»La idea de matar a puñaladas es, a primera vista, curiosa, pero si se reflexiona, nada se acomodaba a las circunstancias tan bien. Una daga era un arma que podía ser utilizada por cualquiera, débil o fuerte, y que no hacía ruido. Me imagino, aunque quizá me equivoque, que cada persona entró por turno en el compartimento de míster Ratchett, que se hallaba a oscuras, a través del de mistress Hubbard, ¡y descargó su golpe! De este modo ninguna persona sabrá jamás quién le mató verdaderamente.
»La carta final, que Ratchett encontró probablemente sobre su almohada, fue cuidadosamente quemada. Sin ningún indicio que insinuase el caso Armstrong, no había absolutamente razón alguna para sospechar de ninguno de los viajeros del tren. Se atribuía el crimen a un extraño, y el «hombre bajo y moreno de voz afeminada» habría sido realmente visto por uno o más de los viajeros que abandonarían el tren en Brod.
»No sé exactamente lo que sucedió cuando los conspiradores descubrieron que parte de su plan era imposible, debido al accidente de la nieve. Hubo, me imagino, una apresurada consulta y en ella se decidió seguir adelante. Era cierto que ahora todos y cada uno de los viajeros podrían resultar sospechosos, pero esa posibilidad ya había sido prevista y remediada. Lo único que había que hacer era procurar aumentar la confusión. Para ello se dejaron caer en el compartimento del muerto dos pistas: una que acusaba al coronel Arbuthnot (que tenía la coartada más firme y cuya relación con la familia Armstrong era probablemente la más difícil de probar), y otro, el pañuelo que acusaba a la princesa Dragomiroff, quien, en virtud de su posición social, su particular debilidad física y su coartada, atestiguada por la doncella y el encargado, se encontraba prácticamente en una situación inexpugnable. Y para embrollar más el asunto se puso un nuevo obstáculo: la mítica mujer del quimono escarlata. Yo mismo tenía que ser testigo de la existencia de esa mujer. Alguien descargó un fuerte golpe en mi puerta. Me levanté y asomé al pasillo… y vi que el quimono escarlata desaparecía a lo lejos. Una acertada selección de personas… el encargado, miss Debenham y MacQueen…, también la habían visto. Alguien colocó después el quimono en mi maleta mientras yo realizaba mis interrogatorios en el coche comedor. No sé de dónde pudo venir la prenda. Sospecho que era propiedad de la condesa Andrenyi, puesto que su equipaje contenía solamente una bata muy vaporosa, más apropiada para tomar el té que para mostrarse en público.
»Cuando MacQueen se enteró de que la carta por él tan cuidadosamente quemada había escapado en parte a la destrucción, y que la palabra Armstrong era una de las que habían quedado, debió comunicárselo inmediatamente a los otros. Fue en este momento cuando la situación de la condesa Andrenyi se hizo crítica, y su marido se dispuso inmediatamente a alterar el pasaporte. ¡Pero tuvieron mala suerte por segunda vez!
»Todos y cada uno se pusieron de acuerdo para negar toda relación con la familia Armstrong. Sabían que yo no tenía medios inmediatos para descubrir la verdad, y no creían que profundizara en el asunto, a menos que se despertasen mis sospechas sobre determinada persona.
»Hay ahora otro punto más que considerar. Admitiendo que mi hipótesis del crimen es la correcta, y yo entiendo que
tiene
que serlo… el mismo encargado del coche cama tenía que adherirse al complot. Pero si es así, tenemos trece personas, no doce. En lugar de la acostumbrada fórmula: «de tantas personas una es culpable», me vi enfrentado con el problema de que, entre trece personas, una y sólo una era inocente. ¿Quién?
»Llegué a una extraña conclusión: La de que la persona que no había tomado parte en el crimen era la que con mayor probabilidad lo hubiera cometido. Me refiero a la condesa Andrenyi. Me impresionó la ansiedad de su esposo cuando me juró solemnemente por su honor que su esposa no abandonó su cabina aquella noche. Decidí entonces que el conde Andrenyi había ocupado, por decirlo así, el puesto de su mujer.
