Read Aprendiz de Jedi 4 La Marca de la Corona Online
Authors: Jude Watson
—Puede que haya una manera de llegar a un acuerdo —interrumpió suavemente Giba—. Los Jedi pueden continuar en Gala. Pero no podrán abandonar el palacio sin escolta. Mandaremos a alguien con ellos. Alguien que conozca bien la ciudad. —Se volvió hacia los Jedi—. Es por vuestra protección, también. La ciudad ahora es un sitio peligroso. Hay muchos disturbios. Necesitaréis un guía.
Giba hablaba con diplomacia, pero Obi-Wan no se creyó ni una sola palabra. El anciano sabía que los Jedi no necesitan ayuda para defenderse. Era sólo una manera de hacerles aceptar un espía que le informaría de cada uno de sus movimientos.
Obi-Wan esperó la queja de Qui-Gon. Pero, de nuevo, el Jedi no dijo palabra. ¿Por qué aceptaba ese acuerdo con esos términos tan humillantes?
La mirada de la reina Veda se detuvo por un momento en su hijo. Tenía aspecto de estar cansada, muy cansada.
—Como quieras, Beju —dijo apagadamente—. Es verdad. No te lo puedo negar todo. —Agarró con su mano un brillante bastón que colgaba de una pared. Cambió de color y adquirió un tono azul apagado—. Jono Dunn escoltará a los Jedi.
Un momento después la puerta de metal se abrió. Un chico que tendría aproximadamente la misma edad que Obi-Wan estaba parado de pie, vestido con pantalón y chaqueta de uniforme.
—Jono Dunn, ven aquí —dijo la Reina—. Éstos son los Jedi enviados a Gala para vigilar las elecciones. Se llaman Qui-Gon Jinn y Obi-Wan Kenobi. Serás su escolta durante su estancia en el planeta.
—No se les está permitido salir de palacio sin tu compañía —se apresuró a decir el príncipe Beju.
—¿Aceptas el trato, Qui-Gon? —preguntó la reina Veda. Sus ojos le suplicaban que lo hiciese.
Qui-Gon asintió.
—Gracias por la ayuda, reina Veda —comentó tranquilamente.
Obi-Wan no podía creérselo. ¡Qui-Gon no solamente aceptaba un guardián, sino que encima le daba las gracias a la Reina!
Qui-Gon dirigió a Giba su inteligente mirada azul.
—Y gracias a ti también, Giba. Estoy seguro que nuestro guardián nos protegerá de los peligros de las calles de Galu.
Qui-Gon puso una mano sobre el hombro de Jono Dunn y lo situó entre él y Obi-Wan. Grande y fuerte, Qui-Gon sobresalía por encima del delgado muchacho. Aunque parecía tener los mismos años que Obi-Wan, el tamaño y la fuerza de este último hacían que el guardián pareciera aún más pequeño. Sin ningún esfuerzo, Qui-Gon había logrado que el ofrecimiento de Giba pareciese absurdo. Jono no podía proporcionar protección a los Jedi. Era sólo un peón del juego.
La Reina esbozó una sonrisa. La estrecha cara de Giba relucía roja de ira. Apretó sus finos labios.
—Disfrutad vuestra estancia —dijo entre dientes.
—Estoy seguro de que así será —respondió Qui-Gon.
Qui-Gon hizo una reverencia y abandonó la habitación. Obi-Wan le siguió un segundo después. Cuando llegó al pasillo, su Maestro ya se había ido.
Legado
.
La palabra había golpeado una fibra sensible de Qui-Gon. Necesitaba tiempo para pensar por qué le había calado tan hondo. Bajó la escalera exterior que conducía hacia los jardines. Sin duda, Obi-Wan se habría ido hacia su habitación.
Los árboles estaban a rebosar de fruta o de flores. Qui-Gon reconoció sólo unas pocas especies muja y tango. Multitud de colores, blanco, rojo, púrpura y amarillo resaltaban en los jardines floreados que estaban un poco más allá. El palacio era bien conocido por sus inmensos parques. Qui-Gon sabía que en ellos había representación de cada planta, árbol o flor que existiese en el planeta Gala. Dio un paseo por los huertos. Los árboles muja estaban en flor, y cada ligera brisa hacía caer una aureola de pétalos rosas que iban a parar a la hierba que cubría el suelo bajo los árboles.
