—¿Por qué la mencionas? —pregunté.
—Ella fue la que… ¡nos secuestró!
—¿Qué? Creía que había sido Emily.
—No. —Negó con la cabeza—. No. Ella conducía el coche. Flidais nos metió… en el asiento trasero.
Volví la vista hacia Oberón.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —le pregunté en voz alta, para que todos pudieran oírme.
Quería hacerlo, pero no me dejaste hablar mucho, la verdad. Silencio, Oberón, cállate, ahora no, Oberón…
—Vale, ya está. Hal, necesito la llave. ¿Tienes idea de quién la tiene?
Señaló hacia los restos de Radomila con la barbilla.
—La bruja muerta.
—Vaya. Va a ser un poco asqueroso.
Fui hasta el otro lado de la cabaña, donde estaba la jaula, y puse una mueca al ver la obra de Laksha. Radomila llevaba una chaqueta de piel buena. Tiré de ella para arrastrarla hasta el extremo de la jaula, desde donde podía rebuscarle en los bolsillos, y encontré varias llaves en el derecho. La jaula en la que estaba también tenía un candado, y primero abrí ése para recuperar el collar y dárselo a Laksha. Era un amasijo sanguinolento —me vino a la cabeza la frase «cubierto de sangre coagulada»—; pero, como ella misma había sido la causante, supuse que no se quejaría.
Después me acerqué a Hal, que jadeaba con impaciencia.
—¿Vas a transformarte en lobo tan pronto como te suelte?
Asintió, demasiado nervioso para poder hablar.
—Bien. Di una cosa a la manada de mi parte. Si ven a Flidais, que la dejen tranquila. Ha prometido que volvería para ayudarnos con vuestros heridos. Lo que necesito es que encuentres a Emily y me traigas su cabeza.
Eso le llamó la atención.
—¿Su cabeza?
—Sí, la necesito. Con el resto, haz lo que quieras. Pero no vayas tras ella hasta que no nos aseguremos de que las trampas estén desactivadas. Flidais puede decírnoslo, o Laksha, cuando llegue.
—No hace falta, druida —dijo Morrigan, que se había posado y había adoptado forma humana a mi lado. Otra vez estaba desnuda; debía de estar caliente después de ver a su viejo rival decapitado—. Las trampas murieron al mismo tiempo que la bruja —explicó, haciendo un gesto hacia los restos de Radomila—. No eran encantamientos permanentes.
—Gracias, Morrigan —le dije, y me volví hacia Hal para empezar a desatarlo—. Ya estás. Buena caza. Yo esperaré aquí y cuidaré de tus heridos lo mejor que pueda.
Las cadenas humeaban un poco allí donde habían estado en contacto con la carne de Hal, y le levantaron un poco de piel al soltarse. Aulló, ladró y se transformó en lobo en el mismo momento en que las cadenas dejaron de tocarlo. Destrozó el bonito traje de tres mil dólares que llevaba, y no me cupo la menor duda de que yo recibiría la factura correspondiente. La manada lo rodeó y le dio la bienvenida. Después ocupó su posición junto a Gunnar, y echaron a correr por donde había desaparecido Emily, para empezar la cacería.
—¿Has encontrado a ese demonio chupasangres, Morrigan? —le pregunté mientras liberaba a Oberón.
Mi amigo me dio unos cuantos besos babosos, y yo lo abracé.
—Localizado y destruido. ¿Has caído en la cuenta de que se ha cumplido mi augurio?
—Sí, ya lo he pensado —repuse, sonriendo—. Pero hacía referencia a Aenghus Óg, como yo esperaba. ¿Puedo preguntarte algo?
—Lo que sea.
—¿Le hablaste a Aenghus Óg de nuestro trato? ¿Eso de que nunca vas a cogerme?
Se deslizó hasta mi lado y me puso a cien la libido, con esa magia especial que ella tenía y que mi amuleto podía mitigar, pero no anular. Me pasó un dedo por el pecho desnudo, y a mí se me olvidó respirar.
