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Authors: Martín Caparrós

Tags: #Novela, #Histórico

Amor y anarquía (39 page)

BOOK: Amor y anarquía
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Los mismos anarquistas que habían intentado dar una imagen pacífica en su gran manifestación rechazaban ese diálogo: no querían discutir con sectores comprometidos con el gobierno y las instituciones — no creían que tuvieran nada que debatir con ellos. El pacifismo de su manifestación no terminaba de quedar claro.

Era una especie de gran malentendido y sectores anarquistas supusieron que se habían equivocado: unos decían que habían lanzado un mensaje que nadie estaba dispuesto a escuchar, otros que ese mensaje era un error. Poco después, una revista anarca —
Pagine in Rivolta
— publicó una "Carta de Turín": "Esta rabia no consiguió explotar, nos autocastramos reprimiendo impulsos de destrucción, las ocasiones que nosotros mismos habíamos creado fueron desperdiciadas y no nos sacamos las ganas. Si lo hicimos por temor a la represión nos equivocamos, ya que por lo que pasó en el funeral y en la manifestación del 4 de abril la represión nos golpeó duro y sigue denunciando y arrestando. ¿Entonces, por qué no desahogamos nuestros impulsos? ¿Por qué no haber devastado e incendiado el Palacio de Justicia? ¿Por qué no cargamos nosotros contra la policía cuando miles de personas presentes estaban dispuestas a hacerlo?". No todos lo pensaban, pero muchos sí. Lo cierto es que la manifestación del 4 de abril fue, por el momento, una especie de canto del cisne, el último gran momento del movimiento okupa de Turín. Después, nunca nada volvió a ser como antes.

3. LA CONTRAPARTIDA

"Hola a todos. No tengo nada pensado para escribirles. Voy a dejar mis sentimientos instintivos. No sé siquiera si les daré la carta, escribo con la intención de agarrarme de algo, que acá adentro no encuentro", escribió aquel domingo 5 de abril Soledad a sus compañeros del Asilo.

"Estoy cansada, cansadísima de escuchar que todos hablan de nosotros, tan mal. Acá adentro no hay forma de contestar a todo lo que dicen, qué impotencia tan terrible. A veces pienso que menos mal que Edo no está más, esto es mucho más grande que nosotros, yo casi no consigo seguir adelante. No tengo ni cabeza ni cuerpo para resistir, pero seguiré. Siento que por alguna razón debo hacerlo. Mi razón son mis ideas, pero acá adentro están todas prohibidas. ¿Cómo hacer? Este es un mundo de reglas, están todas las reglas de afuera pero concentradas al cien por ciento, todo contra mi naturaleza. Seguir adelante en este momento es como desear que una palmera crezca en el Polo Norte.

"Mañana tendré que hablar con el fiscal. Tengo que encontrarme personalmente con el asesino número uno. Para mí es el primer culpable de la muerte de Edo. ¿Con qué cara debo mirarlo, qué debo decirle? Debería escupirle la cara como mínimo. Pero, como siempre pasa acá, deberé buscar fuerzas en alguna parte, poner cara de tranquila, respirar hondo y decir con 'moderación', porque si no, no me dejan hablar, que para mí las reglas no existen. Tendré que explicarle a Tatangelo qué significa ser libertario porque él no tiene ni idea. Esa vez en el tribunal él decía que él era libertario y que nosotros éramos ignorantes deficientes. Mierda, me quiero morir, este domingo infernal".

"Esta mañana me llamó Luca, que estaba trabajando en la radio de los centros sociales —Black Out—, la misma que escucha Sole todo el tiempo en la prisión", escribió Gabriela Rosas ese domingo a su familia en Buenos Aires. "Luca le dijo a Sole-al aire— que tenía una llamada de Buenos Aires. Así, sin decirle quién era yo, le mandé en jeringozo toda nuestra fuerza y nuestro amor para enfrentarse al interrogatorio de mañana.

"Por la tarde Luca me llevó a conocer la casa donde vive Sole. Eso me impresionó mucho pero me ayudó a comprender un poco más sus pensamientos y la forma de vida que eligió. Todo lo que hay adentro está construido por los chicos. Camas que cuelgan del techo, lámparas de hierro soldadas, baños y cocina decorados con pequeños azulejitos y pintado de infinidad de colores diferentes. Desordenada, eso sí, pero en todos los rincones se puede ver el amor y el esfuerzo con que Sole, Edoardo y Silvano arreglaron la casa. Como la preocupación de Sole era que no se le secaran las plantas, aproveché y las regué todas. Ahora, para cuidar la casa mientras los chicos no están, se quedan a vivir otros chicos que mantienen y cuidan todo.

"En el sótano está ese lugar donde la policía dice que había encontrado explosivos. Es en realidad un taller donde Edoardo y Silvano soldaban y arreglaban cosas viejas que encontraban por ahí. Lo único que la policía encontró en realidad fue un cartucho de luz de bengala y un paquete con silicona. El resto eran todas herramientas de trabajo y de la bicicletería de Edoardo.

