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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (40 page)

BOOK: Área 7
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—¡Janson! ¿Dónde está? —dijo Schofield por el micro de su radio mientras esperaba con impaciencia en el minielevador extraíble.

La voz de Libro II le respondió:

—Espantapájaros, soy Libro. Tengo a Janson. Salgan de ahí.

—Gracias, Libro. Zorro, ¿sigues con vida? Ninguna respuesta.

A Schofield se le heló la sangre.

Y a continuación:

—Estoy aquí, Espantapájaros. Schofield volvió a respirar.

—¿Dónde estás?

—En el interior del edificio del este del hangar. Saca al presidente de aquí. No te preocupes por mí.

—De acuerdo… —dijo Schofield—. Escucha, tengo que llegar al Área 8. El enemigo se ha llevado a Kevin allí. Voy a llevarme al presidente conmigo. Reúnete con nosotros allí cuando… ¡Oh, mierda!

—¿Qué ocurre?

—El balón. Sigue en el hangar, en alguna parte. Grimshaw lo tenía.

—Déjamelo a mí —dijo Gant—. Llévate al presidente de aquí. Nos veremos en el Área 8 tan pronto como pueda.

—Gracias —dijo Schofield—. Y, Zorro…

—¿Sí?

—Ten cuidado.

Se hizo el silencio al otro lado. A continuación oyó: —Tú también, Espantapájaros.

Schofield apretó un botón y el minielevador comenzó a descender con Madre, el presidente y él.

Conforme descendían, a gran velocidad, Madre le tocó el hombro a Schofield y habló a través de su máscara antigás.

—¿El Área 8?

Schofield se volvió para mirarla.

—Eso es.

Daba igual desde el ángulo que lo mirara, a su mente seguía regresando la misma imagen: la unidad del séptimo escuadrón en la plataforma del nivel 6 llevándose a Kevin por el túnel de raíles en equis, rumbo al Área 8.

Kevin…

El niño estaba en medio de todo aquello.

Schofield dijo:

—Quiero averiguar de qué va todo esto. Pero para ello necesito dos cosas.

—¿Cuáles?

Señaló al presidente.

—Lo primero, a él.

—¿Y lo segundo?

—A Kevin —dijo Schofield con firmeza—. Esa es la razón por la que tenemos que ir al Área 8 y rápido.

* * *

César Russell, Kurt Logan y los tres soldados restantes de la unidad Alfa corrieron por la pista de aterrizaje del Área 7 bajo el abrasador sol del desierto. Llegaron a una torre de control de aviación de cuatro plantas situada a unos noventa metros del complejo principal.

Tras haber salido por la puerta superior al interior de un pequeño hangar lateral, habían seguido avanzando hacia la torre, que hacía las veces de sala de control secundaria de la base.

Corrieron al puesto de control de la torre, una réplica exacta al del interior de la base, y comenzaron a apretar interruptores. Los monitores cobraron vida. Las luces de las consolas empezaron a parpadear.

César dijo:

—Quiero la posición de los localizadores de personal de la unidad Eco.

Logan no tardó en encontrarlos. Todos los miembros del séptimo escuadrón tenían un localizador electrónico implantado bajo la piel de la muñeca.

—Están llegando al Área 8 en estos momentos por los raíles en equis.

—Que despeguen los Penetrator —dijo César—. Vamos al Área 8.

En el nivel 1 del complejo subterráneo, Nicholas Tate deambulaba aturdido y aterrorizado.

Tras la misteriosa y repentina desaparición de Acero Hagerty, no sabía qué hacer.

Linterna en mano, caminaba ausente hacia la parte más alejada del hangar a oscuras, buscando a Hagerty. Pero se detuvo a dieciocho metros de la rampa cuando vio que algo emergía de ella. Ya bastante confuso de por sí, lo que vio le dejó totalmente estupefacto.

Era algo casi surrealista.

Una familia de osos (sí, osos) descendió de la rampa al suelo del nivel 1.

Un macho enorme, una hembra más pequeña y tres cachorros. Todos estaban encorvados, a cuatro patas, olfateando el aire empapado de combustible a su alrededor.

Tate se tambaleó.

A continuación se dio la vuelta y echó a correr hacia el hueco del elevador principal.

El minielevador descendía en una oscuridad total, con Schofield, Madre y el presidente sobre la plataforma. La única luz provenía de la antorcha de Schofield.

Conforme descendían, Schofield sacó un par de las ampollas de Gunther Botha del bolsillo de su muslo, las ampollas que contenían el antídoto contra el sinovirus.

