Authors: Jordi Sierra i Fabra
â¡Tú misma has dicho que parece diferente, que no suena a descerebrado! ¡Venga, vamos juntas! ¡DÃselo!
SeguÃa sin tenerlo claro, auque si se lo habÃa dicho a ella, quizá fuera por esa razón: para que la animara y la empujara. Desde que viera el mensaje, no se lo quitaba de la cabeza.
«¿Quieres venir a verlos el sábado próximo a Razzmatazz?»
Tan directo.
âTengo que preparar el examen de mañana âdijo, iniciando la retirada.
âEso, escaquéate.
âNo me escaqueo. Lo pensaré.
â¡No lo pienses, hazlo!
Ya estaba en mitad del pasillo, casi en la puerta del piso.
âVale âsuspiró.
â¡Hazlo o dejo de ser tu amiga y te quedas sola! âla amenazó Elisabet.
De alguna forma, Ãntima, intensa, eso le dolió.
No por perderla a ella, sino porque realmente era asÃ, estaba sola.
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Se alegró de encontrarse a Gonzalo justo a la salida del instituto, esperándola.
Elisabet era su flagelo, pero él era su soporte anÃmico.
â¡Hola! âlo inundó con una sonrisa feliz.
âHola âla secundó iluminando también su caraâ. Pasaba por aquà y he visto que empezabais a salir...
No era la primera vez que lo hacÃa, aunque sus horarios y sus caminos fueran algo dispares. Todo dependÃa de si Gonzalo tomaba el autobús o el metro para ir a casa. Antes de dar el primer paso, algunas de sus compañeras pasaron por su lado observando, especialmente a él, con atención.
âChao, Bea.
âAdiós.
â¿Qué tal el examen?
âBien.
âSuerte.
Se alejaron cuchicheando sin el menor disimulo. Tampoco ocultaron algunas risas que, al llegar a la esquina, se convirtieron en carcajadas abiertas.
âVaya âsuspiró Gonzalo.
âQue un chico vaya a buscar a una chica siempre representa una pequeña gran conmoción âle advirtióâ. Además, te encuentran monÃsimo.
â¿En serio?
âFijo.
âNo sabÃa que podÃa causarte problemas...
â¿Qué dices? Es todo lo contrario. Que aparezcas de vez en cuando refuerza mi ego. Lástima que ya se acabe todo esto. âSeñaló el instituto mientras echaba a andarâ. Venga, vámonos.
SalÃan más chicas que los miraban sin el menor disimulo. Algunas, las que la conocÃan a ella, incluso dándose codazos unas a otras.
âAquà muchas alardean de novios y de ligues, y la mitad no son más que fantasÃas, aunque también hay mucho pendón desorejado suelto. Cada vez que una se estrena sólo le falta colgarlo en el tablón de anuncios.
â¿Estrenarse? ¿Te refieres a...?
âSÃ.
âPensaba que eso era cosa de tÃos exclusivamente.
âYo creo que nosotras somos más desmadradas, o al menos nos estamos desmadrando más y más rápido, para pillaros.
Cruzaron la calzada más allá del paso de peatones, aprovechando que no circulaba ningún coche en ese momento. Beatriz observó a su amigo de reojo. Como heterosexual, a veces pensaba que era un desperdicio, porque sus compañeras tenÃan razón: era mono, aunque quizá esa palabra no le hiciera justicia. Gonzalo superaba ese término tan infantil. Era guapo, muy guapo, y desprendÃa paz, armonÃa, calidad humana. Su buen gusto, su inteligencia, su don para la música, todo lo convertÃa en un ser especial del que se sentÃa orgullosa de ser amiga.
â¿Puedo preguntarte algo personal?
âClaro.
â¿Has besado alguna vez a una chica?
âNo.
âEntonces ¿cómo sabes que no te gusta?
âPorque lo sé. Uno besa a alguien si siente el deseo de hacerlo, el impulso, y yo nunca he sentido eso con una chica. ¿Has besado tú a una?
âNo.
â¿Lo harÃas?
Pensó en Elisabet.
âNo âadmitió.
â¿Lo ves?
â¿Y si te besara una a ti?
âNi...
Fue espontánea, impetuosa y absurda, pero lo hizo.
Se colocó delante de él y lo besó en los labios, aunque sin la energÃa ni la pasión de un beso real. TodavÃa estaba a la vista de muchas de las alumnas del instituto.
â¿Qué tal? âLo miró con cara de chica mala ante su desconcierto.
â¿Por qué lo has hecho?