»Admitido esto, Pierre Michel era definitivamente uno de los doce. ¿Pero cómo explicar su complicidad? Era un hombre honrado, que llevaba muchos años al servicio de la Compañía…, no uno de esos hombres que pueden ser sobornados para ayudar a la comisión de un delito. Luego Pierre Michel tenía que estar también relacionado con el caso Armstrong. Pero eso parecía muy improbable. Entonces recordé que la niñera que se suicidó era francesa y, suponiendo que la desgraciada muchacha fuera hija de Pierre Michel, quedaría todo explicado, como explicaría también el lugar elegido como escenario del crimen. ¿Hay alguno más cuya participación en el drama no está clara? Al coronel Arbuthnot le supongo amigo de los Armstrong. Probablemente estuvieron juntos en la guerra. Respecto a la doncella, Hildegarde Schmidt, casi me atrevería a indicar el lugar que ocupó en la casa. Quizá sea demasiado goloso, pero olfateo a las buenas cocineras instintivamente. Le puse una trampa y cayó en ella. Le dije que sabía que era una buena cocinera. Y ella contestó: «Sí, ciertamente todas mis señoras opinaron así». Ahora bien, si una mujer está empleada como doncella, los amos rara vez tienen ocasión de saber si es o no buena cocinera.
»Vamos ahora con Hardman. Definitivamente parecía no haber estado relacionado con la casa Armstrong. Yo solamente pude imaginar que había estado enamorado de la muchacha francesa. Le hablé del encanto de las mujeres extranjeras… y una vez más obtuve la reacción que buscaba. Los ojos se le empañaron de lágrimas que él fingió atribuir al deslumbramiento producido por la nieve.
»Queda mistress Hubbard. A mi parecer, mistress Hubbard desempeñó el papel más importante del drama. Como ocupante del compartimento inmediato a Ratchett estaba más expuesta a las sospechas que ninguna otra persona. Las circunstancias no le permitían tampoco contar con una sólida coartada. Para desempeñar el papel que desempeñó, una perfectamente natural y ligeramente ridícula madre norteamericana, se necesitaba una artista. Pero había una artista relacionada con la familia Armstrong, la madre de mistress Armstrong, Linda Arden, la actriz…
Guardó silencio por unos momentos.
Y entonces, con una voz rica y armoniosa, completamente diferente de la que había utilizado durante todo el viaje, mistress Hubbard exclamó:
—¡Siempre procuré desempeñar bien mis papeles! —y prosiguió con voz tranquila y soñadora—. El tropiezo de la esponjera fue estúpido. Ello demuestra que se debe ensayar siempre concienzudamente. Si lo hubiera hecho así, me habría dado cuenta de que los cerrojos ocupaban lugar diferente en las cabinas pares que en las impares.
La actriz cambió ligeramente de posición y miró a Poirot.
—Lo sabe usted ya todo, monsieur Poirot. Es usted un hombre maravilloso. Pero ni aun así puede imaginarse lo que fue aquel espantoso día en Nueva York. Yo estaba loca de dolor… y lo mismo los criados, y hasta el coronel Arbuthnot, que se encontraba con nosotros. Era el mejor amigo de John Armstrong.
—Me salvó la vida en la guerra —dijo Arbuthnot.
—Decidimos entonces…, quizás estábamos realmente locos…, que la sentencia de muerte a la que Cassetti había escapado había que ejecutarla fuera como fuese.
»Éramos doce… o más bien once… pues el padre de Susanne se encontraba en Francia. Lo primero que se nos ocurrió fue echar a suertes para ver quién debía actuar, pero al final acordamos poner en práctica lo que hemos hecho. Fue el chófer, Antonio, quien lo sugirió. Mary coordinó después todos los detalles con Héctor MacQueen. Este siempre adoró a Sonia, mi hija, y fue él quien nos explicó exactamente cómo el dinero de Cassetti había por fin conseguido salvarle de la silla eléctrica.
»Nos llevó mucho tiempo perfeccionar nuestro plan. Teníamos primero que localizar a Ratchett. Hardman lo logró al fin. Luego tuvimos que conseguir que Masterman y Héctor consiguieran sus empleos… o al menos uno de ellos. Lo logramos también. A continuación nos pusimos en contacto con el padre de Susanne. El coronel Arbuthnot tuvo la feliz ocurrencia de que nos juramentásemos los doce. No le agradaba la idea de que apuñalásemos a Ratchett, pero se mostró muy de acuerdo en que resolvería la mayor parte de nuestras dificultades. El padre de Susanne accedió a secundar nuestros planes. Susanne era su única hija. Sabíamos por Héctor que Ratchett regresaría del Este en el
Orient Express
, y como Pierre Michel prestaba sus servicios en aquel tren, la ocasión era demasiado buena para ser desaprovechada. Además, sería un buen procedimiento para no comprometer en este delicado asunto a ningún extraño.