Se volvió hacia el presidente y habló a través de la máscara antigás.

—¿De cuánto tiempo disponemos?

—Cuando el virus invade el cuerpo a través de la piel —dijo el presidente—, media hora hasta que los primeros síntomas empiecen a manifestarse. El contagio dérmico es más lento que la inhalación directa. Ese antídoto, sin embargo, neutralizará de inmediato el virus.

Schofield les pasó una ampolla a Madre y al presidente y a continuación sacó otra para él.

—Tendremos que encontrar algunas agujas hipodérmicas antes de ir al Área 8 —dijo.

Descendieron hasta el nivel 1.

Cuando llegaron allí, sin embargo, se encontraron con Nicholas Tate, que surgió de la oscuridad con los ojos como platos y asustado. Nicholas subió al minielevador.

—Esto… yo no iría por ahí —dijo.

—¿Por qué no? —preguntó Schofield.

—Osos —dijo con gran dramatismo Tate.

Schofield frunció el ceño y miró al presidente. Tate había perdido el juicio. Estaba claro.

—¿Dónde está Hagerty? —preguntó Madre.

—No está —dijo Tate—. Desapareció, así, de repente. Estaba detrás de mí y al minuto siguiente se había esfumado. Todo lo que quedaba de él era esto.

Tate les mostró el anillo de graduación de Annapolis de Hagerty.

A Schofield no le dijo nada.

Al presidente sí.

—Oh, Dios santo —dijo—. Está perdido.

—¿Quién está perdido? —preguntó Madre.

—Solo hay una persona de este complejo tristemente célebre por dejar las joyas de una persona en el lugar donde era raptada —dijo el presidente—. Un asesino en serie, Lucifer Leary.

—El cirujano de Phoenix… —susurró Schofield, recordando los horrores asociados a ese nombre.

—Oh, de puta madre —soltó Madre—. Lo que nos faltaba. Otro puto tarado acechándonos.

El presidente se volvió hacia Schofield.

—Capitán, no tenemos tiempo para esto. Si César Russell se hace con el crío…

Schofield se mordió el labio. No le gustaba dejar a nadie atrás, ni siquiera a Hagerty.

—Capitán —dijo el presidente, con gesto severo—, como le he dicho antes esta mañana, en ocasiones he tenido que tomar decisiones difíciles en este trabajo. Y voy a tomar una ahora mismo. Si sigue con vida, el coronel Hagerty tendrá que cuidarse él solo. No podemos pasarnos la próxima hora buscándolo por toda la instalación. Hay algo más grande en juego. Más importante. Tenemos que traer de regreso a ese niño.

Descendieron en el minielevador al segundo hangar subterráneo, en el nivel 2, y (acompañados por un aturdido Nicholas Tate) lo atravesaron a la carrera.

Afortunadamente, no había osos en ese hangar.

Llegaron a la escalera de incendios y la bajaron apresuradamente, guiados por la luz de la antorcha parpadeante de Schofield. Puesto que habían descendido directamente del combate en el foso, no tenían armas, ni linternas. Nada.

Llegaron a los pies de la escalera y a la puerta del nivel 6.

Schofield la abrió con cautela.

La plataforma de raíles en equis del nivel 6 estaba completamente a oscuras.

Ningún sonido. Ninguna señal de vida.

Schofield salió a la plataforma. Oscuras formas plagaban la zona: los cadáveres de los tres tiroteos distintos que habían tenido lugar allí abajo durante el transcurso de esa mañana y los restos achicharrados y retorcidos de la explosión de la granada de Elvis.

Schofield y Madre fueron directos a los cuerpos de algunos de los miembros de la unidad Bravo. Cogieron un subfusil P-90 y varias pistolas SIG-Sauer. Schofield hasta encontró un botiquín de primeros auxilios en uno de los hombres que contenía cuatro agujas hipodérmicas con envoltorio de plástico.

Perfecto.

Le pasó una SIG al presidente, no así al inestable Tate.

—Por aquí —dijo.

Echó a correr por la plataforma, en dirección al automotor que se hallaba en la vía norte de la estación ferroviaria subterránea y que miraba hacia el túnel abierto que conducía al Área 8.

* * *

En el hangar principal, Libro II estaba sacando a Juliet Janson del foso de tres metros de profundidad que conformaban el hueco y la plataforma elevadora de aviones. Llevaba la máscara antigás de su uniforme del séptimo escuadrón.

Una leve bruma residual pendía en el aire, la nube persistente del sinovirus.

