—Sí, no me falta ni una.
—¿Y por qué iba a querer Airmid compartir un conocimiento tan valioso contigo?
Esa historia quedaba reservada para otro día.
—No puedo decírtelo. —Sacudí la cabeza, con arrepentimiento fingido—. Eres demasiado joven.
Granuaile resopló.
—Como quieras. ¿Así que en la sabiduría de Airmid reside el secreto de tu juventud eterna?
Asentí.
—Lo llamo Inmortaliza-Té, porque me encantan los juegos de palabras. Lo bebo una vez a la semana, más o menos, y me mantengo fresco y conservo mi belleza natural.
—¿Así que esa cara bonita no es una ilusión? ¿De verdad es la tuya?
—Sí. Biológicamente, todavía tengo veintiún años.
—Increíble. Joder. Vaya. —Se volvió a apoyar en la barra, más cerca todavía de lo que estaba antes—. Pues aquí va lo que quiero, Atticus. —Me llegaba el olor de su brillo de labios de fresa, la menta de su aliento y aquel aroma tan peculiar que ahora sabía que no era del todo suyo: la esencia de vino tinto mezclado con azafrán y amapolas—. Quiero ser tu aprendiz. Enséñame.
—¿De verdad? ¿Eso es lo que quieres? —Enarqué las cejas.
—Sí. Quiero ser un druida.
Hacía más de un siglo que no oía esa frase. La última persona que me había pedido que le enseñase era uno de esos victorianos idiotas que pensaban que los druidas llevaban túnicas blancas y una larga barba en forma de cumulonimbo.
—Entiendo. ¿Y qué gano yo a cambio?
—La ayuda de Laksha. Su gratitud, y la mía.
—Ajá. Detallemos un poco mejor esas dos cosas, ya que estamos negociando.
—Laksha sabe que tienes un problema con Radomila.
—Un momento —dije, levantando una mano para que no siguiera—. ¿Cómo sabe eso?
—Dos brujas del aquelarre vinieron ayer cuando estaba trabajando, y Laksha oyó, o más bien debería decir que yo oí, algunos retazos de su conversación. Cuando apareció tu nombre, empecé a prestar atención. Estaban hablando de quitarte algo, pero no sé el qué porque nunca llegaron a decir el nombre.
Puse una mueca.
—Yo sé lo que quieren. ¿Dijeron cómo pensaban conseguirlo?
—No, estaban hablando de la recompensa que obtendrían al hacerlo.
—Interesante. ¿Qué decían?
—Mencionaron el Mag Mell.
—Estás de broma. ¿Mag Mell? ¿Van a garantizarles el paso por el Mag Mell?
—Eso y residencia permanente.
—Increíble. —Se me abrieron los orificios de la nariz y apreté el vaso con los dedos agarrotados—. ¿Sabes lo que es el Mag Mell?
—Tuve que buscarlo, pero sí: es uno de los planos de los Fae. El más pijo de todos.
—Sí, el que es bonito de verdad. Y está regalándoselo a unas brujas polacas. Me pregunto si Manannan Mac Lir sabrá algo de todo esto.
Se suponía que Manannan Mac Lir era el gobernante del Mag Mell. Si conocía la promesa de Aenghus Óg y no había hecho nada, eso significaba que formaba parte de la conspiración contra Brigid. Pero lo más probable era que Aenghus Óg también estuviera conspirando contra Manannan.
—Para eso no tengo respuesta —contestó Granuaile—, pero oí que una decía a la otra que tenían que irse, porque Radomila estaría esperándolas. Por supuesto, eso despertó el interés de Laksha, y por eso sabe que vuestros intereses coinciden. Quiere que te ocupes de Radomila por ella, para recuperar el collar.
—Si vives en el piso de abajo, ¿no puede ocuparse ella de Radomila cualquier noche?
—El piso de Radomila está muy protegido, tal como debe de estar tu casa. Laksha te necesita para que saques a Radomila de su zona de seguridad y la distraigas unos cinco minutos.
