Barrayar (35 page)

Read Barrayar Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
5.1Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ah, Cordelia. —Piotr la saludó con un movimiento de cabeza cauteloso y formal; no era momento de reanudar las hostilidades. Por ella no había ningún inconveniente. No creía que le quedara ningún deseo de pelear en su corazón corroído.

—Buenos días, señor. ¿Su misión ha tenido éxito?

—Ya lo creo que sí. ¿Dónde está Aral?

—Ha ido al Sector de Inteligencia, según creo, a consultar con Illyan sobre los últimos informes llegados de Vorbarr Sultana.

—Ah. ¿Qué está ocurriendo? —El capitán Vaagen se presentó aquí. Lo derribaron a golpes, pero de algún modo logró llegar desde la capital… Parece ser que finalmente Vordarian descubrió que tenía otro rehén. Su patrulla se llevó la réplica del Hospital Militar a la Residencia Imperial. Supongo que pronto recibiremos alguna noticia de él, pero sin duda no quiso privarnos del placer de escuchar primero el relato de Vaagen.

Piotr echó la cabeza hacia atrás y emitió una risa amarga.

—Eso

que es una amenaza vacía.

Cordelia aflojó la mandíbula el tiempo suficiente para decir:

—¿A qué se refiere, señor? —Ella sabía perfectamente bien a qué se refería, pero quería llevarlo hasta el límite.

Llega basta el fondo, maldito. Dilo todo
.

Los labios de Piotr se curvaron en una especie de sonrisa.

—Me refiero a que, sin darse cuenta, Vordarian le está haciendo un servicio a la familia Vorkosigan. Estoy seguro de que no se ha dado cuenta.

No dirías eso si Aral estuviese aquí, viejo. ¿Tú lo preparaste?
Dios, no podía decirle eso…

—¿Usted lo preparó? —le preguntó Cordelia.

Piotr echó la cabeza hacia atrás.

—¡Yo no negocio con traidores!

—Él pertenece a su antiguo partido Vor. Allí se encuentra su verdadera lealtad. Siempre dijo que Aral era demasiado progresista.

—¡Te atreves a acusarme…! —Su indignación rayaba la furia.

La furia hacía que Cordelia comenzase a ver todo rojo.

—Yo sé que usted ha intentado cometer un asesinato, ¿por qué no habría de intentar cometer una traición? Sólo espero que al final predomine su ineptitud.

La voz de Piotr estaba jadeante de ira.

—¡Has llegado demasiado lejos!

—No, viejo. Todavía puedo llegar mucho más lejos.

Drou parecía absolutamente aterrorizada. El rostro de Bothari era una talla de piedra. Piotr retorció una mano como si hubiese querido golpearla. Bothari observó esa mano con un brillo extraño en la mirada.

—Aunque deshacerse de ese monstruo es el mejor favor que Vordarian podría llegar a hacerme, no creo que se lo deje saber —le espetó Piotr—. Me resultará mucho más divertido observar cómo trata de manejar un comodín como si se tratase de un as, y luego preguntarse por qué le falló la jugada. Aral lo sabe… supongo que se sentirá muy aliviado al ver que Vordarian se ocupa del asunto en su lugar. ¿O ya lo has embrujado para que organice alguna estupidez espectacular?

—Aral no hace nada.

—Oh, buen chico. Me preguntaba si le habrías sorbido el seso para siempre. Es un barrayarés, después de todo.

—Eso parece —respondió ella con rigidez. Estaba temblando, aunque Piotr no se encontraba en mejores condiciones.

—Bueno, dejemos este asunto menor —dijo él, tratando de recuperar el control de sí mismo—. Tengo cuestiones más importantes que tratar con el regente. Que le vaya bien, señora. —Inclinó la cabeza en un esfuerzo irónico, y se alejó.

—Que tenga un buen día —le gruñó ella a sus espaldas, y se abalanzó hacia la puerta de sus habitaciones.

Cordelia pasó veinte minutos caminando de un lado al otro antes de sentirse en condiciones de hablar con nadie, ni siquiera con Drou, quien se había acurrucado en una silla apartada como tratando de hacerse pequeña.