"Aparentemente no hay pruebas concretas contra ellos, menos contra Sole. Sólo grabaciones telefónicas que sacadas de contexto pueden ser complicadas. No tienen pruebas sobre hechos, sólo palabras, intercambios de opinión y discusiones. ¿Es esto un delito? En la casa no había nada que justifique una acusación por terrorismo.

"La explicación de por qué esto tuvo tanta difusión en Italia es relativamente simple. El gobierno actual es de centro izquierda, la oposición de derecha y los medios pertenecen a grandes corporaciones, dueños de fábricas y empresas obviamente muy ligadas a la derecha política. La derecha acusa a la izquierda de ser permisiva y fomentar el desorden social, los medios se suman. Resultado: el cuarto poder en su máxima expresión".

Las dos hermanas se abrazaban, se reían, se miraban, se tocaban, se reían otra vez. Hacía casi un año que se habían despedido y nunca imaginaron que el reencuentro sería así, con una reja de por medio.

—Gaby, no sabés todo lo que tuve que pasar...

Ese lunes Gabriela Rosas se había levantado temprano. Luca, su cuñado por ley, la pasó a buscar para llevarla a la prisión de Le Valette. Allí tuvo que soportar esperas y revisaciones hasta que la llevaron a través de un patio gris y largos corredores a un cuarto partido en dos por una mesa de material; en el medio de la mesa había una reja de un metro de altura.

—¡Hermanita, hermanita! ¡Vino mi hermana, vino mi hermana!

Gritó Soledad cuando vio a Gabriela del otro lado de la mesa, de las rejas. Por un momento se miraron, sin saber qué hacer, hasta que Soledad se subió a la mesa. Gabriela se subió también; así paradas, las dos hermanas pudieron abrazarse por encima de la reja.

—A ver, mostrame la panza, Gaby, dale .

Gabriela se levantó la camisa, Soledad le acariciaba el embarazo; más atrás, las guardias se reían.

—Valentina, Valentina... Cómo la pifié, que te dije que seguro iba a ser un varón.

Gabriela la miró sin decir nada: la reconocía y no, era y no era la Soledad de siempre.

—¡Bueno, bueno, ya está!

Dijo una guardia y las hermanas volvieron a sentarse: ahora lloraban, mezcla de alivio, tristeza, cierta felicidad.

—Perdoname, hermanita, perdoname por lo que te dije de traer hijos a este mundo... Cuando llegué acá empecé a tomar conciencia de un montón de cosas que pasaban en el mundo y que estando allá ni siquiera se me ocurría pensar. A veces me daba bronca y no podía ver el futuro ni algo bueno en el futuro y por eso reaccioné tan mal cuando me dijiste que estabas embarazada.

—No te preocupes, Sole, ya pasó.

Las hermanas hablaron de sus padres, de los amigos argentinos, de un par de tonterías. Después Soledad le dijo que estaba jodida: de verdad jodida. "Me dijo que ella sentía que con su detención le habían cagado la vida", dirá Gabriela Rosas. "Que por primera vez en su vida se había sentido bien, que se había sentido querida y respetada por sus compañeros, que estaba muy enamorada de Eduardo, que compartieron muchas cosas y que ahora estaba muy mal y muy enojada con él porque la había dejado sola. Pero al mismo tiempo lo defendía, en ningún momento me dijo ni que él la había metido en el quilombo ni nada por el estilo. Sólo estaba enojada porque habían entrado juntos y él la había dejado sola".

La charla era intensa, emotiva. Gabriela le contaba sobre su casa nueva; parecía un relato casual pero no era inocente: "Le decía cómo era el patio, el limonero, que la casa tenía tres habitaciones: una para mí, una para Valentina y la otra para ella", dirá Gabriela. "Y que necesitaba que me ayudara, yo quería que viniera para que me ayudara a cuidar a Valentina, así yo podía terminar la facultad. Y me inventaba cosas para que quisiera estar conmigo, para que quisiera venirse a Buenos Aires".

Pero no se lo decía directamente, hasta que se dio cuenta de que tenían los minutos contados y fue al grano. Gabriela Rosas quería, en lo inmediato, convencer a su hermana de que dejara su huelga de hambre y que pidiese el arresto domiciliario. Y, a mediano plazo, insistiría con la posibilidad de una extradición que le permitiría esperar el juicio en Buenos Aires.

—Tenés que laburar con Zancan, darle bola. Yo entiendo que vos no te quieras separar de Silvano, pero tu situación no es igual a la de él, él tiene antecedentes, ya lo detuvieron varias veces.

—Sí, pero en esto estamos juntos y yo no lo voy a abandonar. ¿Vos podés entender eso?

Hubo un silencio. Gabriela casi estaba de acuerdo, pensaba que su hermana tenía razón, pero esa razón no la llevaría a nada bueno.

—Pero pensá que va a ser mucho más importante tu lucha desde afuera que desde adentro. Salí y seguí con tus ideas, seguí luchando y quedate en Italia pero salí, acá adentro no podés hacer nada, acá sos un muñeco de torta.

Era, también, una manera de decirle que se abriera, que aceptara la opción de ir a un juicio sola.

—No, Gaby, no entendés. Para mí esta forma de lucha también es válida, desde acá adentro puedo seguir escribiendo, peleando por los presos, mandando cartas para que las lean en la radio...

