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Authors: Margaret Weis

Tags: #Fantástico

Ámbar y Hierro (23 page)

BOOK: Ámbar y Hierro
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«Piensa en lo que podrías haber sido -parecía decirle Majere-. Piensa en lo que has desperdiciado. Conserva este bastón siempre para que te recuerde todo eso y sea un tormento para ti.»

Rhys oyó el desafinado canturreo de una voz que había llegado a reconocer de lejos. Cansado, levantó la cabeza y vio a Lleu pasar por delante de la boca del callejón, que ya empezaba a quedar sumido en la oscuridad de la noche.

Lleu... que acudía a una cita con alguna desdichada joven.

No tenía opción, así que alargó la mano y sacudió a Beleño hasta despertarlo. Atta, sobresaltada, se levantó de un brinco y, al captar el olor de Lleu, soltó un sordo gruñido.

—Tenemos que irnos —dijo Rhys.

Beleño asintió con la cabeza y se frotó los ojos, pegajosos de lágrimas. Rhys lo ayudó a levantarse del suelo.

-Beleño, lo siento -dijo, arrepentido-. No era mi intención gritarte y los dioses saben que jamás he querido hacerte daño.

—No pasa nada —contentó el kender con un remedo de sonrisa-. Seguramente es porque tienes hambre. Toma. -Hurgó en un bolsillo y sacó el maltrecho paquete de tasajo. Lo limpió de pelusillas del bolsillo y le quitó un clavo torcido-. Lo compartiremos.

Rhys no tenía hambre, pero aceptó el trozo de carne seca. Intentó cometió, pero el estómago se le revolvió con el olor y acabó dando su parte a Atta cuando Beleño miraba a otro lado.

Los tres echaron a andar por la calzada en medio de la noche, tras los pasos del Predilecto.

3

Siguieron a Lleu hasta un muelle en el que había acordado encontrarse con una joven. Sin embargo ella no apareció y, tras esperar más de una hora, Lleu la maldijo en voz alta y se marchó pata entrar en la primera taberna que tenía al paso. Rhys sabía por experiencia que su hermano se quedaría allí toda la noche y que al día siguiente lo encontraría allí o muy cerca de la taberna. Llevó al bostezante Beleño y a la encorvada Atta hasta un recogido umbral, donde, apiñados para darse calor, se dispusieron a disfrutar de las horas de sueño que pudieran.

El kender roncaba suavemente y Rhys empezaba a quedarse dormido cuando oyó gruñir a Atta. Un hombre vestido con ropajes en los que se reflejaba la luz del farol que sostenía en una mano se hallaba de pie delante de ellos mirándolos desde arriba. Tenía el rostro sonriente aunque también reflejaba preocupación e interés, y Rhys calmó los temores de la perra. -No pasa nada, chica -dijo-. Es un clérigo de Mishakal. -¿Eh? -Beleño se despertó sobresaltado y parpadeó, cegado por la luz del farol.

-Perdonadme por molestaros, amigos -dijo el hombre de blanca túnica-. Pero éste es un lugar peligroso para pasar la noche. Puedo ofreceros cobijo, una cama cálida y algo caliente para comer por la mañana.

Se acercó un poco más y alzó el farol.

-¡Válganme los dioses! ¡Un monje! Hermano, acepta mi hospitalidad, por favor. Soy el Hijo Venerable Patricio.

-Comida caliente... -repitió el kender, que miró esperanzado a su amigo.

—Aceptamos tu invitación, Hijo Venerable —contestó Rhys, agradecido-. Me llamo Rhys Alarife y éstos son Beleño y Atta.

El clérigo les dedicó a todos un saludo afable, incluso a Atta, y aunque

Patricio observó con curiosidad la túnica verde azulada se abstuvo cortésmente de hacer comentario alguno y les alumbró el camino por las calles de la ciudad.

