Authors: Laura Gallego García
Pero, precisamente por eso, sabía que Bran tenía razón. Aunque no quisiera aceptarlo.
Siguió corriendo a lo largo de la muralla, hasta que el fango retuvo su pie un momento más de lo que ella había calculado, y cayó cuan larga era sobre el lodazal. Entonces, la verdad la golpeó como una maza. Era inútil. Por increíble que pareciera, Gorlian estaba en el interior de una inmensa cúpula de cristal. Enorme. Perfecta. Sin fisuras. Podía recorrer la muralla de cabo a rabo, hasta regresar al punto de partida, como había dicho Bran. Y no encontraría nada.
Ahriel se incorporó un poco y se sentó sobre el barro, con la espalda apoyada en el cristal, y trató de poner en orden sus ideas. No se movió ni siquiera cuando Bran llegó a su altura y se sentó junto a ella.
—Pero tiene que haber alguna forma —musitó el ángel.
—Si la hubiera, la habríamos descubierto ya. La gente que llega aquí muere aquí. Algunos han nacido en esta prisión. Son pocos, pues los niños no sobreviven mucho tiempo. Pero aquellos que sobrevivieron saben que morirán también aquí, igual que sus hijos, si los tienen.
—Pero eso no es posible. Si esta prisión la creó la reina María... ella tiene sólo diecisiete años, ¿comprendes?
—El tiempo no pasa igual en Gorlian, Ahriel. Hasta los más ancianos de este lugar recuerdan a la reina Maria. Su nombre se pronuncia como una maldición desde hace muchas generaciones. Es una leyenda oscura, un cuento de terror para asustar a los hijos de Gorlian cuando son niños. ¿Cómo te explicas eso?
—Estás mintiendo.
—No lo hago. Y tú lo sabes. Tal vez, en el exterior, hayan pasado pocos años desde que Gorlian se creó. Dos, tres, quizá cuatro. Pero han sido siglos de miseria para los prisioneros de la reina María.
Ahriel fue a replicar, pero vio la mirada de Bran, llena de odio, y dijo:
—Ella cambiará. Es una niña. Se ha equivocado. Malas compañías, gente poco recomendable... pero regresaré junto a ella y la conduciré por el buen camino.
Bran soltó un bufido de incredulidad.
—No durarás mucho aquí si no cambias de actitud.
Ahriel le lanzó una mirada penetrante.
—¿Qué te importa a ti? ¿Por qué me has acompañado, si sabías que no había escapatoria? ¿Quieres venderme al Rey de la Ciénaga? No soy fácil de atrapar...
—Lo sé. No, es sólo que... tuve una idea al ver tus alas.
Bran alargó la mano para rozarlas, pero Ahriel retrocedió y le clavó una mirada de advertencia.
—Nunca te atrevas a tocar mis alas —dijo.
Bran retiró la mano con una sonrisa burlona.
—De acuerdo, de acuerdo. Verás, esa cosa que te han puesto en las alas... No sé lo que es, pero lo odias porque no te deja volar.
—No es sólo eso —respondió Ahriel enseguida—. Me hace daño. Ataca mi alma y mi aura, y por eso me quema también la piel.
Se estremeció, y comprendió que hacía mucho tiempo que deseaba hablar de ello con alguien. Pero Bran no la estaba escuchando.
—Bueno, pues pensé —prosiguió— que puede que te hayan inmovilizado las alas por crueldad, pero puede que no. Tal vez lo hicieron por alguna razón. Para impedir que escaparas, por ejemplo.
Ahriel se volvió hacia Bran, sorprendida.
—Y eso querría decir que hay una manera de escapar. .. volando. ¿No es asi?
—Ésa era mi idea.
—Pues olvídala. No puedo sacarme esto de encima. Ya lo he intentado.
—No has tenido mucho tiempo para intentarlo. Conozco una persona que tal vez te pueda ayudar.
Ahriel lo miró fijamente.
—¿Por qué haces todo esto?