—¿Eso es todo?
—Y quizá conseguir algo que le pertenezca.
—Entiendo. ¿Qué tal una gota de su sangre?
—Serviría —respondió Granuaile.
—¿Laksha es consciente de que, aparte de las dos brujas que visteis aquí, Radomila cuenta con otra docena en su aquelarre, todas ellas expertas en magia? La batalla en la que quiere enzarzarse no es ninguna tontería.
—Laksha puede ocuparse de todas ellas, en cuanto recupere su collar.
—¿En serio?
Si aquella afirmación no era un exceso de confianza en sí misma, entonces daba mucho miedo. Yo sólo podía ocuparme de un aquelarre el tiempo necesario para salir corriendo. ¿Cargármelas a todas? Ni de broma.
—¿Qué tiene de especial ese collar? —pregunté.
—Voy a dejar que ella misma te lo diga en un momento. —Granuaile esquivó la pregunta—. No te distraigas. Laksha dice que ya te está agradecida por el simple hecho de haberla rescatado del mar. Pero, si la ayudas a conseguir la auténtica libertad, promete que te ayudará en todo lo posible.
—¿Y cómo le consigo la auténtica libertad?
—Tienes que distraer a Radomila para que pueda recuperar el collar.
—Seguro que hay más. Por ejemplo, ¿adónde va a ir? ¿Al cuerpo de Radomila o de nuevo al collar? No pensará quedarse en tu mente, ¿no?
—No. —Granuaile sacudió la cabeza—. Ha sido la invitada perfecta, pero ambas queremos volver a estar solas con nuestros pensamientos. Dejaré que sea ella quien te lo explique. Por último, pero no por eso menos importante, tendrás también mi gratitud. Yo no puedo prometerte favores mágicos; pero, teniendo en cuenta que los aprendices de la antigüedad trabajaban muy duro, no me cabe la menor duda de que saldaré mi deuda.
—¿Y si no quiero ningún aprendiz? Hasta ahora me las he apañado muy bien sin ninguno.
—Ya veo. Así que ¿que te disparen se considera apañárselas bien?
—¿Por qué no lo dejamos en que te ayudo a sacar a Laksha de tu cabeza y ahí se termina todo?
—Entonces no hay trato. Laksha no se irá a no ser que me aceptes como aprendiz.
—¿Qué? —Fruncí las cejas. Aquello sí que no me lo esperaba. Lo normal es que aquellos que son capaces de poseer a un ser no se preocupen por los deseos y necesidades del poseído—. ¿Qué más le da?
—Sabe que no quiero pasarme la vida sirviendo cañas al Mike y al Tom de turno. Quiero hacer algo increíble con mi vida. Solo tengo veintidós años, ¿sabes? Quiero aprender.
—Eso está bien, porque un aprendiz de druida apenas hace nada más que aprender. Pero, si no acepto, ¿qué pasa entonces? ¿Laksha se queda en tu cabeza para siempre?
Granuaile se encogió de hombros.
—No, pensaremos en alguna otra solución. Tarde o temprano, acabaremos intentando recuperar el collar sin tu ayuda. Veremos si hay alguien en la ciudad que quiera ganarse la gratitud de una hechicera.
—Y en ese caso, ¿qué pasaría contigo? ¿Intentarías convertirte en otra cosa?
Granuaile asintió y me sostuvo la mirada. Sus ojos eran color esmeralda y centelleaban. Me hicieron pensar en mi hogar.
—Si no me dejas otra opción, me convertiré en bruja como Laksha. Pero ésa no es mi primera opción.
—Ah, ¿no? ¿Y por qué no?
Hice la pregunta en un tono desenfadado, pero en realidad era una cuestión muy seria, quizá la más seria de todas. Si aprovechaba esa oportunidad para hacer una broma, coquetear o darme coba, le diría que no en ese mismo momento. Pero se quedó callada un momento antes de responder, ¿tal vez escuchando el consejo de Laksha?
