—Oh, vaya, me olvidé. Lo siento. Con el tiempo uno acaba acostumbrándose.
Como respuesta, Granuaile volvió a vomitar. Se me ocurrió que a lo mejor llegaba a una conclusión equivocada, si no decía algo cuanto antes.
—No he sido yo —le aseguré—. Te prometo que no he sido yo. Lo que huele así son los demonios.
—Sea lo que sea —logró decir, conteniendo el aliento—, ¿tenemos que quedarnos aquí mucho tiempo? Porque no creo que…
Le sobrevinieron nuevas arcadas, pero ya no tenía nada en el estómago. En parte, yo encontraba aquello muy interesante. No hacía falta decir que Laksha había estado utilizando la misma nariz que Granuaile, o sea que las dos habían estado expuestas al mismo estímulo, pero Laksha no había sentido la urgencia de vomitar de aquella manera. Eso parecía sugerir que la reacción física tenía una base más psicológica de lo que yo imaginaba hasta entonces.
—Bueno, yo tengo que quedarme esperando a que vuelva la manada, pero tú puedes retroceder un poco por el camino hasta que puedas soportar el olor. Aquí no hay nada bonito que ver.
—Entonces, ¿por qué me has hecho venir?
—Precisamente porque no hay nada bonito que ver. Quería darte la última oportunidad para arrepentirte de nuestro trato. Estás a punto de iniciarte en el mundo de la magia, y en ocasiones ese mundo puede ser brutal y violento y oler a demonios, como ahora mismo. Respira por la boca y mira alrededor.
—Está todo oscuro.
Claro, vaya. Nuestro lazo se había roto cuando agoté mi energía y Aenghus Óg mató la tierra. Sin duda Laksha había utilizado sus propios métodos para ver en la oscuridad y llegar hasta allí. Cogiendo un poco más de la fuerza de Morrigan, volví a darle a Granuaile la visión nocturna y pudo contemplar el llano llena de cadáveres.
—Dios mío. ¿Es obra tuya todo esto?
—Todo, menos las brujas y los dos hombres lobo. Pero recibí mucha ayuda para poder sobrevivir a esta noche. De hecho, debería estar muerto. Y tienes que saber que los practicantes de la magia no suelen tener una muerte tranquila, mientras duermen. Así que quiero que reflexiones sobre lo que estás viendo y lo que estás oliendo, mientras llevas a Laksha al este. No quiero que te metas en esto con ninguna idea romántica en la cabeza. Y, si cuando vuelves prefieres no ser mi aprendiz, lo entenderé y no pasará nada. Además, me aseguraré de que consigas un buen trabajo a cambio del que has dejado hoy.
—Pero ¿qué ha pasado aquí?
—Espera un momento —contesté, al oír los aullidos que venían del otro extremo de la explanada y ver que Snorri levantaba la cabeza del suelo—. Parece que la manada ya está de vuelta. Tal vez podamos irnos antes de lo que pensaba.
La llegada de los hombres lobo sirvió como claro ejemplo de lo que le había estado diciendo a Granuaile. La pobre se aferró a mi hombro al ver la cabeza de Emily colgando de las fauces de Gunnar, y se escondió detrás de mí cuando el hombre lobo la tiró a mis pies, con la cara hacia arriba.
—No, Granuaile, ¿de qué te escondes? Esto también tienes que verlo. Forma parte de lo que es ser druida. Esta mujer que tenemos aquí aparentaba unos veinte años cuando murió, pero ahora vemos que su verdadera edad se acerca más a los noventa. Quedan siete brujas más que son mayores que ella y que piensan que son más sabias, así que quizá crean que tienen posibilidades de triunfar donde ella fracasó. A lo mejor, viendo la cabeza de su miembro más joven comprendan que no es muy prudente meterse conmigo. Cuando es imposible razonar con la gente, lo que hay que intentar es asustarlos. Si eso tampoco funciona, te queda huir o matarlos. O enviarles a tus abogados.
—¿Eso es lo que estás intentando? ¿Asustarme?
—Más bien se trata de poner las cartas sobre la mesa.
—De acuerdo, gracias. Lo pensaré. —Se dio la vuelta y echó a andar por el camino—. Voy a retroceder lo justo para poder volver a respirar.
Gunnar y Hal se desprendieron del pelaje y volvieron a cubrirse con su piel de humanos, para poder sacar de allí a sus dos compañeros caídos. No les apetecía hablar e imaginé que lo más probable sería que estuvieran calculando los costes de tener un cliente como yo. Snorri avanzaba despacio y Greta trotaba sobre tres patas, pero se las apañaban solos ahora que ya habían expulsado toda la plata de su sistema.
Antes de irme, no me olvidé de coger la espada de Aenghus Óg, Moralltach, pues me pertenecía por derecho al salir victorioso de la batalla. El camino de vuelta se hizo mucho más largo que el de ida y formábamos un grupo cansado y silencioso, pero llegamos a los coches mucho antes de que amaneciera. A unos tres kilómetros de la explanada volví a sentir la tierra y empecé a sollozar mientras caminaba.
