Clara asintió con la cabeza. Cuando Justinia Malvern resultó presuntamente muerta durante un motín que se produjo en la prisión, el antiguo equipo del que formaban parte, la Unidad de Sujetos Especiales, fue cerrada. Disuelta. Fetlock había encontrado otras cosas para ellos dos. Glauer se había convertido en una especie de detective, mientras que a Clara la habían enviado a la universidad para que cursara estudios de analista forense. Los dos continuaban recibiendo de Fetlock los cheques del sueldo, pero él no quería que le fastidiaran la cacería de Laura Caxton.
Aunque no podía impedir que hablaran el uno con el otro.
—Has dicho que tenías algo —dijo Clara, y se mordió el labio. Como siempre que se encontraban, ella se preguntó si debía preguntarle a Glauer por su familia, por su fallida vida amorosa. A menudo, le preocupaba no pasar suficiente tiempo charlando con él. Actuando como si fuera una amiga, en lugar de ir sin más a lo que de verdad quería de él.
A Glauer no parecía importarle. Clara pensaba que tal vez lo único que pasaba era que estaba tan desesperado como ella por encontrar a Caxton. Aunque por razones muy diferentes.
—Simon Arkeley —dijo Glauer, y depositó una carpeta sobre la mesa.
Los ojos de Clara se iluminaron.
—El único superviviente —dijo—. El único que consiguió salir con vida del caso Jameson Arkeley.
Glauer asintió y le dio unos golpecitos a la carpeta.
—Él…
Calló de golpe cuando la camarera se acercó a preguntar qué quería Clara.
—Sólo una coca cola
light
, gracias —dijo.
La camarera intentó reprimir un bostezo mientras volvía a la barra.
—Simon… —dijo Clara—. He oído decir que está un poco desequilibrado. Y no es que se lo reproche, después de lo que pasó con su familia.
Glauer movió la cabeza.
—Ha pasado los últimos dos años en terapia. Incluso estuvo un tiempo descansando en una clínica mental privada de Colorado. Supongo que quería alejarse todo lo posible de Pensilvania. Alejarse del lugar en que había sucedido todo. Durante los últimos seis meses ha estado viendo a un terapeuta tres veces por semana.
—Pobre chaval —dijo Clara, con el ceño fruncido.
—Me da pena. No puede haber sido fácil.
—Pero ¿crees que está en contacto con Laura? Yo pensaría que es la última persona a la que querría ver. —Clara se estremeció, aunque en el restaurante hacía bastante calor—. Laura… bueno, ella mató a su padre. Y a su hermana. Eran vampiros, pero… intentó salvar a su tío, aunque llegó demasiado tarde. Intentó salvar a su madre y…
—Yo estaba con ella aquella noche. Fue terrible. Terrible de verdad. —Glauer apartó a un lado la carpeta—. No, no, creo que él no querría verla para nada. Pero…
Sacó otra carpeta que tenía sobre el asiento y la dejó delante de Clara. Ella la abrió cuando la camarera le trajo la bebida. Dentro de la carpeta había un expediente sobre Urie Polder. Estaba extrañamente incompleto. Polder no tenía número de la Seguridad Social. Pagaba los impuestos cada año, dentro del plazo prescrito, pero lo hacía mediante giros postales en lugar de cheques personales. No parecía tener cuentas bancarias, ni tarjetas de crédito, ni siquiera un número de teléfono. Dentro de la carpeta había un informe que destacaba. Era un informe del Departamento de Alcohol, Tabaco y Armas de Fuego que incluía a Polder en una lista de potenciales dirigentes de sectas, pero no ofrecía prueba ninguna de esa afirmación. Era extraño cómo un expediente podía retorcer las cosas. Hacía que Polder pareciera una especie de terrorista. Sin embargo, ella se había encontrado con él en un par de ocasiones, y sabía que era un anciano dulce, si bien algo inquietante. Completamente inofensivo.
—Vaya, él sí que es alguien con quien me gustaría hablar.
—Desapareció poco después de que Caxton se fugara de la prisión. No dejó dirección ninguna para que le remitieran la correspondencia. Se llevó consigo a su hija. A los Servicios de la Infancia del condado les gustaría preguntarle por la escolarización de la chica, pero, por supuesto, tampoco ellos pueden encontrarlo. Durante mucho tiempo hemos supuesto que Caxton pasó a la clandestinidad con Polder, pero ninguno de los dos ha parpadeado siquiera en el radar desde que desaparecieron.
—Vale. La mayoría de eso ya lo sabía. Dime, ¿qué conexión hay? ¿Cómo pasas de Simon Arkeley a Urie Polder? —Lo que, por supuesto, significaba a Laura.
—Eso —dijo Glauer, al tiempo que se echaba atrás en el asiento— me llevó un poco de buen trabajo policial a la antigua usanza. Se lo pregunté a mi peluquera.
Clara sonrió, pero no dijo nada. Dejó que Glauer se lo contara con sus propias palabras.