—Usted no cree realmente que el conde Piotr sea un traidor, ¿verdad, señora? —preguntó Droushnakovi cuando al fin Cordelia comenzó a caminar más lento. Ella sacudió la cabeza.

—No… no. Sólo quería herirlo. Este lugar me está afectando. Me ha afectado. —Con fatiga, se dejó caer en un sillón y posó la cabeza en el respaldo. Después de un silencio añadió—: Aral tiene razón. No tengo derecho a arriesgarme. No, eso no es exacto. No tengo derecho a fallar. Y ya no confío en mí misma. No sé qué ha ocurrido con mi destreza. La he perdido en una tierra extraña. —
No puedo recordar. No puedo recordar cómo lo hacía
. Ella y Bothari eran gemelos, dos personalidades separadas pero igualmente afectadas por una sobredosis de Barrayar.

—Señora… —Droushnakovi se alisó la falda, con la vista baja—. Yo viví en la Residencia Imperial durante tres años.

—Sí… —El corazón le dio un vuelco. Como un ejercicio de autodisciplina, Cordelia cerró los ojos y no volvió a abrirlos—. Háblame de ello, Drou.

—El mismo Negri me entrenó. Como era la guardaespaldas de Kareen, él siempre decía que yo sería la última barrera entre ella, Gregor y… y cualquier cosa tan grave como para haber llegado tan lejos. Me lo enseñó todo respecto a la Residencia. Solía adiestrarme en ello. Me mostró cosas que no creo que nadie más conozca. Teníamos preparadas cinco rutas de escape. Dos de ellas eran procedimientos habituales de seguridad. Una sólo la conocían algunos oficiales superiores como Illyan. Las otras dos… no creo que nadie más las conociera, excepto Negri y el emperador Ezar. Y estoy pensando… —Se humedeció los labios—. Una ruta secreta para salir también debe de ser una ruta secreta para entrar, ¿no le parece?

—Tal como diría Aral, tu razonamiento me resulta extremadamente interesante, Drou. Continúa. —Cordelia mantuvo los ojos cerrados.

—Eso es todo. Si de algún modo lograra llegar a la Residencia, apuesto a que podría entrar.

—¿Y volver a salir?

—¿Por qué no?

Cordelia descubrió que se había olvidado de respirar.

—¿Para quién trabajas, Drou?

—Para el capitán… —comenzó ella a responder, pero entonces se detuvo—. Negri. Pero él está muerto. Para el comandante… el capitán Illyan, supongo.

—Te lo preguntaré de otro modo. —Al fin Cordelia abrió los ojos—. ¿Por quién has arriesgado tu vida?

—Por Kareen. Y por Gregor, por supuesto. Ellos eran como la misma persona.

—Aún lo son. Te lo dice esta madre. —Miró a los ojos azules de Drou—. Y Kareen te entregó a mí.

—Para que fuese mi mentora. Pensamos que era un soldado.

—No lo soy. Pero eso no significa que nunca haya luchado. —Cordelia se detuvo—. ¿Qué quieres a cambio, Drou? Pon tu vida en mis manos… no diré bajo juramento de lealtad, como esos idiotas… ¿a cambio de qué?

—Kareen —respondió Droushnakovi con firmeza—. Los he estado observando, y ya la han clasificado como sacrificable. Cada día, durante tres años, arriesgué mi vida porque creí que la suya era importante. Cuando se observa atentamente a alguien durante tanto tiempo, uno llega a conocerlo a fondo. Por lo visto ahora piensan que debo olvidar mi lealtad, como si yo fuese una especie de máquina. Hay algo que está mal en eso. Quiero… al menos quiero intentar rescatar a Kareen. A cambio de eso… lo que usted desee, señora.

—Ah. —Cordelia se frotó los labios—. Eso parece… equitativo. Una vida sacrificable por otra. Kareen por Miles. —Se hundió en el sillón sumida en una profunda reflexión.

Primero lo ves. Entonces te conviertes en ello
.

