Área 7 (36 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

BOOK: Área 7
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Llegaron al final de la escalera y vieron un túnel del ancho de un hombre que se extendía desde allí y que descendía gradualmente en pendiente. Tampoco había luz.

Echaron a correr por él.

Schofield habló por el micro de muñeca del servicio secreto mientras corría.

—¡Zorro! ¡Zorro! ¿Me recibes? Estamos de vuelta. ¡Estamos dentro del complejo!

Su auricular solo le devolvió interferencias.

Ninguna respuesta.

Quizá las radios del servicio secreto no habían sido diseñadas para resistir inmersiones profundas en el agua.

9.54.

Tras recorrer varios cientos de metros por aquel pasadizo tan estrecho, salieron a la puerta del conducto de salida de emergencia del nivel 6. Estaban en la vía norte de la estación de raíles en equis.

La estación subterránea estaba a oscuras.

Completamente a oscuras.

Resultaba aterrador.

Gracias al haz de luz de su linterna, Schofield pudo distinguir una veintena de cadáveres, además de un amasijo de hierros en medio de la plataforma central: el lugar donde había estallado la granada de Elvis.

—Las escaleras —dijo mientras apuntaba con la luz a la puerta que daba a la escalera de incendios a su izquierda. Subieron a la plataforma y corrieron a la puerta.

—¡Zorro! ¡Zorro! ¿Me recibes?

Chirridos. Interferencias.

Llegaron a la puerta del hueco de la escalera. Schofield la abrió bruscamente…

Al instante oyó las pisadas de más de una docena de pares de botas de combate bajando las escaleras… y haciéndose cada vez más audibles.

—Rápido, por aquí —dijo mientras se arrojaba a las vías del lado sur de la plataforma para ponerse a cubierto bajo los puntales del vehículo de mantenimiento allí estacionado.

Schofield apagó la linterna cuando Libro II aterrizó en las vías junto a él, un segundo antes de que la puerta del hueco de la escalera se abriera de un golpazo y Cobra Carney y los hombres de la unidad Eco salieran por ella. Una bandada de luces comenzó a moverse con rapidez por entre la oscuridad.

Schofield vio al instante a Kevin entre ellos, rodeado por cuatro hombres de origen asiático.

—¿Qué es esto? —susurró Libro II.

Schofield contempló a los cuatro hombres que flanqueaban a Kevin.

Eran los cuatro hombres que había visto en la cámara de descompresión, los que habían sacado el sinovirus de China.

Comenzó a pensar con rapidez.

¿Qué estaba ocurriendo?

Acababan de llevar a Kevin de regreso al Área 7 a bordo de los Penetrator. Y, sin embargo, lo estaban trasladando de nuevo. ¿Había ordenado César a su equipo de soldados que lo llevaran a otro lugar más seguro?

Y aun así, ¿qué podía importarle Kevin a César Russell? ¿No iba tras el presidente?

Cobra y sus hombres accedieron a las vías al otro lado de la plataforma, avanzando con determinación.

Fue entonces cuando, gracias a las linternas de la unidad Eco, Schofield vio que las puertas blindadas que sellaban el túnel al otro lado de la plataforma estaban abiertas. Eran las puertas que sellaban el túnel que conducía al Área 8.

Cobra y sus hombres, con Kevin y los cuatro asiáticos entre ellos, desaparecieron en el interior del túnel este, volviendo la vista atrás conforme avanzaban.

Volviendo la vista atrás…
, pensó Schofield.

Y cuando vio a Cobra Carney mirar una última vez por encima de su hombro antes de acceder al túnel, Schofield lo supo.

Esos hombres estaban robándole el niño a César.

En el hangar a oscuras del nivel 2, Gant miraba con nerviosismo su reloj.

9.55.

Cinco minutos para que el presidente tuviera que colocar la palma de su mano en el analizador del balón nuclear.

Y todavía sin noticias de Espantapájaros.

Mierda.

Si no regresaba pronto, el show habría terminado.

Gant y Madre (con Juliet, el presidente, Hagerty y Tate) habían dejado el avión AWACS del nivel 2 y, con la ayuda de las linternas de sus cañones, habían avanzado por el hangar subterráneo en dirección al hueco del elevador de aviones.

Gant, que seguía portando consigo la caja negra que había hurtado del vientre del AWACS, se dirigía al puesto de control de César Russel para continuar con su plan.

Pero si Schofield no regresaba con el balón nuclear pronto, cualquier plan que pudiera tener se quedaría en la teoría.

En el complejo reinaba un extraño silencio.

Silencio que, combinado con la oscuridad total que cubría en esos momentos la instalación subterránea, hacía que la atmósfera allí resultara un tanto inquietante.

Durante un instante, a Gant le pareció oír chisporroteos en su auricular:

—¿… orr… e recibes?

Juliet también lo oyó.

—¿Ha oído eso?

Y entonces, con tal inmediatez que todos dieron un brinco, comenzaron a resonar disparos por el hueco del elevador.

