Read Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona Online
Authors: Jude Watson
—Mi condición simplifica encuentros como éstos —continuó la reina Veda, gesticulando con una de sus enjoyadas manos—. Seré directa y espero que vosotros también lo seáis.
—Nosotros somos siempre directos —respondió Qui-Gon.
La reina Veda asintió. Se sentó en una silla e hizo un gesto para indicar a los Jedi que se sentaran también.
—He estado pensando en hacer un trato acerca de lo que quiero dejar después de mí —comenzó a relatar la Reina—. Gala necesita la democracia. La gente la pide y yo la he garantizado como mi último acto como Reina. Ése será mi legado. Hay una gran inquietud aquí en la ciudad y también en el campo. Mi marido, el rey Cana, gobernó durante treinta años. Sus intenciones fueron buenas, pero la corrupción invadió nuestro Consejo de Ministros y a los gobernantes de las provincias circundantes. Unas pocas familias poderosas controlaban los puestos importantes. Mi marido no pudo pararlo. Y ahora temo que estalle una guerra civil. La única cosa que puede evitarlo serán unas elecciones libres. Y es por eso que he pedido ayuda a los Jedi para que vigilen el proceso.
Qui-Gon asintió.
—¿Qué problemas prevé que podamos encontrarnos? —preguntó suavemente.
No deseaba nombrar al príncipe Beju. Quería que fuese ella la que sacase el tema. Así sabría a quién apoyaba.
—Mi hijo Beju —contestó la Reina directamente—. Es el último de la gran dinastía Tallah, un hecho que él no deja de recordarme a cada momento. Toda su vida ha esperado para gobernar Gala. No me ha perdonado el que haya convocado elecciones. Os creará problemas, me temo. Si gana las elecciones, mantendrá el sistema monárquico. —La Reina se encogió de hombros—. Tiene algún apoyo. Y el que no pueda lograr por métodos legales, lo robará o comprará.
Qui-Gon asintió tratando de no demostrar su sorpresa ante las duras palabras de una madre hacia su hijo.
—No me opongo a mi hijo —continuó explicando la reina Veda—. Es cierto que le he arrebatado un derecho a gobernar que tenía de nacimiento. Al menos le debo mi lealtad. No apoyaré públicamente a otro candidato. Pero en privado, deseo que mi hijo pierda. No sólo es lo mejor para Gala, es lo mejor para Beju. Deseo que se convierta en un ciudadano más, que se libre de todo esto —movió la mano con un gesto que abarcaba la inmensa habitación—. He visto lo que el poder hizo en mi marido. Le corrompió, él era un hombre bueno. No quiero que mi hijo sufra el mismo destino, tiene solamente dieciséis años. Con el tiempo entenderá por qué he hecho todo esto.
Él
también es mi legado. —La reina Veda terminó su relato suavemente—. Me gustaría dejar detrás un hijo que tenga una vida feliz.
—¿Cree que tiene alguna opción de ganar? —Qui-Gon preguntó.
La Reina frunció el ceño.
—Todavía hay un grupo de simpatizantes monárquicos. El Príncipe ha vivido retirado gran parte de su vida, desde que temimos por su seguridad. Incluso ha sido educado fuera del planeta. No se sabe mucho de él, y lo que puede jugar a su favor.
La reina Veda sonrió a Qui-Gon.
—Estás sorprendido por mi honestidad. Cuando el tiempo se acaba, no hay que malgastarlo engañándose a uno mismo.
—¿Qué hay de los otros candidatos, Deca Brun y Wila Prammi? —preguntó Obi-Wan— ¿Hay algún favorito?
—El preferido es Deca Brun —contestó la reina Veda—. Es un héroe para la gente de Gala. Les ha prometido reformas y prosperidad. No será tan fácil, pero él hace que suene bien.
—¿Y Wila Prammi? —puntualizó Qui-Gon.
