Fue espontánea, impetuosa y absurda, pero lo hizo.

Se colocó delante de él y lo besó en los labios, aunque sin la energía ni la pasión de un beso real. Todavía estaba a la vista de muchas de las alumnas del instituto.

—¿Qué tal? —Lo miró con cara de chica mala ante su desconcierto.

—¿Por qué lo has hecho?

—Porque somos amigos, y los amigos se besan.

—¿Querías que te vieran ellas? —Hizo un gesto hacia la otra acera mientras superaba el rubor de sus mejillas.

—Bueno, dicen que soy rara, una
friki
, y tienen razón. Pero no, no lo he hecho por ellas. Quería ver qué cara ponías.

—¿No irás a pensar eso que dice mucha gente, que un gay se cura con un buen polvo o cuando una tía lo coge por su cuenta y lo arregla?

—No.

—Porque no es verdad, ¿sabes?

—Lo sé, tranquilo. —Se sintió culpable—. ¿Te ha molestado?

—Podrías haber avisado.

—Entonces no habría tenido gracia.

—Estás como una cabra, pero supongo que por eso somos amigos y te quiero tanto —sonrió de nuevo él.

Elisabet decía que era su nexo con la realidad. Quizá ella fuera el nexo de Gonzalo.

Continuaron andando.

Y tardaron casi un minuto en recuperar su conversación.

—¿Te molesta que crean que eres rara?

Beatriz se encogió de hombros.

—No lo eres.

—Gracias.

—Especial y diferente, sí. Rara, no. Simplemente sigues tu instinto y dejas libertad a tus impulsos. Yo entiendo eso porque mi parte artística es parecida, aunque la personal esté a años luz. Cuando escribo un poema o compongo una canción me siento libre, capaz de todo. En cambio, a nivel humano...

—Eso es lo que te hace único y diferente, y lo que te hará triunfar como cantante y compositor.

—Mucha moral tienes tú.

—Algún día escribirás una canción sobre mí y me darás las gracias.

La miró de reojo.

Otra docena de pasos, otra esquina. Se detuvieron en el siguiente semáforo para cruzar la penúltima calle y llegar a la frontera del Turó Parc.

—Pasado mañana veré a Carlos a solas —dijo Gonzalo de pronto—. Hemos quedado.

—Eso es bueno, ¿no?

—No voy a esperar más. Se lo diré.

—¿En serio? —Su voz mostró la expectación que sentía.

—Sí.

—Ten cuidado.

—Claro.

—Se necesita mucho valor para eso.

Declararse siempre requería valor. Hacerlo a una persona del mismo sexo, del que ni siquiera sabía si era gay aunque lo intuyera, o lo creyera, o lo deseara, precisaba mucho más.

—Saldré de dudas —dijo Gonzalo, decidido, aunque a la hora de la verdad seguro que acabaría hecho un flan, sudoroso y tartamudeante.

Salir de dudas.

Siempre esa incertidumbre vital.

—Suerte —le deseó Beatriz.

Iba a necesitarla.

 

 

Su madre no había llegado. Carlota tampoco estaba. Quizá cuando acabasen los exámenes todo volviera a ser un poco normal. Pero la idea de que su madre tuviese algo y por eso se retrasase cada vez más continuaba excitándola. Si Carlota no había perdonado a su padre por haberlas dejado por otra, ¿cómo se tomaría que su madre metiese a otro hombre en sus vidas? ¿Y Luisa?, ¿qué diría la casada de la familia?

Fue directa a su habitación para dejar los libros y recoger la cámara y las fotos impresas. No pensaba mirar su blog. Quería ir al Turó Parc antes de que aparecieran su madre o Carlota. Sin embargo, oyó claramente en su cabeza la llamada, el grito de su instinto, la voz de su sexto sentido o lo que fuera que la obligó a sentarse delante de la pantalla.

Vaciló un instante.

Luego lo conectó y esperó.

No había contestado al misterioso defensor de los Brainglobalnoise. Seguía dándole vueltas a la cabeza, enfrentada a la animadversión que le producía el grupo y a la curiosidad que despertaba en ella el responsable de aquellos textos y la invitación para ir a verlos en directo. Un espanto y un misterio.

¿De qué lado inclinarse?

Elisabet la mataría si no iban.

Y ella misma, quizá, se arrepintiese de no haber abierto aquella puerta inesperada en su monótona existencia.

Entró en su blog.

Y vio el mensaje.

Esta vez mucho más directo.