Juliet salió del foso y, con un grito, los vio: Seth Grimshaw y el gigante Goliath, desapareciendo en el interior del ascensor de personal. Y Grimshaw seguía con el balón.

—¡Por allí! —señaló—. Van hacia la salida del hueco del ascensor. Ese tipo de la Fuerza Aérea, Harper, le dio a Grimshaw el código de salida.

—¿Sabe el código? —preguntó Libro II.

—Sí. —Juliet se puso de pie—. Yo estaba allí cuando Harper lo dijo. Vamos.

Libby Gant estaba sola.

Se encontraba en una sala oscura del edificio de control en la cara este del hangar, a los pies de unas escaleras, desarmada pero completamente alerta.

En el hangar exterior, el sinovirus estaba suelto, y ella no tenía máscara antigás.

Vale
, pensó,
en una instalación como esta seguro que tiene que haber…

Los encontró en un armario que había debajo de las escaleras: trajes de protección química y biológica. Enormes Chemturion amarillos, con cascos de plástico extragrandes, monos amarillos que se asemejaban a globos y un sistema de aire autocontenido.

En el mismo armario, Gant también encontró una linterna Maglite. Muy útil y práctica.

Se metió en uno de los trajes Chemturion tan rápido como pudo, cerró la cremallera y activó el suministro de aire autocontenido. El traje comenzó a inflarse al instante y empezó a oír su propia respiración a lo Darth Vader.

Ya a salvo del sinovirus, en esos momentos había algo más que quería hacer.

Recordaba cuál era su plan inicial: encontrar el puesto de control de César Russell, hacerse con la unidad de activación/desactivación que este había usado para activar el transmisor del corazón del presidente y a continuación usar la caja negra que había cogido del AWACS para imitar la señal de radio del presidente.

La caja negra.

Hasta donde sabía, seguía en el suelo del hangar principal, en el punto donde la había lanzado de una patada desde el minielevador.

Decidió buscar primero la unidad de activación y desactivación en el puesto de control. Luego iría en busca de la caja negra.

Guiada por la luz de su recién encontrada linterna, subió por las escaleras y llegó a la puerta de la sala de control.

La puerta estaba entreabierta.

Gant la abrió lentamente. La habitación era un caos.

Parecía como si allí se hubiese librado una guerra.

Las paredes de pladur estaban cosidas a balas. Las ventanas inclinadas desde las que se divisaba todo el hangar estaban resquebrajadas o hechas añicos. Varias consolas tenían los monitores reventados. Otras permanecían apagadas, debido a la falta de suministro eléctrico.

Ataviada con su Chemturion amarillo, Gant entró en la habitación y pasó por encima de un par de soldados del séptimo escuadrón muertos que yacían cosidos a disparos en el suelo. Sus armas habían desaparecido (presumiblemente robadas por los presos que habían irrumpido allí instantes antes).

A través del casco de plástico, Gant recorrió con la mirada la sala de control, buscando…

Sí.

Estaba encima de uno de los monitores y era tal como el presidente la había descrito: una unidad pequeña y portátil de color rojo con una antena negra corta en la parte superior.

La unidad de activación y desactivación.

Gant la cogió y la observó. Parecía un móvil en miniatura.

Tenía dos interruptores en la parte delantera. Debajo de cada interruptor había un trozo de cinta adhesiva con un 1 y un 2 escritos a mano.

Gant frunció el ceño.
¿Por qué necesitaría César…?

Apartó ese pensamiento de su mente y se metió la unidad en el bolsillo del pecho de su traje de protección química y biológica.

Mientras lo hacía, contempló el hangar exterior para ver si podía divisar la caja negra junto al foso.

El ancho suelo del hangar se extendía desde ella, cubierto por la sobrenatural bruma del sinovirus.

Salvo por las llamas parpadeantes de las antorchas desperdigadas, nada se movía.

El área estaba llena de objetos de formas irregulares: cuerpos desplomados, el
Marine One
, una cucaracha estrellada, un maltrecho helicóptero, incluso los restos de la barricada de cajas y maletines de la unidad Bravo.

La linterna de Gant tenía un potente haz de luz y, entre algunos cadáveres y restos cerca del foso, pudo discernir la forma naranja de la caja negra del AWACS.

Excelente…

Gant se disponía a marchase cuando vio un leve destello de luz azul pálida.

Se quedó quieta. Al parecer, no todos los monitores de la sala de control habían sido disparados o habían perdido el suministro eléctrico.

Oculta tras un trozo de escayola de la pared, una pantalla seguía encendida. Gant frunció el ceño.

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