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Authors: Gemma Lienas

Anoche soñé contigo (33 page)

BOOK: Anoche soñé contigo
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—Florita, ¿te figuras que te pagan por darle a la húmeda?

—Señor, ¿se creerá gracioso, el imbécil? ¿Que me voy a creer yo que me pagan por charlar...? Ni que una fuera tonta del culo, claro. Pero no voy a estar todo el día pasando los productos por el lector del código de barras sin darme ni siquiera una exaltación, oye. Y si no aprovechamos el rato de los culebrones para nuestras charletas, pues ya me dirás, ¿no? Anda, ahora va y viene a montarme el pollo en vivo y en directo.

—Florita, ¿piensas estar el día entero de palique con Mari Loli? Porque, si lo que te falta es trabajo, te lo arreglo en un pis pas. Podrías pasarle un poco de glásex a la caja, que tiene más polvo acumulado que el coche de mi vecino.

—Eso, comemierdas, que te largues y nos dejes en paz. Pues, le doy un poco de glásex y así lo tenemos tranquilo un rato. Y nosotras a lo nuestro. Te decía... Eso, que llego a casa que me salgo, que casi no le da tiempo a Pepe a cruzar la puerta y, ¡zas!, le pongo la zancadilla... ¡y a la cama! Vaya, lo de la cama es un decir, ¿sabes?, que a mí me encanta hacerlo en cualquier sitio. En la salita, sobre la alfombra, peluda y suave. La compramos de oferta. Era muy grande y nos salió baratísima y, por si fuera poco, sobre ella se folla de vértigo. O en la ducha, de pie, bien mojados y enjabonados, con los cuerpos escurridizos. ¡Uau!, da un gusto que te mueres. O sobre la lavadora. ¿Lo has probado tú en la lavadora? Tiene un morbo que te cagas. Vaya, que me gusta en todas partes. Pepe trae la revista, faltaría más, aunque a estas alturas, ¿para qué la quiero? Nos metemos en el sobre. Miro el reloj: ¡lahostia, sólo las ocho y media! Tenemos tiempo de sobra. Porque a mí me chifla tener mucho rato por delante y podérmelo tomar con calma. Ya te digo que durante también me parece estupendo. Así que empezamos con caricias. Es un juego, ¿no? Primero me acaricia él. Yo tengo que estar muy quieta pase lo que pase. ¡Y lo que cuesta! Le agarraría la mano para ponerla sobre mi cereza. Porque a él le encanta dejarlo para lo último, último, último. Primero me acaricia el cuello y los pelos del sobaco —a él le encantan, por eso no me los depilo—, los dedos y las uñas —¿te has fijado que la piel de alrededor de las uñas parece tener línea directa con la amapola?—, y los labios, y los lóbulos de las orejas. Tiene una gracia sobándome la oreja, que sólo con eso estoy ya a punto de caramelo. Luego me acaricia el culo —no veas cómo se pone con el tatuaje de la lengua: a mil, lo que yo te diga—, y el ombligo. ¿Te he dicho lo de mi pirsin en el ombligo? Un arito. Cuando Pepe me lo toca es como que me subo a las nubes. Entonces, me soba las tetas. ¡Lalechenpolvo! Eso sí que es lo más estupendo del mundo. Sobre todo el pezón, claro. Como si mi pezón y mi cereza fueran una misma cosa, porque, en cuanto empieza a pellizcarlo suavecito, o a lamerlo o a mordisquearlo, mi cereza se pone que explota. Entonces, va el tío y para. Sigue, sigue, le pido. Pero ni por ésas. Ni hablar, me dice, ahora es mi turno. Entonces soy yo la que lo magrea, sin llegar al pito, que eso tiene que ser lo último. ¿Me sigues?