—Por lo menos pará con la huelga de hambre, en serio. Aunque sea hacelo por nosotros, Sole. A mí me hace muy mal toda esta angustia de que vos estés mal, ya bastante con que estés acá como para que además me sumes la huelga de hambre.

—Gaby, yo estoy haciendo lo que ustedes me dicen, lo acepté a Zancan, todo bien. Pero lo de la huelga no sé, yo misma la largué, ahora no puedo echarme atrás y dejarlo solo a Silvano...

—Sole, por favor. Pensá en vos, pensá en nosotros. Hacelo por tu sobrina, hermanita.

Las dos hermanas se quedaron un minuto en silencio. Después Soledad intentó una sonrisa que le salió triste:

—No sé, Gaby, no te aseguro nada. Pero te prometo que lo voy a pensar muy en serio.

"Sole puede pedir la deportación hasta el momento del juicio pero ella espera que ése sea el último recurso al que deba acudir", informó a su familia Gabriela Rosas. "Es inocente y bastante le han cagado la vida como para renunciar a volver a ver a sus amigos de por vida. Nos ama, quiere volver a la Argentina pero espera que no sea de esta manera. Sole está muy bien, es fuerte, está muy íntegra y es absolutamente inocente. Si siempre vimos en Sole a una chica débil y sin personalidad, deberían verla ahora. Es tan fuerte, tan íntegra y tan segura de sí misma que por momentos logra confundirme y hacerme sentir a mí a un 'parásito' de esta sociedad egoísta e intolerante... No se preocupen, todavía pienso volver —llego el 13 a las 8,30 de la mañana.

"Podemos no compartir su ideología ni la forma en que eligió vivir, pero no somos iguales a los que la encerraron emitiendo juicios de valor injustos cuando nadie puede en realidad tirar la primera piedra. ¿Te acordás viejo una discusión que tuvimos en Villa Rosa donde vos acusabas a la juventud de hoy de ser apolítica y no militante? Bueno, Sole encontró en Italia algo en qué creer y sólo por formar parte de una idea no pueden condenar a nadie".

—Sólo contestaré las preguntas en relación con el cargo de asociación subversiva para decir...

Esa mañana Soledad Rosas fue interrogada por los fiscales Tatangelo y Laudi. Iba vestida de riguroso negro y el abogado Zancan le había preparado una respuesta escueta:

—...que no sé absolutamente nada sobre los Lobos Grises. Y quiero subrayar que a la fecha de mi llegada a Italia, en septiembre de 1997, los atentados del caso ya habían sido cometidos.

Y eso fue todo. Silvano Pelissero también fue interrogado, esa mañana, pero se amparó en su derecho a no contestar. Cuando entraba se cruzó con Soledad, que salía. El encuentro fue brevísimo:

—Hola, Sole, fuerza, la lucha sigue. No abandones, Sole.

Le alcanzó a decir antes de que los guardias lo obligaran a seguir de un empujón. Y otros guardias se llevaron a Soledad hacia el furgón y su celda en Le Valette.

Soledad no sabía qué hacer. La súplica de su hermana la había conmovido pero no sentía que pudiera abandonar su postura por una cuestión tan personal. Aunque, al mismo tiempo, tampoco tenía derecho a joderle la vida a su familia. No sabía: lo seguiría pensando, pero tenía que decidir algo pronto. Entendía, confusamente, que ella ya no era sólo ella: que cualquier decisión que tomara implicaba a una cantidad de gente y tenía un significado que la excedía ampliamente.

"La situación estaba cargada de simbolismos, Soledad se había convertido en una banderita del movimiento", dirá Gabriela Rosas. "Por un lado está bien, porque ellos defendían la inocencia de los chicos y la defendían bien. Pero por otro lado, para mí, para una persona que no estaba comprometida ideológicamente, te shockeaba ver cómo la usaban como una causa común, algo que le daba unión y fuerza al movimiento".

Soledad ya era una figura pública. Al día siguiente, martes 7 de abril, el diario
La Repubblica
completaba su fama improvisando sobre su familia –"una de las más notorias de Buenos Aires"— y su pasado reciente: "Según los investigadores llegó a Bolzano tras haber dejado España donde se habría arrimado a Pablo Rodríguez, un anarquista argentino que, en la mañana del 18 de diciembre, con el español Manuel García y dos italianos, el anarquista insurreccionalista de Pinerolo, Michele Pontolillo, y Maria Lavazza, ex terrrorista de Primera Línea de Milán, había asaltado un banco del centro de Córdoba. Un golpe ritmado por una creciente y absurda violencia. Los cuatro, en efecto, tomaron como rehenes al guardia Manuel Castagno (sic) y no dudaron en dispararle tres balazos en el estómago al primer signo de reacción. Enseguida, antes de ser capturados, mataron a dos guardias, María Angeles García y María Soledad Muñoz Navarro", decía el diario romano. La presunción era vaga y falsa —que Soledad conocía a los asaltantes— pero, gracias a ella, ya estaba implicada en un asalto con varios muertos: contaminada por los muertos.

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