—Oh, pero sí que voy a tomarte, druida. Muchas veces, en cuanto te recuperes. —Me metió la lengua en la única oreja que conservaba.
Oh, no, ya empezamos, dijo Oberón, poniendo los ojos en blanco mentalmente.
—No me refería a eso —conseguí decir, apartándome. Puse todo mi empeño en pensar en béisbol. Olvida el sexo. Concéntrate—. ¿Le dijiste que nunca te arrojarías sobre mí?
Se echó a reír con su risa ronca y volvió a pegarse a mi costado. Su aliento me hacía cosquillas en el cuello, y me sonrojé.
—Quiero decir, ¿le contaste que nunca te llevarías mi vida?
—Sí —me susurró, y tuve que cerrar los ojos.
Dos tiros, nadie en la base, al final de la primera. No había nada sexy en la jugada.
—¿Por qué?
Me clavó las uñas en los pectorales y contuve al aliento, recordando cuando eran garras.
—Quería que invocara a la Muerte —contestó—. De esa forma, cuando lo mataras, no tendría que volver a verlo. Estaba segura de que lo haría en cuanto le contara nuestro trato, y eso fue lo que hizo. Así me he vengado para toda la eternidad de milenios de molestias mezquinas. Ahora está en un infierno en el que jamás imaginó que acabaría, despojado de su descanso en Tír na nÓg. ¿Soy un enemigo temible o no?
—Me infundes un miedo cerval.
Morrigan suspiró y restregó la pelvis contra mi pierna. ¿Qué queréis que os diga? Le gustaba que le dijeran que daba miedo. Pervertida.
—¿Por qué Aenghus quería Fragarach con tanta ansia? Nunca llegué a preguntárselo.
—Entre los Fae hay un grupo, y es bastante numeroso, que piensa que no deberías tenerla tú, ya que no eres una criatura feérica ni uno de los Tuatha Dé Danann. Creen que Brigid ha dejado caer en el olvido muchas de las costumbres antiguas, y esgrimen como prueba el que te haya permitidor tener a Fragarach durante tanto tiempo.
—Así que soy una marioneta política en Tír na nÓg.
—No sé si eres una marioneta —me murmuró al oído—, pero sí sé que estás excitado. —Empezó a acariciarme el estómago y luego la mano inició una incursión más hacia el sur—. No puedes ocultármelo.
De repente giró la cabeza hacia el nordeste, y ahí terminó toda la diversión.
—Viene Flidais. Hablaremos más tarde. Tienes que devolverme mi energía. Pasa la noche recuperando la tuya propia y yo volveré por la mañana.
Morrigan volvió a adoptar la forma de cuervo de la batalla y alzó el vuelo en dirección suroeste, en el mismo momento en que Flidais llegaba al claro por el extremo opuesto. La diosa de la caza me dedicó un saludo rápido al pasar y corrió hacia el doctor Snorri Jodursson, que parecía un acerico lleno de alfileres de plata. De los otros tres lobos que habían caído, dos habían vuelto a su forma humana, lo que quería decir que habían muerto. No era de extrañar que Hal y la manada estuvieran tan ansiosos por atrapar a Emily.
No sé qué pensar de la dama pelirroja, comentó Oberón, mientras yo corría a ayudar al otro superviviente de la manada y él trotaba alegremente a mi lado, feliz de poder estirar las patas. Al principio parecía muy buena, pero después me obligó a matar a aquel tipo y ayudó a que nos secuestraran. Y ahora está intentando curar a ese pobre lobo. ¿Crees que tendrá doble personalidad?
En cierto sentido, sí. Sirve a dos señores.
¿De verdad? ¿A quiénes?
A sí misma y a Brigid.