»El marido de mi hija conocía, naturalmente, nuestro proyecto, e insistió en acompañarla en el tren. Héctor, entretanto, se las arregló para que Ratchett eligiese para viajar el día en que Michel estuviese de servicio. Nos proponíamos ocupar todo el coche Estambul-Calais, pero desgraciadamente no pudimos conseguir una de las cabinas. Estaba reservada desde hacía tiempo para un director de la Compañía. Míster Harris, por supuesto, era un mito. Pero habría sido tan terrible tropiezo que algún extraño compartiese la cabina de Héctor. Y entonces, casualmente, en el último momento se presentó usted…
Hizo una pausa.
—Bien —continuó—; ya lo sabe usted todo, monsieur Poirot. ¿Qué va usted a hacer ahora? ¿No podría usted conseguir que toda la culpa recaiga sobre mí? Habría apuñalado voluntariamente doce veces a aquel canalla. No sólo era responsable de la muerte de mi hija y de mi nietecita, sino también de otra criatura que podía vivir feliz ahora. Y no solamente eso. Murieron otros niños antes que Daisy… podían morir muchos más en el futuro. La sociedad le había condenado; nosotros no hicimos más que ejecutar la sentencia. Pero es innecesario mencionar a mis compañeros. Son personas buenas y fieles… El pobre Michel… Mary y el coronel Arbuthnot, que se quieren tanto…
Su voz cargada de emoción, que tantas veces había hecho vibrar a los auditorios de Nueva York, se extinguió en un sollozo.
Poirot miró a su amigo.
—Usted es un director de la Compañía, monsieur Bouc. ¿Qué dice usted?
—En mi opinión, monsieur Poirot —dijo—, la primera hipótesis que nos expuso usted es la verdadera… decididamente la verdadera. Sugiero que sea ésa la solución que ofrezcamos a la policía yugoslava cuando se presente. ¿De acuerdo, doctor Constantine?
—Totalmente de acuerdo —contestó el doctor—. Y con respecto al testimonio médico… creo que el mío era algo fantástico. Lo estudiaré mejor.
—Entonces —dijo Poirot—, como ya he expuesto mi solución ante todos ustedes, tengo el honor de retirarme completamente del caso…
FIN
AGATHA CHRISTIE, escritora inglesa nacida en Torquay (Inglaterra) el 15 de septiembre de 1890, es considerada como una de las más grandes autoras de crimen y místerio de la literatura universal. Su prolífica obra todavía arrastra a una legión de seguidores, siendo una de las autoras más traducidas del mundo y cuyas novelas y relatos todavía son objeto de reediciones, representaciones y adaptaciones al cine.
Christie fue la creadora de grandes personajes dedicados al mundo del místerio, como la entrañable miss Marple o el detective belga Hércules Poirot. Hasta hoy, se calcula que se han vendido más de cuatro mil millones de copias de sus libros traducidos a más de 100 idiomas en todo el mundo. Además, su obra de teatro
La ratonera
ha permanecido en cartel más de 50 años con más de 23.000 representaciones.
Nacida en una familia de clase media, Agatha Christie fue enfermera durante la Primera Guerra Mundial. Su primera novela se publicó en 1920 y mantuvo una gran actividad mandando relatos a periódicos y revistas.
Tras un primer divorcio, Christie se casó con el arqueólogo Max Mallowan, con quien realizó varias excavaciones en Oriente Medio que luego le servirían para ambientar alguna de sus más famosas historias, al igual que su trabajo en la farmacia de un hospital, que le ayudó para perfeccionar su conocimiento de los venenos.
De entre sus novelas habría que destacar títulos como
Diez negritos
,
Asesinato en el Orient Express
,
Tres ratones ciegos
,
Muerte en el Nilo
,
El asesinato de Roger Ackroyd
o
Matar es fácil
, entre otros muchos. Las adaptaciones al cine de su obra se cuentan por decenas.
Además de estas obras, Agatha Christie también se dedicó a la novela romántica bajo el seudónimo de Mary Westmacott.
Christie recibió numerosos premios y distinciones a lo largo de su carrera, como el título de Dama del Imperio Británico o el primer Grand Master Award concedido por la Asociación de Escritores de místerio.
Agatha Christie murió en Wallingford (Inglaterra) el 12 de enero de 1976.