Barrayar (18 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
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Él apoyó la frente contra la suya.

—Perdóname, querida capitana. Sólo soy un viejo feo y asustado, y cada día me vuelvo más viejo, más feo y más asustado.

—¿Tú también? —Cordelia descansó en sus brazos—. Aunque no estoy de acuerdo con que seas viejo y feo.

—Gracias.

Cordelia se sintió alentada al ver que lo había animado un poco.

—Es el trabajo, ¿verdad? ¿No puedes hablarme de ello?

Aral apretó los labios.

—Entre nosotros, aunque conociendo tu discreción no sé por qué me molesto en aclararlo, parece que podríamos tener otra guerra entre manos antes de que finalice este año. Y todavía no estamos preparados para ello, después de Escobar.

—¡Qué! Pensé que el bando beligerante estaba casi paralizado.

—El nuestro, sí. Pero el de los cetagandaneses todavía está en pleno funcionamiento. Según los informes de Inteligencia, planeaban utilizar el caos político que sobrevendría a la muerte de Ezar para encubrir un avance sobre esos disputados conductos de enlace con los agujeros de gusano. En lugar de ello, me tienen a mí, y… bueno, no puedo decir que haya estabilidad, pero existe una especie de equilibrio dinámico. En cualquier caso, no es la clase de desorganización con que ellos contaban. De ahí ese pequeño incidente con la granada sónica. Negri e Illyan ya están un setenta por ciento seguros de que fue obra cetagandanesa.

—¿Lo… lo volverán a intentar?

—Casi seguro. Pero conmigo o sin mí, en el Estado Mayor existe el consenso de que intentarán usar la fuerza antes de fin de año. Y si nos mostramos débiles, seguirán avanzando hasta que alguien los detenga.

—Ahora entiendo por qué estabas tan… ausente.

—¿Ésa es la forma amable en que quieres decirlo? Pero no. Ya hace un tiempo que sé lo de los cetagandaneses. Hoy se ha presentado otra cosa, después de la sesión del Consejo. Una audiencia privada. El conde Vorhalas ha venido a verme para pedirme un favor.

—¿Y no te complace concederle un favor al hermano de Rulf Vorhalas?

Él sacudió la cabeza tristemente.

—El hijo menor del conde, que es un joven de dieciocho años atolondrado e idiota y debía haber sido enviado a la escuela militar… aunque tú lo conociste en la confirmación del Consejo, me parece recordar…

—¿Lord Cari?

—Sí. Anoche estuvo en una fiesta, se embriagó y participó de una pelea.

—Es una tradición universal. Esas cosas suceden incluso en Colonia Beta.

—Ya. Pero salieron a arreglar sus diferencias armados con un par de viejas espadas que decoraban las paredes y con dos cuchillos de cocina. Técnicamente, al emplear las espadas, lo convirtieron en un duelo. —Oh. ¿Alguien resultó herido? —Por desgracia, sí. Más o menos por accidente, en una caída, el hijo del conde logró atravesar el estómago de su amigo con la espada y le seccionó la aorta abdominal. El muchacho se desangró y murió casi al instante. Para cuando los espectadores reaccionaron y llamaron a un equipo médico, ya era demasiado tarde.

—Dios mío.

—Fue un duelo, Cordelia. Comenzó como una parodia, pero acabó como un verdadero duelo. Y deben aplicarse los castigos por duelo. —Se levantó y atravesó la habitación, deteniéndose junto a la ventana para observar la lluvia— Su padre vino a pedirme que le consiguiese un perdón imperial. O, si no era posible, que tratara de hacer que los cargos fuesen cambiados a asesinato simple. En ese caso, el muchacho podría aducir defensa propia y acabar con una mera sentencia en prisión.

—Eso me parece… bastante justo, supongo.

