Barrayar (22 page)

Read Barrayar Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
9.07Mb size Format: txt, pdf, ePub

Koudelka parecía muy silencioso, tan deprimido como todos los demás después del desastre, aunque no tanto como los que habían tenido alguna relación con su fracasada seguridad. Incluso Illyan se encogía cuando la veía.

Un par de veces al día, Aral la llevaba a caminar un poco por el corredor. El escalpelo vibratorio había realizado un corte muy limpio en su abdomen, pero no por ello era menos profundo. De todos modos, la herida le dolía menos que los pulmones. O que el corazón. Su vientre estaba más flácido que plano, pero de todos modos se encontraba vacío. Ella estaba sola, deshabitada, volvía a ser ella misma después de cinco meses de esa extraña existencia doble.

Un día el doctor Henri llegó con una silla flotante y la llevó a dar un paseo por el laboratorio, para que viese dónde estaba instalada la réplica uterina. Cordelia observó a su hijo, moviéndose en los monitores, y estudió los informes técnicos. Los nervios, la piel y los ojos del feto se desarrollaban con normalidad, aunque Henri no estaba seguro respecto al oído debido a los huesecillos del interior. Henri y Vaagen eran científicos muy bien entrenados, casi betaneses por su aspecto, y Cordelia los bendijo en silencio y les dio las gracias en voz alta, para regresar luego a su habitación sintiéndose muchísimo más tranquila.

No obstante, cuando a la tarde siguiente el capitán Vaagen entró como una tromba en su habitación, Cordelia sintió que el corazón le daba un vuelco. El rostro del bioquímico estaba terriblemente sombrío, y tenía los labios fuertemente apretados.

—¿Qué ocurre, capitán? —preguntó ella con ansiedad—. Esa segunda dosis de calcio… ¿ha fallado?

—Es demasiado pronto para saberlo. No, el feto está igual, señora. Ahora el problema es su suegro.

—¿Cómo?

—El conde general Vorkosigan ha venido a vernos esta mañana.

—¡Oh! ¿Ha ido a ver al bebé? Me alegro. Está muy perturbado con toda esta nueva tecnología de vida. Tal vez comience a superar esos bloqueos emocionales. Como viejo guerrero Vor que es, no tiene ningún problema con la tecnología de la muerte, sin embargo…

—Yo en su lugar no sería muy optimista respecto a él, señora. —Inspiró profundamente y se refugió en la formalidad. En esta ocasión no mostraba un humor negro ni ninguna otra clase de humor—. El doctor Henri pensó lo mismo que usted. Paseamos al general por todo el laboratorio, mostrándole todos los equipos y explicándole nuestras teorías. Fuimos absolutamente sinceros, tal como lo hemos sido con usted. Tal vez demasiado sinceros. Él quería saber qué resultados íbamos a obtener. Diablos, no lo sabemos. Y eso fue lo que le dijimos.

»Después de andarse con rodeos un buen rato… bueno, en pocas palabras, primero el general pidió, luego ordenó y luego trató de sobornar a Henri para que abriera la llave. Para que destruyera al feto. A la mutación, como él lo llama. Lo echamos de allí inmediatamente, pero juró que volvería.

Cordelia estaba temblando por dentro, pero mantuvo el rostro impasible. —Ya veo.

—Quiero que ese viejo se mantenga lejos de mi laboratorio, señora. Y no me importa lo que usted haga para conseguirlo. No necesito esta clase de basura cerca, por más personaje importante que sea.

—Ya veo… espere aquí.

Cordelia se ajustó la bata sobre el pijama verde, sujetó su tubo de oxígeno con más firmeza y cruzó el pasillo con pasos cautelosos. Aral, vestido de un modo informal con el pantalón de su uniforme y una camisa, se hallaba sentado ante una pequeña mesa frente a la ventana. La única señal que lo identificaba como paciente era el tubo de oxígeno introducido en su nariz, con el cual se estaba tratando la neumonía causada por la soltoxina. Aral conversaba con un hombre mientras Koudelka tomaba notas. Gracias a Dios, el hombre no era Piotr, sino algún secretario de Vortala.