Lo que siguió a esos disparos, sin embargo, fue infinitamente más aterrador.

Carcajadas.

Carcajadas dementes que flotaban en el aire, cortándolo cual guadaña.

—¡Uajajajajaja! ¡Hooooooooola a todos! ¡Vamos a por vosotros!

A lo que le siguió el aullido de un hombre:

—¡Auuuuuuuuuuuuuuu!

Incluso Madre tragó saliva.

—Los presos…

—Deben de haber encontrado la armería del nivel 5 —dijo Juliet.

De repente, un fuerte sonido mecánico repiqueteó por el hueco del elevador.

Gant se asomó.

La plataforma elevadora de aviones se encontraba en el nivel 5, con los restos del AWACS destrozado a medio sumergir en el agua.

En distintos puntos de la plataforma elevadora, Gant vio antorchas, unas veinte, moviéndose, parpadeando en la oscuridad. Antorchas sostenidas en alto por hombres.

Los reclusos que habían escapado.

—¿Cuántos ve? —preguntó Juliet.

—No lo sé —dijo Gant—. Treinta y cinco, cuarenta. Por qué, ¿cuántos hay?

—Cuarenta y dos.

—Oh, perfecto.

Entonces, de repente, con un sonoro crujido, la plataforma elevadora ascendió por encima del agua de la base.

—Creía que la electricidad… —comenzó Madre.

Juliet negó con la cabeza.

—Dispone de un sistema de propulsión hidráulico independiente para poder usarla en caso de un apagón.

La plataforma comenzó a ascender por el hueco a velocidad constante, a través de la oscuridad.

—Rápido. Apártense del borde. —Gant empujó al presidente tras la rampa de carga de uno de los AWACS cercanos. Madre y Juliet apagaron las linternas de sus armas.

La plataforma pasó por la entrada abierta del nivel 2 y prosiguió con su lento ascenso. Conforme ascendía, Gant los observó desde la rampa de carga del AWACS.

Parecía una escena sacada de una película de terror.

Los reclusos habían subido a la plataforma ascendente y sostenían las antorchas por encima de sus cabezas. En las manos que tenían libres portaban pistolas y armas y gritaban como animales, gritos que chirriaban en el silencio del complejo como uñas en una pizarra.

Los presos del nivel 5.

La mitad de ellos llevaba los torsos desnudos, que brillaban a la luz de sus antorchas. Otros llevaban pañuelos de colores en su cabeza y bíceps.

Todos ellos, sin embargo, tenían los pantalones empapados por el agua que anegaba el nivel 5.

El elevador prosiguió con su ascenso hasta desaparecer del campo de visión de Gant. Gant salió de su escondite para ver que la parte inferior de la plataforma subía y subía hasta llegar al hangar principal con gran estruendo.

César Russell cruzó a grandes zancadas la sala de control.

Acababa de ver que la plataforma elevadora de aviones (con un cargamento de aullantes reos armados) subía al hangar. Tan pronto como la plataforma se había detenido, los presos habían salido corriendo, dispersándose en todas direcciones.

—Cojan todo el material portátil —dijo con voz fría César—. Díganle a la unidad Charlie que espere en la puerta superior y que se prepare para la evacuación al segundo puesto de control. Nosotros iremos hasta allí. ¿Dónde está Eco?

—No logramos contactar con ellos, señor —respondió uno de los operadores.

—No importa. Contactaremos con ellos después. Pongámonos en marcha.

Todos comenzaron a moverse. Logan y los tres hombres que quedaban de su unidad Alfa. Boa McConnell y los cuatro miembros de su unidad Bravo.

César se valió de un teclado numérico para abrir una puerta sellada situada en la pared norte de la sala de control. La puerta se abrió.

Tras ella se extendía un estrecho pasadizo de hormigón que se inclinaba levemente a la izquierda, donde conectaría en última instancia con el túnel de la puerta superior.

Los tres hombres de la unidad Alfa encabezaron la marcha. Echaron a correr por el túnel con las armas en ristre. César fue después, seguido de Logan.

El coronel Jerome Harper era el siguiente, pero no llegó a tener la posibilidad porque justo cuando Logan desapareció en el interior del pasadizo, la puerta de la sala de control se abrió y de ella surgieron cinco presos armados.

¡Bum!

Una consola entera quedó reducida a pedazos.

En el túnel de huida, Logan se volvió y vio a los intrusos y supo entonces que los demás no iban a lograr acceder al túnel de la puerta superior. Así que miró a Harper y cerró la puerta tras de sí, sellando el pasadizo, atrapando a Harper y a los hombres de la Fuerza Aérea restantes en el interior de la sala de control.

Once hombres en total quedaron atrás: Harper, Boa McConnell, los cuatro hombres de la unidad Bravo, los cuatro operadores de radiocomunicaciones y el desconocido que había estado observando los acontecimientos de la mañana desde las sombras.