La Reina había hablado de su legado. Moribunda, ella reflexionaba sobre lo que quería dejar para cuando no estuviese. Su primer pensamiento se había dirigido a su hijo. Incluso podía sentir un vínculo con una hijastra que nunca había conocido.
Los galacianos eran gentes que tenían unos vínculos familiares muy fuertes. Los trabajos y la tierra pasaban a menudo de padres a hijos. Los matrimonios eran elegidos con mucho cuidado para fortalecer a las familias.
Qui-Gon había renunciado a tener una familia e hijos a cambio de llevar la vida de un Jedi. Lo había elegido libremente. Ningún Jedi estaba obligado a hacerlo. Podía dejarlo cuando quisiera. Pero sabía que no lo haría.
Qui-Gon se agachó para recoger unos pétalos del jardín. Los dejó deslizarse a través de sus dedos, para que el viento se los llevara. Esta iba a ser su vida, pensó. Deambularía por la galaxia. Arriesgaría su vida para ayudar a extraños. Pero, ¿qué dejaría detrás?
Los pasos sin rumbo de Qui-Gon le condujeron hacia los jardines de la cocina. Señales de siembra le rodeaban: palas y rastrillos, filas de semillas cuidadosamente plantadas que se abrían camino en medio del polvo. Miró al suelo, casi sorprendido de encontrar sus huellas allí. El viento y la lluvia pronto las harían desaparecer.
Elan había elegido vivir apartada de la sociedad. Seguía una serie de leyes que no pertenecían al gobierno ni a su mundo, sino a sus compañeros de viaje.
Se dio cuenta de que se parecía a él. Nunca la había visto, pero la conocía.
—¿Qui-Gon?
Se volvió al oír la voz de Obi-Wan.
El chico miraba dudando, con miedo de molestar.
—Desapareciste —dijo Obi-Wan—. No sabía dónde encontrarte.
Qui-Gon no podía compartir con él sus pensamientos. Obi-Wan era joven, estaba empezando su vida de Jedi. No entendería su teoría sobre legados, o sobre lo que se deja cuando uno ya no está. Todavía no.
—¿Por qué accediste al trato que nos impide salir del palacio sin escolta? —la pregunta parecía haberse escapado de los labios de Obi-Wan.
Obviamente, el chico creía que Qui-Gon debería haber rechazado la propuesta de Giba.
—Es mejor para nosotros que piensen ahora que pueden controlarnos —contestó Qui-Gon.
—¿Crees que la Reina dice la verdad? —Obi-Wan preguntó—. ¿De verdad que no quiere que su hijo gane las elecciones? ¿Qué quiere de Elan?
—Puede que sea como ella dice —replicó tranquilamente Qui-Gon—. O puede ser que quiera utilizarnos para atraer a Elan aquí para matarla. Cualquier miembro del Consejo que viviera cuando el Rey era joven sabe que Beju no es el heredero legítimo. Yo averiguaría lo que sabe Giba, por ejemplo. Es por esto por lo que nos tiene tanto miedo. Siempre existe el peligro de que el secreto se haga público. Por supuesto, si la Reina miente sobre sus intenciones, podría estar compinchada con Giba y haber fingido su desacuerdo delante de nosotros. Si pueden deshacerse de Elan, la reina Veda puede suspender las elecciones y proclamar Rey a Beju. —Qui-Gon hizo una pausa—. O podría estar mintiendo acerca de sus intenciones sobre Elan por alguna otra razón que todavía no conocemos.
—¿Y entonces qué crees tú que es lo que pasa? —preguntó Obi-Wan, tratando de que la confusión y la impaciencia no se notaran en su voz.
—Creo que hay más secretos —respondió Qui-Gon con actitud pensativa—. Todavía debemos seguir actuando como si la Reina nos hubiese dicho la verdad. Voy a ir al país de las montañas a encontrar a Elan.