Eso hubiera querido Mari Loli, no seguirla, no enterarse, no escucharla...Y, por otro lado, que no parase nunca de contar, que se fuese a freír espárragos Jooose con sus broncas, que pudiese sentir vivo su cuerpo a base de oír a su compañera. Porque, ¡había que ver!, cómo la afectaba la narración de los polvos de Florita y Pepe. Tan pronto la entristecía al recordar lo perdido entre ella y Manolo. O la enfurecía por el asunto que se traía entre manos el muy traidor. Aunque, también, su cuerpo recuperaba la memoria de tiempos pasados. ¡Ojalá pudiera volver a vivirlo de verdad! En fin... Le parecía que ya no tenía remedio, que eso se había terminado para siempre. Lo suyo era un descalabro completo: sin amor, sin sexo, sin dinero... ¿Qué le quedaba? ¿Los chavales? Vaya, en todo caso, las chavalas. Y aún. A saber qué ocurriría con ellas en cuanto crecieran. Igual se torcían, como Manu, de pequeño tan gracioso, y ahora un petardo chungalí. ¿Su casa? Eso si no los desalojaban por miedo a un desplome. ¿Su trabajo? ¡Valiente mierda, su trabajo! Siempre los mismos gestos: contar dinero de los demás, pasar productos por el lector, aguantar las broncas de Jooose... Si no fuera por los buenos ratos con los compañeros... Entonces, ¿qué le quedaba? ¿Las amigas? ¡Las amigas tampoco, joder! Si Angelines, su mejor amiga, era quien había encandilado a su marido. ¡No te fastidia!

Mari Loli se pasó la mano por la nuca.

—¿Te duele? —preguntó Florita, haciendo un alto en la narración de sus proezas sexuales.

Mari Loli asintió con la cabeza. Luego añadió:

—Muchísimo. De vez en cuando, se me queda como acartonada y casi no puedo mover la cabeza.

—Anda, ven que te dé un masaje.

—¿En los pies? —preguntó Mari Loli, alarmada.

Pensó que Jooose se pondría hecho un basilisco como las viera en caja, la una sentada en el taburete con los pies desnudos, la otra, sentada enfrente, sobándoselos. ¡Jolín, con Florita!, siempre convencida de que esa técnica era fenómeno para curarlo todo. Era una manía que le dio tres o cuatro meses atrás. Desde que empezó aquel curso por correspondencia. Pedología... No, no. Eso sonaba como a pedos. Reflejología pedal, o algo así se llamaba. Florita le había dicho que, después de recibir propaganda sobre ese curso y de discutirlo con Pepe, había decidido estudiarlo. ¿Irás a clase?, le había preguntado Mari Loli. Que no, que era por correspondencia. Una pagaba una cantidad, y luego llegaba el material por correo. ¿Material? ¿Como qué? Un libro para estudiar el cuerpo —el corazón, los riñones, la columna, los ovarios...— y ver cómo todo se reflejaba en la planta del pie. Al hacer un masaje en determinadas zonas de la planta se podía llegar a curar una enfermedad. O por lo menos a aliviarla. Pongamos que te duele el estómago, ¿vale? Vale, aunque sólo eso le hubiera faltado a la menda, porque por lo menos el estómago no le dolía. Pues, te cojo el pie y te voy dando masaje aquí, ¿ves? Le tocaba una zona de la planta, primero suavemente, luego haciendo más presión, hasta que, por fin, Mari Loli gritaba: ¡Caray, que me haces daño! Ves, tú, cómo te duele el estómago. Pero si te he dicho que no, además, lo que me hace daño es el pie. Tonterías, explicaba Florita; sería que Mari Loli no se enteraba, o que todavía no le dolía pero no iba a tardar mucho en que así fuera. ¡Valiente memez!, pensaba Mari Loli. Junto con el libro, también mandaban un pie de plástico, en el que cada zona estaba pintada en un color distinto, para poder entrenar y coger práctica. Al final del curso, ponían un examen y, en caso de aprobar, entregaban un diploma. Bueno, ¿y tú para qué quieres estudiar eso? Y Florita, bajando el tono de voz: Quiero montar una consulta en casa. ¿Una consulta de qué?, Mari Loli con asombro. Huy, parecía boba, pues de curar a través del masaje en los pies, ¿de qué iba a ser, si no? Tenía mucho futuro, Florita estaba convencida.