—Ella tiene más experiencia —replicó la Reina—. Era ayudante de un ministro aquí en palacio. Sus ideas se basan en la realidad. Desafortunadamente, su experiencia en palacio la perjudica en algunos sectores y su brusquedad, en otros. Tiene sus apoyos, pero se prevé que pierda.
—¿Se espera que haya violencia? —preguntó Qui-Gon—. Nos hemos encontrado con algunos simpatizantes en la calle. Los ánimos están encendidos.
—Sí, ha habido algunos incidentes —admitió la Reina—. Pero creo que la gente quiere una transición pacífica. Tan pronto como se den cuenta de que las elecciones son legales, no se opondrán, espero.
La reina Veda permaneció en silencio un momento. Qui-Gon se preguntó si estaría a punto de desfallecer. Después se dio cuenta de que estaba pensando la manera de decirles algo. Qui-Gon sabía que lo que ella le diría a partir de ese momento era la razón real por la que les había llamado. Miró de reojo a Obi-Wan para asegurarse de que el chico esperaría a que la Reina hablara. Obi-Wan asintió.
—Hay una razón que es importante —dijo la Reina al fin—. Otro factor que es importante que tengáis en cuenta: Elan.
—¿Elan? —Qui-Gon no había oído anteriormente ese nombre.
—Hay una facción de galacianos conocidos como la gente de la montaña —explicó la reina Veda.
Pasó la mano suavemente sobre el mosaico de azulejos que tenía en la mesa delante de ella, y una pieza de azurita azul se desprendió en su mano. Lo hizo rodar en la palma de la mano, mientras sus anillos brillaban con la luz del sol que se colaba a través de la ventana que había detrás de ella.
—Elan es su líder. La gente de la montaña son exiliados que se oponen a la monarquía y se han unido en los escarpados terrenos montañosos que están a las afueras de la capital para vivir según sus propias leyes. No reconocen al Rey ni a la Reina. Se rumorea que son fieros y poco amistosos. Nunca permanecen mucho tiempo en el mismo sitio. Recolectan su propia comida y tienen a sus propios sanadores. Raramente se dejan ver por extraños. Y, sin embargo, son muy odiados y temidos. Elan es una leyenda, casi un fantasma. Todavía no he logrado encontrar una persona que la haya visto.
—¿Votarán en las elecciones? —preguntó Qui-Gon.
La reina Veda negó con la cabeza.
—No. Se han negado a hacerlo. Fueron invitados por los dos candidatos, Deca Brun y Wila Prammi, pero Elan rechazó reunirse con ellos. No reconocerá al nuevo gobernador, de la misma manera que ella nunca reconoció al rey Cana o a mí misma.
—Si eso es cierto, ¿de qué manera influirá Elan en las elecciones? —preguntó Qui-Gon.
—Ah —dijo la Reina—. La última pieza encaja en su sitio. —Depositó la pieza de azurita de vuelta a su lugar en el mosaico—. Ahora el dibujo está completo.
Obi-Wan lanzó una mirada de impaciencia a Qui-Gon. La reina Veda miraba fijamente el mosaico, perdida en sus pensamientos. Qui-Gon se dio cuenta de que había vuelto al pasado.
Pasó mucho rato hasta que ella volvió a levantar la cabeza.
—Admiro tu paciencia, Qui-Gon Jinn —dijo tranquilamente—. Ojalá yo tuviese ese don.
—No es un don, sino una lección que hay que aprender cada día —replicó Qui-Gon con una sonrisa.
La Reina le devolvió la sonrisa, afirmando con la cabeza.
—Sí, yo también intento aprenderlo. Eso me hace volver a la historia de mi vida. Cuando mi marido el rey Cana era joven y se enamoró. Nuestro matrimonio había sido concertado, como supondréis. Yo vivía en otra ciudad. Nunca nos habíamos visto. El rey Cana rompió su compromiso conmigo y se casó en secreto con otra mujer. Era una del grupo de la gente de las montañas. Naturalmente, el Consejo de Ministros se escandalizó. Ellos habían preparado nuestro matrimonio. Y el hecho de que el rey Cana se hubiese casado con una persona de las montañas era inaceptable. Los ministros tenían un gran poder y le obligaron a rechazarla. Cuando le contó a su mujer que había decidido obedecerles, ella dejó la ciudad y volvió con su gente. El Rey no sabía que era muy joven.