âPorque somos amigos, y los amigos se besan.
â¿QuerÃas que te vieran ellas? âHizo un gesto hacia la otra acera mientras superaba el rubor de sus mejillas.
âBueno, dicen que soy rara, una
friki
, y tienen razón. Pero no, no lo he hecho por ellas. QuerÃa ver qué cara ponÃas.
â¿No irás a pensar eso que dice mucha gente, que un gay se cura con un buen polvo o cuando una tÃa lo coge por su cuenta y lo arregla?
âNo.
âPorque no es verdad, ¿sabes?
âLo sé, tranquilo. âSe sintió culpableâ. ¿Te ha molestado?
âPodrÃas haber avisado.
âEntonces no habrÃa tenido gracia.
âEstás como una cabra, pero supongo que por eso somos amigos y te quiero tanto âsonrió de nuevo él.
Elisabet decÃa que era su nexo con la realidad. Quizá ella fuera el nexo de Gonzalo.
Continuaron andando.
Y tardaron casi un minuto en recuperar su conversación.
â¿Te molesta que crean que eres rara?
Beatriz se encogió de hombros.
âNo lo eres.
âGracias.
âEspecial y diferente, sÃ. Rara, no. Simplemente sigues tu instinto y dejas libertad a tus impulsos. Yo entiendo eso porque mi parte artÃstica es parecida, aunque la personal esté a años luz. Cuando escribo un poema o compongo una canción me siento libre, capaz de todo. En cambio, a nivel humano...
âEso es lo que te hace único y diferente, y lo que te hará triunfar como cantante y compositor.
âMucha moral tienes tú.
âAlgún dÃa escribirás una canción sobre mà y me darás las gracias.
La miró de reojo.
Otra docena de pasos, otra esquina. Se detuvieron en el siguiente semáforo para cruzar la penúltima calle y llegar a la frontera del Turó Parc.
âPasado mañana veré a Carlos a solas âdijo Gonzalo de prontoâ. Hemos quedado.
âEso es bueno, ¿no?
âNo voy a esperar más. Se lo diré.
â¿En serio? âSu voz mostró la expectación que sentÃa.
âSÃ.
âTen cuidado.
âClaro.
âSe necesita mucho valor para eso.
Declararse siempre requerÃa valor. Hacerlo a una persona del mismo sexo, del que ni siquiera sabÃa si era gay aunque lo intuyera, o lo creyera, o lo deseara, precisaba mucho más.
âSaldré de dudas âdijo Gonzalo, decidido, aunque a la hora de la verdad seguro que acabarÃa hecho un flan, sudoroso y tartamudeante.
Salir de dudas.
Siempre esa incertidumbre vital.
âSuerte âle deseó Beatriz.
Iba a necesitarla.
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Su madre no habÃa llegado. Carlota tampoco estaba. Quizá cuando acabasen los exámenes todo volviera a ser un poco normal. Pero la idea de que su madre tuviese algo y por eso se retrasase cada vez más continuaba excitándola. Si Carlota no habÃa perdonado a su padre por haberlas dejado por otra, ¿cómo se tomarÃa que su madre metiese a otro hombre en sus vidas? ¿Y Luisa?, ¿qué dirÃa la casada de la familia?
Fue directa a su habitación para dejar los libros y recoger la cámara y las fotos impresas. No pensaba mirar su blog. QuerÃa ir al Turó Parc antes de que aparecieran su madre o Carlota. Sin embargo, oyó claramente en su cabeza la llamada, el grito de su instinto, la voz de su sexto sentido o lo que fuera que la obligó a sentarse delante de la pantalla.
Vaciló un instante.
Luego lo conectó y esperó.
No habÃa contestado al misterioso defensor de los Brainglobalnoise. SeguÃa dándole vueltas a la cabeza, enfrentada a la animadversión que le producÃa el grupo y a la curiosidad que despertaba en ella el responsable de aquellos textos y la invitación para ir a verlos en directo. Un espanto y un misterio.
¿De qué lado inclinarse?
Elisabet la matarÃa si no iban.
Y ella misma, quizá, se arrepintiese de no haber abierto aquella puerta inesperada en su monótona existencia.
Entró en su blog.
Y vio el mensaje.
Esta vez mucho más directo.
«Me llamo Rogelio. Soy de la compañÃa discográfica de Brainglobalnoise. Tus opiniones me han... preocupado. Quiero que los escuches en directo. AnÃmate. Ãste es mi mail personal, para que no haya malos entendidos.»
