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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, Policíaco

Área 7 (16 page)

BOOK: Área 7
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Por lo demás, el laboratorio estaba vacío.

¡Blam!

Disparo.

¡Blam!

Otro.

Era Gant, que se estaba encargando de un par de cámaras de seguridad.

Schofield siguió escudriñando la sala.

Lo más característico del laboratorio era una fila de ventanas de vidrio inclinadas que se hallaban al otro lado de la entrada.

Subió hasta las ventanas de observación, miró desde ellas…

Y se encontró una sala enorme y ancha, de techos altos, en cuyo centro se hallaba un cubo de vidrio de considerable tamaño.

El cubo era una unidad independiente. Ocupaba el centro de la habitación, si bien sin tocar ni el techo ni las paredes.

La pared que daba al lado más alejado del cubo, una pared que dividía el nivel en dos, tampoco llegaba al techo. Quedaba a unos dos metros de este, reemplazada por vidrio de gran grosor. A través de ese vidrio, Schofield vio una serie de pasarelas cruzadas que pendían sobre lo que quiera que se hallara al otro lado de la planta.

Pero fue el cubo lo que llamó inmediatamente su atención.

Tenía el tamaño de una buena sala de estar. Era fácil llegar a esa conclusión, puesto que el cubo estaba provisto del mobiliario habitual de una casa: un sofá, una mesa, sillas, una tele con la Playstation 2 y, lo más extraño de todo, una cama con un edredón de Jar Jar Binks.

Había algunos juguetes desperdigados por el suelo del cubo. Coches en miniatura. Una nave espacial amarilla del Episodio I de
La guerra de las galaxias
. Algunos libros ilustrados.

Schofield negó con la cabeza.

Parecía la habitación de un niño.

En ese preciso momento, el inquilino del cubo salió de un rincón discretamente cubierto por una cortina: el baño.

Schofield se quedó estupefacto.

—¿Qué demonios está pasando aquí? —murmuró.

Había unas escaleras en el lado norte del laboratorio elevado que conducían hasta el cubo.

Una vez llegó a los pies de las escaleras, Schofield avanzó junto a la pared divisoria que sellaba esa parte de la zona este del nivel 4. Gant iba con él. Madre y Lumbreras se quedaron arriba, en el laboratorio de observación.

Schofield y Gant se detuvieron delante del cubo y miraron a través de él.

El inquilino del cubo los vio acercarse y se acercó hacia una de las paredes de la estructura hermética y sellada.

El inquilino llegó hasta la barrera de vidrio transparente, justo delante de Schofield, y ladeó la cabeza a un lado.

—Hola, señor —dijo el niño.

* * *

—Señor, no dispongo de imágenes del laboratorio del nivel 4. Han empezado a disparar a las cámaras de vigilancia…

—Me sorprende que hayan tardado tanto —dijo César Russell—. ¿Dónde está el presidente?

—En el nivel 5. Se dirige al nivel 4 por la rampa.

—¿Y nuestra gente?

—La unidad Alfa está en posición, esperando en la zona de descompresión del nivel 4. La unidad Delta se ha detenido en la zona de confinamiento de animales del nivel 5.

César sonrió.

Aunque Delta se había detenido momentáneamente, el razonamiento tras esa acción era de lo más coherente. La unidad Delta estaba obligando al presidente a subir… donde Alfa lo aguardaba…

—Dígales a Delta que atraviesen esa entrada y suban por la rampa para evitar que el presidente pueda replegarse.

No podía tener más de seis años de edad.

Y con su pelo marrón cortado a tazón que casi le cubría los ojos, su camiseta de Disneylandia y sus zapatillas Converse, era como cualquier otro crío estadounidense.

Solo que ese crío vivía en el interior de un cubo de vidrio, en las entrañas de una base secreta de la Fuerza Aérea de Estados Unidos.

—Hola —dijo Schofield con cautela.

—¿Por qué estás asustado? —preguntó el niño de repente.

—¿Asustado?

—Sí. Estás asustado. ¿De qué tienes miedo?

—¿Cómo sabes que estoy asustado?

—Lo sé, sin más —dijo el niño de una manera un tanto críptica. Hablaba con una voz tan serena y calma que a Schofield le dio la sensación de que estaba soñando—. ¿Cómo te llamas? —le preguntó el niño.

—Shane. Pero la mayoría de la gente me llama Espantapájaros.

—¿Espantapájaros? Es un nombre gracioso.

—¿Y tú? —preguntó Schofield—. ¿Cuál es tu nombre?

—Kevin.

—¿Y tu apellido?

—¿Qué es un apellido? —preguntó el niño.

Schofield paró de hablar.

—¿De dónde eres, Kevin?

El crío se encogió de hombros.

—De aquí, supongo. Nunca he estado en ninguna otra parte. Oye, ¿quieres saber una cosa?

—Claro.

—¿Sabías que, además de estar muy ricos, los Twinkies proporcionan la mitad de la cantidad diaria de azúcar recomendada para los niños?

