Read Bajo la hiedra Online

Authors: Elspeth Cooper

Tags: #Ciencia ficción, fantástico

Bajo la hiedra (51 page)

BOOK: Bajo la hiedra
6.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No tengo sueño.

Ella se irguió.

—Pues necesitas dormir, Gair. —Hablo con voz suave y amable—. Duerme y come, y en uno o dos días, cuando te sientas con fuerzas, te curaremos más. Entonces estarás bien.

—No soy un bebé, Tanith —protestó él, que cerró la boca al caer en la cuenta de que había hablado como uno.

—Lo sé. Pero tienes que ser paciente.

Ella tomó la candela de la mesilla, pero se dio la vuelta con tal brusquedad que la cera fundida le cayó en los dedos. No pareció darse cuenta de que se había quemado. Tenía en los ojos la dureza del topacio.

—¿No entiendes qué te hicieron? Savin te desordenó la mente, fue mucho peor de lo que le hizo a tu cuerpo. A tu vuelta estabas medio muerto. No sabemos cómo te las apañaste para recurrir al canto y regresar volando de Cinco Hermanas. Te estabas desangrando. Apenas con vida, apenas en tus cabales. He pasado horas dentro de tu cabeza, remendándote una y otra vez, y…

Dejó de hablar. Tenía las manos crispadas en los pliegues de la capa y los ojos cerrados con fuerza. Le temblaron los labios. Gair se la quedó mirando, espantado por el arrebato.

—Perdóname —dijo ella—. No tengo derecho a perder los nervios. Mañana nos vemos.

Dejó la candela donde estaba y salió de la habitación.

30

EXPLORACIÓN

T
anith cerró la puerta que daba a su cuarto y recostó en ella la espalda. Su padre tenía razón. Llevaba demasiado tiempo conviviendo con los humanos. Había perdido la capacidad de distanciarse, se había abandonado sin más a merced de las corrientes de la emoción, y menudas tormentas, ¡cómo soplaban!

Apretó con fuerza los labios.

«Ay, espíritus, protegedme, ¿qué voy a hacer?»

Había estudiado a los humanos mientras duró su formación en medicina: mentes nacidas sin el concepto de la moderación, seres que llegaban a ejecutar actos terribles empujados por pasiones que eran incapaces de controlar. La ira, que resplandecía brillante como un rayo. ¿Cómo podían soportarla los humanos? ¿Sentían nacer en su interior la tormenta de la emoción, el temblor, las manos fuertes de la desesperación asfixiando el aire que les llenaba los pulmones?

Oscuras corrientes discurrían por el alma del más noble de los seres humanos, abismos en los que tan sólo moraban las pesadillas. Había tenido ocasión de contemplarlas, había visto su obra en los cuerpos quebrados y las mentes destrozadas. ¿Acaso había sido testigo de los primeros indicios de ellas en su propio comportamiento? Se cubrió el rostro con las manos, y luego apoyó la nuca en la puerta.

«¿Qué va a hacer conmigo ahora la corte blanca?»

Le sorprendió la primera oleada de lágrimas. La punzada de celos que siguió, aguda y amarga, le cortó la respiración. Después de ser educada en la moderación, en la contención, la habían dejado a la deriva en un mar violento e ingobernable por el que no tenía ni idea de cómo navegar. No disponía de carta náutica con la que trazar un rumbo, ni de estrellas familiares por las que guiarse, y el hecho era que quería zambullirse en ese oscuro abismo y sentir. La ira, la lujuria y la gula, entregarse a los excesos, no porque eso fuese a convertirla en mejor físico, sino, que los espíritus la guardaran, porque eso haría de ella un ser humano.

Se masajeó las sienes. Qué cansancio. La curación le pasaba factura, quizá era la más compleja que había efectuado jamás. Había exigido de una gran delicadeza y, a la vez, trabajar sin pausa ni descanso para contener el caos que había resultado de la exploración de Savin, todo ello antes de que la mente de Gair se enmarañara a su alrededor. Horas y horas caminando en el naufragio de sus recuerdos, tan íntimos que él jamás los habría compartido con ella por mucho que le hubiese prometido no revelarlos. No era de extrañar que estuviese debilitada.