—He estado vigilando a Simon. No porque pensara que me conduciría hasta Caxton, sino sólo porque quería asegurarme de que el crío estaba bien. Siempre me he sentido… responsable por lo que le sucedió a su hermana. Yo debía estar protegiéndola cuando se convirtió en vampiro. Me… me siento mal por eso.
Clara extendió un brazo por encima de la mesa y le dio un cordial apretón a una mano de Glauer. Era un hombre bueno, y se atribuía tan poco mérito…
El corpulento policía apartó los ojos de la cara de ella al continuar:
—Simon se ha mantenido apartado de líos, por supuesto. Acabó los estudios universitarios y recibió su diploma. Continuó con su vida, al parecer. Comenzó a solicitar plaza en colegios de secundaria. Se compró un coche. Luego, un día, empezó a ir de compras a sitios bastante sospechosos. Tiendas de santería… ¿sabes cómo son? Yo no lo sabía. Venden hierbas mágicas y velas para alejar los malos espíritus. Cosas que usan en México, Haití y Brasil. La mayoría de ellas sólo timan a los clientes, les prometen que un frasco de tierra de cementerio consagrada alejará el mal de ojo, lo que sea, y la tierra ha salido de una zanja que hay en la trasera de la tienda. Simon fue a uno de esos sitios, uno que hay en Wilkes-Barre, a casi ciento sesenta kilómetros de donde vive. Sabía cuál era el lugar al que había que ir. Cuando salió con un montón de bolsas, entré a preguntar qué había comprado. La anciana propietaria de la tienda me dijo que me fuera al Infierno. Yo supuse que ya no podía continuar entrometiéndome en la vida de Simon. Pero entonces se me ocurrió algo.
—¿Qué hiciste?
—Conseguí los resúmenes de su tarjeta de crédito. No te creerías lo confiada que es la gente, incluso en estos tiempos. Si llamas a un banco y dices que eres agente de policía, te dan lo que quieras. Así que repasé los apuntes del día en cuestión y encontré una lista de todo lo que compró en la tienda de santería. Estaba todo desglosado. El problema es que yo no tenía ni idea de lo que era cada una de aquellas cosas ni de para qué servían. Compró unas cuantas raíces y partes de plantas. Y eran cosas raras, plantas exóticas que no crecen al norte del ecuador. Ni siquiera podía pronunciar la mayor parte de los nombres, pero uno se destacaba entre los demás: raíz de jalapa.
—Es un nombre… raro —dijo Clara.
Glauer asintió con la cabeza.
—Pero… ¿y qué? ¿Entiendes? El chaval pilla un constipado y compra unas plantas medicinales raras. Es algo que hace mucha gente. Pero no es tan simple. La raíz de jalapa no es una terapia alternativa para el acné. Se han escrito
blues
sobre esa planta y lo que puede hacerte si la mezclas rallada con las gachas de avena. Empecé a preguntar por ahí. Mi peluquera sabía para qué se usa. Es haitiana. Cuando se lo pregunté por primera vez, se cerró como una ostra. Dijo que no era nada por lo que tuviera que preocuparse un blanco. Luego me preguntó si estaba teniendo problemas en el dormitorio.
Glauer se ruborizó y bajó la mirada hacia las tortitas que no se había comido.
—Estoy segura de que eso no es un problema para ti —dijo Clara.
—Y que lo digas. Ya me entiendes. En fin, le dije que sí, que los tenía, ya sabes. Ella dijo que una de las propiedades de la raíz de jalapa era que restablecía la potencia sexual. Pero no se la puede comer directamente, ni nada parecido. Es necesario prepararla de la manera adecuada. Se necesita que alguien haga los hechizos correctos y demás. Le pregunté si ella conocía a alguien así, y me dijo que no. Que no conocía a ningún
jorguin
.
—
Jorguin
… ése es…
—Ése es uno de los nombres por los que Caxton solía llamar a Urie Polder.
Jorguin
. Así que tenemos a este chaval, Simon, comprando material sospechoso que para él no tiene ninguna utilidad. Y sabemos que está relacionado, aunque de manera muy periférica, con alguien para quien sí tienen utilidad. Pienso que esa relación se ha vuelto un poco menos periférica hace poco. Y la única razón que se me ocurre para que Simon tenga algo que ver con Urie Polder…
—Es que Laura se lo haya pedido —acabó la frase Clara.
Durante largo rato, los dos polis se quedaron mirándose el uno al otro. Luego, Clara cogió la coca cola de la mesa y bebió un sorbo.
—Eso podría no ser nada. O, si vigilamos a Simon con la suficiente atención, podría conducirnos directamente hasta ella.
Glauer asintió. Ya había dicho lo que tenía que decir.
—Vale —continuó Clara—. Vale. Esto está… esto está bien. Sí, ha sido un trabajo de detective a la antigua usanza, de primer orden.
Glauer se encogió de hombros.
Clara se rodeó el torso con los brazos. Tenía ganas de reír por lo bajo, pero no se atrevía. Era la primera pista auténtica en dos años. Era de verdad, podía sentirlo. Sacó unos dólares de dentro de la billetera y los dejó sobre la mesa.