—Porque puede reportarme algún tipo de beneficio. Si escapas, me llevarás contigo: me diste tu palabra. Y, si no lo haces y has de quedarte en Gorlian, prefiero tenerte como aliada. Al fin y al cabo, atrapaste a muchos de los criminales que pululan por aquí. Podrías con ellos otra vez si nos diesen problemas. Por otro lado, tú eres una recién llegada y nadie conoce Gorlian como yo, así que podemos ser socios y los dos saldríamos ganando. Con tu fuerza y mi ingenio seremos invencibles.
—Pero también puede que la combinación de tu debilidad y mi estupidez nos lleve al desastre —replicó Ahriel ácidamente—. No, gracias. No necesito un socio.
—Estoy seguro de que cambiarás de opinión —se levantó de un salto—. Y ahora, ¡andando! Tenemos mucho que hacer.
Ahriel lo miró, pero se quedó donde estaba.
—No me gusta moverme sin saber a dónde voy.
—¿Confías en mí, sí o no?
—Todavía no. ¿A dónde quieres llevarme? No me estás diciendo toda la verdad.
El humano bufó con impaciencia.
—Al diablo, ¿sabes? Estoy harto de ser tu criado y que no me lo agradezcas siquiera. Rescato a la señorita Ahriel una noche tormentosa y la acojo en mi casa, pero, ¿qué he obtenido a cambio? ¡Desconfianza! Atravieso toda la Ciénaga y llevo a la señorita Ahriel sana y salva hasta la muralla, pero, ¿he oído una palabra de reconocimiento? Noooo, la señorita Ahriel es demasiado estirada y sólo piensa en María por aquí, María por allá... ¿Quieres más? Me presento ante el Rey de la Ciénaga y doy la cara por la señorita Ahriel, arriesgando mi propia piel, pero...
—Eso es —cortó Ahriel, frunciendo el ceño—. ¿Es así como engañas a la gente? ¿Con palabrería inútil? Ya sé qué es lo que no marcha bien. Quieres que volvamos a ver al Rey de la Ciénaga.
Bran abrió la boca para replicar, pero no le salieron las palabras.
—Pierdes el tiempo —dijo Ahriel—. No voy a volver allí.
—¡Pero hicimos un trato con él!
—
Tú
hiciste un trato con él. Y no pienso...
—¡Un trato gracias al cual todavía estás viva! —estalló Bran—. ¡Todavía no tienes idea de dónde has ido a parar, ángel! ¡Estás en Gorlian, Ahriel, y aquí hay unas reglas! Si no regresamos y juras fidelidad al Rey de la Ciénaga, ¡nos matarán! Me he arriesgado por ti y... oh, olvídalo. No sé para qué me molesto. No vas a escucharme, así que de todos modos estoy muerto. ¡Maldita sea! Debí dejarte ahí tirada en aquel charco en lugar de llevarte a mi casa.
—No te hagas la víctima. Lo hiciste porque esperabas sacar un beneficio.
—Pero lo hice, ¿no? Y te he ayudado desde entonces. ¿No te sientes en deuda conmigo? ¿Dónde está tu sentido del honor? ¿Vas a permitir que el Rey de la Ciénaga ponga precio a mi cabeza porque lo convencí para que te dejara cruzar sus dominios, y tú no has cumplido tu parte del trato? ¡No es justo!
Las últimas palabras de Bran restallaron en su cabeza como el golpe de un látigo. Le gustase o no, tenía razón. Pero su orgullo se rebelaba ante la idea de jurar fidelidad a un rey de criminales y, por otro lado, había algo en aquel misterioso individuo que le daba mala espina...
—Podemos retrasar esa visita al Rey de la Ciénaga.
—¿Qué? ¿Estás loca? Debemos ir enseguida; de lo contrario, se sentirá agraviado y ...
—Si ese amigo del que me has hablado puede quitarme el cepo, eso no tendrá importancia. Cuando pueda volver a volar, las cosas serán diferentes.
Bran la miró. Ahriel le devolvió una mirada serena, y el humano suspiró.