—Sí. —Él volvió a caminar—. Un favor por un amigo. O el primer resquicio por donde esa maldita costumbre regresará a nuestra sociedad. ¿Qué ocurrirá cuando se me presente el próximo caso, y el siguiente, y el siguiente? ¿Dónde comenzaré a trazar la línea? ¿Y si en el próximo caso está implicado alguno de mis enemigos políticos, no un miembro de mi propio partido? ¿Todas las muertes que costó erradicar esta costumbre habrán sido en vano? Yo recuerdo los duelos, y cómo eran las cosas entonces. Y lo peor de todo: si permites que las amistades pesen en el gobierno, pronto tendrás camarillas. Puedes decir lo que quieras de Ezar Vorbarra, pero en treinta años de labor implacable transformó el gobierno de un club para los Vor en un lugar donde impera la ley, donde la ley es la misma para todos, aunque todavía no sea perfecto.

—Comienzo a comprender el problema.

—Y yo… ¡yo, entre todos los hombres, debo tomar esta decisión! ¿Quién debió haber sido públicamente ejecutado hace veintidós años, por el mismo crimen? —Se detuvo ante ella—. Esta mañana toda la ciudad comenta lo que ocurrió anoche. Dentro de unos pocos días habrá pasado. Hice que el servicio de noticias lo acallara provisionalmente, pero fue como escupir en el viento. Es demasiado tarde para intentar encubrirlo, suponiendo que desease hacerlo. Entonces, ¿a quién debo traicionar en el día de hoy? ¿A un amigo? ¿O a la confianza de Ezar Vorbarra? No hay duda de la decisión que hubiese tomado
él
.

Vorkosigan se sentó de nuevo a su lado y la abrazó. —Y esto es sólo el comienzo. Cada mes, cada semana me encontraré con otro problema imposible. ¿Qué quedará de mí dentro de quince años? ¿Seré una cáscara, como esa cosa que enterramos tres meses atrás, rezando con su último aliento para que Dios no existiese? ¿O seré un monstruo corrompido por el poder, igual que su hijo, tan contaminado que sólo pudo ser esterilizado por un arco de plasma? ¿O algo aún peor?

Su descarnada agonía la aterrorizó. Cordelia lo abrazó con fuerza.

—No lo sé. No lo sé. Pero alguien… alguien ha tomado siempre estas decisiones, mientras nosotros íbamos por la vida como inconscientes, dando todo por supuesto. Ellos también eran seres humanos, ni mejores ni peores que tú.

—Un pensamiento aterrador. Ella suspiró.

—No puedes elegir entre el mal y el mal, en medio de la oscuridad, utilizando la lógica. Sólo puedes aferrarte a tus principios. Yo no puedo tomar la decisión por ti. Pero cualquiera que sean los principios que escojas, deberás utilizarlos como guía. Y por el bien de tu pueblo, tendrán que ser firmes. El descansó en sus brazos.

—Lo sé. En realidad no dudaba sobre la decisión. Sólo estaba… quejándome un poco, dejándome llevar por la depresión. —Se apartó de ella y volvió a levantarse—. Querida capitana, si dentro de quince años sigo cuerdo, creo que sólo será gracias a ti. Ella lo miró.

Entonces, ¿qué decisión has tomado?

El dolor de sus ojos le brindó la respuesta.

—Oh, no —suspiró Cordelia sin proponérselo, pero se contuvo para no añadir nada más.
Yo sólo trataba de hablar con sensatez. No quería decir
esto.

—¿No la conoces? —dijo él con suavidad, resignado—. El estilo de Ezar es el único que puede funcionar aquí. Era cierto después de todo. El sigue gobernando desde la tumba. —Vorkosigan se dirigió al baño, para lavarse y cambiarse de ropa.

—Pero tú no eres él —susurró Cordelia en la habitación vacía—. ¿No puedes encontrar un camino propio?

8

Vorkosigan asistió a la ejecución pública de Cari Vorhalas tres semanas después.

—¿Es necesario que vayas? —le preguntó Cordelia esa mañana, mientras él se vestía en silencio—. Yo no tengo que ir, ¿verdad que no?