—Aral. Te necesito.

—¿No puede esperar?

—No.

Él se levantó.

—Discúlpenme un momento, caballeros —dijo, y la siguió al otro lado del pasillo. Cordelia cerró la puerta a sus espaldas.

—Capitán Vaagen, por favor repítale a Aral lo que acaba de decirme a mí.

Algo más nervioso, Vaagen volvió a contar su historia sin suavizar ningún detalle. A medida que escuchaba, los hombros de Aral se fueron hundiendo como si hubiesen estado recibiendo un peso.

—Gracias, capitán. Ha hecho lo correcto al informarnos de este incidente. Me ocuparé de ello de inmediato.

—¿Eso es todo? —Vaagen miró a Cordelia con gran incertidumbre.

Ella le enseñó las palmas.

—Ya lo ha oído.

Vaagen hizo la venia y se marchó.

—¿Crees que es cierto? —preguntó Cordelia.

—Hace una semana que mi padre está hablando del tema, cariño.

—¿Habéis discutido?

—Él discutió. Yo me limité a escuchar.

Al regresar a su habitación, Aral pidió a Koudelka y al secretario que aguardasen fuera. Cordelia se sentó sobre su cama y lo observó entrar unos códigos en su consola.

—Aquí lord Vorkosigan. Deseo hablar simultáneamente con el jefe de seguridad del hospital y con el comandante Simón Illyan. Póngame en contacto con ambos, por favor.

Hubo una breve espera mientras se localizaba a los dos hombres. A juzgar por el fondo confuso del vídeo, el hombre del hospital estaba en su oficina dentro del complejo. Encontraron a Illyan en un laboratorio forense del cuartel general imperial.

—Caballeros. —El rostro de Aral se mostraba bastante inexpresivo—. Deseo revocar un permiso de Seguridad.

—Los dos hombres se prepararon para tornar nota en sus respectivas consolas—.

El conde general Piotr Vorkosigan no tendrá acceso al Edificio Seis de Investigaciones Bioquímicas, en el Hospital Militar Imperial, hasta próximo aviso. Aviso que daré yo personalmente. Illyan vaciló.

—Señor… el general Vorkosigan tiene un permiso absoluto, por orden imperial. Lo ha tenido durante años. Necesito una orden imperial para revocarlo.

—Eso precisamente es lo que le estoy dando, Illyan. —La voz de Vorkosigan sonó algo impaciente.

—Por orden mía, Aral Vorkosigan, regente de su majestad imperial Gregor Vorbarra. ¿Le parece lo bastante oficial?

Illyan emitió un ligero silbido, pero su rostro se tornó serio al ver el ceño fruncido de Vorkosigan.

—Sí, señor. Entendido. ¿Algo más? —Eso es todo. Sólo se le negará la entrada a ese edificio.

—Señor… —dijo el jefe de seguridad del hospital—, ¿y si… si el general Vorkosigan se niega a detenerse cuando se lo ordenan?

Cordelia imaginó la escena. Un pobre joven guardia con la carrera truncada por todo ese lío…

—Si sus hombres de seguridad no logran controlar a un anciano, pueden utilizar la fuerza física e incluso un aturdidor —dijo Aral con fatiga—. Eso es todo. Gracias.

El hombre del Hospital Militar asintió con un gesto y cortó la comunicación.

Illyan permaneció vacilante unos momentos.

—¿Le parece que será buena idea, a su edad? La descarga de un aturdidor puede ser nocivo para el corazón. Y a él no le gustará nada cuando le digamos que hay un sitio donde no puede entrar. De paso, ¿por qué…?

—Aral se limitó a observarlo con frialdad, y, finalmente, Illyan tragó saliva.

—Sí, señor —dijo haciendo la venia, y cortó. Aral permaneció sentado, mirando con expresión pensativa la pantalla vacía. Entonces se volvió hacia Cordelia y sus labios esbozaron una mueca de ironía y dolor.