—¿Pero vas a seguir trabajando aquí, en Cadena Dos?

Florita bajaba más la voz. De entrada, sí. Luego, según le fuera el negocio, mandaría el supermercado a tomar viento. Era mucho mejor no tener jefes ni horarios y montárselo como a una le viniera en gana. Aunque tuviera que trabajar más, que no decía ella lo contrario. Pero ya era muchísimo vivir sin aguantar las broncas del Jooose de turno. Ella quería dejar el supermercado algún día. Con Pepe habían echado cuentas para ver si podía ayudar en el quiosco, pero no salían los números. Así que no tenía más narices que espabilar y organizarse a su aire.

—No, mujer, ¡cómo voy a dártelo en los pies estando en caja! No. En la nuca.

—¡Ah! —se tranquilizó Mari Loli.

Se sentó en el taburete e inclinó la cabeza hacia adelante. Florita, detrás, colocó las manos a ambos lados del cuello, los dos pulgares en el centro de la nuca. Empezó a mover los pulgares en círculos, ejerciendo una presión dulce sobre las vértebras cervicales.

—¡Oh! ¡Qué gusto! —suspiró Mari Loli.

—Me parece que estás mucho más tensa que otras veces. ¿Te ha pasado algo últimamente?

Por un instante, Mari Loli dudó. ¿Se lo contaba todo? ¿Le confesaba la angustia que estaba viviendo? Algo tal vez sí le podía decir.

—Manolo... Un lío de faldas.

—¡Vaya! Y lo estás pasando fatal, ¿no?¡Uf! Te irían bien unas vacaciones. Tú solita. Eso... ¿No te lo podrías montar?

—¡Qué va, hija! ¡Estás soñando!

—¡Jolín!, pues algo tendrías que hacer para distraerte. Oye, ¿has llamado ya a «Usted es nuestra estrella»?

—No, Florita. No estoy de humor.

—¿Lo hago yo por ti?

—No, deja, deja....

—Aquí llega el Delirio de las nenas, reinas mías.

Mari Loli y Florita dieron un respingo.

—¡Vaya, vaya! Nuestra Florita, masajista, y yo sin saberlo.

Él mismo rió su chiste.

Florita había vuelto a ocuparse de la nuca de Mari Loli, pero ésta percibía que la presión de sus manos era distinta. Apretaba las cervicales como si en lugar de masajearlas quisiera romperlas. Sus dedos transmitían la tensión de su cuerpo.

—Anda, déjalo ya, Florita.

A Mari Loli le daba la risa. Por el mosqueo de Florita y por lo gracioso que era el hombre. Además, que las carcajadas del Delirio eran de las de verdad. Y encontrar a alguien con ganas de bulla, con pinta de felicidad, que no fuera por la vida amuermado o con malhumor, era de agradecer.

—Florita, reina, ¿le darás uno a Toni? —preguntó con voz zalamera y ademanes amanerados.

—Que te den po'l culo —contestó Florita pegándole un corte de mangas.

El Delirio no se molestó.

—Venía a avisaros de algo muy importante.

Florita lo miró con desconfianza.

—Anda, sé bueno, Toni, dinos qué es —pidió Mari Loli, levantándose del taburete y frotándose las cervicales.

Delirio la miró con arrobo. O eso parecía. ¡Jope! Conseguía que se sintiera una mujer de carne y hueso. Vale, que sí, más de carne que de hueso. ¿Y qué?

—Bueno, suéltalo y lárgate —puso fin Florita al juego de miradas.

—Escuchad bien.