—Por Dios, no, por supuesto que no. Yo tampoco tengo que ir de forma oficial, pero… pero debo hacerlo. Seguramente comprenderás por qué.

—No, a decir verdad no lo comprendo. A menos que lo hagas para castigarte a ti mismo. Aunque no estoy segura de que puedas permitirte ese lujo, considerando tu trabajo.

—Yo debo ir. Un perro regresa al lugar donde ha vomitado, ¿verdad? Sus padres estarán allí, ¿lo sabías? Y también estará su hermano.

—Qué costumbre tan bárbara.

—Bueno, podríamos tratar al crimen como a una enfermedad, como hacéis vosotros los betaneses. Tú sabes lo que es eso. Al menos nosotros matamos al sujeto de golpe, en lugar de hacerlo poco a poco durante años. No lo sé.

—¿Cómo lo harán?

—Lo decapitarán. Se supone que es el método menos doloroso.

—¿Cómo lo saben?

La risa de Aral no tuvo ningún dejo de humor.

—Buena pregunta.

Él no la abrazó al partir. Regresó apenas dos horas después, en silencio, para sacudir la cabeza cuando le ofrecieron el almuerzo, cancelar una cita que tenía por la tarde y retirarse a la biblioteca donde permaneció sentado, sin leer nada. Cordelia se reunió con él un rato más tarde, se acomodó en un sillón y aguardó con paciencia a que regresase con ella de donde fuera que estuviese con su mente.

—El muchacho hubiese sido valiente —dijo Vorkosigan después de una hora de silencio—. Se notaba que había planeado cada uno de sus gestos. Pero nadie más siguió el guión. Su madre le hizo perder el control. Y para colmo, el maldito verdugo falló el golpe. Tuvo que hacer tres cortes para que la cabeza se separara del tronco.

—Parece que el sargento Bothari se las arregló mejor con una navaja de bolsillo. —Vorrutyer la había estado rondando más que de costumbre esa mañana, en forma lasciva.

—No le faltó nada para ser perfectamente horrible. Su madre me maldijo, hasta que Evon y el conde Vorhalas se la llevaron de allí. —Entonces su voz abandonó el tono inexpresivo—. ¡Oh, Cordelia! ¡No puede haber sido la decisión correcta! Sin embargo… sin embargo no podía hacer nada más, ¿verdad?

Entonces Vorkosigan se acercó a ella y la abrazó en silencio. Parecía a punto de llorar, y casi la atemorizaba más el hecho de que no lo hiciera. Al fin las tensiones lo abandonaron.

—Supongo que será mejor que me tranquilice y vaya a cambiarme. Vortala tiene programada una entrevista con el ministro de Agricultura, y es demasiado importante como para que no esté presente. Después de eso está el Estado Mayor… —Para cuando partió, ya había recuperado el dominio de sí mismo.

Esa noche permaneció despierto largo rato, tendido a su lado. Tenía los ojos cerrados, pero por su respiración ella sabía que no dormía. A Cordelia no se le ocurrió ni una palabra de consuelo que no le pareciese absurda, por lo que se mantuvo en silencio con él en la vigilia de la noche. Fuera comenzó a llover, una persistente llovizna. Él habló una vez.

—He visto a hombres morir antes de esto. Ordené ejecuciones, di la orden para que hombres entraran en batalla, escogí a éstos en lugar de aquéllos, cometí tres asesinatos y de no haber sido por la gracia de Dios y del sargento Bothari, hubiese cometido un cuarto… No sé por qué éste me ha golpeado como un muro. Me ha detenido, Cordelia. Y yo no puedo detenerme, de lo contrario nos derrumbaremos todos juntos. Debo seguir adelante de alguna manera.

Cordelia despertó en la oscuridad con un ruido de cristales rotos y un disparo suave, y contuvo el aliento sobresaltada. Un olor acre le quemaba los pulmones, la boca, la nariz y los ojos. Un sabor desagradable le provocó náuseas. A su lado, Vorkosigan despertó con una maldición.

