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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

A barlovento (11 page)

BOOK: A barlovento
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~ Creo que podría ser una buena idea, señor.

~
Empecemos entonces por tutearnos, ¿no crees? Al hacer mis deberes, he leído ese espeso párrafo legal adjunto a la información estándar del protocolo, que dice que mi rango de almirante general perdió su vigencia cuando tuvo lugar mi muerte corpórea. Mi estatus es el de oficial honorario en reserva y tú eres el que ostenta aquí el mayor rango. Si alguien tiene que hablar de usted, ese sería yo. En cualquier caso, llámame Huyler, si te parece bien; así es como me conoce la gente.

~
Bien, se... esto, Huyler, dado nuestro nivel de intimidad, el rango no tiene ninguna relevancia. Por favor, llámame Quil.

~
Trato hecho, Quil.

Los días transcurrieron sin incidencias; viajaron a una velocidad absurda y dejaron el espacio chelgriano muy, muy atrás. La UOR
Valor de incordio
los traspasó, con ayuda de su lanzadera, a un objeto llamado superelevador, otra gran nave grande y recia, aunque de aspecto menos improvisado que el buque de guerra. La máquina, de nombre
Incivil,
solo los recibió con una voz. No tenía tripulación humana. Quilan se sentó sobre lo que parecía una zona abierta sin utilizar, donde sonaba una suave música muy sosa.

~ ¿Nunca te casaste, Huyler?

~
Una execrable debilidad por las hembras inteligentes, elegantes e insuficientemente patrióticas, Quil. Siempre decían que mi primer amor era el Ejército y no ellas, y ninguna de esas zorras sin corazón estuvo preparada para anteponer a su pareja y a su gente a sus propios intereses egoístas. Si yo hubiera tenido el sentido común suficiente, probablemente ahora estaría felizmente casado con una mujer adorable, que, sin duda, me habría sobrevivido, e incluso habría tenido varios hijos.

~
Suena a huida por los pelos.

~
Veo que no especificas de quién.

El Vehículo General de Sistemas
Lista departes sancionadas
apareció en la pantalla de la sala del superelevador como otro punto de luz en el firmamento. Se convirtió en un círculo plateado y su tamaño fue aumentando hasta llenar la pantalla, aunque no había rastro de ningún detalle en su centelleante superficie.

~
Debe de ser esa.

~ Supongo.

~
Posiblemente hayamos pasado junto a alguna embarcación de escolta, aunque su presencia no se nos haya hecho manifiesta. Es eso que el Ejército llama «unidad de alto valor»; nunca las mandan solas.

~ Pensaba que sería algo mayor.

~
Siempre tienen ese aspecto poco imponente desde el exterior.

El superelevador se sumergió en el centro de la superficie plateada. Desde el interior, la sensación era como mirar al exterior dentro de una nave al atravesar una nube, y luego tuvieron la impresión de estar zambulléndose en otra superficie, y luego en otra, y en unas cuantas más en rápida sucesión, lo mismo que al hojear páginas de un libro antiguo a toda velocidad.

Desde la última membrana, pasaron a un inmenso espacio nebuloso iluminado por una línea amarillenta, casi blanca, situada encima de las capas de la etérea bruma. Se encontraban justo sobre la popa de la nave. El buque medía veinticinco kilómetros de largo y diez de ancho. La superficie superior estaba formada por zonas verdes; colinas y cordilleras separadas por ríos y lagos.

Enmarcados por inmensas batangas corrugadas y apuntaladas, ornadas en rojo y azul, los laterales del VGS eran de un tono dorado leonado, moteados con una confusión de plataformas cubiertas de follaje y balcones, y perforados con una asombrosa variedad de aberturas muy iluminadas, como una resplandeciente ciudad vertical, establecida sobre acantilados de arenisca de tres kilómetros de altura. El aire estaba plagado de miles de naves de todo tipo que Quilan jamás había visto ni oído mencionar. Algunas eran minúsculas, otras eran del mismo tamaño que el superelevador. Y otros puntos, todavía más pequeños, eran individuos que flotaban en el aire.