—Las tortitas corren de mi cuenta. —Comenzó a levantarse, recogió el teléfono móvil y la batería. Pero él levantó una mano y la detuvo.
—Espera —dijo Glauer.
—¿Hay algo más?
Daba la impresión de que Glauer se debatía con algo por dentro. No parecía el tipo de hombre que tuviera muchos pensamientos profundos, pero ella sabía que las apariencias podían ser engañosas.
—¿Qué vas a hacer? Cuando la encuentres… —preguntó.
Clara abrió la boca para hablar, pero no encontró las palabras.
—Sólo… hablar con ella —dijo, al fin.
—Ya sabes que no quiere que la encuentren.
A Clara se le cayó el alma a los pies.
—Lo sé. Eso lo sé, pero… Pero.
—Pero ¿qué?
—Es necesario que le hable de ese medio muerto que vi. Es necesario que ella lo sepa.
—El medio muerto que tú crees haber visto —puntualizó Glauer—. Tú has sido poli durante el tiempo suficiente como para saber que eso no es una prueba. Y, en cualquier caso, ¿de qué le servirá eso a Caxton? Ella ya cree que Malvern todavía está viva.
—¡Venga ya! Hace años que trabajas conmigo en este caso. Tú quieres encontrarla tanto como yo.
—Lo que yo quiero es saber que está bien. Quiero que ella sepa que si puedo hacer algo, lo único que tiene que hacer es pedirlo. Eso puedo conseguirlo diciéndoselo a Simon. No tengo necesidad de ponerla en peligro sólo para hacerle saber eso.
Clara lo fulminó con la mirada, pero él ni se inmutó. ¿De verdad que iba a obligarla a confesarlo?
—Necesito decirle que aún la amo.
Él asintió. Eso lo aceptaba. Lo conocía lo bastante bien como para saber que no discutiría con ella por ese motivo. Pero entonces dijo algo que tenía que haber sabido que a ella le dolería.
—Hace dos años ella hizo una elección. Escapó. Aun a sabiendas de que eso la convertiría en fugitiva de la ley. En una forajida. Tal vez todavía te ame, pero escogió a los vampiros.
—Tuvo que hacerlo. —A Clara le ardían las mejillas—. Tú lo sabes, gilipollas. Sabes que no podía dejarlo sin más, no hasta que Malvern estuviera realmente muerta. Así es ella.
Glauer se encogió de hombros.
—No he dicho que hiciera la elección equivocada.
Clara recogió el móvil y salió del restaurante sin volver la vista atrás. Si la camarera se preguntaba por qué se marchaba tan enfadada, le daba igual.
Justinia se encogió de terror y se apartó del ser que había dentro del ataúd
.
—
En el nombre del Diablo, ¿qué es eso? —preguntó, horrorizada porque ya lo sabía
.
Era en lo que algún día se convertiría ella
.
El cuerpo del ataúd había sido humano, en otros tiempos. Luego había sido más que humano. Durante un tiempo. Tenía las orejas puntiagudas. Y unos crueles dientes. Había sido como ella. Pero por lo demás no se le parecía en nada. La piel, fina como el papel, se le pegaba a los huesos. La carne blanca estaba salpicada de llagas y manchas. La boca permanecía abierta de modo permanente, en el eterno rictus sonriente de una calavera
.
Había doce ataúdes en la guarida de Vincombe. Cada uno contenía un ser muerto, más podrido y descompuesto que el anterior. No, no estaban muertos, porque ella sabía que aquellos seres aún estaban vivos, si bien atrapados dentro de aquellos frágiles cadáveres. Oía sus pensamientos como susurros dentro de su mente, como el sonido de los naipes al barajarlos para repartir la última mano al final de una larga noche
.
—
Éstos son tus ancestros, Justinia. Tu familia. Este de aquí es Bolingen. Me creó a mí para que lo reemplazara cuando envejeciera. Al otro lado está Margaret, que fue como una madre para él. Y así sucesivamente. Durante más de mil años, las criaturas de estos ataúdes han servido como ángeles de la muerte. Entendían qué es el deber. Sabía cuál era su propósito
.
—
Son repulsivos —le espetó Justinia
.
—
Son sabios. Acudo a ellos cuando necesito consejo
.
Justinia negó con la cabeza. ¿Consejos… sabios? Podía oír lo que estaban pensando. Lo que estaban diciendo, una y otra vez
. «Sangre tengo que beber sangre, sangre, dame sangre, dónde está la sangre, tráeme sangre…»
Era el único pensamiento que había dentro de aquellas cabezas putrefactas
.
Si Vincombe pensaba que ellos todavía creían en el papel que él se había asignado a sí mismo, en su deber sagrado, se engañaba. A menos que no pudiera oír sus verdaderos pensamientos. A menos que…
—
Si no quieres aceptar el propósito que te he asignado —dijo Vincombe—, aún queda algo que puedes hacer. Algo que justificará tu existencia. Los alimentarás. Recogerás sangre y la traerás aquí. Se hace del siguiente modo
.