—¡Una granada de soltoxina! ¡No respires, Cordelia! —Con un grito más fuerte, le colocó una almohada sobre el rostro y sus fuertes brazos la arrastraron fuera de la cama. Ella vomitó al instante de levantarse, llegó tambaleando hasta el pasillo, y él cerró la puerta de la alcoba en cuanto hubieron salido.

El piso se llenó de pasos que corrían. Vorkosigan gritó:

—¡Atrás! ¡Gas de soltoxina! ¡Despejen el piso! ¡Llamen a Illyan! —Cordelia se dobló, tosiendo y sufriendo arcadas. Otras manos los condujeron hasta la escalera. Cordelia apenas si veía nada, ya que tenía los ojos velados por las lágrimas.

Entre espasmos, Vorkosigan alcanzó a decir:

—Ellos tienen el antídoto… en la Residencia Imperial… está más cerca que el Hospital Militar… traigan a Illyan de inmediato. Él sabrá qué hacer. A la ducha… ¿dónde está la doncella de mi esposa? Traigan una doncella…

Momentos después la introducían bajo una ducha de la planta baja. Vorkosigan todavía se encontraba a su lado. Temblaba y apenas si lograba mantenerse en pie, pero aun así, intentaba ayudarla.

—Lávate bien todo el cuerpo, varias veces. No te detengas. Mantén el agua fría.

—Tú también, entonces. ¿Qué era esa basura? —Cordelia volvió a toser bajo la ducha, y se ayudaron el uno al otro con el jabón.

—Lávate la boca también… Soltoxina. Han pasado quince o dieciséis años desde la última vez en que percibí este hedor, pero uno nunca lo olvida. Es un gas venenoso, de uso militar. Debería permanecer bajo estricto control. ¿Cómo diablos han logrado apoderarse de…? ¡Maldita seguridad! Mañana andarán de un lado al otro como gallinas mojadas… demasiado tarde. —Su rostro estaba de un blanco verdoso bajo la barba de la noche.

—Me encuentro un poco mejor —dijo Cordelia—. Las náuseas están pasando. ¿La dosis fue demasiado pequeña?

—No, pero actúa lentamente. No tarda mucho tiempo en acabar contigo. Afecta principalmente a los tejidos blandos… los pulmones se convertirán en gelatina en una hora, si el antídoto no llega pronto.

Cordelia sintió que el terror comenzaba a crecer en sus entrañas.

—¿Atraviesa la barrera placentaria?

Él guardó silencio demasiado tiempo antes de decir:

—No estoy seguro. Tendremos que preguntárselo al médico. Sólo he visto los efectos en hombres jóvenes. —Vorkosigan sufrió otro prolongado acceso de tos.

Una de las criadas del conde Piotr llegó, desgreñada y asustada, para ayudar a Cordelia y al guardia aterrorizado que los había estado asistiendo. Otro guardia se acercó para informarles:

—Nos hemos puesto en contacto con la Residencia Imperial, señor. Ya están en camino.

La garganta, los bronquios y los pulmones de Cordelia comenzaban a llenarse de flemas. Ella tosió y escupió.

—¿Alguien ha visto a Drou?

—Creo que salió tras los asesinos, señora.

—No es su trabajo. Cuando suena la alarma, se supone que debe correr en busca de Cordelia —gruñó Vorkosigan, y comenzó a toser otra vez.

—En el momento del ataque ella estaba abajo, con el teniente Koudelka. Ambos salieron por la puerta trasera.

—Mierda —murmuró Vorkosigan—, tampoco es trabajo de él. —Sus esfuerzos para hablar le causaron otro ataque de tos—. ¿Han atrapado a alguien?

—Creo que sí, señor. Hubo una especie de alboroto en el fondo del jardín, junto al muro.

Permanecieron bajo el agua varios minutos más, hasta que el guardia volvió a entrar.

—El médico de la Residencia Imperial está aquí, señor.

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