Su correo electrónico cerraba el mensaje.
Un tipo mayor, probablemente, un ejecutivo, alguien fuera de su onda y de su rollo.
Y aun asÃ...
Leyó dos, tres veces más el mensaje, buscando sentidos ocultos.
Encontró sólo uno.
¿Por qué un ejecutivo discográfico se preocupaba de la opinión de una sola chica?
ROGELIO
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La actuación en Razzmatazz era la presentación del grupo en Barcelona. Eso significaba un plus. Un enorme plus. Medios de comunicación, invitados especiales, la apuesta a cara o cruz de un directo que ellos estaban puliendo, perfeccionando y ensayando al milÃmetro, aunque en el mundo de la música eso fuera casi imposible, porque una vez en escena todo podÃa suceder... Y no es que la opinión de la crÃtica importase mucho, pero pesaba. La mayorÃa de ocasiones, cuanto más éxito tuviera un artista, más ventas discográficas y más fans enloquecidas arrastrase, menos merecÃa la consideración de los llamados expertos, dispuestos a buscar tres pies a un gato de cinco. Los palos casi nunca mermaban el entusiasmo de los fieles, ni bajaban las ventas, aunque sentaban mal, abrÃan brechas, sembraban dudas. Mimar a los medios significaba arrastrarse ante ellos, poner buena cara, fingir que no pasaba nada, y si pasaba, que no era importante, sólo parte del juego. Enviar dos entradas a un crÃtico a sabiendas de que iba a cargarse al artista dolÃa. Y si pedÃa otra para la hija, o un amigo, o quien fuera, todavÃa más. Se creÃan dioses y no eran más que aprendices, sin idea de lo que estaban haciendo, algunos muy entusiastas y locos por la música, pero otros, simplemente, trabajando en esa sección del periódico o la radio por necesidad. Razzmatazz tampoco era un Palau Sant Jordi o un Palacio de los Deportes. Con su aforo medio, enfrentaba al artista de forma muy directa con los espectadores.
Y a veces se daba cuenta de que Brainglobalnoise aún estaban verdes para el cara a cara con el público.
Incluso él.
¿Le quedaba algo por hacer, alguien a quien llamar?
Lo repasó una vez más. Mental y fÃsicamente. La lista de invitados, las entrevistas previas, los detalles...
Rogelio se llevó una mano a los ojos y se dijo que ya estaba bien. Punto. Hora de ir a casa y descansar, desconectar. Necesitaba una buena pelÃcula. Una evasión completa. Lástima que, últimamente, en el Plus no ofrecieran demasiadas obras de calidad o decentes comedias de evasión. Las repetÃan mil veces, y cuando no daban fútbol, pasaban series idiotas en horario de
prime time
.
También podÃa ir al cine, claro.
Al cine solo.
Se incorporó tras apagar el ordenador y caminó hacia la puerta de su despacho. La cerró sin hacer ruido, ensimismado, envuelto en sus pensamientos. No quedaba nadie en las oficinas. Todos se largaban pronto. El único imbécil era él.
Ãl y Marcelo Novoa, por supuesto.
Por algo era el dueño.
Vio luz por debajo de la puerta de su despacho. PodÃa irse sin más. Adiós. Pero también era posible que el amo y señor de Discos Karma tuviera algo que preguntarle o decirle. No se habÃan visto en todo el dÃa. Lo de Razzmatazz imponÃa mucho. Asà que cambió de rumbo y encaminó sus pasos hacia allÃ, deslizando sus pies por encima de la vieja y gastada moqueta.
No llegó a golpear la puerta con los nudillos.
La voz llegó nÃtida hasta él.
âNo, Constantino, no. La cosa no está bien. Esto ya no tiene solución y... ¡Pues claro que me jode! ¡Karma es mi vida! Pero este maldito mercado se ha ido a la puta mierda...
Rogelio contuvo la respiración.
Todos se habÃan ido.
Incluso él ya tenÃa que estar fuera.
Marcelo Novoa continuó hablando con Constantino Oleguer, el fabricante de sus discos.
âYa no depende del lanzamiento de Brainglobalnoise, ésa es la cuestión. Bueno, si vendiéramos un millón de discos... âSoltó un bufido irónicoâ. Hacemos aguas por todas partes, estamos en cuadro, los costes, la competencia... Es el fin, ¿comprendes? El fin. Todas han caÃdo, y por Dios que yo me he resistido, pero...
Quiso escuchar los latidos de su corazón, pero no los encontró.
Pensó en su padre.
Esperando su fracaso.