—No es suficiente. —Al fin Cordelia sacudió la cabeza—. Necesitamos… a alguien que conozca la ciudad. A alguien con músculo, que sirva de apoyo. Un hombre que sepa manejar armas, que nunca duerma. Necesito a un amigo. —Curvó los labios en una leve sonrisa—. Más que un hermano. —Se levantó y se dirigió a la consola.

—¿Quería verme, señora? —dijo el sargento Bothari.

—Sí, por favor, entre.

Las habitaciones de los oficiales superiores no intimidaban a Bothari, pero de todos modos frunció el ceño cuando Cordelia le indicó que se sentase. Fue a ocupar el lugar habitual de Aral, al otro lado de la mesa baja. Drou volvió a sentarse en el rincón, observando en silencio. Cordelia miró a Bothari, quien también la miró a ella. Tenía buen aspecto, aunque su rostro estaba marcado por la tensión. Como a través de un tercer ojo, Cordelia pudo percibir las energías frustradas que corrían por su cuerpo; arcos de ira, redes de control, un enmarañado nudo eléctrico de peligrosa sexualidad por debajo de todo. Energías que reverberaban, que aumentaban cada vez más sin posibilidad de liberarse, con una desesperada necesidad de que le ordenasen actuar para que no estallasen por su cuenta sin ningún control. Cordelia parpadeó y volvió a concentrarse en su superficie menos aterradora; sólo era un hombre cansado y feo en un elegante uniforme marrón.

Para su sorpresa, Bothari tomó la palabra.

—Señora, ¿ha tenido alguna noticia de Elena?

¿Se preguntaba para qué lo habría llamado aquí?
Para su vergüenza, ella casi se había olvidado de Elena.

—Nada nuevo, me temo. Según los informes, se encuentra con la señora Hysopi en ese hotel del centro custodiado por las fuerzas de Vordarian, junto con muchos otros rehenes. No la han trasladado a la Residencia ni nada parecido. —A diferencia de Kareen, la misión secreta de Cordelia no pasaba por el mismo lugar donde se encontraba Elena. Si él se lo pedía, ¿cuánto podría prometerle? —Siento mucho lo de su hijo, señora. —Mi mutante, como diría Piotr. —Cordelia lo observó. Interpretaba mejor sus hombros, su columna y sus entrañas que su rostro impasible.

—Respecto al conde Piotr —dijo, y se interrumpió. Tenía las manos unidas entre las rodillas—. Había pensado en hablar con el almirante. No se me ocurrió hacerlo con usted. Debí haber pensado en usted.

—Siempre. —¿Y ahora qué?

—Ayer se me acercó un hombre en el gimnasio. No llevaba uniforme ni insignias. Me ofreció a Elena. La vida de Elena si yo asesinaba al conde Piotr.

—Qué tentador —dijo Cordelia sin poder contenerse—. Eh, ¿qué garantías le ofreció?

—En seguida me hice la misma pregunta. Allí estaría yo, metido en grandes problemas, tal vez ejecutado, ¿y entonces quién se ocuparía de la bastarda de un hombre muerto? Pensé que era una trampa, otra trampa, y regresé a buscarlo… pero desde entonces no he vuelto a verlo. —Bothari suspiró—. Ahora casi me parece una alucinación.

La expresión en el rostro de Drou era un estudio de la más profunda desconfianza, pero por fortuna Bothari se hallaba de espaldas a ella y no se dio cuenta. Cordelia le dirigió una rápida mirada de reproche.

—¿Ha sufrido alucinaciones? —le preguntó.

—No lo creo. Sólo pesadillas. Trato de no dormir.

—Yo… tengo mi propio problema —dijo Cordelia—. Ya ha oído mi conversación con Piotr.

—Sí, señora.

—¿Sabe que existe un límite de tiempo?

—¿Límite de tiempo?

—Si nadie se ocupa de la réplica uterina, Miles no podrá vivir más de seis días. Sin embargo, Aral afirma que Miles no corre más peligro que las familias de sus hombres. Yo no opino lo mismo.