—¡Pero nuestra misión es vigilar las elecciones! —protestó Obi-Wan—. Y eso no lo podrás hacer desde las montañas.
Qui-Gon levantó un lado de sus labios y esbozó una media sonrisa.
—A veces eres demasiado estricto en el seguimiento de las reglas, Obi-Wan. Las cosas cambian. Una misión a veces no está tan clara. Puede ser que el camino directo no sea la única manera de llegar a la solución.
—Pero la seguridad de Gala está en nuestras manos —discutió Obi-Wan—. Se nos envió como guardianes de la paz, no para buscar hijas perdidas hace tiempo.
—Acepto que estés en desacuerdo conmigo, Obi-Wan —dijo Qui-Gon—. Estás en tu derecho. Pero voy a ir.
—No se nos permite dejar la ciudad, o incluso el palacio, sin escolta —le recordó Obi-Wan—. ¡Y tú fuiste el primero en estar de acuerdo con esto! Giba y el príncipe Beju se enfadarán. ¿Por qué no dejamos que un mensajero de la Reina entre en contacto con Elan?
—Ella no escuchará un mensaje —Qui-Gon respondió—. Hay que convencerla. Si no ve la verdad en mis ojos no vendrá.
—¡Hablas como si la conocieses! —exclamó Obi-Wan.
—La conozco —respondió Qui-Gon tranquilamente.
Se acercó a Obi-Wan y puso su mano con suavidad sobre el hombro del chico durante un momento.
—No te preocupes, padawan. Tú puedes llevar solo la misión hasta que yo vuelva. Permanece alerta a las intrigas de palacio. —Qui-Gon echó una mirada hacia el edificio—. No te fíes de nadie. Hay interferencias en la Fuerza. Y no sé exactamente de dónde vienen.
Obi-Wan le miró decepcionado.
—¿Y qué les voy a decir cuando me pregunten dónde estás?
En vez de responderle, Qui-Gon enfiló hacia los jardines a medio plantar y se marchó hacia los árboles. Según caminaba, estiró una mano y cogió una fruta madura de una rama que había encima de su cabeza. Sin volverse, la tiró por encima de su hombro. No tuvo que girarse, porque sabía que su padawan la recogería.
—Es muy simple —le dijo—. Diles que todavía estoy aquí.
"El respeto es la piedra angular donde se sostiene la relación Maestro y padawan", decía Obi-Wan entre dientes. La voz retumbaba en las paredes de la habitación, y sonaba extraña en sus oídos. Todavía necesitaba ese recordatorio. Cada día, solo en el palacio, cuestionaba la decisión de Qui-Gon.
El sol de la mañana hacía arder la madera de la enorme cama en la que dormía. Un tapiz colgaba en la pared de enfrente, hecho con finos hilos metálicos dorados, plateados y verdes. Ropa de cama tejida con materiales preciosos, que tenían el color de las joyas, le protegían del frío de la noche. Era la mejor habitación en la que había dormido nunca. Pero los dos últimos días pasados en palacio no habían sido un regalo.
Qui-Gon le había encargado una tarea imposible de realizar. Cada mañana, antes de que amaneciese, Obi-Wan pasaba a través de la puerta que le conectaba con los aposentos de Qui-Gon y desarreglaba las sábanas de su cama. Se echaba sobre su almohada para dejar la huella de su cabeza. Cada mañana, Jono Dunn llamaba a su puerta trayendo té y fruta. Obi-Wan le había contado a Dunn que Qui-Gon se levantaba temprano para ir a meditar al jardín. Esperaba que Jono se fuera, y luego se tomaba su desayuno y el de Qui-Gon. Esto no le costaba mucho esfuerzo, porque Obi-Wan siempre tenía hambre.
Para el príncipe Beju y para Giba, también tenía Obi-Wan que inventar constantemente excusas para justificar la ausencia de Qui-Gon: el Jedi estaba descansando o meditando, o paseando por los jardines, y volvería en un momento si querían esperarle..., pero nunca lo hacían; hoy comerá en su habitación...; ya se ha retirado a descansar...