¡Pues la mitad agradable de su personalidad debe de ser cuando sirve a Brigid! Brigid me gustó. Dijo que yo era imponente, lo que demuestra su buen juicio, y además me rascó la barriga. Si vuelves a verla, recuerda que le gusta tomar el té con leche y miel.
Sonreí.
Te eché de menos, Oberón. Vamos a ver qué podemos hacer por este hombre lobo.
En realidad era una hembra, a la que no reconocí. Al vernos, gruñó y nos lanzó una dentellada, pero se quedó quieta en cuanto se acordó de que habíamos acompañado a la manada. Tenía una herida debajo de la pata izquierda delantera y un tajo en el tendón de la derecha. No parecía grave pero no podía caminar, y las heridas no se curarían por culpa de los restos de plata.
Mi magia no la ayudaría por la inmunidad de los hombres lobo; pero, si conseguía limpiarle las heridas, ella misma podría curarse. Era más fácil decirlo que hacerlo.
—Oberón, ¿hueles agua por aquí cerca?
Levantó el hocico y olfateó el aire, lo que le provocó un par de estornudos.
No puedo oler nada con tanta sangre y la peste de los demonios, se disculpó. ¿Por qué no sacas un poco de la tierra? Ya te he visto hacerlo otras veces.
—Aenghus Óg mató toda esta tierra. Ahora no me obedecería.
—No te preocupes, druida —dijo Flidais, que se acercaba corriendo—. Yo puedo limpiarle las heridas sin agua y hacer que empiece su curación.
—¿Sí? ¿Ya has terminado con Snorri?
Miré hacia el doctor, que seguía tendido en el suelo como antes, pero sin las agujas de plata.
—Sí, ya está curándose. Y en un momento ella también sanará —contestó, poniéndose en cuclillas y posando las manos tatuadas sobre la pata herida—. Se llama Greta.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Ya os dije que volvería para curar a la manada.
—Pero fuiste tú quien secuestró a Hal y Oberón y puso a la manada en esta situación, de la que podían salir malheridos.
Flidais resopló, impaciente.
—Sólo seguía las instrucciones de Brigid.
Me quedé de piedra.
—¿Qué?
—No hagas como que no entiendes —me soltó—. Nos conoces bien, y nosotras te conocemos a ti todavía mejor. Admítelo, druida: sin tus dos amigos como rehenes, había una posibilidad bastante grande de que huyeras para evitar el enfrentamiento. Brigid no quería que pasara eso, así que le proporcioné a Aenghus Óg la garantía de que te presentarías en la batalla. De ese modo Brigid conseguía lo que quería, que era librarse de un rival, y Aenghus se llevaba su merecido.
Durante la conversación, no me fijé en qué hacía exactamente Flidais para quitar la plata —me habría gustado aprender el truco, porque algún día me podía ser de utilidad—, pero cuando bajé la vista las heridas del lobo ya empezaban a cerrarse. Lo último que quería en ese momento era deberle algo a Flidais, así que imaginé que tendría que encontrar mi propia garantía contra ella.
Estaba perplejo ante el alcance de la manipulación de la que había sido objeto por parte de varios miembros de los Tuatha Dé Danann. Había sido una marioneta a merced de Brigid, Flidais y Morrigan. Una marioneta que había terminado con dos dioses problemáticos. De todos modos, había algo por lo que era evidente que debía mostrarme agradecido: seguía vivo, y mi peor enemigo había ido al infierno en vez de convertirse en el primero entre los Fae. No se me ocurría qué más podía decirle a Flidais sin meterme en problemas, así que me refugié en las buenas maneras.
—Gracias por curar a la manada, Flidais.
—Ha sido un placer —repuso, levantándose—. Y ahora voy en pos de otro gran placer. ¿Viste a ese carnero demonio grande que escapó?
—Sí que lo vi. Un buen ejemplar.