Hal y yo dejamos a Granuaile en su casa y le dije que hiciera las maletas para partir hacia el este el día siguiente. No sabía si iba a verla de nuevo o no.
Llamamos a Leif, que se había despertado demasiado tarde para unirse a la fiesta, y le pedimos que llamase a sus amigos necrófagos para que despejasen la zona.
Hal me llevó a un Walmart 24 horas y compramos gasa y esparadrapo para vendarme el pecho, por donde tendría que haber estado la herida de bala de Fagles. Además, preparamos la historia que le contaría a la policía cuando volviera a casa. Me había quedado tan traumatizado después de que un agente de policía intentara acabar con mi vida, que pasé un par de días incomunicado en casa de mi novia, que, a efectos de la historia, sería Granuaile. Hal dijo que ya lo arreglaría con ella y después me llevó a casa y me entregó a la policía de Tempe, que seguía allí apostada, esperando mi declaración. Hal se haría cargo de Oberón y de la cabeza de Emily hasta que la policía se esfumara.
Cuando por fin se quedaron satisfechos con la historia de mi crisis nerviosa, llamé a Hal para que me llevara a Oberón (y a Emily). Hecho esto, lo único en que podía pensar era en desplomarme en el jardín trasero y empezar a recuperarme de verdad de los efectos del fuego frío.
Pero todavía tenía que esperar: había demasiadas cosas que hacer antes.
Me tomé la molestia de llamar a Malina Sokolowski para informarle que había visto salir el sol, cosa que Radomila no había conseguido.
—Sé que estaba convencida de que moriría, Malina, pero ¿no cree que me subestimaba?
—Quizá sí —admitió ella—. Hay muy poca información disponible sobre los poderes de los druidas, y siempre es difícil juzgarlo. Pero espero que usted también reconozca que me subestimó, señor O’Sullivan.
—¿Y eso?
Sentí un escalofrío que me recorría el espinazo. Al final, ¿estaría guardándose un as en la manga? ¿Estaba a punto de terminar despachurrado mágicamente?
—Creyó que era una mentirosa y que, de alguna manera, estaba implicada en ese plan abominable para negociar con el infierno y los Tuatha Dé Danann. Comprendo sus razones, pues es normal que los miembros de un aquelarre estén cortados por el mismo patrón. Pero, volviendo la vista atrás, ¿no le resulta evidente que yo tenía las mejores intenciones?
—No me mintió respecto a que solo habría seis brujas en la Cabaña de Tony, y se lo agradezco. Pero, cuando le pregunté en mi tienda cuántas brujas de su aquelarre estaban maquinando para arrebatarme la espada, se negó a responderme.
—Porque no tenía respuesta. En ese momento albergaba ciertas sospechas, pero carecía de pruebas fehacientes. No podía compartir mis dudas con usted y volverlo contra algunos miembros de mi aquelarre, sin tener pruebas firmes. Seguro que lo comprende.
Tenía buena labia, y me sorprendí a mí mismo considerando la idea de que, al fin y al cabo, podía existir una bruja honrada (un fenómeno tan extraño como un político honrado, si no más). Mis prejuicios no me permitirían confiar en ella, pero tal vez no hacía falta que le enviara la cabeza de Emily en una caja, tal como había planeado. A pesar de lo que le había dicho a Granuaile en el llano, las personas asustadas sólo sirven para acelerar la fecha de una batalla inevitable. La cooperación vuelve innecesaria la lucha, o, en palabras de Abraham Lincoln: «Destruyo a mis enemigos en cuanto los convierto en mis amigos.»
—¿Qué ha decidido hacer ahora su aquelarre? —pregunté—. ¿Dar caza al druida que mató a sus hermanas?
—Claro que no —replicó Malina—. Es evidente que le dieron motivos justos y recibieron lo que se merecían. Les previne que no saldría bien.
—Entonces, ¿cuáles son sus planes?
Malina suspiró.
—En gran medida, eso depende de sus planes, señor O’Sullivan. Si tiene en mente alguna especie de pogromo contra las brujas polacas, supongo que nos decantaremos por huir antes que luchar. Pero, si logro convencerlo de que no pretendemos hacerle ningún mal, nos gustaría quedarnos en Tempe con un pacto de no agresión mutua.
—La idea de que se vayan de la ciudad suena bastante bien. No le veo ninguna desventaja, desde mi posición.
—Con todo el respeto, me atrevería a sugerir que sí la tiene. Desde hace muchos años, nuestro aquelarre mantiene lejos del valle oriental a ciertos indeseables. Hemos expulsado a innumerables brujas a lo largo de todos estos años, y a una buena colección de sacerdotes de vudú después de que el Katrina asoló Nueva Orleans. El año pasado nos ocupamos de forma muy discreta de un culto a la muerte de Kali. También sé de un grupo de bacantes de Las Vegas que estarían encantadas de expandirse hacia aquí, pero hasta ahora hemos repelido todos sus acercamientos a nuestro territorio. Si quiere ocuparse de todos esos problemas en nuestra ausencia, son todos suyos.
—No tenía la menor idea de que ustedes fueran tan activas ni territoriales.