El Delirio leyó una noticia del periódico que las dejó boquiabiertas. ¡Apañadas estaban si todo aquello podía ser cierto! Así que, dentro de nada, los supermercados no iban a necesitar ya cajeras. Los clientes, al acabar la compra, se meterían en un túnel, donde un lector del codigo de barras controlaría los productos sin sacarlos del carrito. El cliente metería su tarjeta de crédito en una ranura y la máquina cobraría.

—Suerte que a mí no me pillará en bragas —dijo Florita observándose las uñas de una mano.

El Delirio la miró con aire perplejo. Mari Loli sí supo a qué se refería. Al consultorio para curar a través de los pies. En cambio ella... ¿Qué iba a hacer?¿Se iba a quedar sin trabajo? Sólo eso le faltaría, ¿o no?

—Bueno, luego no digáis que no os he avisado, guapas.

—Te estaremos siempre agradecidas —se burló Florita.

El Delirio se dio la vuelta hacia Mari Loli.

—Tú eres mucho más simpática que tu amiga. Y, además, estás como un tren.

Se acercó mucho a Mari Loli, que notó la electricidad de su piel saltando a la de ella. Por primera vez —encajonada entre el cuerpo de él y una balda de droguería, la cara ardiendo y el cuerpo, casi— estuvo a punto de conocer su olor. Pero lo apartó demasiado deprisa. ¡Lástima!

—Anda, quita, que tengo trabajo —dijo, moviéndose para resguardarse en su puesto de la caja.

El Delirio adelantó el tronco para susurrarle al oído, como en un suspiro:

—¡Ay, nena!

—¿Qué? Hoy no se trabaja, ¿no?

Jooose y sus rondas de control.

El Delirio echó a andar hacia administración. Mari Loli se sentó en el taburete. Ya no faltaba mucho para que terminara la telenovela y Cadena Dos se llenara de compradores. Se miró las manos, preocupada por lo que había contado el Delirio. De pronto tuvo una idea.

—¿Sabes qué te digo, Florita? Que de acuerdo. Que llames a ese programa de la tele por mí. A lo mejor, como tú dices, es mi gran oportunidad y yo, aquí como una tonta...

—Vale.

Cuando acabó su turno y salió a la calle, Luis la estaba esperando.

Ya dentro de la carnicería, él cogió una bolsa de plástico del mostrador y se la tendió.

Como él esperase, ella la abrió. Unos cuantos huesos de ternera y algunas sobras de carne. Desde luego no se lo daría todo al chucho; iba a reservar una parte para preparar un caldo.

—Y eso. Toma —le dijo Luis al tiempo que desplegaba una cartulina.

Era una lámina del calendario. La del mes de abril.

—Como mañana termina el mes, ya la podía arrancar y dártela. Llevas tanto tiempo mirándola cuando esperas frente al mostrador, que estoy seguro de que te gusta mucho —dijo Luis, sonriendo suavemente mientras la observaba con la cabeza ladeada.

¡Vaya detallazo! ¡Qué buen tipo, Luis! Estaba siempre en todo. Además, era tan observador... Porque ella nunca había abierto boca. Nunca le había contado que la fotografía de la lámina la hacía soñar, se la llevaba lejos, muy lejos de la carnicería, de Cadena Dos, de su piso, de su barrio y de sus problemas. Soñaba con un hombre rico que la invitaba a pasar unos días en un hotel, a la orilla de aquel lago, al pie de aquellas montañas con sus cumbres nevadas y abetos en las laderas, y aquella islita del lago con su iglesia asomando entre árboles y más árboles. Eran días felices, sin poner lavadoras, ni cocinar, ni levantarse de madrugada, ni dejarse las uñas en el lector del código de barras... Eso, un sueño. ¡Ay!, sí le gustaba, sí, el paisaje de la lámina. Y Luis, mira, tú, se había dado cuenta.

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