Ojalá hubiera podido responderle que hasta que se cansara. Aquello era por lo que tanto había luchado y vivido: por un mundo sin Aenghus Óg. Ningún sitio en Tír na nÓg era mejor que aquel rincón junto al agua, y no recordaba ningún momento en los últimos siglos en el que me hubiera embargado una paz igual a la de ese instante en compañía de mi amigo. Sirvió para recordarme una vez más que Oberón tenía su propia magia: lograba que me concentrara en la perfección sublime que la vida podía tener a veces. Los momentos así son efímeros y, sin su ayuda, me habría perdido muchos de ellos, preocupado por llegar a un sitio que ni siquiera habría reconocido al alcanzarlo.
Sólo un par de días más, contesté. Después tengo que volver a la tienda y dar vacaciones a Perry.
También estaba el asunto de la tierra muerta que había que sanar alrededor de la Cabaña de Tony, y además tenía que encontrar la forma de que volviera a crecerme una oreja más o menos decente. Hasta entonces sólo había podido crear una especie de bulto de cartílago que todavía hacía que me miraran un poco raro. Quizá tuviera que recurrir a la cirugía plástica.
Vaya, qué pena. Pues aprovecharé mientras pueda.
Tengo una sorpresa para ti cuando volvamos a casa.
¿Me has conseguido la película sobre Gengis Kan?
Me la estoy bajando de Netflix, pero la sorpresa no es ésa. No le des vueltas, va a gustarte. Sólo lo decía para que no te deprimieras por tener que volver a casa.
No, no me deprimo. Pero estaría bien tener un riachuelo como éste en el jardín trasero. ¿No puedes hacer uno?
Mmmmm… no.
Me lo imaginaba. Pero tenía que intentarlo.
Oberón sí que se llevó una sorpresa cuando volvimos a casa en Tempe. Hal se había ocupado de los detalles en mi lugar, y Oberón se puso nervioso en cuanto bajamos del servicio de transporte de la empresa de coches de alquiler.
Oye, huele como si alguien estuviera en mi territorio.
No puede entrar nadie sin mi permiso, ya lo sabes.
Flidais entró.
Lo que hueles no es Flidais, créeme.
Abrí la puerta principal, y Oberón corrió a la ventana de la cocina que daba al jardín. Ladró entusiasmado al ver lo que le esperaba allí.
¡Caniches francesas! ¡Con el pelo negro y rizado y las colitas esponjosas!
Y todas en celo.
¡Guau! ¡Gracias, Atticus! ¡Me muero de ganas de olfatearles el culo!
Se lanzó hacia la puerta y empezó a darle con la pata, porque la abertura especial para él estaba cerrada para que las caniches no entrasen.
Te lo mereces, amigo. Espera un momento, quítate de la puerta para que pueda abrírtela. Y ten cuidado, no les hagas daño.
Abrí la puerta, convencido de que Oberón saldría disparado para perderse en su harén canino, pero dio un único paso y se quedó quieto. Levantó la mirada hacia mí con cara compungida, con las orejas lacias y un lamento en el hocico.
¿Sólo cinco?
Mi corazón rebosa de gratitud.
Aunque en la portada sólo aparezca mi nombre, las novelas nunca podrían hacerse realidad sin la colaboración de muchas personas. Mis padres siempre me han apoyado en todos mis esfuerzos creativos, desde la música y el arte hasta la escritura. Y, si ellos no me hubieran convencido de que sí que podía triunfar en cualquiera de ellos, quizá nunca habría comenzado este proyecto. Mi querida esposa, Kimberley, me lleva viendo escribir una cosa u otra durante casi veinte años. Su férrea convicción de que algún día lo conseguiría me animó a seguir cuando ya quería rendirme.
Muchas personas me han dado su valiosa opinión durante los primeros pasos de esta novela. El doctor Kim Hensley Owens, profesor ayudante de retórica en la Universidad de Rhode Island, logró que el acento irlandés de la viuda MacDonagh fuera convincente y en alguna que otra ocasión me sugirió que economizara las palabras, por lo que le estoy muy agradecido. Alan O’Bryan me desveló la sencilla verdad de los combates con espada —que no duran mucho— y, me introdujo en la Sociedad de Anacronismo Creativo. Andrea Taylor me contó muchas cosas sobre las brujas; os diría más, pero estoy bajo un hechizo.