—Eh, esto… no, no lo sabía —dijo Schofield.

—¿Y que los reptiles son tan sensibles a las variaciones en el campo magnético de la tierra que algunos científicos dicen que pueden predecir los terremotos? Oh, y nadie da mejor las noticias que la NBC —dijo con total seriedad.

—¿De veras? —Schofield y Gant se miraron.

Y entonces, un sonido mecánico resonó al otro lado de la pared divisoria.

Schofield y Gant se volvieron y, a través de la sección de vidrio de la parte superior de la pared, vieron que las luces al otro lado del nivel 4 se apagaban de repente.

El presidente de Estados Unidos avanzaba con cautela por la rampa que unía el nivel 5 con el 4, rodeado por tres agentes del servicio secreto, cuatro marines y un científico con aspecto de ratón de biblioteca.

En el extremo superior de la rampa había una reja retráctil, como una especie de puerta de garaje, solo que en horizontal.

Juliet Janson le dio a un interruptor de la pared y la puerta horizontal comenzó a abrirse, revelando una oscuridad que no hacía presagiar nada bueno.

—La puerta de la rampa se está abriendo… —susurró por su micro uno de los diez soldados del séptimo escuadrón apostados en el área de descompresión del nivel 4.

Los otros nueve miembros de la unidad Alfa estaban dispuestos alrededor de la sección este del nivel, ocultos en distintos lugares y con sus armas apuntando a la rampa, en el centro de la sala. Con sus máscaras antigás y sus gafas de visión nocturna parecían un grupo de insectos esperando a sus presas.

La puerta horizontal corrediza comenzó a abrirse lentamente y un haz de luz se filtró en la habitación, completamente a oscuras. La única otra luz de aquella zona provenía del vidrio de la sección superior de la pared que dividía en dos el nivel.

—No actuaremos hasta que todos salgan de la rampa —dijo Kurt Logan desde su posición—. Que nadie quede con vida.

Los dos agentes del servicio secreto Curtís y Ramondo salieron primero a la penumbra casi total del nivel 4, armados con sus Uzi. Calvin Reeves y Elvis salieron después.

El presidente fue el siguiente, con Juliet Janson a su lado. Llevaba una SIG- Sauer P-228 que le había dado Juliet, solo por si acaso.

Tras ellos salió el científico, Herbert Franklin y, cerrando la marcha, Libro II y Sex Machine, los dos con escopetas de corredera.

Tan pronto como accedieron a aquella oscuridad casi total, a Libro II no le gustó un pelo.

Varias estructuras se cernían amenazantes sobre ellos. A su derecha, en el lado sur de la enorme habitación, había una cámara hexagonal. A su izquierda, envueltas en la penumbra, vio ocho cámaras del tamaño de cabinas telefónicas. Con la tenue luz que se filtraba a través del otro lado de la planta, solo pudo discernir una serie de pasarelas cerca del techo, a unos seis metros del suelo.

Tan pronto como Libro II se apartó de la entrada dispuesta en el suelo, la puerta horizontal volvió a su posición inicial, sellando la salida.

Calvin había accionado el interruptor, cerrándola.

Libro II tragó saliva. Habría preferido dejar esa puerta abierta.

Encendió una linterna de policía que había cogido de la antesala del nivel 5. La colocó bajo el cañón de su escopeta e iluminó a su alrededor.

Calvin Reeves asumió el mando estratégico.

—Ustedes dos —le susurró a Curtís y a Ramondo—, miren tras esas cabinas de teléfono y después vayan a la puerta de la escalera. Haynes, Lewicky y Riley —dijo, usando los apellidos de Elvis, Sex Machine y Libro II—, al área tras esa cámara de descompresión y después aseguren la otra puerta. —Señaló la pared divisoria—. Janson, usted y yo nos quedaremos con el presidente.

Curtís y Ramondo desaparecieron por entre las cámaras de pruebas y, momentos después, reaparecieron en el extremo que daba al hueco de la escalera.

—No hay nadie allí —dijo Ramondo.

Libro II, Elvis y Sex Machine accedieron a la oscuridad tras la cámara de descompresión. Un estrecho y vacío pasillo los recibió. Nada.

—Despejado —dijo Libro II mientras los tres marines salían de detrás de la cámara hexagonal de considerables dimensiones. Se dirigieron a la puerta de la pared divisoria.

Reeves estaba siguiendo las tácticas estándar en los combates cuerpo a cuerpo: si no hay rastro de tu enemigo, asegura todas las salidas y consolida tu posición.

Fue su mayor error.

No solo porque limitaba sus opciones para replegarse, sino porque era exactamente lo que Kurt Logan (que ya se encontraba en el interior de la habitación) esperaba que hiciera.

Mientras Elvis y Sex Machine se dirigían a la pared divisoria, Libro II apuntó con la linterna a la cámara de descompresión, de más de nueve metros de largo. Era enorme.

Al final de la cámara, encontró una pequeña ventana de observación y la apuntó con la luz.

Metió un brinco.