Dos gigantescos buques más, cada uno de ellos de un volumen ocho veces inferior al del
Lista de partes sancionadas,
compartían el envoltorio del recinto del campo que rodeaba al VGS. A pocos kilómetros hacia cada lado, más visibles y de menor densidad, sus propias concentraciones de naves pequeñas los rodearon.

~ Resulta algo más impresionante por dentro, ¿verdad?

Hadesh Huyler guardó silencio.

Un avatar de la nave y un grupo de humanos le dieron la bienvenida. Sus dependencias resultaron ser generosas hasta el punto de la extravagancia; tenía una piscina para él solo y el lateral de uno de los camarotes tenía vistas al abismo cuya pared más lejana, a un kilómetro de distancia, era una batanga de estribor del VGS. Otro dron muy discreto desempeñaba el papel de sirviente.

Lo invitaron a tantas comidas, fiestas, ceremonias, festivales, inauguraciones, celebraciones y otros eventos y reuniones que el dispositivo de administración de compromisos de su traje llenó dos pantallas solo con la lista de las distintas formas de clasificar tanta invitación. Quilan aceptó algunas, especialmente las que incluían música en directo. La gente era amable. Él era amable con la gente. Algunos expresaron su pesar con respecto a la guerra. Él se mostraba digno y apaciguador. Huyler echaba chispas en su mente, escupiendo escarnios a cada momento.

Quilan viajó y paseó por aquella inmensa nave, atrayendo las miradas a cada paso que daba. En una nave de treinta millones de pasajeros, no todos humanos ni drones, y él era el único chelgriano. Pero raras veces alguien le daba conversación.

El avatar le había advertido de que, entre los que intentarían charlar con él, habría periodistas que podrían retransmitir sus comentarios en los servicios de noticias de la nave. En tales circunstancias, la indignación y el sarcasmo de Huyler supondrían toda una ventaja. De todas formas, Quilan mediría sus palabras minuciosamente antes de decirlas, pero también escucharía los comentarios de Huyler en determinados momentos, fingiendo perderse en sus propios pensamientos. Le satisfizo y le divirtió ver cómo se ganaba una gran reputación como ser inescrutable como resultado.

Una mañana, antes de que Huyler estableciese contacto con él tras la hora de gracia, Quilan se levantó de la cama y se acercó a la ventana que daba a la zona exterior. Cuando ordenó que la superficie se tornase transparente, no se sorprendió de ver las llanuras de Phelen a través de ella, quemadas, llenas de cráteres, extensas en la distancia humeante bajo un cielo de color ceniza. Una carretera en ruinas las atravesaba y, sobre ella, circulaba el camión cochambroso y mutilado a la velocidad de un insecto amuermado por el invierno. Quilan se dio cuenta de que no se había despertado ni levantado, y de que todo era un sueño.

El destructor terrestre sufrió una sacudida y tembló bajo él, enviándole hondonadas de dolor a todo el cuerpo. Se oyó gemir a sí mismo. El suelo debía de estar vibrando. Se suponía que se encontraba bajo aquella cosa que lo tenía atrapado y no dentro de ella. ¿Cómo había ocurrido aquello? Qué dolor. ¿Acaso estaría muriendo? Sería eso. No podía ver nada y le costaba respirar.

A cada rato, imaginaba que Worosei le habría limpiado la cara, o lo habría colocado sentado para que estuviera más cómodo, o se habría limitado a hablar con él, dándole ánimos, con tranquilidad; pero parecía más que, de alguna forma (imperdonable), había caído dormido cada vez que ella hacía esas cosas, y solo se despertaba al haberse marchado ella. Intentó abrir los ojos pero no lo consiguió. Intentó hablar con ella, gritar para que regresase, pero no lo consiguió. Y, tras unos instantes, intentaría levantarse con todas sus fuerzas, solo para asegurarse una vez más de haber perdido el contacto con ella, con su aroma, con su voz.