«Me llamo Rogelio. Soy de la compañía discográfica de Brainglobalnoise. Tus opiniones me han... preocupado. Quiero que los escuches en directo. Anímate. Éste es mi mail personal, para que no haya malos entendidos.»

Su correo electrónico cerraba el mensaje.

Un tipo mayor, probablemente, un ejecutivo, alguien fuera de su onda y de su rollo.

Y aun así...

Leyó dos, tres veces más el mensaje, buscando sentidos ocultos.

Encontró sólo uno.

¿Por qué un ejecutivo discográfico se preocupaba de la opinión de una sola chica?

Capítulo 6

ROGELIO

 

 

 

La actuación en Razzmatazz era la presentación del grupo en Barcelona. Eso significaba un plus. Un enorme plus. Medios de comunicación, invitados especiales, la apuesta a cara o cruz de un directo que ellos estaban puliendo, perfeccionando y ensayando al milímetro, aunque en el mundo de la música eso fuera casi imposible, porque una vez en escena todo podía suceder... Y no es que la opinión de la crítica importase mucho, pero pesaba. La mayoría de ocasiones, cuanto más éxito tuviera un artista, más ventas discográficas y más fans enloquecidas arrastrase, menos merecía la consideración de los llamados expertos, dispuestos a buscar tres pies a un gato de cinco. Los palos casi nunca mermaban el entusiasmo de los fieles, ni bajaban las ventas, aunque sentaban mal, abrían brechas, sembraban dudas. Mimar a los medios significaba arrastrarse ante ellos, poner buena cara, fingir que no pasaba nada, y si pasaba, que no era importante, sólo parte del juego. Enviar dos entradas a un crítico a sabiendas de que iba a cargarse al artista dolía. Y si pedía otra para la hija, o un amigo, o quien fuera, todavía más. Se creían dioses y no eran más que aprendices, sin idea de lo que estaban haciendo, algunos muy entusiastas y locos por la música, pero otros, simplemente, trabajando en esa sección del periódico o la radio por necesidad. Razzmatazz tampoco era un Palau Sant Jordi o un Palacio de los Deportes. Con su aforo medio, enfrentaba al artista de forma muy directa con los espectadores.

Y a veces se daba cuenta de que Brainglobalnoise aún estaban verdes para el cara a cara con el público.

Incluso él.

¿Le quedaba algo por hacer, alguien a quien llamar?

Lo repasó una vez más. Mental y físicamente. La lista de invitados, las entrevistas previas, los detalles...

Rogelio se llevó una mano a los ojos y se dijo que ya estaba bien. Punto. Hora de ir a casa y descansar, desconectar. Necesitaba una buena película. Una evasión completa. Lástima que, últimamente, en el Plus no ofrecieran demasiadas obras de calidad o decentes comedias de evasión. Las repetían mil veces, y cuando no daban fútbol, pasaban series idiotas en horario de
prime time
.

También podía ir al cine, claro.

Al cine solo.

Se incorporó tras apagar el ordenador y caminó hacia la puerta de su despacho. La cerró sin hacer ruido, ensimismado, envuelto en sus pensamientos. No quedaba nadie en las oficinas. Todos se largaban pronto. El único imbécil era él.

Él y Marcelo Novoa, por supuesto.

Por algo era el dueño.

Vio luz por debajo de la puerta de su despacho. Podía irse sin más. Adiós. Pero también era posible que el amo y señor de Discos Karma tuviera algo que preguntarle o decirle. No se habían visto en todo el día. Lo de Razzmatazz imponía mucho. Así que cambió de rumbo y encaminó sus pasos hacia allí, deslizando sus pies por encima de la vieja y gastada moqueta.

No llegó a golpear la puerta con los nudillos.

La voz llegó nítida hasta él.

—No, Constantino, no. La cosa no está bien. Esto ya no tiene solución y... ¡Pues claro que me jode! ¡Karma es mi vida! Pero este maldito mercado se ha ido a la puta mierda...

Rogelio contuvo la respiración.

Todos se habían ido.

Incluso él ya tenía que estar fuera.

Marcelo Novoa continuó hablando con Constantino Oleguer, el fabricante de sus discos.

—Ya no depende del lanzamiento de Brainglobalnoise, ésa es la cuestión. Bueno, si vendiéramos un millón de discos... —Soltó un bufido irónico—. Hacemos aguas por todas partes, estamos en cuadro, los costes, la competencia... Es el fin, ¿comprendes? El fin. Todas han caído, y por Dios que yo me he resistido, pero...