âLa oferta de BMG Ariola es buena, muy buena dadas las circunstancias. Si no les he dicho que sà es porque me la juego con Brainglobalnoise. Si funcionan, Discos Karma vale más, eso está claro. Nuestro fondo de catálogo es bueno, pero con un grupo puntero de moda... Lo malo es que no podré darles largas mucho más allá del verano... ¡Por supuesto que es un riesgo! ¿Cuándo no me la he jugado yo? ¡Soy un veterano en esto!
BMG Ariola.
Uno de los gigantes de la industria.
Continuó quieto, clavado delante de aquella puerta.
âNada tiene sentido... âLas pausas eran cada vez más largas, mientras hablaba su interlocutorâ. ¡Coño, siempre quise...! âUn suspiro, un largo lamentoâ. Vale, sÃ, es lo práctico, lo coherente; pero que se quede con Karma un dinosaurio de la industria... ¡Siempre creà que esta compañÃa era especial, diferente!
No quiso escuchar más.
No era necesario.
Rogelio dio media vuelta. De nuevo, la vieja moqueta engulló el sonido de sus pasos. Alcanzó la puerta y la cruzó como si lo hiciera por última vez.
Ni siquiera supo cómo llegó a la calle, ni de qué forma apareció el móvil en su mano.
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Esperaron a que el camarero tomara sus pedidos y se retirara. Ensalada César y trucha para ella. Raviolis al pesto y
steak tartar
para él. La mesa estaba situada en un rincón apartado, discreto, y la iluminación era la apropiada. Un restaurante Ãntimo. Ninguna sensación de agobio, con otras parejas apretadas y casi encima unas de otras. Espacio. Por si fuera poco, la comida era excelente, y en su justo punto de cantidad. Una elección que ellas siempre agradecÃan.
Ellas.
âBueno, aquà estamos âdijo Aurora.
Rogelio tomó su copa de vino. Esperó a que su acompañante hiciera lo mismo. Las entrechocaron en el aire y luego las aproximaron a sus bocas. Los labios de la mujer dejaron una huella rosada en la suya. Una huella que a él se le antojó excitante.
Aurora estaba radiante.
âSinceramente, tu llamada me ha pillado... Bueno âhizo un gesto expansivoâ, apenas si me ha dado tiempo de arreglarme un poco.
âEstás muy guapa.
âGracias. âLadeó la cabeza con coqueterÃa.
âHacÃa mucho que te debÃa esta cena.
âNo me debes nada, faltarÃa más.
âYa sabes que tengo un trabajo muy absorbente.
â¿Qué tal vuestro último lanzamiento? Los oigo por todas partes, se están poniendo de moda.
âVan bien. âSeguÃa con la copa en la mano, asà que le dio un segundo sorboâ. Es un producto claro.
âProducto, huy âse estremeció ella.
âTodo es un producto. âSus ojos se convirtieron en rendijasâ. Yo vendo lo que tú necesitas, tú compras lo que yo vendo. Y si no lo necesitas, la publicidad hace que pienses que sÃ, que sin ello no existes, o vales menos, o estás fuera de onda.
âPero dicho asà es muy frÃo.
â¿La última romántica?
âPues quizá sÃ. ¿Piensas que es algo malo?
Se detuvo. Se calmó. Tercer sorbo a su copa de vino. La habÃa llamado él. Si se ponÃa estúpido, borde o agresivo, adiós a su oasis de paz en mitad de la tormenta. Además, Aurora no lo merecÃa. Era realmente un encanto, la ternura personificada.
Estaba enamorada de él.
Jugaba con ventaja, sÃ, ¿y qué? Ella querÃa algo, y él necesitaba algo. No habÃa más que unir ambas cosas.
No la querÃa, no la deseaba, pero estaba realmente guapa.
Y tan risueña...
âNo, no es malo ser romántico âsuspiróâ. Es el mundo entero el que parece haber perdido esa capacidad.
âDepende de cómo lo mires.
â¿Siempre has sido tan positiva?
âSÃ.
â¿No te han hecho daño?
âMuchas veces, ¿y qué? No puedes ir devolviendo los golpes sólo por eso. Si cada cual aporta algo positivo, siempre habrá una esperanza.
â¿Qué edad tienes? âfue grosero.
âTreinta.
âLa edad de la plenitud en una mujer.
â¿Cuál es la vuestra?
âNi idea. ¿Los veintitrés?