—Está bien, tú ganas otra vez. ¿Pero cómo me habré metido en este lío? Pensaba que los ángeles solucionaban problemas, pero tú los creas, más que otra cosa...
Sin dejar de rezongar, el humano echó a andar a través del lodazal. Reprimiendo una sonrisa, Ahriel lo siguió.
Cuando Ahriel vio la cabaña de Dag, lo primero que pensó fue que
flotaba
sobre la ciénaga. Construida sobre una enorme plataforma de madera y amarrada a los árboles más cercanos, daba la sensación de que la vivienda se balanceaba sobre el fango traicionero. Al acercarse más se dio cuenta de su error: la plataforma se sostenía sobre cuatro pilares de madera que se hundían en el lodo, y seguramente estaban firmemente clavados en terreno sólido.
La cabaña en sí tampoco era gran cosa: construida a base de madera y cañas, su tejado estaba cubierto por una serie de pieles superpuestas; ninguna de ellas pertenecía a un animal que Ahriel pudiese reconocer. «¿Por qué es este lugar tan diferente a todo cuanto conozco?», se preguntó. «¿De dónde salen todas esas bestias monstruosas?».
—¿Sabes por qué Dag tiene algo parecido a una casa? —dijo Bran a Ahriel en voz baja; y, sin esperar respuesta, contestó—. Porque lleva aquí más años de los que nadie puede recordar. Ha tenido mucho tiempo para luchar contra la Ciénaga. Y esto es lo que ha conseguido. Muchos podrían echarlo de aquí, matarlo, sin más. Y muchos matarían por poder dormir en un lugar seco todas las noches. Pero aquí todos respetan al viejo Dag.
—¿Por qué?, ¿por las canas? —a Ahriel se le hacía difícil imaginar que aquellos criminales que vivían como animales mostrasen un mínimo de respeto por los ancianos.
Bran movió la
cabeza.
—No, simplemente, porque sabe.
—¿Sabe? ¿Qué es lo que sabe?
Pero Bran no respondió.
Subieron a la plataforma, y Ahriel agradeció apoyar los pies en un lugar seco.
—¿Quién anda ahí? —dijo una voz desde el interior.
—Soy Bran. Vengo con alguien.
Hubo un breve silencio.
—Pasad. Pero sacudios un poco el barro antes de entrar, o vais a ponerlo todo perdido.
Los dos se apresuraron a hacer lo que decía el dueño de la casa. Entonces Bran abrió la delgada puerta de cañas y pasó al interior de la cabaña. Ahriel lo siguió.
La casa del viejo Dag era similar a la de Bran en la cordillera: demasiado pequeña y con poco espacio para muebles y objetos, que se amontonaban unos encima de otros. Su dueño los observaba desde un rincón, donde se hallaba sentado sobre un jergón.
—Perdonad que no me levante —tosió el viejo—. La artritis me está matando. Es la humedad, ¿sabéis?
—Deberías haberte ido a vivir a la cordillera —le reprochó Bran, sentándose junto a él.
—Tonterías —rezongó Dag—. Ese lugar está muerto.
—Pero está seco. Cualquier día pisarás donde no debes, y el fango se te tragará.
—Y cualquier día tú darás un paso en falso y te despeñarás —gruñó el anciano—. Bueno, escupe: ¿a qué has venido?, ¿y quién es tu amiga? Una recién llegada, por lo que veo... —Dag se inclinó hacia ella—. Acércate...
Ahriel se acuclilló para que sus ojos quedaran a la altura de los del viejo.
—Es un ángel —empezó Bran—. Se llama...
—Ahriel —dijo Dag, sorprendido.
Ahriel retrocedió un paso.
—¿Me conoces?
—Por supuesto. ¿No lo recuerdas? No sé cuánto tiempo habrá pasado para ti ahí fuera, pero para mí, en Gorlian, han sido cincuenta largos años...
Ahriel lo miró con mayor atención, y lanzó una exclamación consternada.
—¡Dagar! —dijo; nunca olvidaba un nombre, ni una cara—. Pero no es posible. Fue hace dos años. ¡Y tú entonces tenías apenas veinte!