«Tengo que volver a casa. En cuanto se reponga. No puedo seguir aquí más tiempo. Pensé que sería capaz de aguantarlo, pero no. Duele demasiado.»

Tanith se descalzó y presionó los dedos de los pies en el suelo musgoso. Una ilusión, como los árboles que cubrían las paredes y el sonido del agua y el trino de los pájaros. Sentía las plantas de los pies frías, como cuando pisaba el terreno de los campos de abedules que se alzaban tras el lago. Suficiente para devolverle un poco de calma, lo bastante para permitirle meditar. Estaba muy cansada, pero tenía que recuperar el equilibrio. Su alma se sentía vapuleada por mares tormentosos. Podría dormir cuando hallase un puerto abrigado donde refugiarse.

Sacó una caja sencilla del arcón con adornos de plata que había al pie de su cama, y un pequeño brasero de latón y una cocinilla, que puso en la tapa del arcón. Bastó un hilo del canto para encender el carboncillo y, mientras esperaba a que se calentase, deshizo la trenza del cabello y se lo cepilló. Cuando una capa de ceniza blanca cubrió los carboncillos y la cocinilla desprendió humo, se sentó cruzando las piernas al pie de un abedul y abrió la caja.

En su interior había un sinfín de diminutos compartimientos donde descansaban otras cajitas, frascos, bolsas de seda. La raíz de yarra que buscaba estaba envuelta en un pedazo de piel de cabritilla. La levantó junto a un frasco de cristal lleno de aceite, y luego dejó la caja a un lado. Primero vertió unas gotas de aceite en la cocinilla. Con un cuchillo, cortó un fragmento de la raíz negra sobre el aceite caliente. Humeó en seguida, desprendiendo una fragancia tan dulzona e intensa como la tierra después de llover. Tanith aspiró con fuerza, y después exhaló tan lentamente como pudo.

Mejor. Casi se sentía como si estuviera en Astolar. Permitió que la ilusión que envolvía su cuarto se extendiera hasta que la austera estancia cuadrada abarcase un valle entero. Vientos suaves sacudían las hojas de los abedules sobre su cabeza. En la distancia oyó el murmullo de las cascadas Belaleithne, al otro lado del lago. Por primera vez desde hacía meses sintió la punzada de la añoranza.

«Te oigo soñar, hija.»

Tanith abrió los ojos. El humo que desprendía la raíz dibujó el contorno de un rostro que ella conocía bien. Se perfilaba una y otra vez a medida que el humo ascendía hasta disolverse. Únicamente los ojos rasgados y las cejas finas se mantuvieron constantes.

—Padre —lo saludó ella con calidez.

«¿Te encuentras bien?»

—Un poco cansada, nada más. Ha sido un día difícil.

«K’shaa me cuenta que aún no se ha hecho a la mar.»

—No, aún no. Aquí me necesitan un poco más.

«También aquí se te necesita, hija.»

—Dame unos días más, papá. Tengo un paciente nuevo.

Su padre exhaló un suspiro.

«Tendrías que haber vuelto con nosotros hace doce lunas, Tanith. Te lo consentí porque dijiste que deseabas convertirte en físico, porque tienes un don para ello y no hay que desperdiciar tales dones, pero aquí en Astolar tienes responsabilidades, deberes que te aguardan, puesto que eres la hija de la corte blanca. Tu prolongada ausencia resulta… enojosa.»

—Lo sé, papá, pero llevé a cabo el juramento del sanador. Mi deber más importante es para con los pacientes que tengo a mi cuidado y, sin mí, este paciente morirá.

«Me dijiste que algunos de los mejores sanadores de su mundo pasan por las islas. ¿Estás segura de que ninguno de ellos podría llevar a buen puerto esa labor?»

—No puedo abandonarlo. Aún no. Fue objeto de una exploración.

El contorno humeante experimentó una sacudida.

