Barrayar (33 page)

Read Barrayar Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
3.84Mb size Format: txt, pdf, ePub

El rostro pálido y fatigado de Illyan cobró un tinte verdoso.

—Señor… ¿usted quiere que ocupe el puesto de Negri?

—Primero debe ordenarlo todo —le advirtió Vorkosigan con frialdad—. Y sin tardanza. No puedo representar al emperador antes de que Seguridad Imperial esté en condiciones de custodiarlo.

—Sí, señor. —La voz de Illyan estaba ahogada por la sorpresa.

Kanzian se levantó, rechazando la ayuda de un preocupado oficial. Aral apretó la mano de Cordelia bajo la mesa y se puso en pie para acompañar al nuevo núcleo de su Estado Mayor. Al salir, Kou se inclinó hacia Cordelia y le susurró:

—Las cosas van mejorando, ¿eh?

Ella lo miró con una sonrisa triste. Las palabras de Vorkosigan resonaron en su cabeza.
Cuando la deserción de hombres alcance un punto crítico y Vordarian se sienta invadido por el pánico

Poco a poco, a medida que transcurría la semana, fue aumentando la cantidad de refugiados que llegaba a la base Tanery. Después de Kanzian, lo más espectacular fue la huida del primer ministro Vortala del arresto domiciliario a que lo había sometido Vordarian. Llegó con varios hombres heridos y un relato espeluznante de sobornos, mentiras, persecuciones y tiroteos. Dos ministros imperiales de menor importancia también llegaron a la base, uno de ellos a pie. El ánimo general iba mejorando con cada aparición importante; la atmósfera de la base se volvió eléctrica al acercarse el momento de la acción. En los pasillos ya no se preguntaba «¿quién ha llegado?» sino «¿quién ha llegado hoy?». Cordelia trató de parecer animada por todos aquellos sucesos, ocultando sus temores para sí misma. Vorkosigan parecía cada vez más complacido y más tenso al mismo tiempo.

Tal como le habían indicado, Cordelia se dedicó a descansar en las habitaciones de Vorkosigan. Muy pronto se sintió con suficiente energía para comenzar a golpear las paredes. Entonces intentó variar la prescripción con algunos ejercicios y flexiones (aunque prefirió evitar los abdominales). Se encontraba considerando la posibilidad de unirse a Bothari en el gimnasio, cuando la consola zumbó.

El rostro aprensivo de Koudelka apareció en la pantalla.

—Señora, el regente solicita que se reúna con él en la Sala de Reuniones Siete. Ha recibido algo que quiere que usted vea.

Cordelia notó un nudo en el estómago.

—Está bien. Ya voy.

En la Sala de Reuniones Siete había varios hombres congregados alrededor de una videoconsola, debatiendo en voz baja. Varios oficiales, Kanzian, el ministro Vortala. Vorkosigan la miró y le dirigió una sonrisita forzada.

—Cordelia, me gustaría que me dieras tu opinión sobre una cosa que hemos recibido.

—Muy halagador, pero… ¿qué clase de cosa?

—El último informe especial de Vordarian tiene un nuevo giro. Kou, vuelve a pasar el vídeo, por favor.

Las emisiones propagandistas de Vordarian solían ser objeto de burlas por parte de los hombres de Vorkosigan. En esta ocasión sus rostros reflejaban más gravedad.

Vordarian apareció en uno de los salones de la Residencia Imperial, el formal y sereno Salón Azul. Ezar Vorbarra solía realizar sus raras declaraciones públicas desde ese lugar. Vorkosigan frunció el ceño.

Vordarian estaba sentado, vestido con su uniforme de gala, sobre un sofá de seda color marfil. La princesa Kareen estaba a su lado. Tenía el cabello recogido por medio de unas peinetas con incrustaciones de joyas. Llevaba un impresionante vestido negro, serio y formal.

Vordarian sólo pronunció una pocas palabras vehementes, solicitando la atención de los espectadores. En el vídeo apareció la gran cámara del Consejo de Condes en el castillo Vorhartung. La cámara se acercó a un primer plano del lord Guardián de los Portavoces, vestido con todas sus galas reales. A juzgar por sus repetidas miradas en una dirección concreta, aparte de la cámara debía haber alguna otra cosa apuntada a la cabeza del lord Guardián. Cordelia imaginó a un hombre con un arma mortal, o tal vez todo un pelotón, en ese punto invisible para ellos.

El lord Guardián alzó un telegrama plástico y comenzó:

«Cito textualmente: debido al…»

—¡Ah, muy hábil! —murmuró Vortala.

Koudelka detuvo el vídeo para decir:

—¿Perdón, ministro?

—Eso de
«cito textualmente»
… acaba de distanciarse de las palabras que está a punto de leer en ese telegrama. La primera vez no me fijé. Bien, Georgos, bien —dijo Vortala a la figura paralizada—. Adelante, teniente. No pretendía interrumpir.

La imagen del holovídeo continuó.

«… vil asesinato del niño emperador Gregor Vorbarra, y a la traición de sus sagrados votos por parte del usurpador Vorkosigan, el Consejo de Condes declara al falso regente un traidor, lo degrada, lo despoja de sus poderes y lo considera proscrito. En este día, el Consejo de Condes confirma al conde comodoro Vidal Vordarian como Primer Ministro y regente en actividad para la princesa viuda Kareen Vorbarra, conformando un gobierno interino de emergencia hasta que se encuentre un nuevo heredero confirmado por el Consejo de Condes y el Consejo de Ministros en una asamblea plenaria.»