—Pues voy a cazarlo. —Sonrió—. Ya me lleva una buena ventaja. Los carneros como él son rápidos, ya lo sabes. Va a ser una persecución divertida y una batalla todavía más divertida. Se convertirá en el mejor trofeo de la pared de mi morada.
—Buena caza.
—Me despido de ti, druida —me dijo, y después echó a correr hacia el Cañón Encantado, utilizando a saber qué energía en aquellas tierras devastadas.
Estaba claro que los Tuatha Dé Danann sabían cómo acceder a una fuente de poder que yo desconocía, y comprendí que llevaban milenios esforzándose por mantener la ilusión de que tenían las mismas limitaciones que los druidas. Quizá ya no importara desvelar el secreto: ¿a quién podía contárselo?
¿Sabes a qué se parece la pelirroja, Atticus?
¿A qué, amigo?
A esos trozos de carne que se te quedan entre los dientes y es imposible sacarlos. Me encanta la carne, ya lo sabes, pero a veces molesta mucho y entonces no te apetece comerte una chuleta en una temporada.
Así es justo como me siento yo, Oberón.
Volvió la cabeza hacia Snorri y atiesó las orejas.
Oye, creo que viene hacia aquí tu amorcito del bar.
Es mi nueva aprendiz. Bueno, la mitad de ella, por lo menos.
Vaya, ¿en serio? ¿Y qué va a hacer la otra mitad?
Todavía no está claro. Vamos a buscarla.
Le hice un gesto de despedida a Greta la mujer lobo, que ya se encontraba fuera de peligro, y Oberón hizo lo propio con un ladrido. Nos acercamos hasta donde estaba recuperándose el doctor Snorri. Parecía que quería dormir, pero seguro que le sería imposible conciliar el sueño mientras la conexión con la manada rebosara de ansias de sangre.
—Gracias por sacrificarte por el equipo, Snorri —le dije.
Oberón se unió a la conversación con una especie de ladrido largo. Snorri resopló para aceptar los cumplidos, pero eso fue todo lo que hizo.
Laksha apareció por detrás de Snorri, tapándose la nariz.
—Huele a mil demonios —se quejó.
—Buen trabajo con Radomila.
—¿Tenía el collar?
—Sí. —Lo levanté para que pudiera contemplar su tesoro sangriento—. El resto del aquelarre está tan acabado como ella, así que no necesitas tu poder para encargarte de ellas. Aquí tienes, como te había prometido.
Cogió el collar y sonrió.
—Gracias. Es un placer trabajar con un hombre que cumple sus promesas.
—Incluso voy a ayudarte a cumplir con la otra parte de nuestro trato.
—¿Sí? —Entrecerró los ojos—. ¿Y cómo?
—Voy a darle treinta mil dólares a Granuaile, para que vuelvas al este en avión y puedas encontrar un buen anfitrión. Cuando despiertes en un cuerpo nuevo, te entregará el resto del dinero, menos lo que cueste su billete de vuelta, para que te establezcas en algún sitio.
—¿Tienes tanto dinero para darme?
Me encogí de hombros.
—Diez mil dólares vienen del aquelarre. En cuanto al resto, vivo sin muchos lujos y me hago rico con los depósitos a largo plazo. Mándame una postal cuando te establezcas y cuéntame qué tal va la rehabilitación del karma.
Laksha se echó a reír y metió el collar en el bolsillo de Granuaile.
—Me parece bien. Muchas gracias por tu consideración.
—Gracias a ti por cuidar de Granuaile.
—Es una niña muy dulce, e inteligente. Será una druida magnífica.
—Lo mismo pienso. ¿Podría hablar con ella ahora?
—Claro. Adiós.
La cabeza de Granuaile cayó a un lado; cuando volvió a levantarse, su dueña se echó hacia atrás y se tapó la cara con las manos.
—¡Aj! ¿Qué es lo que huele tan mal? Dios míos, ¡apesta! No puedo… no…
No pudo terminar la frase, porque empezó a vomitar a un lado del camino.