«¿Estás segura?»

—Nunca he estado tan segura de algo. —Tanith se frotó los ojos—. He hecho cuanto he podido. Lo he protegido de buena parte, la peor, del daño, pero si queremos salvar todo su talento aún me queda mucho trabajo por hacer.

«Alguien capaz de llevar a cabo una exploración anda suelto por el mundo.»

Su padre sacudió la cabeza, el humo alzó sus tentáculos en espiral.

—Un humano.

«¡Qué abominación! ¿Y te has expuesto a eso?»

—No hay nadie más que pueda deshacer lo que ha hecho.

La imagen de su padre suspiró antes de murmurar unas palabras que no alcanzó a entender, aunque pudo imaginar de qué se trataba. No cabía duda de que las había escuchado antes.

«No me siento cómodo con los riesgos que asumes, hija. Eres de gran importancia para la corte, para preservar la existencia de nuestro pueblo. —Se produjo una breve pausa, tan fugaz como un suspiro—. Y no tienes precio para mí.»

Ella extendió el brazo para rozar con la palma de la mano la mejilla carente de sustancia. Luego sonrió.

—No te preocupes, papá. Hago lo que debe hacerse y me manejo con gran cuidado.

«¿Tan necesario es? No habrás olvidado lo que está en juego.»

Tanith dio un respingo, sorprendida por lo que sugería su padre.

—¿Preguntas si vale la pena que me arriesgue por él? Pues claro que sí, cualquier vida lo vale, sea cual sea su raza o su posición. Es un buen hombre, papá, tan valioso como tú o como yo, o como cualquiera que ocupe un alto puesto en la corte.

Se mordió la lengua para evitar continuar hablando, pero la ilusión experimentó un temblor cuando disminuyó su concentración. Los nubarrones oscurecieron el horizonte de su sueño de Astolar, atenuando la intensidad del sempiterno azul que cubría el cielo.

«Pero es humano.»

—Sí, humano. Hoy en día, desde que nuestro pueblo empezó a retirarse de este mundo, muchos de los mayores talentos lo son. Si pretendemos salvarnos, será la raza de los hombres quienes empuñen las armas para hacerlo. —La imagen de su padre adoptó una expresión disgustada—. Sé que tú no quieres verlo de ese modo, papá, pero ahora nuestro destino está en manos de otros. Amenazado el Velo, tan sólo habrá un indulto temporal si cedemos terreno. La guerra nos alcanzará, incluso en el Reino Oculto. No estaremos a salvo.

«Son cuatro las casas que a estas alturas votan a favor del exilio. En el último debate, la casa Amerlaine se inclinó en ese sentido, junto a Denellin y las demás.»

El alma se le cayó a los pies, a pesar de que aquellas noticias no eran precisamente inesperadas.

—Berec es anciano. —Suspiró—. Quiere vivir en paz los años que le quedan, sin tener que cabalgar a la batalla. Entiendo sus motivos.

«Un voto más a favor del exilio y habrá empate entre los diez. La reina tendrá entonces que decidir, y sé que ella se inclina por la paz. No somos un pueblo guerrero, hija mía.»

—Lo sé. Pero hay enemigos a quienes incluso nosotros debemos combatir. El precio de la inacción es demasiado elevado.

«Ay, Tanith —rió su padre—. Cuando me releves en el alto trono, sacudirás la corte blanca hasta los cimientos. Espero vivir lo bastante para verlo. ¿Cuándo volverás, hija mía? Astolar no es lo mismo en tu ausencia.»

—En cuanto pueda, papá, te lo prometo. Pero aquí aún me necesitan.

«¿Por cuánto tiempo?»

—Unos días más, creo. Las heridas físicas son bastante graves, pero parece que los leahnos son duros de pelar, y su cuerpo se está recuperando. Es por su talento por lo que temo.

«Entonces, ¿ese leahno es fuerte?»

—Tal vez sea el más fuerte que he conocido. He tenido ocasión de adentrarme brevemente en él, y no le veo el fondo.