—Éste es un buen sitio para vivir y nos gustaría que siguiera siendo así.
—Pienso lo mismo —repuse—. Muy bien. Convénzame de que no pretenden atacarme.
—¿Está dispuesto a darnos la misma garantía?
—Supongo que eso depende del tipo de garantía que estén buscando.
—Dejemos que sea su abogado quien redacte el acuerdo. Podemos dedicar todo el tiempo que desee hasta llegar a un acuerdo sobre su redacción. Cuando ambas partes estén satisfechas, lo firmaremos con sangre y el abogado lo guardará.
¿Un tratado de no agresión firmado con sangre? Había algo incongruente en todo aquello.
—Comenzaremos el proceso de buena fe y ya veremos adónde nos llevan las negociaciones —contesté—. Lo que quiero que comprenda, y que Radomila y Emily no comprendieron, es que, a pesar de que evito los conflictos mientras puedo, eso no debe malinterpretarse como una señal de debilidad. En el pasado expresó su incredulidad ante el hecho de que un miembro de los Tuatha Dé Danann pudiera tenerme miedo. Pero anoche lo maté, además de encargarme de una horda de demonios y de sus antiguas hermanas. —No mencioné toda la ayuda que había recibido. En realidad yo no había matado ni a una sola bruja del aquelarre, pero ella no tenía por qué saberlo—. Tiene que quedarle claro que la Wikipedia no tiene ni idea de los verdaderos poderes de un druida.
—Meridianamente claro, señor O’Sullivan.
—Muy bien. Mi abogado se pondrá en contacto con usted dentro de una semana, más o menos.
Eso me dejaba con la cabeza de una bruja a mi entera disposición, pero me alegraba de que al final no tuviera que utilizarla. Además, ya sabía qué hacer con ella. Me envolví con un hechizo de camuflaje, y también a la cabeza que llevaba en la mano, y crucé la calle hacia la casa del señor Semerdjian. Tras una petición amable, se abrió la tierra debajo del eucalipto y tiré la cabeza en un agujero entre las raíces. Después cerré la tierra y deshice el hechizo del camuflaje.
Lo siguiente que hice fue enviar un mensajero a casa de Granuaile con un cheque por valor del dinero que le había prometido y mis deseos de que tuviera un buen viaje.
A primera hora de la mañana, Perry recibió una llamada en la que le pedía que siguiera abriendo la tienda y, a cambio, pronto disfrutaría de una semana de vacaciones pagadas. La viuda MacDonagh también recibió una llamada, para asegurarle que el jovencito irlandés de sus ojos seguía con vida y que tenía pensado mantener una buena conversación con ella. Después, por fin, pude descansar.
Me desembaracé de la ropa y me tumbé sobre el costado derecho, para que los tatuajes estuvieran en contacto con la tierra lo máximo posible. Suspiré, aliviado, cuando sentí la primera ola de energía reparadora que inundaba mis células. Debí de quedarme dormido en menos de diez segundos, pero sólo para que algo me despertara de golpe diez segundos después. Morrigan entró volando en mi jardín, graznando muy alto, y adoptó forma humana.
—Ahora que ya estás en situación de recargarte por ti mismo, druida, me gustaría que me devolvieras mi energía.
Oh, vaya, buenos días para ti también, Morrigan.
—Muchas gracias por permitirme utilizarla —respondí con gran diplomacia, y le ofrecí la mano izquierda—. Por favor, recupérala.
Me cogió la mano y, cuando terminó de absorber lo que era suyo, dejó caer mi brazo como un pez muerto. Otra vez no podía ni moverme.
—Utilizaste demasiado fuego frío —dijo Morrigan—. Tienes que contar con que estarás inmóvil un par de días. Espero que te pongas esa loción con la que los mortales están tan encaprichados. No puedo permitir que te mueras de cáncer de piel.
Morrigan lanzó una carcajada burlona, que se transformó en un graznido ronco cuando volvió a convertirse en cuervo, y se alejó volando. Y después se preguntaba por qué no tenía amigos.
Las montañas de Chiricahua, en el sudeste de Arizona, tienen una belleza serena. Una de las cosas que más me gustan del desierto es la fortaleza de los animales y las plantas que viven en él. Las lluvias son impredecibles y el sol de Arizona puede ser despiadado, y de todos modos la vida luce en las Chiricahua, aunque sin el despliegue que muestra en climas más benignos.
Lo que distingue a las Chiricahua es que hay muchas montañas aisladas, viejas elevaciones volcánicas que se alzan 3.000 metros por encima de las llanuras del desierto, en las que viven diferentes ecosistemas.
Oberón y yo cazamos venados bura y pecaríes, y también aterrorizamos a un par de coatíes sólo por oír cómo nos chillaban. No encontramos ningún muflón, pero no permitimos que esa pequeña desilusión estropeara un viaje idílico.
Este sitio es increíble, Atticus, me dijo Oberón mientras descansábamos junto al riachuelo de un cañón, disfrutando del rumor del agua que saltaba entre las rocas y se perdía entre las espadañas. ¿Cuánto tiempo podemos quedarnos?