Puede que sospecharan. Obi-Wan no sabría decirlo. Tenía el presentimiento de que ellos se daban cuenta de que Qui-Gon no se preocupaba mucho de las elecciones. Incluso, Obi-Wan le comentó a Jono Dunn que su Maestro le había dejado gran parte de la responsabilidad a él.
Obi-Wan oyó un suave golpe en la puerta de su habitación. Un momento después, Jono la abrió.
—Traigo la bandeja para Qui-Gon como todos los días —dijo Jono.
Dejó la bandeja en la pequeña mesa que había al lado de la ventana. Normalmente, hacía una reverencia y se marchaba inmediatamente, pero esta vez permaneció en la estancia.
—No le he visto en los jardines —comentó—. Uno de mis trabajos es recolectar flores para la Reina por la mañana y por la noche. Y nunca me he encontrado con el Jedi en los parques.
Obi-Wan estiró la mano y cogió una pieza de fruta.
—Los jardines son muy grandes. Lo más seguro es que te haya evitado. No le gusta que le interrumpan durante su meditación.
Jono permaneció de pie tranquilamente. Era un muchacho guapo, de pelo rubio y con la brillante piel de los galacianos. Aunque había acompañado a Obi-Wan en bastantes ocasiones para inspeccionar los principales escenarios electorales de Galu, casi no habían hablado.
—Crees que soy un espía —le espetó de repente—. Y que trabajo para el Príncipe.
—¿Y no lo eres? —preguntó Obi-Wan con calma.
—No tengo que darle cuentas al Príncipe —le contestó con desprecio Jono—. Sirvo a la Reina. Los Dunn hemos servido a los monarcas de Gala desde que se implantó la dinastía Tallah.
—Así que perteneces a una familia de sirvientes reales, ¿no? —preguntó Obi-Wan con curiosidad.
Acercó un plato de comida hacia Jono.
El guardián lo ignoró. Levantó su barbilla orgulloso.
—Los Dunn tienen grandes extensiones de tierra lejos de Galu. A mí me eligieron a los cinco años para que viniera a palacio. Es un gran honor. Todos los niños de la familia Dunn son enseñados desde que son muy pequeños. Sólo los más listos y preparados son elegidos.
Obi-Wan le acercó una pieza de fruta.
—Yo también fui elegido cuando era muy pequeño —comentó—. Dejé a mi familia y me fui al Templo Jedi. Fue un gran honor. Pero echaba mucho de menos a mi familia, aunque no me acordaba de muchas cosas de ellos.
Jono alargó una mano dubitativa y cogió la fruta que le ofrecía Obi-Wan.
—El comienzo fue lo más duro —dijo, llevándose la fruta a la boca.
—El Templo Jedi es agradable y bonito. Es mi hogar, aunque no es un
hogar
como el que tiene el resto de la gente.
—¡Eso es exactamente lo que yo también siento! —coincidió Jono, sentándose en el borde de la cama cerca de Obi-Wan—. El palacio era demasiado grande al principio. Y echaba de menos el olor del mar. Pero ahora me siento como en casa. Sé cuál es mi obligación y me siento orgulloso de cumplirla. Es un gran honor servir a mi Reina. —Se encontró con la mirada penetrante de Obi-Wan—. Pero no soy un espía.
***
A partir de ese momento, Obi-Wan y Jono se hicieron amigos. Jono continuó acompañándole en sus salidas a Galu, pero en vez de ir un paso por detrás de él en silencio, Jono caminaba al lado de Obi-Wan, contándole historias de la ciudad y de Deca Brun, su héroe.
—La Reina ha acertado al convocar elecciones —Jono le dijo—. Deca Brun hará que Gala prospere otra vez. Quiere gobernar para todo el mundo, no sólo para los ricos.
Jono nunca le volvió a preguntar por Qui-Gon. Obi-Wan sabía que Jono sospechaba que su Maestro había dejado el palacio. Apreciaba el silencio de su guía. No quería volver a mentirle, aunque su amigo no hacía preguntas.