—Es una larga caminata, me temo —se disculpó-. Peto hallaréis paz y descanso al final del trayecto. Muy similar a la propia vida —añadió con una sonrisa dirigida a Rhys.

Mientras caminaban les contó que a esa zona de Nuevo Puerto se la conocía como Puerto Viejo porque era la parte más antigua de la nueva ciudad. Nuevo Puerto se había erigido cuando el Cataclismo había desgarrado el continente de Ansalon, elevando unas zonas y hundiendo otras, de forma que algunas áreas se hendieron y se separaron amplias distancias mientras que otras de desgajaron completamente de la masa continental. Una de esas enormes hendiduras permitió la creación de la vasta extensión de agua conocida como Nuevo Mar.

Los primeros pobladores que llegaron allí -refugiados que huían de la destrucción desatada al norte— fueron unos visionarios que comprendieron de inmediato las ventajas de construir una población en aquel lugar. La configuración del terreno formaba un puerto natural en el que fondearían los barcos que a no tardar estarían surcando las aguas del Nuevo Mar, cargarían mercancías y harían reparaciones o puestas a punto, lo que fuera necesario en cada caso.

La ciudad empezó modestamente, rodeada por una empalizada y con vista al abra. El rápido crecimiento de Nuevo Puerto no tardó en desbordar la empalizada y se expandió a lo largo de la línea costera y hacia el interior.

-Como hijas ingratas que descubren la riqueza y el éxito y entonces se niegan a reconocer sus orígenes humildes y a los padres que las trajeron al mundo, las zonas acomodadas de la ciudad se hallan ahora muy apartadas de los modestos muelles que fueron la causa de su auge -explicó Patricio a la par que sacudía tristemente la cabeza.

»Los florecientes mercaderes que financian los barcos y poseen los almacenes portuarios viven lejos del mal olor a cabezas de pescado y a brea. Los burdeles, los antros de juego y las tabernas como La Barca han desplazado del distrito a establecimientos de mejor reputación. A lo largo de la costa, cerca de los muelles, la vivienda es barata porque nadie quiere vivir allí.

Dejaron atrás hilera tras hilera de casas desvencijadas, construidas con la madera retirada de almacenes abandonados, y recorrieron calles lúgubres y embarradas al carecer de pavimento. Se cruzaron con marineros ebrios y mujeres desaliñadas que caminaban dando bandazos. Aunque era más de varios niños corrieron a su encuentro para mendigar monedas o revolvían en montones de basura con la esperanza de hallar algo de comer. Cada vez que topaban con niños así, Patricio se paraba para hablar con ellos antes de seguir su camino.

-Mi esposa y yo hemos abierto una escuela aquí abajo, en los muelles -explicó—. Enseñamos a los niños a leer y a escribir y los mandamos a su casa al menos con una comida caliente en el estómago. Con un poco de suerte podremos ayudar a que algunos lleven una vida mejor fuera de este mísero lugar.

-Los dioses bendicen la dádiva y al donante -musitó Rhys.

-Hacemos lo que podemos, hermano -dijo Patricio con una sonrisa y un suspiro-. Hacemos lo que podemos. Hemos llegado, entrad. Sí, Atta, tú también puedes pasar.

El Templo de Mishakal no era un edificio magnífico, sino uno modesto en el que sin duda se habían llevado a cabo recientes reparaciones ya que olía intensamente a lechada. La única indicación de que se trataba de un templo era el símbolo sagrado de Mishakal recién pintado en una de las paredes.

Rhys estaba a punto de entrar cuando, a la luz del farol, vio algo que lo hizo pararse de golpe, por lo que Beleño chocó contra él.

Expuesto en el exterior del pequeño templo, clavado en la pared, había un letrero escrito en letras prominentes de color rojo: ¡guardaos de los Predilectos de Chemosh!

Debajo seguía un párrafo en el que se describía a los Predilectos e instaba a la gente a buscar la marca del «Beso de Mina», a la vez que advertía que se abstuvieran de prestar cualquier juramento de servidumbre al Señor de la Muerte.