–Sigues vivo, ¿eh, Entregado?

–¿Quién eres? ¿Qué pasa?

Oyó voces a su alrededor. Le dolía la cabeza. Y también las piernas.

–Tu moderna armadura no te ha salvado, ¿eh? Podrían haberte atiborrado de líquidos. No tendrían ni que haberte machacado primero. –Alguien se echó a reír.

El dolor de sus piernas se hizo insoportable. El suelo tembló bajo él. Debía de encontrarse en el interior del destructor terrestre, con su tripulación. Estaban enfadados porque había sufrido un impacto y los habían matado. ¿Estaban hablando con él? Tenía que haber soñado lo de la cabina y los incendios, o tal vez el vehículo era muy grande y ahora se encontraba en una zona que no había sufrido daños. No todos estaban muertos.

–¿Worosei? –dijo una voz. Se dio cuenta de que debía de ser la suya.

–Ooh, ¡Worosei! ¡Worosei! –dijo otra voz, burlándose de él.

–Por favor –suplicó. Intentó mover los brazos, pero solo consiguió que le dolieran aún más.

–Ooh, Worosei, ooh, Worosei, por favor.

Antiguo edificio de la facultad, bajo los juzgados Rebote, en el Instituto Técnico Militar, ciudad de Cravinyr, Aorme. Allí era donde los habían almacenado. Las almas de los viejos soldados y estrategas militares. No deseados en tiempos de paz, ahora eran considerados como un importante recurso. Además, mil almas eran mil almas, y merecía la pena salvarlas de la destrucción de los rebeldes Invisibles. La misión de Worosei; su idea. Osada y peligrosa. Había movido los hilos para llevarla a término, lo mismo que había hecho anteriormente cuando se habían unido, asegurarse de que ella y Quilan serían destinados juntos. Hora de marcharse. ¡Ahora! ¡Rápido!

¿Acaso habían estado allí?

Le pareció recordar el aspecto del lugar...
el laberinto de pasillos, las pesadas puertas, la oscuridad y el frío, la falsa iluminación del visor del casco. Los otros; dos escuderos, Hulpe y Nolica, los mejores, confiables y fieles, una especie de triunvirato o trinidad de las fuerzas especiales del Ejército. Worosei al lado, con el rifle colgado del hombro y sus gráciles y elegantes movimientos, incluso con el traje. Su esposa. Tendría que haber persistido en su intento de detenerla, pero ella había insistido. Su idea.

El dispositivo de sustratos estaba allí; era mayor de lo que imaginaban, del tamaño de una cabina de refrigeración doméstica. Nunca llegaremos a la nave. No al mismo tiempo.

–Hey, Entregado. Ayúdame a quitarte esto. Vamos. –Alguien seguía riendo.

Quitarte esto. Nada de recuperar. La nave.

Y ella tenía razón. Dos de los militares llegaron con la máquina. Nunca lo conseguiría.

¿Era Worosei? Acababa de limpiarle la cara, lo habría jurado. Intentó llamarla con todas sus fuerzas, intentó decir algo.

–¿Qué está diciendo?

–Y yo qué sé. Qué más da.

Uno de los brazos le dolía muchísimo, ¿sería el izquierdo o el derecho? Se enfadó consigo mismo por no poder determinar cuál era. Qué absurdo. ¡Ay! Worosei, ¿Por qué...?

–¿Estás intentando arrancarlo?

–No, solo el guante. Tendrá anillos o algo. Siempre llevan algo.

Worosei le susurró algo al oído. Se había quedado dormido. Ella se acababa de ir. Intentó llamarla de nuevo.

