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Authors: Alexander Kent

Tags: #Aventuras, histórico

Al Mando De Una Corbeta (28 page)

BOOK: Al Mando De Una Corbeta
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Podría ser posible también encontrar en algún lugar una buena espada. No como la que había destrozado a bordo del buque pirata, ni el sable curvado que había usado desde entonces; mejor y más duradera.

Escuchó pasos más allá de la puerta y supo que era Tyrrell. Lo hubiera sabido incluso si se encontrara en otro momento, durante una guardia distinta, porque desde que Tyrrell había resultado herido, arrastraba una cojera y no poco dolor.

Pensó que el primer teniente no había cambiado demasiado en otros aspectos; o quizás era que esos tres años les habían permitido tanta confianza que no se había apercibido de ello. No era el caso de Graves, que se había alejado aún más de él, y que después de cada acción o escaramuza manifestaba un nerviosismo evidente. Desde su nombramiento como capitán, Bolitho tenía derecho a un teniente más, y el puesto quedó vacante en el mismo día en que los dos guardiamarinas fueron a bordo del buque insignia para que les asignaran sus destinos.

Heyward había ascendido inmediatamente, y ahora, mirando hacia atrás, resultaba difícil recordarle como guardiamarina. Bethune, desafortunadamente, había suspendido sus exámenes, no solamente una vez, sino tres, y Bolitho se preguntaba a menudo cuál sería la mejor manera de librarse de él. Sentía mucho afecto por Bethune, pero sabía que retenerlo en la estrecha comunidad del
Sparrow
sólo serviría para eliminar las oportunidades que, aunque menguadas, aún le quedaban. Su navegación era desastrosa, su habilidad para hacerse cargo del alcázar y para enviar a los hombres a aferrar o largar vela suponía un espectáculo lúgubre. Como oficial de marina o incluso como soldado raso, hubiera sido el hombre adecuado. Podía obedecer órdenes, aunque las encontrara difíciles de formular. Bajo el fuego había demostrado mucho coraje, y un estoicismo infantil difícil de encontrar incluso en un marinero avezado. Ahora, con veinte años y sin esperanzas de obtener el puesto que tan obviamente deseaba, su caso producía un dolor casi físico. Heyward había intentado ayudarle más de lo que Bolitho había pensado que haría, pero no sirvió de nada. La dotación del barco le trataba con alegre aceptación, como harían como un niño. Su tarea no se había visto facilitada por el nombramiento de un nuevo guardiamarina para sustituir a Heyward.

Roger Augustus Fowler, de dieciséis años, y con los ademanes de un cerdo petulante, había contribuido pronto a aumentar las penas de Bethune, más que a aliviarlas. La llegada de Fowler había ayudado a ensanchar el abismo que separaba a Bolitho de Colquhoun. El chico era el hijo del mejor amigo del almirante, de modo que su nombramiento en este o en cualquier otro barco se acercaba mucho a un decreto real. Los retoños de algunas personas influyentes podían suponer una enorme traba para un capitán joven y ocupado, pero podía abrirle puertas que de otro modo se le negaran por escalafón. Colquhoun había visto posiblemente la llegada del chico desde Inglaterra como una oportunidad de ascender, y se había enfurecido cuando el almirante había escogido el
Sparrow
antes que su propia fragata, la
Bacchante
.

Fowler llevaba ocho meses a bordo y no era lo que se dice popular. En realidad no era nada que pudiera decirse. Obediente y atento en presencia de sus superiores, podía comportarse de modo igualmente cortante y sarcástico con marineros de suficiente edad como para ser sus padres. Tenía una manera de petrificar su expresión usando sus ojos pálidos y sus labios fruncidos como si fueran parte de una máscara. Si alguna vez alcanzaba el mando de comandante, sería un tirano.

Hubo un golpe en la puerta y Bolitho alejó sus meditaciones. Tyrrell entró cojeando en la cabina y se sentó a la mesa. A través de su camisa abierta, su piel estaba quemada hasta alcanzar un color similar a la caoba, y su pelo se había convertido en una sombra clara bajo soles olvidados. Indicó sus coordenadas en la carta de navegación y juntos calcularon la posición del
Sparrow
.

Al sur se extendían las posesiones más próximas de la islas Bahamas, los incontables tramos de cayos y arrecifes, isletas y traicioneros bancos de arena. A unas ochenta millas al oeste se encontraba la costa de Florida, y al este, las rutas principales empleadas por los barcos que cubrían la ruta entre la India y Nueva York. Era un auténtico laberinto de islas y canales estrechos, aunque al ojo inexperto de un hombre de tierra el mar podía parecer en calma, roto aquí y allá por los sosegados promontorios envueltos en neblina baja; pero para el marinero la carta de navegación mostraba mucho más, y esa carta era menos de lo que necesitaba para saber si se movía dentro de los márgenes de la seguridad. Un ocasional brochazo blanco delataba un arrecife, un parche más oscuro en la superficie del mar podía representar un banco de algas a lo largo de algún vasto pináculo bajo la superficie, y las aristas de éste podían rasgar la quilla de un barco como la cáscara de una naranja.