-Oh, ¿sabéis lo de esos Predilectos de Chemosh? -preguntó Patricio al advertir el ceño de Rhys.

-Muy a mi pesar, sí -contestó el monje.

-¿Crees que tu advertencia contribuirá a detener a los Predilectos? —le preguntó Beleño al clérigo.

-No, en realidad no —respondió tristemente Patricio-. Pocas personas de por aquí saben leer, pero hablamos con todos los que entran en nuestro templo y los instamos a que sean prudentes.

-¿Cuál ha sido la reacción? -quiso saber Rhys.

-La que era de esperar. Ahora algunos temen que cualquiera que se encuentran quiera matarlos. Otros piensan que es una artimaña para coaccionar a la gente pata que se una a la iglesia. -Patricio esbozó una sonrisa irónica y se encogió de hombros-. La mayoría se mofa de todo el asunto. Pero podemos hablar más a fondo sobre esto por la mañana. Ahora os mostraré vuestras camas.

Los llevó dentro y los condujo a una habitación en la que se había instalado una hilera de catres. Les entregó mantas y les dio las buenas noches.

-Que la bendición de Mishakal os guarde en vuestro descanso nocturno —les deseó antes de marcharse.

Rhys se tendió en un catre, y tal vez Mishakal lo tocara suavemente porque fue la primera noche en mucho, mucho tiempo que no soñó con su desdichado hermano.

En realidad no soñó con nada.

Rhys se levantó al rayar el día y vio que Beleño devoraba alegremente un cuenco de pan con leche en compañía de una mujer de aspecto agradable que se presentó como la Hija Venerable Galena. Invitó a Rhys a tomar asiento y desayunar, cosa a la que el monje accedió de buen grado, ya que descubrió que estaba inusitadamente hambriento.

-Sólo si me permites hacer algún trabajo a cambio —añadió con una sonrisa.

-No hace falta, hermano -contestó Galena—. Pero sé que no admitirás un «no» por respuesta, así que acepto tu oferta con agradecimiento. Mishakal sabe que necesitamos toda la ayuda que se nos pueda dar.

—El kender y yo hemos de ocuparnos de un asunto ahora -dijo Rhys mientras fregaba los platos—, pero regresaremos por la tarde.

-¿Puedo quedarme, Rhys? —pidió Beleño, anhelante—. ¡En realidad no necesitas que te ayude y la Hija Venerable dice que me va a enseñar a pintar paredes!

Rhys miró a la mujer con incertidumbre.

-Pues claro que puede quedarse -dijo ella con una gran sonrisa.

-De acuerdo -accedió Rhys, que hizo un aparte con el kender-. He de ir a buscar a Lleu, así que me reuniré contigo aquí. No digas que conoces a un Predilecto —añadió en voz baja-. No digas nada sobre Zeboim o Mina o que puedes hablar con muertos o que eres un acechador nocturno...

-Que no diga nada de nada -lo atajó Beleño a la par que asentía con aire enterado.

-Correcto. -Rhys sabía que su advertencia no serviría de nada, pero se sentía obligado a intentado-. Y cuidado dónde metes las manos. He de irme ya. ¡
Atta
, vigila! -Señaló al kender.

Beleño se había acercado a Galena para ayudarla a fregar y, ni que decir tiene, las primeras palabras que pronunció fueron:

-Por cierto, Hija Venerable, no habrá nadie de tu familia que haya fallecido recientemente, ¿verdad? Lo digo porque, en tal caso, yo...

Rhys sonrió y negó con la cabeza antes de salir en busca de Lleu.

Encontró a su hermano paseando por los muelles en compañía de una joven que llevaba un bebé en brazos y un niño pequeño, de unos cuatro años, que caminaba pegado a ella, agarrado a la larga falda. Lleu derrochaba encanto y la joven lo miraba con adoración, pendiente de cada palabra que decía.