Un rostro asiático lo estaba mirando; el rostro de un hombre, pegado al cristal.

El hombre asiático sonreía divertido.

Y entonces señaló hacia arriba, hacia el techo de la cámara de descompresión.

Libro II siguió con la linterna el dedo del hombre y miró hacia la parte superior de la cámara de descompresión…

¡Y se topó con el rostro de un soldado del séptimo escuadrón provisto de unas gafas de visión nocturna y una máscara antigás!

La linterna fue lo único que salvó la vida a Libro II.

Fundamentalmente porque cegó al hombre que se ocultaba en la parte superior de la cámara de descompresión, si bien solo por un instante. El hombre apartó la cara de la luz, pues sus gafas de visión nocturna aumentaban ciento cincuenta veces el haz.

Libro II no necesitó más.

Disparó, haciendo pedazos las gafas del soldado y abatiéndolo del techo de la cámara.

Fue una breve victoria porque, en ese preciso momento, los disparos se sucedieron desde todas partes cuando una legión de oscuras figuras salió de sus posiciones en la parte superior de la cámara de descompresión y en el interior de las cámaras de pruebas, disparando sin piedad al desventurado grupo de Libro II, en el centro de la habitación.

Cerca de la puerta que daba a las escaleras, Curtís y Ramondo recibieron una ráfaga de disparos desde ambos flancos. Murieron allí mismo, con el cuerpo cosido a balazos.

Juliet Janson cogió al presidente y lo arrojó al suelo, a los pies de la cámara de descompresión, en el mismo instante en que una serie de disparos les pasó rozando la cabeza.

Calvin Reeves no tuvo tanta suerte.

El fuego cruzado le alcanzó en la nuca y su cuerpo se sacudió para a continuación caer de rodillas con expresión consternada (como si, a pesar de haber hecho todo bien, hubiese perdido de todas maneras). A continuación, su cabeza se golpeó con fuerza contra el suelo, cerca del lugar donde Herbert Franklin yacía cubriéndose la suya con las manos.

Las balas crepitaban por el aire.

Juliet tiró del presidente hasta ponerlo en pie, disparando con su mano libre, y lo arrastró tras unos bancos situados cerca de la pared divisoria cuando de repente vio a un soldado del séptimo escuadrón erguirse desde el techo de la cámara de descompresión y apuntar a la cabeza del presidente.

Juliet lo apuntó con su pistola. Demasiado tarde…

¡Blam!

La cabeza del soldado estalló y su cuello se combó hacia atrás. El cuerpo ya sin vida del soldado cayó de la cámara de descompresión.

Juliet se volvió para ver quién había disparado, pero no vio a nadie.

Libro II, Elvis y Sex Machine se lanzaron a la vez tras el banco del laboratorio en el mismo momento en que en la parte superior de este impactaba una ráfaga de disparos. Comenzaron a disparar, apuntando a los tres soldados de la Fuerza Aérea que se ocultaban entre las cámaras de pruebas.

Pero pronto quedó claro que el arsenal provisional de los marines poco iba a poder hacer contra los subfusiles automáticos P-90 de los soldados del séptimo escuadrón. Las estanterías dispuestas a su alrededor estallaban y se astillaban bajo el peso del fuego enemigo.

Elvis se agachó.

—¡Mierda! —gritó—. ¡Estamos bien jodidos!

—¿En serio? —gritó Libro II. Levantó su escopeta de corredera y se dispuso a disparar, pero cuando se asomó por encima del banco y disparó un par de veces, ocurrió algo de lo más extraño: vio que los tres soldados del séptimo escuadrón caían, abatidos por detrás.

Los disparos cesaron y Libro II se encontró contemplando un campo de batalla vacío.

—Pero ¿qué…?

Desde su posición cercana a la puerta de las escaleras, el líder de la unidad Alfa, Kurt Logan, vio lo que estaba ocurriendo.

—¡Joder! ¡Hay alguien más ahí! —gritó enfadado por su micro—. ¡Que alguien se encargue de él!

De repente, el soldado contiguo a Logan recibió un disparo en la cabeza y le estalló medio cráneo. Su sangre y sesos se esparcieron por todas partes.

—¡Joder! —Logan había previsto perder a unos dos soldados en la contienda, pero en esos momentos ya había perdido a seis—. ¡Unidad Alfa! ¡Retirada! ¡Todos al hueco de la escalera ahora! ¡Evacuación de emergencia!

Abrió la puerta justo cuando una serie de balas impactaron en la pared y a punto estuvieron de dejarlo sin cabeza. El resto de hombres de la unidad corrieron a la puerta para ponerse a cubierto en el hueco de la escalera este, pero no sin antes disparar brutalmente a los cuerpos de sus compañeros caídos, acribillando los cadáveres y el suelo de balas.

El propio Logan disparó sin piedad al cuerpo de un soldado del séptimo escuadrón que yacía muerto en el suelo junto a él. Cuando hubo terminado, desapareció tras la puerta junto con los demás y de repente se hizo el silencio.

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