Llegaron los Invisibles con armamento pesado. Tendrían alguna nave, probablemente con escolta. Tormenta de nieve intentaría permanecer oculta, en ese caso. Estaban solos. Esperando que la pequeña nave regresase por ellos. Luego los descubren, los atacan y los pierden a todos. Locura, destellos y explosiones por todas partes, mientras la facción de los Leales se cubría y contraatacaba desde donde demonios se encontrara. Corrieron bajo la lluvia; el edificio que dejaron atrás ardió y se derrumbó, reduciéndose a escombros por culpa de las armas energéticas. Era de noche y estaban solos.

–¡Dejadlo!

–Nosotros solo...

–Haced lo que se os dice u os dejo tirados en la puta carretera, ¿comprendido? Si vive, pediremos un rescate. Incluso muerto vale más que dos de vosotros juntos, imbéciles descerebrados, así que aseguraos de que sigue vivo cuando lleguemos a Golse, o lo seguiréis de cerca hasta el cielo.

–¿Asegurarnos de que viva? ¡Pero si tendrá suerte si aguanta esta noche!

–Bueno, si recogemos a algún médico que esté menos jodido que él, nos aseguraremos de que lo atiende a él en primer lugar. Mientras tanto, es cosa vuestra. Botiquín. Os daré raciones extra si sobrevive. Ah, y no lleva nada que valga la pena.

–¡Eh! Nosotros queremos una parte del rescate. ¡Eh!

Se habían caído en el interior del cráter. El vehículo se deslizaba a toda velocidad. Una gran explosión los había hecho volcar en el barro. Se habrían matado de no haber llevado los trajes. Algo golpeó con fuerza su casco, destruyendo los auriculares y atestando el visor de una luz cegadora. Se lo quitó como pudo y este cayó rodando al interior de la gran piscina formada en el fondo del cráter. Más explosiones. Atrapado e inmovilizado en el barro.

–Entregado, no haces más que dar por el saco, ¿lo sabías?

–¿Qué ha sido eso?

–Y yo qué coño sé.

El destructor terrestre, sin cabina, con una estela de humo y una de sus grandes orugas segmentadas en la pendiente del cráter, rodó a trompicones hacia el interior. Worosei había conseguido esquivar todos los escombros y se había salvado. Intentó liberarlo, pero cayó cuando la máquina se deslizó encima de él, Quilan profirió un grito al hundirlo en el suelo el colosal peso del destructor, y sus piernas quedaron atrapadas al chocar contra algo duro. Se rompió varios huesos.

Vio marcharse a la pequeña nave que la condujo a la nodriza, y la puso a salvo. El cielo seguía salpicado de destellos y le zumbaban los oídos con las detonaciones. El destructor terrestre hizo que el suelo temblase al explotar su munición, y cada estallido le producía un tremendo dolor. La lluvia no cesaba y le empapaba el rostro y el pelaje, camuflando sus lágrimas. El nivel del agua del cráter aumentaba, ofreciéndole una forma alternativa de morir, hasta que una nueva explosión de la máquina sacudió el suelo e hizo brotar una bocanada de aire desde el centro de la mugrienta piscina, cuyo contenido se empezó a escurrir, formando un hondo túnel. Aquel lado del cráter también se desmoronó y el morro del destructor terrestre se inclinó hacia abajo, la parte posterior se elevó y la máquina pivotó sobre él, zambulléndose con furia en el orificio y provocando una nueva serie de explosiones.

Quilan intentó arrastrarse con ayuda de sus manos, pero no pudo. Empezó a tratar de excavar para liberar sus piernas.

A la mañana siguiente, un equipo de búsqueda y rescate de los Invisibles lo encontró en el barro, semiconsciente, rodeado de un hoyo poco profundo que había cavado en torno a sus piernas, pero aún incapaz de poder liberarse. Uno de sus miembros le propinó varias patadas en la cabeza y le apuntó directamente a la frente con una pistola, pero él todavía sacó fuerzas para decir en voz alta su título militar y su rango. Los Invisibles tiraron de él, librándolo del abrazo del barro e ignorando sus gritos, lo arrastraron pendiente arriba y lo lanzaron a la parte posterior de un vehículo medio destrozado, junto con el resto de los muertos y de los que agonizaban.

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