Era bonita, aunque estaba delgada en exceso y tenía el semblante demacrado. Parecía decidida a que Lleu le gustara y aún más decidida a gustarle a él.

-No acudiste a nuestra cita de anoche -decía Lleu.

—Lo siento —se disculpó la muchacha, preocupada-. No estás enfadado conmigo, ¿verdad? La vieja bruja que se suponía que vendría a cuidar de los niños no apareció.

-No estoy enfadado. —Él se encogió de hombros-. Siempre se encuentra compañía agradable...

La joven pareció estar aún más preocupada.

-Tengo una idea. Puedes venir a casa esta noche, después de que acueste a los niños.

-De acuerdo, dime dónde vives —accedió Lleu.

La joven le dio la dirección y él la besó en la mejilla, dio unas palmaditas al niño en la cabeza y un toquecito en la barbilla al bebé.

A Rhys se le revolvieron las tripas al ver al Predilecto acariciar a los niños y tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse y no intervenir allí mismo. Por fin Lleu se marchó; de camino a otra taberna, sin lugar a dudas. Rhys fue en pos de la joven, que se metió en una de las casuchas cercanas al puerto, y esperó un momento para plantearse cómo actuar. Por fin tomó una decisión, cruzó la calle y llamó a la puerta.

La hoja de madera se entreabrió y la joven echó un vistazo a través de la rendija.

-¿Y bien, hermano? ¿Qué puedo hacer por ti?

—Me llamo Rhys Alarife y quiero hablarte de Lleu. ¿Puedo entrar?

La joven adoptó de repente una actitud fría.

-No, no puedes. En cuanto a Lleu, sé lo que me hago. No necesito que me sermonees sobre mis pecados, así que ocúpate de tus asuntos, hermano, que yo me ocúpate de los míos.

Iba a cerrar la puerta, pero Rhys metió el bastón entre la jamba y la hoja de madera para mantenerla abierta.

-Lo que tengo que decirte es importante, señora. Tu vida corre peligro.

Por encima del hombro de la joven, Rhys alcanzó a ver al bebé tendido en una manta sobre un jergón de paja, en un rincón de la pequeña pieza. El niño estaba detrás de ella y miraba a Rhys con los ojos muy abiertos. La mujer, al advertir los movimientos de sus ojos, abrió la puerta de par en par.

-¡Mi vida! -Soltó una risa amarga-. ¡Ésta es mi vida! Suciedad y miseria. Tú mismo puedes verlo, hermano. Soy una joven viuda desamparada, con dos niños pequeños y con apenas lo suficiente para mantener cuerpo y alma juntos. No puedo ir a trabajar porque me da miedo dejar solos a los niños, así que me traigo ropa para coser. Con eso apenas me llega para el alquiler de este horrible sitio.

-¿Cómo te llamas, señora? -preguntó suavemente Rhys.

—Camila —respondió, hosca.

-¿Crees que Lleu va a ayudarte, Camila?

—Necesito un marido -repuso en tono duro—. Mis hijos necesitan un padre.

-¿Y qué hay de tus padres? -preguntó Rhys.

-Estoy sola en el mundo, hermano, aunque no por mucho tiempo -dijo ella a la par que negaba con la cabeza—. Lleu ha prometido casarse conmigo y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para conservarlo. En cuanto a que mi vida corra peligro... —Resopló con sorna—. Puede que le guste demasiado la bebida, peto es inofensivo.

A su espalda el bebé empezó a llorar.

-Y ahora, he de atender a mi niño... —Intentó de nuevo cerrar la puerta.

-Lleu no es inofensivo -le dijo el monje con gran seriedad-. ¿Has oído hablar de Chemosh, el dios de la muerte?

—¡No sé nada sobre dioses, hermano, ni me importa! Y ahora ¿vas a marcharte o tendré que llamar a la guardia de la ciudad?

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