Quiso escuchar los latidos de su corazón, pero no los encontró.

Pensó en su padre.

Esperando su fracaso.

—La oferta de BMG Ariola es buena, muy buena dadas las circunstancias. Si no les he dicho que sí es porque me la juego con Brainglobalnoise. Si funcionan, Discos Karma vale más, eso está claro. Nuestro fondo de catálogo es bueno, pero con un grupo puntero de moda... Lo malo es que no podré darles largas mucho más allá del verano... ¡Por supuesto que es un riesgo! ¿Cuándo no me la he jugado yo? ¡Soy un veterano en esto!

BMG Ariola.

Uno de los gigantes de la industria.

Continuó quieto, clavado delante de aquella puerta.

—Nada tiene sentido... —Las pausas eran cada vez más largas, mientras hablaba su interlocutor—. ¡Coño, siempre quise...! —Un suspiro, un largo lamento—. Vale, sí, es lo práctico, lo coherente; pero que se quede con Karma un dinosaurio de la industria... ¡Siempre creí que esta compañía era especial, diferente!

No quiso escuchar más.

No era necesario.

Rogelio dio media vuelta. De nuevo, la vieja moqueta engulló el sonido de sus pasos. Alcanzó la puerta y la cruzó como si lo hiciera por última vez.

Ni siquiera supo cómo llegó a la calle, ni de qué forma apareció el móvil en su mano.

 

 

Esperaron a que el camarero tomara sus pedidos y se retirara. Ensalada César y trucha para ella. Raviolis al pesto y
steak tartar
para él. La mesa estaba situada en un rincón apartado, discreto, y la iluminación era la apropiada. Un restaurante íntimo. Ninguna sensación de agobio, con otras parejas apretadas y casi encima unas de otras. Espacio. Por si fuera poco, la comida era excelente, y en su justo punto de cantidad. Una elección que ellas siempre agradecían.

Ellas.

—Bueno, aquí estamos —dijo Aurora.

Rogelio tomó su copa de vino. Esperó a que su acompañante hiciera lo mismo. Las entrechocaron en el aire y luego las aproximaron a sus bocas. Los labios de la mujer dejaron una huella rosada en la suya. Una huella que a él se le antojó excitante.

Aurora estaba radiante.

—Sinceramente, tu llamada me ha pillado... Bueno —hizo un gesto expansivo—, apenas si me ha dado tiempo de arreglarme un poco.

—Estás muy guapa.

—Gracias. —Ladeó la cabeza con coquetería.

—Hacía mucho que te debía esta cena.

—No me debes nada, faltaría más.

—Ya sabes que tengo un trabajo muy absorbente.

—¿Qué tal vuestro último lanzamiento? Los oigo por todas partes, se están poniendo de moda.

—Van bien. —Seguía con la copa en la mano, así que le dio un segundo sorbo—. Es un producto claro.

—Producto, huy —se estremeció ella.

—Todo es un producto. —Sus ojos se convirtieron en rendijas—. Yo vendo lo que tú necesitas, tú compras lo que yo vendo. Y si no lo necesitas, la publicidad hace que pienses que sí, que sin ello no existes, o vales menos, o estás fuera de onda.

—Pero dicho así es muy frío.

—¿La última romántica?

—Pues quizá sí. ¿Piensas que es algo malo?

Se detuvo. Se calmó. Tercer sorbo a su copa de vino. La había llamado él. Si se ponía estúpido, borde o agresivo, adiós a su oasis de paz en mitad de la tormenta. Además, Aurora no lo merecía. Era realmente un encanto, la ternura personificada.

Estaba enamorada de él.

Jugaba con ventaja, sí, ¿y qué? Ella quería algo, y él necesitaba algo. No había más que unir ambas cosas.

No la quería, no la deseaba, pero estaba realmente guapa.

Y tan risueña...

—No, no es malo ser romántico —suspiró—. Es el mundo entero el que parece haber perdido esa capacidad.

—Depende de cómo lo mires.

—¿Siempre has sido tan positiva?

—Sí.

—¿No te han hecho daño?

—Muchas veces, ¿y qué? No puedes ir devolviendo los golpes sólo por eso. Si cada cual aporta algo positivo, siempre habrá una esperanza.

—¿Qué edad tienes? —fue grosero.

—Treinta.

—La edad de la plenitud en una mujer.

—¿Cuál es la vuestra?

—Ni idea. ¿Los veintitrés?