Estoy convencido de que mi agente, Evan Goldfried, es un ser mágico. Él dijo sí cuando otros dijeron no, y vendió la serie tan rápido que todavía estoy recuperándome de la conmoción. Felicidades, mágico Evan.
A Tricia Pasternak, mi fabulosa editora de Del Rey, le profeso gran estima, y su entusiasmo por Atticus y Oberón es la razón de que ahora mismo podáis tener este libro entre las manos. Su editor ayudante, Mike Braff, toleró mis travesuras infantiles con un sentido del humor magnífico y demostró ser un auténtico pozo de sabiduría respecto a todo lo nórdico.
A pesar de que todos los personajes y acontecimientos de Acosado son imaginarios, lo que sí puede visitarse son algunos sitios de Arizona que se mencionan, si es que alguien quisiera hacerlo. La librería El Tercer Ojo se encuentra en el mismo sitio donde está la tienda de cómics de mi primo, Drew Sullivan, en la avenida Ash de Tempe. La Cabaña de Tony sigue en medio de las montañas Superstition, pero por suerte la tierra que la rodea no está muerta. El Rúla Búla, en la avenida Mill, es de verdad uno de los mejores pubs irlandeses del mundo, y todavía no he encontrado un plato de pescado y patatas que pueda compararse a los suyos.
Los aficionados a la lingüística se habrán percatado de que, si bien las Hermanas de las Tres Auroras son polacas, utilizan un nombre ruso, las Zorias, para referirse a las diosas de las estrellas de las que obtienen su poder. Las Zorias se conocen en todo el mundo eslavo, ya sea con un nombre u otro; pero, como la mayoría de las brujas del aquelarre nacieron en el siglo XIX, cuando la parte oriental de Polonia estaba bajo el dominio de Rusia, me pareció que tenía sentido que utilizaran el nombre ruso. Se puede estar de acuerdo o no con esta decisión; yo sólo lo explico para que parezca que mi historia está respaldada por una investigación concienzuda.
Kevin Hearne nació y creció en Arizona y se aficionó a los cómics de superhéroes a muy temprana edad. A los siete años ya había asistido al estreno de Star Wars que le dejó impactado. Asistió a la Northern Arizona University, donde obtuvo una licenciatura en Enseñanza del Inglés. Fue durante este tiempo cuando sintió el gusanillo de la escritura: Trabajó para el periódico de la universidad tanto como caricaturista editorial como columnista, y comenzó una novela que no llegó a terminar. Sería la primera de muchas novelas inconclusas.
La primera novela de Kevin, The Road to Cibola, le tomó seis años para escribir y es una historia de intriga que nunca, nunca se publicará. Decidió probar una fantasía épica. Escribió durante tres años y la envió a varias editoriales; mientras esperaba que fuese publicada escribió una historia que llevaba tiempo en mente sobre un druida que podía comunicarse mentalmente con animales, especialmente su perro propio. Él terminó de escribir Hounded en once meses, y todavía no había recibido respuesta de la editorial sobre su fantasía épica. Aún así decidió enviar esta novela y los teaser de los siguientes dos libros de la serie a nueve editores. En dos recibió propuestas de cuatro. Por lo tanto, sólo le llevó diecinueve años para convertirse en un "éxito quince días."
Kevin escribió Hexed en cinco meses y Hammered en seis. Actualmente está trabajando en su cuarto libro de Las Crónicas del Druida de Hierro, Tricked, además de una revisión completa de su épica ahora que ha aprendido algunas cosas.
Enseñó en la escuela secundaria Inglés durante tres años en California antes de volver a enseñar en Arizona donde actualmente reside. Lee novelas de Fantasía Épica y pinta miniaturas de enanos porque las cosas redundantes le entusiasman.