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Authors: Lewis Carroll & Martin Gardner

Tags: #Clásico, Ensayo, Fantástico

Alicia ANOTADA

BOOK: Alicia ANOTADA
13.8Mb size Format: txt, pdf, ePub
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La presente edición es, sin lugar a dudas, la más importante realizada hasta la fecha, pues a las dos obras maestras de L. Carroll —y las no menos magistrales ilustraciones de Tenniel— han venido a unirse las notas y comentarios de Martin Gardner. El autor de esta edición anotada, columnista de Scientific American durante más de veinte años, matemático y ensayista original, era quizá, por su profesión y aficiones, la persona más apropiada para realizar esta labor, arrojando nueva y definitiva luz sobre un texto complicado pero delicioso. No en vano Charles Dodgson —o sea, L. Carroll—, fue también profesor de Lógica y Matemáticas, como el anotador, dejando en sus libros la huella inequívoca de su sutilísimo humor, entretejido de constantes combinaciones y variables imprevistos.

A la calidad de los textos, y al meticuloso cuidado con el que ha realizado su traducción Francisco Torres Oliver, viene por último a unirse la magnífica presentación de los textos e ilustraciones. Creemos que el conjunto constituye por todo ello una edición auténticamente imprescindible.

Lewis Carroll & Martin Gardner

Alicia ANOTADA

Alicia en el país de las maravillas / A través del espejo

ePUB v1.0

Chachín
21.06.12

Título original:
The Annotated Alice

© Martin Gardner, 1960

Traducción: Francisco Torres Oliver

Ilustraciones: John Tenniel

Editor original: Chachin (v1.0)

ePub base v2.0

Nota del EpubEditor
. —Dada la importancia que en la presente edición tienen las notas de Martin Gardner, y que hay algunas que hacen referencia a otras, he decidido respetar la numeración independiente de las notas dentro de cada capítulo, y he introducido la posibilidad de desplazarse a las notas de cada capítulo a través de la Tabla de Contenidos.

Se han incluido todas las ilustraciones de Tenniel, tratando de conseguir un equilibrio entre la calidad de la imagen y el tamaño final del EPUB. Espero que el resultado esté a la altura de esta magnífica obra.

Introducción

Digamos para empezar, que una A
LICIA
anotada es algo absurdo. Gilbert K. Chesterton, al escribir en 1932 sobre el centenario del nacimiento de Lewis Carroll, expresaba su «miedo tremendo» a que el cuento de Alicia hubiese caído ya en las pesadas manos de los eruditos, y se estuviera volviendo «frío y monumental como una tumba clásica».

«¡Pobre, pobre Alicita!», se lamentaba G. K. Chesterton. «No sólo la han cogido y le han hecho recibir lecciones; la han obligado a imponer lecciones a los demás. Alicia es ahora no sólo una colegiala, sino una profesora. Las vacaciones han terminado y Dodgson es otra vez profesor. Habrá montones y montones de ejercicios de exámenes, con preguntas como éstas: 1) ¿Qué sabes sobre las siguientes expresiones: 'debirable', 'barrenar', 'ojos de abadejo', 'pozos de melaza', 'hermosa sopa'? 2) Consigna todas las jugadas de ajedrez que hay en
A través del Espejo
, y traza el diagrama. 3) Resume el método práctico del Caballero Blanco para abordar el problema social de los bigotes verdes. 4) Indica la diferencia entre Patachunta y Patachún».

Hay muchas razones para no tomar demasiado en serio el alegato de Chesterton. Ningún chiste resulta divertido, a menos que comprendamos su
quid
; y a veces ese
quid
necesita de una explicación. En el caso de A
LICIA
nos enfrentamos con un tipo de disparate muy extraño y complicado, escrito para lectores británicos de otro siglo, y necesitamos saber muchísimas cosas que no están en el texto si queremos captar todo su sabor y su gracia. Peor aún: algunos chistes de Carroll sólo podrían comprenderlos los residentes de Oxford; otros, más personales, las encantadoras hijas del decano Liddell nada más.