—Es un viejo —dijo al fin.

—Ese viejo acaba de intentar matar a tu hijo. A lo que queda de tu hijo.

—Yo comprendo su punto de vista. Comprendo sus temores.

—¿También comprendes el mío?

—Sí. Los dos.

—Y cuando llegue el momento… si intenta volver allí…

—Él es mi pasado. —La miró a los ojos—. Tú eres mi futuro. El resto de mi vida pertenece al futuro. Lo juro por mi nombre como Vorkosigan.

Cordelia suspiró y se frotó la nuca dolorida.

Koudelka llamó a la puerta y asomó la cabeza de forma furtiva.

—¿Señor? El secretario del ministro desea saber…

—Ahora mismo, teniente. —Vorkosigan le indicó que se fuese con una seña.

—Salgamos de este sitio —dijo Cordelia de pronto.

—¿Cómo?

—Hospital Imperial, Seguridad Imperial… todo esto me está produciendo una Claustrofobia Imperial. Vayamos a Vorkosigan Surleau por unos días. Te resultará más fácil recuperarte allí, y a tus subordinados les costará más encontrarte. Sólo tú y yo, amigo.

¿Funcionaría? ¿Y si cuando trataban de recuperar la felicidad que habían sentido ese verano, descubrían que ya no existía? ¿Que se había ahogado en las lluvias otoñales? Cordelia sentía la desesperación en su interior, buscando el equilibrio perdido, la base firme.

Él alzó las cejas.

—Excelente idea, querida capitana. Nos llevaremos al viejo con nosotros.

—Oh, ¿es necesario…? Sí, ya veo. Lo es. Claro.

10

Cordelia despertó lentamente, se estiró y se aferró al magnífico cobertor de seda relleno con plumas. El otro lado de la cama estaba vacío… Cordelia tocó la almohada. Estaba fría. Aral debía de haber salido temprano. Por unos momentos se regodeó con la sensación de haber dormido bien al fin, sin despertar con aquella fatiga que había invadido su cuerpo durante tanto tiempo. Ésta era la tercera noche que descansaba a gusto, sintiendo el calor de su esposo junto a ella, sin los molestos tubos de oxígeno en la casa.

La habitación, en el segundo piso del cuartel transformado, estaba fresca esa mañana, y muy silenciosa. La ventana se abría al verde del jardín, el cual descendía en la bruma que ocultaba el lago, la aldea y las colinas sobre la otra costa. Desde el calor de su cobertor de plumas, la mañana le pareció agradable y serena. Cuando se sentó, la cicatriz rosada de su abdomen sólo tiró un poco. Droushnakovi asomó la cabeza por la puerta.

—¿Señora? —llamó con suavidad, y entonces vio que Cordelia estaba sentada, con los pies descalzos en el suelo. Cordelia balanceó las piernas lentamente, ayudando a la circulación—. Qué bien, está despierta.

Drou entró en la habitación con una bandeja grande y prometedora. Llevaba puesto uno de sus vestidos más cómodos, con una falda amplia y un chaleco abrigado. Sus pasos retumbaron sobre las tablas del suelo, y luego se apagaron sobre la alfombra tejida a mano.

—Tengo hambre —dijo Cordelia sorprendida, al percibir los aromas de la bandeja—. Creo que es la primera vez en tres semanas. —Tres semanas, desde aquella noche de horror en la Residencia Vorkosigan.

Drou sonrió y depositó la bandeja en la mesa que se hallaba frente a la ventana. Cordelia se puso la bata y las zapatillas, y se dirigió a la cafetera. Drou la acompañó, preparada para sujetarla si se caía, pero ella ya se sentía bastante fuerte. Después de sentarse se sirvió unos cereales calientes con mantequilla, y les añadió un poco del almíbar que los barrayareses preparaban con savia de árbol. Un alimento maravilloso.

—¿Ya has comido, Drou? ¿Quieres un poco de café? ¿Qué hora es?

La guardaespaldas sacudió su rubia cabeza.

—Estoy bien, señora. Son casi las once.