La Reina pasó con suavidad una mano ligeramente temblorosa sobre el tablero.
—El Rey descubrió este hecho más tarde. Y ni aun así la buscó. En aquel tiempo yo no sabía nada de todo esto. Llegué para la boda y me casé. Había una sombra en el corazón de mi marido que yo nunca entendí por qué estaba allí. Hasta el último año de su vida. Me contó la historia. Me dijo que era el mayor arrepentimiento de su vida. Nunca se había recuperado de la pérdida de su amor verdadero, ni de su cobardía al no salir a buscar a su enamorada.
—Puede que se equivocara —comentó Qui-Gon—. Está bien que reconociera su error antes de morir. Pero, pregunto, ¿qué importancia tiene este hecho hoy en día, reina Veda? —Qui-Gon realizó esta pregunta aunque casi sabía ya la respuesta.
—Elan es su hija —la reina Veda contestó tranquilamente—. El pasado siempre vive en el presente.
—¿Y por qué nos ha contado todo esto? —preguntó Qui-Gon.
—Porque yo también sé ahora que me estoy muriendo —contestó la Reina—. Elan es mi último secreto. Quiero hacer justicia antes de morir, justicia con Elan. Ella debería saber los derechos que tiene de nacimiento. Es la verdadera heredera de la corona, Beju no lo es. Debe tener la marca de la corona.
La Reina concluyó suavemente su relato. Su mirada empezaba a perderse otra vez, como si sus pensamientos hubiesen vuelto al pasado.
—¿La marca de la corona? —puntualizó Qui-Gon.
—La marca de la sucesión —explicó la reina Veda—. No es una marca en el cuerpo. Es algo que sólo el Consejo de Ministros puede identificar.
—¿El príncipe Beju no la tiene? —preguntó Qui-Gon.
—Si lo que me contó mi marido es verdad, no —replicó la Reina—. La principal preocupación del Consejo de Ministros no es probarlo. Como podéis imaginar, la mayoría de ellos no están contentos con que haya elecciones. El que gane tendrá el derecho a convocar elecciones al Consejo.
Qui-Gon asintió. Era obvio que el Consejo iba a apoyar a Beju para mantener su propio poder.
—¿Qué quiere que hagamos? —preguntó.
—No puedo entrar en contacto con Elan —dijo la Reina—. Obviamente, ella no quiere reunirse conmigo. Pero si vosotros pudierais mandarle un mensaje y convocarla a una reunión... Poca gente rechazaría la petición de un Jedi, admitidlo. La gente de la montaña ha cortado la comunicación con el exterior. Podría mandar a alguien que transmitiera el mensaje. Viajar a las montañas es difícil y peligroso. —La Reina se miró sus manos entrelazadas—. Y hay algo más que todavía no os he contado. El Consejo no quería que vinieseis. Tuve que negociar con ellos. Según los términos de nuestro acuerdo, no se os permite la salida de la ciudad de Galu.
—Esto complica las cosas aún más —observó Qui-Gon.
—Sí, pero no las hace imposibles —la Reina comentó esperanzada—. Quizás tú puedas...
De repente la ornamental puerta de metal de la habitación fue desplazada con tanta fuerza que golpeó en la pared haciendo un gran estruendo. El príncipe Beju irrumpió acompañado de un hombre alto y calvo vestido con un traje plateado.
El Príncipe señaló con el dedo a Obi-Wan y Qui-Gon.
—¡Abandonad Gala de inmediato! —gritó.
La Reina se puso de pie.
—Beju, explícate —le ordenó, y su voz denotaba enfado.