Aurora se rió. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que su cabello se desparramara por encima de sus hombros. Tenía un cuello largo y bonito, la piel muy blanca. Su belleza sin embargo era discreta, no llamaba la atención. Era la última mujer a la que, en un golpe de vista, en una primera impresión, habría mirado. Sólo al conocerla se la apreciaba.

Ni siquiera recordaba cuándo se habían conocido exactamente, ni de qué forma supo que ella se había colado por él.

¿Qué le había dicho a Juan Pablo?

Recordó sus propias palabras:

«Dejé de tirarme a las niñas que aspiraban a ser estrellas y a grabar un disco al conocer a Pilar. Me hizo sentar la cabeza, aunque aquéllos sí eran buenos tiempos en el mundo de la música. Después de Concetta... He estado saliendo incluso con una mujer casada, una bomba lujuriosa en la cama, que ahora no me deja en paz, tipo
Atracción fatal
, y hasta hay una que me persigue con ánimo redentor, una buena chica, Aurora, a la que no quiero dar cuerda, porque me ha salido una especie de conciencia que no veas».

No quería «dar cuerda», una «buena chica», con «ánimo redentor»...

Y ahora estaba allí, con ella.

Dispuesto a olvidarse de su conciencia.

Apuró la copa de vino.

Tenía el estómago todavía vacío, pero alargó la mano para tomar la botella del cuenco plateado y cargado de hielo que el camarero había dejado junto a la mesa.

—¿Te sirvo? —le preguntó a Aurora prescindiendo de que ella todavía tuviera su copa casi llena.

 

 

Se tambaleó al salir del restaurante y trastabilló dos pasos antes de sujetarse en el dintel de la puerta. Aurora levantó las manos, para sujetarlo, pero no llegó ni siquiera a rozarlo. Por entre las pesadas brumas que inundaban su mente, forzó una sonrisa y exclamó un leve:

—Coño.

—Rogelio, ¿estás bien? —se interesó su compañera.

—Sí, ¿por qué?

—Me parece que has bebido demasiado... —No completó la frase.

—No te preocupes, yo controlo.

La moto estaba en la acera. Era la más grande y poderosa, la de mayor cubicaje, la mejor cuidada. Parecía recién salida de la tienda. Rogelio se detuvo y la acarició igual que si fuera una mujer delicada.

—¿No pensarás ir en moto? —volvió a preocuparse Aurora.

—He traído un casco para ti.

—No creo que estés en condiciones de manejarla.

Centró en ella la vaporosidad de sus ojos. De noche, después de cenar, bebido, incluso se le antojó excitante. Su necesidad aumentó hasta dispararse.

Aunque entonces, ¿por qué había bebido tanto?

¿Para matar hasta el último atisbo de responsabilidad?

—Eres una mujer inquietante —farfulló.

—No soy inquietante —negó Aurora con tristeza.

—Estás muy guapa esta noche.

—Ya me lo has dicho, tres veces.

—Ven.

—No —se resistió—. No voy a dejarte conducir.

—¿Quieres que deje la moto aquí?

—Sí.

—Las roban. Nunca la dejo fuera de mi garaje.

—Ven por ella mañana.

—¿Vamos en taxi?

—Sí.

Se resignó.

—Bueno.

Bajaron de la acera y pasaron entre dos coches aparcados. El tráfico era escaso por la calle y también por la zona, y en ninguno de los dos sentidos se veían taxis. Quedaron muy juntos, y el aroma de Aurora se le pegó en la nariz.

Eso lo excitó.

Por fin.

Entonces la atrapó, le hizo dar la vuelta y la besó.

Aurora lo aceptó al comienzo. Parecía esperarlo, o desearlo, o ambas cosas a la vez. Pero sólo fueron unos segundos. La forma del beso, la avalancha de su cuerpo, quizá el gusto a vino...

Acabó interponiendo sus manos, hasta apartarlo, con suavidad no exenta de firmeza.

—No —musitó.

—¿No qué?

—Así no.

—¿Así cómo?

—Estás bebido, Rogelio. —Sus ojos destilaron tristeza.

—No estoy borracho.

—Yo no he empleado esa palabra. He dicho bebido.

—No seas tonta.

—¿Por qué me has llamado esta noche, tan tarde, inesperadamente?

No tuvo que responderle. Un taxi pasó por delante de ellos en ese instante. Rogelio levantó la mano en un gesto instintivo, como si tuviera prisa.

—Vamos.

—No, espera...

—Vamos, mujer.

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