—A espaldas del almirante, he oído a algunas personas decir lo contrario.

—¿Ah?

—Dicen que es un engaño. Que su hijo es una especie de mutante que de todas formas va a morir, mientras que ellos arriesgan niños normales.

—No creo que él imagine… estos comentarios.

—¿Quién lo repetiría en su rostro?

—Muy pocos. Tal vez ni siquiera Illyan. Aunque Piotr no perdería la ocasión de decírselo, si llegara a sus oídos. ¡Maldita sea! Nadie, en ninguno de los dos bandos, dudaría en vaciar esa replica. —Guardó silencio unos instantes y volvió a comenzar—. Sargento, ¿para quién trabaja usted?

—He jurado lealtad como Hombre de Armas al conde Piotr —recitó Bothari. Ahora la observaba con atención, mientras una extraña sonrisa empezaba a curvar sus labios.

—Se lo diré de otro modo. Sé que existen terribles castigos para los Hombres de Armas que se ausentan sin permiso. Pero supongamos que…

—Señora. —Él alzó una mano para detenerla—. ¿Recuerda que allá en el jardín de Vorkosigan Surleau, cuando cargábamos el cuerpo de Negri en la aeronave, el regente me pidió que obedeciera su voz como si fuese la suya propia?

Cordelia alzó las cejas.

—Sí…

—No ha revocado la orden.

—Sargento —murmuró ella al fin—. Jamás habría imaginado que fuese un abogado de cuartel.

La sonrisa de Bothari se tornó un poco más tensa.

—Para mí su voz es como la del mismo emperador. Técnicamente.

—Lo es ahora —susurró Cordelia, y se clavó las uñas en las palmas.

Bothari se inclinó hacia delante, con las manos inmóviles entre las rodillas.

—Y bien, señora. ¿Qué estaba diciendo?

El aparcamiento para vehículos motorizados era una bóveda baja donde retumbaban los ruidos, iluminada suavemente por las luces de una oficina con paredes de vidrio. Cordelia aguardó junto al tubo elevador, acompañada por Drou, y observó a través del lejano rectángulo de vidrio cómo Bothari negociaba con el oficial de transportes. El Hombre de Armas del general Vorkosigan solicitaba un vehículo en nombre de su señor. Por lo visto, Bothari no había tenido problemas con sus pases e identificaciones. El hombre insertó las tarjetas del sargento en su ordenador, colocó la palma sobre la almohadilla del sensor, e impartió unas órdenes rápidas.

¿Funcionaría este plan tan simple?, se preguntó Cordelia con desesperación. Y de lo contrario, ¿qué alternativa les quedaba? La ruta que habían planeado se dibujó en su mente, como líneas de luz roja serpenteando sobre un mapa. No irían al norte, hacia su objetivo, sino que primero viajarían al sur, en coche terrestre hasta el primer Distrito leal. Allí dejarían en una zanja el llamativo coche del gobierno, abordarían el monocarril hasta el otro Distrito y luego viajarían al noroeste cruzando a otro más, para regresar al este, donde se encontraba la zona neutral del conde Vorinnis, centro de tanta atención diplomática por parte de ambos bandos. El comentario de Piotr resonó en su memoria.
Te lo juro, Aral, si Vorinnis no deja de jugar a dos bandas, cuando esto termine tendrás que colgarlo más alto que a Vordarian
. Entonces llegarían al Distrito Capital y, de alguna manera, entrarían en la ciudad ocupada. Deberían recorrer muchos kilómetros. Tres veces más que la distancia directa entre la base y la capital. Tardarían mucho. Su corazón se lanzó hacia el norte, como la aguja de una brújula. Los peores Distritos serían el primero y el último. Las fuerzas de Aral podían resultar tan enemigas como las de Vordarian. Todo se le antojaba imposible.

Other books

Of Pain and Delight by Heidi Stone
Mother of Pearl by Mary Morrissy
The Last Vampire by Whitley Strieber
Sixteen and Dying by Lurlene McDaniel
The Vatican Rip by Jonathan Gash