Todos fueron abandonados en la sala de control a merced de los presos.

* * *

En la estación de raíles en equis del nivel 6, Schofield y Libro II salieron de su escondite tras el vehículo de mantenimiento, subieron a la plataforma y corrieron hacia la puerta que daba a la escalera de incendios.

9.56

Schofield abrió de un golpe la puerta y al instante oyó disparos resonando por todo el hueco de la escalera, seguidos de gritos y aullidos.

Cerró la puerta rápidamente.

—Bueno, es oficial —dijo—. Estamos en el infierno.

—Cuatro minutos para encontrar al presidente —dijo Libro II.

—Lo sé, lo sé. —Schofield miró a su alrededor—. Pero para hacerlo tenemos que lograr subir por el complejo de algún modo.

Contempló en la oscuridad la estación subterránea.

—Rápido, por aquí. —Echó a correr hacia la plataforma.

—¿Qué? —Libro II echó a correr tras él.

—Hay otra manera de ascender por el complejo. Esos tipos del séptimo escuadrón lo usaron antes. ¡El conducto de ventilación al otro extremo de la plataforma!

9.57.

Los dos llegaron al conducto de ventilación.

Schofield probó con su micro una vez más, confiando en que no se hubiera estropeado durante su inmersión en el lago Powell.

—¡Zorro! ¡Zorro! ¿Me recibes?

Ruidos. Interferencias. Nada.

Libro y él treparon al conducto de ventilación y lo recorrieron apresuradamente. Sus botas resonaban a cada paso.

Llegaron a la base del conducto: un hueco vertical de ciento veinte metros de alto.

—Uau —dijo Libro II mientras lo contemplaba. Desaparecía en una oscuridad infinita.

9.58.

Schofield dijo:

—Rápido, sigamos subiendo. Nos valdremos de los túneles cruzados para acceder al hueco del elevador de aviones y atajaremos por la plataforma para ver si podemos encontrarlos.

Schofield disparó su Maghook al oscuro conducto de ventilación, postergando la activación del imán. El gancho y el cable salieron disparados en dirección ascendente antes de que Schofield activara la carga magnética y el gancho se detuviera en medio del aire, arrastrado por su poderoso imán hacia una de las paredes verticales del conducto.

9.58.20.

Schofield fue primero. Subió con el cable del Maghook por el conducto como un bólido. Libro II subió después.

9.58.40.

Corrieron al primer conducto cruzado horizontal y lo atravesaron. Schofield llevaba el balón nuclear en la mano.

9.58.50.

Llegaron al enorme hueco del elevador de aviones. Se abría como un abismo ante ellos, envuelto en oscuridad. La única luz era una llama naranja en la parte superior del hueco que parpadeaba por entre la diminuta apertura cuadrada que por lo general contenía el minielevador. La plataforma principal se encontraba en el nivel del suelo, arriba, en el hangar principal.

Schofield y Libro II estaban en la entrada del conducto cruzado. Se hallaban en el nivel 3.

Schofield se llevó el micro a los labios.

—¡Zorro! ¡Zorro! ¿Dónde estás?

—¡Hola! —resonó una familiar voz femenina por el hueco del elevador.

Schofield alzó la vista y apuntó con la linterna de su arma.

Y vio un diminuto punto blanco, el haz de luz de otra linterna montada en el cañón de un arma, parpadeando a modo de respuesta desde el otro lado del hueco pero un nivel por encima, desde la entrada del hangar del nivel 2.

Y, por encima de la luz, Schofield pudo ver el rostro angustiado de Libby Gant.

9.59.00.

—¡Zorro!

—¡Espantapájaros!

Esa vez sí recibió con claridad la voz de Gant por el auricular. El agua solo debía de haber afectado a su alcance.

—¡Maldita sea! —dijo Schofield—. ¡Creí que la plataforma estaría aquí!

—Los reclusos la han subido al hangar principal —dijo Gant.

9.59.05.

9.59.06.

—Espantapájaros, ¿qué podemos hacer? Solo queda un minuto…

Schofield estaba pensando lo mismo.

Sesenta segundos.

No les daría tiempo a bajar a la base del hueco, cruzarla a nado y subir de nuevo. Y tampoco les daría tiempo a pasar al otro lado por las canaletas de las paredes. Y tampoco podían lanzar el Maghook. Había demasiada distancia.

Mierda
, pensó.

Mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda, mierda.

—¿Qué hay del puente Harbour? —dijo la voz de Madre por el auricular de Schofield.

El puente Harbour era uno de los trucos más legendarios del Maghook. Dos personas disparaban dos Maghook de cargas opuestas de manera tal que los dos ganchos se encontraban en mitad del aire y se unían. Se llamaba así por el puente Harbour, el famoso puente australiano que había sido construido desde ambos lados del puerto de Sídney; dos arcos separados que se habían unido en el último momento. Schofield había visto a algunos marines intentar hacerlo. Ninguno lo había logrado.

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