El anciano soltó una risa floja.
—Si hubieses venido aquí hace cuarenta, treinta, veinte años... te habría matado nada más verte. Pero ahora soy viejo, ángel, y mi odio se apagó hace tiempo.
—Te recuerdo —dijo Ahriel con frialdad—. Mataste a un hombre.
Dag se encogió de hombros.
—Me sorprendió robando en su casa. Lo cierto es que no tuve tiempo de arrepentirme: me enviasteis a Gorlian de inmediato. Desde entonces he matado a muchos hombres más. Ésa es la idea de la justicia que tiene la reina María: encerrar a todos los criminales juntos en un lugar desolado para que se maten entre sí.
Ahriel palideció de ira, pero no dijo nada.
—De modo que han pasado dos años ahí fuera — prosiguió Dag—. Bueno, no me sorprende. Eso no hace más que confirmar mi teoría de que Gorlian es una prisión creada mediante la magia. Las leyes espacio-temporales que rigen este lugar son distintas a las de fuera. Y los engendros...
—¡Los engendros! —repitió Ahriel—. ¿Qué sabes de ellos?
Dag rió por lo bajo.
—Yo fui quien les puso ese nombre. Los engendros, sabes, no pertenecen a Gorlian. Aparecen de la noche a la mañana, y no se reproducen entre ellos porque cada uno es único. A ellos les sucede como a nosotros: son elementos que el mundo exterior no quiere ver. Los arrojan a Gorlian, igual que a los criminales. Porque la misma magia desquiciada que creó Gorlian sigue creando engendros en el exterior. Con qué objetivo... no lo sé. Tengo la teoría de que ahí fuera hay alguien que experimenta con magia prohibida.
—¿Los engendros son experimentos fallidos? —murmuró Ahriel.
—Criaturas mutadas mediante una magia desvirtuada y cruel.
Ahriel recordó el terrible sufrimiento que padecía el horrendo gusano que la había atacado en la cueva.
—No puedo creer que no lo supieras —dijo Dag, mirándola fríamente.
Ahriel sostuvo su mirada.
—No lo sabía —dijo—. Ni siquiera sabía cómo era Gorlian hasta que vine aquí.
—Aunque así fuera, Ahriel, éste no es un buen lugar para el ángel de la reina María. Te matarán.
—No si jura fidelidad al Rey de la Ciénaga —intervino Bran—. Pero no quiere hacerlo.
—Hum, el Rey de la Ciénaga es astuto. Sabe que puedes traerle problemas y quiere tenerte bien atada. Y creo que lo ha conseguido.
—No lo ha conseguido —replicó Ahriel—. Sólo yo soy dueña de mi destino.
—Y la reina María, claro —añadió Bran, de mal talante.
Ahriel lo ignoró. Dag se acarició la barba, pensativo.
—Ese orgullo... todavía no has recibido el Golpe, ¿verdad?
—¿El Golpe?
—Llamamos así al momento en que un recién llegado comprende que no hay manera de escapar. Entonces, todo su mundo se viene abajo. Su orgullo se cae a pedazos. Sus últimas esperanzas mueren sin remedio. Muchos no llegan a asimilar la idea de que van a quedarse aquí para siempre. Algunos enloquecen. Otros se quitan la vida. Pero la mayoría aprende... Yo fui uno de los primeros presos de Gorlian. Perdí la esperanza y el orgullo, pero no las ganas de saber. He explorado todos los rincones de este lugar, he hablado con todos los que llegaban, he estudiado todas las posibilidades. He aprendido a vivir en Gorlian, pero en cincuenta años no he descubierto la manera de escapar. ¿Por qué crees tú que vas a ser diferente?
—Porque soy un ángel —repuso Ahriel.
Dag abrió la boca para replicar, pero ella dijo:
—Mira.
Se dio la vuelta y le mostró sus alas para que pudiese ver el cepo.
—Ya veo —murmuró Dag.
Ahriel sintió que la mano del viejo se acercaba al cepo y se estremeció.