«¿Lo sabe él?»

—No, aunque creo que sospecha que su don abarca más de lo que él ha atisbado. Pero incluso si conociera el alcance de su don, eso no le protegería. No es la primera vez que ese explorador se le ha acercado.

Le temblaba la voz y ni siquiera la fragancia de la raíz alcanzó a suavizar lo que sus palabras implicaban.

—Ha estado a punto de hacerlo pedazos. Lo contuve mientras gritó hasta quedarse sin aliento. He atesorado su cordura en mis manos, y me ha envuelto su talento de tal modo que centelleaba como el lago bajo la luna de la trinidad. Eso no puede perderse. Su importancia para la orden es incalculable, y eso hace que tenga tanta relevancia para todos nosotros en el juicio final. Debo curarlo, papá. Tengo que hacerlo.

Su padre estuvo callado mientras ella se recuperaba. Luego dijo con suavidad:

«Algo me dice que no es otro paciente más para ti, ¿me equivoco? Has establecido un vínculo con él.»

—Aunque así fuera, otra tiene más ascendiente sobre él que yo —respondió ella.

«Pero lo aprecias.»

—Aprecio lo que pueda ser de este mundo si él muriera. —La vehemencia tiñó sus palabras—. Podría ser la clave para asegurar la conservación del Velo. Vivimos en la frontera que separa ambos reinos, papá. Mientras aguante el Velo dispondremos de un lugar. Si se rasga, tal como temo que pretende que suceda ese explorador, lo perderemos todo.

«Lo sé, y me aflige mucho. De acuerdo, hija mía. Haz lo que debas, que yo procederé de igual modo. Ahora ambos tenemos que librar nuestras propias batallas. La tuya con tu escudo y espada leahnos, la mía en la sala del consejo. Que los espíritus benevolentes nos ayuden a ambos. —Unas manos insustanciales se extendieron para bendecirla, y luego su padre inclinó la cabeza ante ella—. Que duermas bien, hija mía.»

—Igualmente, papá. Volveré a tu lado en cuanto pueda, te lo prometo.

«Estupendo. Sé que Ailric ansía volver a verte.»

—No lo dudo.

«¿Has vuelto a considerar su propuesta?»

—Papá, aún no tengo necesidad de un marido, y tampoco lo quiero. —Estaba demasiado cansada para volver a discutir ese tema.

«Supondría un activo importante para nuestra casa, y cuidaría bien de ti.»

—No nos aportaría nada excepto su ambición. Ailric tiene puestas las miras en el alto trono, y a mí me considera su trampolín.

«Lo juzgas con demasiada dureza, Tanith. Por favor, al menos considera su petición de mano. No soporto pensar que puedas quedarte sola cuando yo no esté.»

Intentó no suspirar, pero odiaba ver el dolor que había en los ojos de su padre, por mucho que únicamente fuesen una ilusión que dibujaba el humo.

—De acuerdo, lo pensaré, pero te ruego que no le digas nada más que eso. Tengo intención de ser yo quien escoja marido cuando llegue el momento.

La imagen de su padre se movió como si no se sintiera cómodo.

«Nuestra sangre se diluye, Tanith. Debemos andarnos con cuidado a la hora de conservarla. No quiero que la tuya se pierda en una unión impura.»

—Y nuestro patrimonio pasa por la línea materna. La corte blanca reconocerá a mis hijos, al margen de quién pueda ser su padre —le recordó ella. La prontitud de su acerada respuesta le hizo dar un respingo y, al reparar en ello, Tanith suavizó el tono—. Ve en paz, papá. Cuando llegue el momento, me encargaré de que Astolar dé frutos en tierra astolana.

BOOK: Bajo la hiedra
6.22Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

An Unexpected Apprentice by Jody Lynn Nye
Satantango by László Krasznahorkai
B009QTK5QA EBOK by Shelby, Jeff
Dead and Kicking by Lisa Emme
Fight for Love by E. L. Todd
El antropólogo inocente by Nigel Barley
Blood Sun by David Gilman