—Creo que hemos perdido la pista a ese cerdo —dijo Tyrrell.

—Quizá —Bolitho abrió un cajón de la mesa y extrajo dos largas pipas de arcilla. Tendió una a Tyrrell, buscó un recipiente de tabaco y dijo—. ¿Está el
Fawn aún
a la vista?

Tyrrell sonrió.

—Sin ninguna duda. A unas tres millas al este —apretó el tabaco en su pipa y añadió:— nuestro vigía pensó que había visto rompientes al suroeste. Si es así, debe ser el banco de Matanilla, lo que verifica nuestros cálculos, más o menos.

Bolitho encendió su pipa con la lumbre del farol colgante y caminó hacia las ventanas. Una vez junto al alféizar pudo sentir la suave brisa contra su rostro y su pecho, como si fuera aire que surgiera de la forja de un herrero. Cuando el viento avivara por un momento las velas, podía esperarse que soplara del sureste como antes. No era momento para acercarse a los letales bancos, pero debían permanecer lo suficientemente cerca como para observar al menos tres canales, mientras el
Fawn
patrullaba más allá, hacia el este.

Durante seis semanas, en compañía de la otra corbeta, habían buscado a un gran burlador del bloqueo, un
flute
francés que había sido visto en Martinica y en dirección norte, posiblemente hacia la base naval de operaciones enemiga en Newport, Rhode Island. La información de los espías o de los que sencillamente buscaban reconocimiento o una recompensa siempre ofrecía dudas, pero un
flute
, que era un gran navío de línea con parte de su armamento eliminado para facilitar el rápido pasaje de hombres o bienes, era algo demasiado importante como para pasarlo por alto.

La tercera corbeta de la flotilla, el
Heron
, navegaba en algún lugar del sur, cerca de las islas Andros, y la
Bacchante
de Colquhoun permanecía, al menos por lo que sabía Bolitho, en alta mar, entre las Bahamas y el continente americano.

Una vez lejos de la supervisión de Colquhoun. Bolitho había conducido las corbetas a su posición actual. En la carta de navegación la posibilidad de encontrarse con un enemigo solitario parecía imposible, pero ya para entonces sabía que aunque el mar parecía vacío, estaba en realidad dividido en canales por bancos y cayos desparramados, que ofrecían tantos riesgos para los enemigos como para los amigos.

—Si lo capturamos, significará otra prima para nosotros —Tyrrell observaba el humo de su pipa, que ascendía a través de la lumbrera sobre él—. A veces me pregunto si todo esto significa realmente algo para el resultado de la guerra.

—Todas las ayudas significan, Jethro —Bolitho le estudió con seriedad. Tenían ya mucha confianza. Al igual que el uso del tuteo, el rito de fumar una pipa juntos hasta que la provisión de tabaco se agotaba, parecía simbolizar todo aquello en lo que el
<
;; barco les había convertido.

El tiempo y la distancia, las horas y los días pasados bajo todas las circunstancias parecían haber dejado su marca en la dotación del
Sparrow
. Incluso los necesarios cambios que habían supuesto la muerte y las heridas, los traslados y las incorporaciones parecían incapaces de romper la confianza del pequeño barco en su destino. Una tercera parte de la dotación había variado desde que él asumió el mando, y aparte de colonos, incluyendo unos cuantos negros, había algunos marineros mercantes transferidos de un barco con rumbo a Inglaterra, y un griego que había desertado de su velero sólo para ser capturado por un bergantín francés. El bergantín, tomado como presa por el
Sparrow
, les había proporcionado nuevos hombres, y el griego había demostrado ser un excelente pinche.

—¿Cuánto tiempo le das?

Bolitho ponderó la cuestión.

—Quizá otra semana. Si para entonces no ha dado señales de vida, creo que podemos asumir que nos ha sobrepasado o que ha retrocedido hasta algún lugar. Puede que haya tropezado con una de las patrullas más al sur.

—Sí —bostezó Tyrrell— y entonces podemos pasar algún tiempo en el puerto.

Se escuchó el ruido de unos pies sobre sus cabezas y escucharon a Buckle gritando.

—¡Todos los hombres a cubierta! Vuelve el viento.

Entonces se escuchó un golpecito en la puerta, y Bethune les observó, con su rostro redondo empapado en sudor.

—Con los respetos del señor Buckle, señor. El viento ha rolado al sureste. Las gavias del
Fawn
ya están portando.

—Subiré —Bolitho esperó hasta que el guardiamarina desapareció antes de preguntar, en voz baja—, ¿qué puedo hacer con él?

Tyrrell se encogió de hombros.