—La verdad es que se debe a varias razones —comenzó a explicar en voz baja—. Laksha sabe un montón de magia, porque lleva mucho tiempo en el mundo. Y una de las cosas que sabe es que tú eres mayor que ella. Mucho mayor que cualquier otro ser que haya conocido nunca, sin contar a los dioses. Si eso es cierto, la conclusión es que sabrás todavía más cosas que ella y habrás visto cosas sobre las que el resto de nosotros sólo ha leído: y por eso quiero que tú me enseñes. Quiero saber lo que pasó de verdad en la historia, por boca de alguien que lo presenció en primera persona. Quiero saber las cosas que tú sabes, sobre todo aquellas que la humanidad ha olvidado o que nunca ha llegado a saber. No es más que el principio general de que saber es mejor que no saber, el conocimiento es poder y todo eso.
He oído peores respuestas. Aunque se acercó al precipicio de los lameculos y echó una ojeada, se alejó en el último momento.
—Otra razón —continuó— es que la magia de Laksha me parece un poco tenebrosa, y espero que ella no se ofenda por lo que digo. —Se quedó mirando al techo un rato, como si estuviera manteniendo un diálogo interior. Después volvió a clavar los ojos en mí—. Creo que mucho de lo que ella me ha contado sobre la magia, y muchas de las cosas que he leído sobre la magia verdaderamente poderosa, asusta bastante. A veces parece que estás traficando con muñequitos de personajes de Lovecraft, y con algunos rituales tengo ciertos reparos morales y, digamos, digestivos. Uñas de los pies y fluidos corporales… ¡puaj! —Se estremeció—. Pero tu poder, el poder de los druidas, proviene de la tierra, ¿no?
—Eso es.
Señaló mi brazo izquierdo.
—Laksha me ha contado que esos tatuajes no son sólo decorativos.
—Y tiene razón.
—Suena a algo con lo que sí podría vivir.
—¿Estás segura? Esa decisión te limita. Un druida no puede hacer todas las cosas de las que es capaz una bruja. Si lo que buscas es poder, debes saber que las brujas acceden a él más rápido y en más cantidad que los druidas.
—Hay diferentes tipos de poder —me contradijo Granuaile—. Y las brujas tienen el poder de dominar y destruir. Tu poder es para defender y construir.
—Ah, eso no. —Negué con la cabeza—. Creo que lo estás idealizando un poco. Mis poderes también pueden utilizarse para dominar y destruir.
Sin duda, Aenghus Óg había dominado a Fagles. Y Bres había intentado destruirme con un encantamiento.
—Vale, seguro que sí —concedió ella—. Cualquier cosa puede pervertirse y alejarse de su intención original. Pero es de la intención de lo que estoy hablando, Atticus. Laksha sabe rituales y hechizos que de ninguna manera pueden ser benignos, como bien sabes. La diferencia está en que tu magia puede manipularse para servir a fines malvados, pero parte de la magia que Laksha conoce no podría servir al bien jamás. Para mí, eso es una distinción importante.
—Entonces, ¿qué piensas tú que es un druida? —le pregunté. Si mencionaba una túnica blanca y unas barbas a lo ZZ Top, me ponía a gritar.
—Son curanderos, sabios, relatores de historias y pozos de sabiduría. Según algunas historias, pueden cambiar de forma y ejercer una ligera influencia en el tiempo.
—No está mal. ¿Y patean algún culo que otro de vez en cuando?
Lo dije sin darle importancia, pero Granuaile sabía que aquello era una prueba.
—Alguna vez patearon unos cuantos culos, sí. —Arrugó la frente—. Quiero decir, según algunas leyendas antiguas. Pero en esas ocasiones utilizaban espadas y hachas, no la fuerza de la magia. Y, por cierto, bonita espada —añadió, haciendo un gesto con la barbilla hacia la empuñadura de Fragarach que sobresalía por encima de mi hombro—. ¿Acaso patear culos entra dentro de tus planes?