Lo cierto es que el disparate de Carroll no es tan casual y sin sentido como le parece al moderno niño americano que intenta leer los libros de A
LICIA
. Digo «intenta» porque ha pasado la época en que los menores de quince años, incluso en Inglaterra, podían leer A
LICIA
con el mismo placer que leen, digamos,
El viento en los sauces
o
El mago de Oz
. Hoy día los niños se sienten perplejos y a veces asustados ante la atmósfera pesadillesca de los sueños de Alicia. Sólo el hecho de que los adultos —científicos y matemáticos sobre todo— sigan disfrutando con los libros de Alicia les ha asegurado a éstos su inmortalidad. Así, pues, sólo a los adultos van dirigidas estas notas.

Hay dos tipos de notas que he tratado de evitar por todos los medios; no porque sean difíciles de elaborar o porque no deban hacerse, sino porque son tan sumamente fáciles que cualquier lector inteligente puede escribirlas por sí solo. Me refiero a las exégesis alegóricas y psicoanalíticas. Como Homero, la Biblia, y todas las demás grandes obras de fantasía, los libros de A
LICIA
se prestan fácilmente a todo tipo de interpretación simbólica, ya sea política, metafísica o freudiana. Algunos comentarios eruditos de este género que se han hecho son hilarantes. Por ejemplo, Shane Leslie, en su artículo «Lewis Carroll and the Oxford Movement» (publicado en el
London Mercury
, julio de 1933), dice haber descubierto en A
LICIA
una historia secreta de las controversias religiosas de la Inglaterra victoriana. El tarro de mermelada de naranja, por ejemplo, simboliza el Protestantismo (por Guillermo de Orange, evidentemente). La batalla del Caballero Rojo y el Caballero Blanco es el sonado enfrentamiento entre Thomas Huxley y el Obispo Samuel Wilberforce. La Oruga Azul es Benjamín Jowett; la Reina Blanca es el Cardenal John Henry Newmann, la Reina Roja es el Cardenal Henry Manning, el Gato de Cheshire es el Cardenal Nicholas Wiseman, y el Jerigóndor «sólo puede ser una espantosa representación de la idea británica del papado…».

En los últimos años se ha tendido naturalmente hacia las interpretaciones psicoanalíticas. Alexander Woollcott expresó una vez su alivio porque los freudianos hubiesen dejado sin explorar los sueños de Alicia; pero eso fue hace veinte años; hoy, por desgracia, nos hemos vuelto todos reductores de cabezas aficionados. No hace falta que nos digan qué significa caer por una madriguera de conejo, o acurrucarse en el interior de una casita diminuta con un pie dentro de la chimenea. Lo malo es que cualquier disparate literario posee tal abundancia de símbolos tentadores que uno puede partir del supuesto que más le plazca sobre su autor, y construir fácilmente un caso sugestivo. Consideremos, por ejemplo, la escena en que Alicia coge el extremo del lápiz del Rey Blanco, y empieza a garabatear por él. En cinco minutos podemos inventar seis interpretaciones distintas. Es bastante discutible que el subconsciente de Carroll tuviera presente alguna de ellas. Más pertinente es el hecho de que Carroll estuviera interesado en los fenómenos parapsicológicos y en la escritura automática, sin descartar la hipótesis de que quizá sea puramente accidental el que el lápiz de esta escena esté guiado de esa manera.