—No conseguirá ascender si no ocurre un milagro. Quizá si le pusiéramos al mando de nuestra próxima presa… —sacudió la cabeza antes de que Bolitho pudiera comentar nada—. ¡Dios bendito, ese chico se perdería él y perdería la presa!

En cubierta encontraron que los hombres estaban ya siendo convocados, mientras que sobre sus cabezas las velas se agitaban inquietas, con el gallardete del calcés tenso en cuanto la primera brisa le alcanzó.

—¡Hombres a las brazas! —Tyrrell caminó hasta la batayola y guiñó los ojos por el resplandor—. Acabaremos pronto, muchachos.

Bolitho se hizo sombra colocando la mano sobre los ojos para contemplar a la otra corbeta que logró de repente llenar sus velas y girar en una lenta pirueta. Sobre la brillante superficie del mar vio la primera ondulación del viento y sintió las tablas resecas por el sol tensas bajo sus pies y la inmediata respuesta de las escotas y las drizas.

Las cubiertas del
Sparrow
parecían de yesca, y no importaba cuántas veces las mojaran. La pintura se resquebrajaba por el calor, y cuando se giraba para contemplar a los ocupados marineros, comprendió que era difícil distinguir a los negros del resto de la dotación. Pensó que tal vez estuvieran magros y quemados por el sol, pero parecían sanos, y sus ojos brillaban, y estaban preparados para cualquier cosa.

—¿Debo remolcar hasta la popa el esquife de babor, señor? —preguntó Tyrrell.

Bolitho asintió. Sólo remolcándolos alternativamente podían mantener la esperanza de que no se resecaran y de que sus juntas no se abrieran. Ni siquiera llenarlos de agua hasta su mitad parecía tener demasiado efecto.

—Sí. Dígale al señor Tilby que… —se corrigió y añadió—. Hágaselo saber al contramaestre, si le parece.

Después de seis meses, aún le resultaba difícil no mencionar su nombre, o acostumbrase a no ver sus rasgos sudorosos observando desde la toldilla.

Habían perseguido una goleta española cerca del gran banco de Bahama, pero se habían visto obligados a dispararla cuando se negó a rendirse. Entonces, en medio de los arpones que volaban y se arrastraban como serpientes, el
Sparrow
había surgido al costado en una maniobra tan bien realizada, que fue obedecida sin dudar incluso por los nuevos hombres. Unos pocos disparos, y la visión de los hombres al abordaje medio desnudos y esgrimiendo sus alfanjes había sido suficiente para quebrar la resistencia de los españoles, y todo había terminado casi antes de comenzar.

En algún momento, en medio de todo, cuando los hombres habían volado para acortar vela y prepararse para el abordaje, Bolitho había agitado su brazo en señal para que el capitán español se rindiera y evitara un baño de sangre, Tilby había muerto. No había sido en el calor y el terror de una acción cuerpo a cuerpo, o bajo una andanada enemiga, sino silenciosamente y sin escándalo, mientras permanecía al pie del palo de proa, su lugar favorito, donde solía observar el trabajo de su barco. Dalkeith le había examinado y había concluido que el corazón del contramaestre había fallado como un reloj al que se le hubiera acabado la cuerda.

Su muerte había causado una profunda impresión en todos los que lo conocían. Morir de ese modo resultaba impensable. Tilby, que había sobrevivido a batallas en alta mar y a incontables borracheras en tabernas de todo el mundo, se había ido sin que nadie contemplara su muerte.

Cuando Tyrrell había recogido sus pertenencias, Bolitho se había sentido conmovido al comprobar que apenas había nada que trocar entre la tripulación, y conseguir de ese modo dinero para los parientes que pudiera dejar en Inglaterra. Dos pequeñas tallas en madera de barcos en los que había servido, una de ellas rota, una colección de monedas extranjeras, y el silbato de plata que le había regalado nada menos que el capitán Oliver del
Menelaus
, donde había servido como segundo contramaestre. Pobre Tilby, ni siquiera había aprendido a escribir su propio nombre, y la mayor parte del tiempo su lenguaje se reducía a blasfemias, pero conocía los barcos, y conocía el
Sparrow
como si fuera su propio cuerpo.

Harry Glass, el primer ayudante de contramaestre había sido ascendido a su puesto, pero como la mayor parte de los otros, parecía incapaz de aceptar que la atronadora voz de Tilby y su mirada siempre vigilante ya no le acompañaban.

Cuando observó que el esquife era elevado sobre sus cuñas en la cubierta de artillería, Bolitho se preguntó si realmente Tilby dejaba a alguien en tierra que llorara su muerte. Tocó la regala recalentada y se estremeció. Ahora era capitán, la culminación de un sueño que le había acompañado desde que tenía memoria. Si la guerra finalizara de pronto, o si otras circunstancias le obligaran a dejar la Armada, caería de su puesto con la velocidad de una piedra arrojada al vacío. Ya que su rango no había sido confirmado, finalizaría como un simple teniente con media paga, y todo lo vivido resultaría un recuerdo burlesco.

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