Desde que llegaran a Vorkosigan Surleau unos días atrás, Droushnakovi no la abandonaba ni a sol ni a sombra. No obstante, Cordelia descubrió que no la había mirado con atención desde que saliera del Hospital Militar. Drou estaba tan atenta y alerta como de costumbre, pero con una tensión subyacente, una actitud escurridiza… tal vez era porque ella misma comenzaba a sentirse mejor, pero de forma egoísta Cordelia deseaba que la gente que la rodeaba también se sintiese mejor, aunque sólo fuera para que la mantuviesen a flote.

—Hoy estoy mucho más animada. Ayer hablé con el capitán Vaagen, por el vídeo. Le parece haber detectado las primeras señales de recalcificación molecular en el pequeño Piotr Miles. Es muy alentador, conociendo a Vaagen. Él no ofrece falsas esperanzas, pero cuando dice algo, se puede confiar en que es verdad.

Drou alzó la vista de la falda y forzó una sonrisa sobre su expresión abatida. Sacudió la cabeza.

—Las réplicas uterinas me parecen muy extrañas.

—No tan extraño como lo es la evolución, con sus improvisaciones empíricas. —Cordelia le devolvió la sonrisa—. Gracias a Dios que existe la tecnología y el pensamiento racional. Ahora sé de qué hablo.

—Señora… ¿cómo se dio cuenta de que estaba embarazada? ¿Se saltó un mes?

—¿Un período menstrual? En realidad no. —Cordelia recordó el último verano. Esa misma habitación, esa misma cama sin hacer. Pronto ella y Aral volverían a compartir la intimidad, aunque habían perdido un poco del aliciente sin la reproducción como objetivo—. El verano pasado, Aral y yo pensamos que nos quedaríamos a vivir aquí. Él estaba retirado, y también… no había ningún impedimento. Yo pronto sería demasiado mayor para el método orgánico, el cual parece ser el único disponible en Barrayar; en resumen, él quería comenzar pronto. Por lo tanto, unas semanas después de casarnos, hice que me retiraran el implante anticonceptivo. Fue una sensación extraña, ya que en casa no hubiese podido hacerlo retirar sin comprar una licencia.

—¿En serio? —Fascinada, Drou la escuchaba con la boca abierta.

—Sí, es un requisito legal betanés. Primero hay que conseguir una licencia de progenitor. Yo tenía puesto el implante desde los catorce años. Recuerdo que entonces tuve un período menstrual. Nosotros los cortamos hasta que volvemos a necesitarlos. Entonces me hicieron el implante, me seccionaron el himen, me perforaron las orejas y me presentaron en sociedad…

—Pero… pero no comenzó a tener relaciones sexuales a los catorce años, ¿verdad? —preguntó Droushnakovi en voz baja.

—Podría haberlo hecho. Pero se necesitan dos, ya sabes. No encontré un verdadero amante hasta un tiempo después. —A Cordelia le avergonzaba admitir cuánto tiempo después. En ese entonces era una persona poco sociable…
Y no has cambiado mucho
, tuvo que reconocer en silencio—. No pensé que fuese a ocurrir tan rápido. Supuse que pasaríamos varios meses experimentando encantados. Pero el bebé llegó a la primera. Por lo tanto, aquí en Barrayar nunca he tenido un período menstrual.

—A la primera —repitió Drou con expresión desanimada—. ¿Y cómo lo supo? ¿Por las náuseas?

—La fatiga, antes que las náuseas. Pero fueron los puntitos azules… —Cordelia estudió las facciones de la joven—. Drou, ¿todas estas preguntas son por pura curiosidad o tienes algún interés personal en las respuestas?

Other books

Pink Ice by Carolina Soto
Forgive Me by Eliza Freed
Leave Me Breathless by HelenKay Dimon
Jungleland by Christopher S. Stewart
Butterfly in the Typewriter by Cory MacLauchlin
A Real Cowboy Never Says No by Stephanie Rowe
Solstice Surrender by Cooper-Posey, Tracy