Debemos tener presente que muchos personajes y episodios de A
LICIA
son consecuencia directa de retruécanos y juegos de palabras, y que habrían sido completamente distintos si Carroll los hubiera escrito, digamos, en francés. No hace falta buscarle una explicación enrevesada a la Falsa Tortuga; su presencia melancólica está suficientemente explicada por la sopa de falsa tortuga. Las numerosas referencias al acto de comer que hay en A
LICIA
¿son signo de la «agresión oral» de Carroll, o un reconocimiento de Carroll de que a los niños les obsesiona el comer y les gusta que sus libros hablen de ello? Parecido interrogante se puede aplicar a los elementos sádicos de A
LICIA
, bastante suaves, comparados con los de los dibujos animados de estos últimos treinta años. Sería absurdo suponer que todos los autores de dibujos animados son sadomasoquistas; más razonable parece considerar que todos ellos han hecho el mismo descubrimiento de lo que a los niños les gusta ver en la pantalla. Carroll era un narrador hábil, y debemos reconocerle la capacidad de hacer un descubrimiento parecido. Lo importante aquí no es que Carroll no fuera neurótico (todos sabemos que lo era), sino que los libros de disparatada fantasía para niños no son esos fértiles manantiales de visiones psicoanalíticas que podría suponerse. Tienen demasiada abundancia de símbolos. Y los símbolos tienen demasiadas explicaciones.

Los lectores que quieran explorar las diversas interpretaciones psicoanalíticas contrapuestas que se han hecho en A
LICIA
encontrarán útiles las referencias bibliográficas que van al final de este libro. Phyllis Greenacre, psicoanalista neoyorquina, ha hecho el mejor y más detallado estudio de Carroll desde este punto de vista. Sus argumentos son de lo más ingeniosos; posiblemente ciertos, pero uno desearía que estuviese menos segura de sí misma. Hay una carta de Carroll en la que habla de la muerte de su padre como del «golpe más terrible que he sufrido en mi vida». En los libros de Alicia, los símbolos maternos más evidentes, la Reina de Corazones y la Reina Roja, son seres despiadados mientras que el Rey de Corazones y el Rey Blanco, los dos candidatos más plausibles al símbolo paterno, son sujetos amables. Pero supongamos que le damos a todo esto una inversión en espejo, y decidimos que Carroll tenía un complejo de Edipo no resuelto. Quizá identificaba a las niñas con su propia madre, y Alicia misma sea el verdadero símbolo materno. Ésta es la opinión de la doctora Greenacre. Subraya que la diferencia de edad entre Carroll y Alicia era más o menos la misma que la existente entre Carroll y su madre, y nos asegura que esta «inversión del apego edípico no resuelto es bastante corriente». Según la doctora Greenacre, el Jerigóndor y el Snark son recuerdos-pantalla de lo que los psicoanalistas aún insisten en llamar «escena original». Puede ser; pero uno lo duda.

Tal vez sea oscura la fuente interna de las excentricidades del Reverendo Charles Lutwidge Dodgson, pero los datos externos sobre su vida son bien conocidos. Durante casi medio siglo fue residente del
Christ Church College
de Oxford, su alma máter. Durante más de la mitad de ese tiempo, fue profesor de matemáticas. Sus clases eran aburridas y carentes de humor. No hizo contribuciones importantes a las matemáticas, aunque dos de sus paradojas lógicas, publicadas en la revista
Mind
, abordan problemas difíciles concernientes a lo que hoy se llama metalógica. Sus libros de lógica y matemáticas están escritos de una manera original, con muchos problemas divertidos; pero su nivel es elemental y rara vez son leídos hoy día.

Físicamente, Carroll era guapo y asimétrico: detalles que quizá contribuyeron a su interés por las imágenes en espejo. Tenía un hombro más alto que otro, la sonrisa ligeramente ladeada, y sus ojos no estaban exactamente a la misma altura. Era de estatura mediana, delgado, su postura era rígidamente erguida, y andaba con un paso espasmódico peculiar. Estaba aquejado de sordera de un oído, y de cierto tartamudeo que hacía que le temblase el labio superior. Aunque ordenado diácono (por el Obispo Wilberfore), rara vez predicaba a causa del defecto de su habla, y no siguió recibiendo órdenes sagradas. No hay duda sobre la hondura y sinceridad de sus convicciones en el seno de la Iglesia de Inglaterra. Era ortodoxo en todos los sentidos, salvo en su incapacidad para creer en la condenación eterna.

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