Aurora se rió. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que su cabello se desparramara por encima de sus hombros. TenÃa un cuello largo y bonito, la piel muy blanca. Su belleza sin embargo era discreta, no llamaba la atención. Era la última mujer a la que, en un golpe de vista, en una primera impresión, habrÃa mirado. Sólo al conocerla se la apreciaba.
Ni siquiera recordaba cuándo se habÃan conocido exactamente, ni de qué forma supo que ella se habÃa colado por él.
¿Qué le habÃa dicho a Juan Pablo?
Recordó sus propias palabras:
«Dejé de tirarme a las niñas que aspiraban a ser estrellas y a grabar un disco al conocer a Pilar. Me hizo sentar la cabeza, aunque aquéllos sà eran buenos tiempos en el mundo de la música. Después de Concetta... He estado saliendo incluso con una mujer casada, una bomba lujuriosa en la cama, que ahora no me deja en paz, tipo
Atracción fatal
, y hasta hay una que me persigue con ánimo redentor, una buena chica, Aurora, a la que no quiero dar cuerda, porque me ha salido una especie de conciencia que no veas».
No querÃa «dar cuerda», una «buena chica», con «ánimo redentor»...
Y ahora estaba allÃ, con ella.
Dispuesto a olvidarse de su conciencia.
Apuró la copa de vino.
TenÃa el estómago todavÃa vacÃo, pero alargó la mano para tomar la botella del cuenco plateado y cargado de hielo que el camarero habÃa dejado junto a la mesa.
â¿Te sirvo? âle preguntó a Aurora prescindiendo de que ella todavÃa tuviera su copa casi llena.
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Se tambaleó al salir del restaurante y trastabilló dos pasos antes de sujetarse en el dintel de la puerta. Aurora levantó las manos, para sujetarlo, pero no llegó ni siquiera a rozarlo. Por entre las pesadas brumas que inundaban su mente, forzó una sonrisa y exclamó un leve:
âCoño.
âRogelio, ¿estás bien? âse interesó su compañera.
âSÃ, ¿por qué?
âMe parece que has bebido demasiado... âNo completó la frase.
âNo te preocupes, yo controlo.
La moto estaba en la acera. Era la más grande y poderosa, la de mayor cubicaje, la mejor cuidada. ParecÃa recién salida de la tienda. Rogelio se detuvo y la acarició igual que si fuera una mujer delicada.
â¿No pensarás ir en moto? âvolvió a preocuparse Aurora.
âHe traÃdo un casco para ti.
âNo creo que estés en condiciones de manejarla.
Centró en ella la vaporosidad de sus ojos. De noche, después de cenar, bebido, incluso se le antojó excitante. Su necesidad aumentó hasta dispararse.
Aunque entonces, ¿por qué habÃa bebido tanto?
¿Para matar hasta el último atisbo de responsabilidad?
âEres una mujer inquietante âfarfulló.
âNo soy inquietante ânegó Aurora con tristeza.
âEstás muy guapa esta noche.
âYa me lo has dicho, tres veces.
âVen.
âNo âse resistióâ. No voy a dejarte conducir.
â¿Quieres que deje la moto aquÃ?
âSÃ.
âLas roban. Nunca la dejo fuera de mi garaje.
âVen por ella mañana.
â¿Vamos en taxi?
âSÃ.
Se resignó.
âBueno.
Bajaron de la acera y pasaron entre dos coches aparcados. El tráfico era escaso por la calle y también por la zona, y en ninguno de los dos sentidos se veÃan taxis. Quedaron muy juntos, y el aroma de Aurora se le pegó en la nariz.
Eso lo excitó.
Por fin.
Entonces la atrapó, le hizo dar la vuelta y la besó.
Aurora lo aceptó al comienzo. ParecÃa esperarlo, o desearlo, o ambas cosas a la vez. Pero sólo fueron unos segundos. La forma del beso, la avalancha de su cuerpo, quizá el gusto a vino...
Acabó interponiendo sus manos, hasta apartarlo, con suavidad no exenta de firmeza.
âNo âmusitó.
â¿No qué?
âAsà no.
â¿Asà cómo?
âEstás bebido, Rogelio. âSus ojos destilaron tristeza.
âNo estoy borracho.
âYo no he empleado esa palabra. He dicho bebido.
âNo seas tonta.
â¿Por qué me has llamado esta noche, tan tarde, inesperadamente?
No tuvo que responderle. Un taxi pasó por delante de ellos en ese instante. Rogelio levantó la mano en un gesto instintivo, como si tuviera prisa.
âVamos.
âNo, espera...
âVamos, mujer.