Pasé por alto la pregunta y le planteé otra a ella:
—¿Qué hacían los druidas en las leyendas antiguas que has leído?
—La mayoría asesoraba a los reyes y trataba de predecir el futuro. Ah, se me había olvidado eso. La adivinación es algo típico de los druidas. ¿Tú destripas animales y miras sus vísceras? —Arrugó la nariz y contuvo el aliento.
—No —respondí, negando con la cabeza, y se relajó—. Yo prefiero lanzar los palos.
—¿Ves? —Me dio un golpecito burlón en el brazo—. No destruyes cosas.
—¿De verdad quieres iniciarte en el mundo de los druidas? Antes de que respondas, deja que te cuente lo que realmente significa eso, porque Laksha no tiene forma de saberlo. Y si has leído esas porquerías de la Nueva Era que dicen que lo único que necesitas son unas plantas y rezarles a Brigid o a Morrigan, pues no tienes ni idea. En primer lugar, tienes que pasarte doce años memorizando cosas. Nada de hechizos ni nada que, ni de lejos, sea guay o encierre mucho poder. Sólo memorizar y regurgitar durante doce años. Tal vez te adelantes un año, más o menos, porque empezarías más tarde que la mayoría de iniciados y tu cerebro ya está completamente desarrollado, pero, de todos modos, es mucho tiempo. Más vale que te gusten los libros, estudiar y los idiomas, porque vas a aprender unos cuantos. Y eso será todo lo que hagas, a jornada completa, hasta que cumplas los treinta.
—Ah —dijo con un hilo de voz—. ¿Y qué hay de pagar las facturas y cosas así?
—Tendrías que dejar este trabajo y vendrías a trabajar conmigo en la librería. Para liberarte del tedio de leer libros, de vez en cuando puedo ofrecerte el tedio de vendérselos a otras personas. Y quizá te enseñe a preparar algunos tés muy especiales.
—Vale, bien.
—Cuando pases todas las pruebas, podemos empezar a enseñarte un poco de magia. Pero tienes que tener la capacidad de conseguir fuerza con eso, lo que se traduce en que te tatúes según el ritual, con tintes vegetales. Eso dura cinco meses.
—¿Cinco meses? —A Granuaile casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¿Acabo de decirte que tienes que pasarte doce años estudiando y ni te inmutas y ahora te preocupan cinco meses?
—Bueno, son cinco meses clavándote una aguja, ¿no?
—En realidad serían pinchos. Es un método muy antiguo. Ya casi no se hace.
—Ahí está: no tiene nada que ver con acurrucarse con un libro y una taza de chocolate caliente.
—Pero es necesario si quieres manejar la magia druídica. Se trata de un ritual que te une a la tierra y te permite absorber su fuerza. Y, una vez que estés ligada a ella, ya nunca querrás hacer nada que la dañe. Parece que últimamente Aenghus Óg está negociando con demonios, si Brigid está en lo cierto, pero ni siquiera él se atrevería a meterse con la tierra. —Nada más terminar la frase, se me ocurrió que un tipo que está dispuesto a tratar con demonios, podría ser capaz de cosas mucho peores. Por eso añadí en voz baja—: Espero.
—¿Has hablado con Brigid? ¿Y quién es Aenghus Óg? ¿Te refieres al viejo dios irlandés del amor?
—Sí, ese mismo —contesté, entre sorprendido e impresionado porque hubiera sabido localizar el nombre, aunque no debería haberlo hecho después de que hubiera identificado a Airmid—. Pero olvídate de él. Lo principal, Granuaile, es que tengas en cuenta que pasará más de una década antes de que sientas algo parecido a fuerza mágica. Si estás muy impaciente por empezar a utilizar la magia, seguro que Laksha conoce algún ritual con el que puedas comenzar esta misma noche. ¿Qué tipo de paciencia tienes?