Beju empezó a dar vueltas lentamente alrededor de los Jedi con una mirada de desprecio. Era un joven de cuerpo sólido, de altura y peso aproximado al de Obi-Wan, pero con el pelo a la altura de los hombros que era de un color tan claro que parecía blanco. Los ojos eran del mismo color azul hielo que los de su madre.
En su breve encuentro con el Príncipe, Obi-Wan había tenido tiempo de hacerse una idea completa de la arrogancia del chico. Mantuvo su propia mirada inteligente pero neutral. Qui-Gon tenía razón. No deberían enemistarse mucho más con el Príncipe.
—Se autodenominan Jedi, pero no hacen más que crear problemas —espetó el príncipe Beju—. ¿Has oído hablar de lo que hicieron en Phindar? Se entrometieron y sembraron la discordia. Hubo una gran batalla como consecuencia de sus actos, causando muchos muertos. ¿Quieres que eso pase en Gala, madre?
—Lo que hicieron fue acabar con una organización criminal que se había establecido en el planeta —replicó calmadamente la reina Veda—. Los habitantes de Phindar son libres. Y además nos han traído bacta para ayudarnos con nuestra escasez.
El Príncipe se ruborizó.
—Un regalo —comentó despectivo—. Fui yo quien estuvo en Phindar para negociar el bloqueo del bacta. ¡Gracias a los Jedi, los rebeldes de Phindar descargaron el bacta de mi nave! No hay duda de que los Jedi les ordenaron que lo hicieran. ¿Y ahora ellos traen
mi
bacta como un regalo? ¡Debe ser una broma!
Obi-Wan se estiró con rabia. ¿Por qué Qui-Gon no hablaba? El Príncipe estaba dando su propia versión de lo que había sucedido en Phindar. Y estaba llena de mentiras. El príncipe Beju sabía que los Jedi no tenían pruebas de que el Príncipe quisiera causar algún daño a Gala. Obi-Wan se dio cuenta de lo inteligente que era. Pero, ¿por qué Qui-Gon no le contaba la verdad a la reina Veda?
El delicado hombre calvo situado al lado de Beju se giró hacia los Jedi.
—¿Qué tenéis que decir a eso?
—Este es Lonnag Giba —dijo la reina Veda, volviéndose hacia los Jedi—. Es el presidente del Consejo de Ministros, que aprobó gustosamente vuestra visita.
—Eso fue antes de que oyera las acusaciones del príncipe Beju —dijo Giba seriamente—. Os lo pregunto otra vez, Jedi, ¿qué tenéis que decir?
—Nuestra versión sobre lo que pasó en Phindar difiere de la del Príncipe —replicó Qui-Gon. Su voz no demostraba irritación o disgusto por las acusaciones del Príncipe—. Pero no tiene sentido discutir. Nosotros somos invitados aquí. ¿Por qué deberíamos defendernos? Si quiere que nos vayamos de su planeta, nos iremos.
—¡No! —exclamó la reina Veda.
—Sí, madre —dijo el príncipe Beju, echándose la capa hacia atrás a la vez que se giraba para situarse cara a cara con la Reina—. Déjales que se vayan. No son más que entrometidos haciéndose pasar por débiles guardianes disfrazados de Caballeros.
La Reina suspiró.
—Basta, Beju —dijo—. Ya has dado a conocer tu versión. Pero Qui-Gon Jinn tiene razón. Los Jedi han sido invitados como Guardianes de la Paz. Y queremos que las elecciones se desarrollen en un ambiente de tranquilidad, ¿no?
—No queremos elecciones en absoluto —replicó el Príncipe malhumorado—. Soy el verdadero Rey de Gala. Mi padre quería que fuese así y tú lo sabes bien. Si yo mandara en Gala, enviaría a estos creadores de problemas en el primer transporte de vuelta a su maldito Templo.
—Todavía soy
yo
quien manda en este planeta —dijo con suavidad la Reina—. Y ordeno que se queden.
—Por supuesto —añadió el Príncipe amargamente—. Me niegas la corona. ¿Por qué no negarme todo lo demás?