Continuó con otras cuestiones legales mientras la cámara recorría la habitación.

—Congele la imagen, Koudelka —pidió Vortala, y movió los labios mientras contaba—. ¡Ja! Ni siquiera un tercio se encuentra presente. Ni siquiera se acerca al quórum. ¿A quién cree que engaña?

—Un hombre desesperado, unas medidas desesperadas —murmuró Kanzian mientras Koudelka pulsaba el control del holovídeo.

—Mira a Kareen —indicó Vorkosigan a Cordelia.

La imagen regresó a Vordarian y la princesa. Vordarian continuó con un discurso tan hipócrita que Cordelia necesitó unos momentos para descifrar que con la expresión «protector personal» Vordarian estaba anunciando un compromiso de matrimonio. Su mano se cerró sobre la de Kareen, aunque continuó mirando a la cámara. Ella alzó la mano para recibir un anillo, sin alterar su expresión serena. El vídeo terminaba con una música solemne. Fin. Afortunadamente les habían ahorrado cualquier comentario postmórtem; por lo visto, nadie preguntaba nada a los barrayareses de la calle hasta que los disturbios se hacían tan ruidosos que nadie se atrevía a ignorarlos.

—¿Cómo analizarías la reacción de Kareen? —le preguntó Aral a Cordelia.

Ella alzó las cejas.

—¿Qué reacción? ¿Cómo analizarla? ¡No dijo ni una palabra!

—Precisamente. ¿Te pareció que estaba drogada? ¿O bajo coacción? ¿Contaba con su consentimiento? ¿Han logrado engañarla por la propaganda de Vordarian o qué? —Frustrado, Vorkosigan observó la pantalla vacía—. Kareen siempre ha sido reservada, pero ésta ha sido la actuación más impenetrable que jamás haya visto.

—Páselo otra vez, Kou —dijo Cordelia. Hizo que se detuviera en las mejores tomas de Kareen. Estudió su rostro con la imagen congelada, apenas menos animado que cuando estaba en movimiento—. No parece aturdida ni bajo el efecto de un sedante. Y no mira a un lado como el Portavoz.

—¿Nadie la amenaza con un arma? —preguntó Vortala.

—O tal vez simplemente no le importe —sugirió Cordelia.

—¿Consentimiento o compulsión? —repitió Vorkosigan.

—Tal vez ninguna de las dos cosas. Se ha enfrentado a esta clase de disparates durante toda su vida adulta… ¿qué esperáis de ella? Sobrevivió a tres años de matrimonio con Serg, antes de que Ezar la amparara. Tuvo que ser una verdadera experta en saber qué cosas debía callar y cuándo hacerlo.

—Pero someterse públicamente a Vordarian… si lo considera responsable por la muerte de Gregor…

—Sí, ¿qué cree ella? Si realmente piensa que su hijo está muerto (aunque no crea que tú lo hayas matado), entonces sólo queda velar por su propia supervivencia. ¿Para qué arriesgarla por una futilidad dramática, si eso no ayudaría a Gregor? ¿Qué te debe ella a ti, a todos nosotros en realidad? Por lo que ella sabe, le hemos fallado.

Vorkosigan esbozó una mueca de disgusto.

Cordelia continuó.

—Vordarian ha estado controlando su acceso a la información, sin duda. Hasta puede haberla convencido de que está triunfando. Ella es una superviviente; hasta el momento ha logrado sobrevivir a Serg y a Ezar. Tal vez se proponga sobreviviros a ti y a Vordarian también. Quizá crea que su única venganza sea vivir lo suficiente para escupir sobre las tumbas de todos vosotros.

Uno de los oficiales de estado murmuró:

—Pero es una Vor. Su obligación era oponerse a él.

Cordelia lo favoreció con una sonrisa radiante.

—Oh, pero nunca se sabe lo que piensa una mujer barrayaresa por lo que dice delante de los hombres. Aquí la sinceridad no es particularmente apreciada, ¿sabe?

El hombre le dirigió una mirada inquieta. Drou esbozó una sonrisa amarga. Vorkosigan emitió una risita. Koudelka parpadeó.

—Entonces, Vordarian se ha cansado de esperar y se designa regente a sí mismo —murmuró Vortala.

—Y Primer Ministro —señaló Vorkosigan.

—Está ansioso.

—¿Por qué no ha tratado de conseguir directamente el imperio? —preguntó el oficial.

—Está tanteando el terreno —le respondió Kanzian.

—Figura más adelante en el guión —opinó Vortala.

—O tal vez antes, si lo forzamos un poco —sugirió Kanzian—. El último paso fatal. Debemos considerar la posibilidad de empujarlo un poco.

—No podremos esperar mucho más —dijo Vorkosigan con firmeza.

El rostro espectral de Kareen permaneció fijo en la mente de Cordelia todo ese día, y regresó cuando despertó a la mañana siguiente. ¿Qué pensaba Kareen? ¿Qué sentía, en realidad? Tal vez estaba aturdida, tal como sugería la evidencia. Tal vez esperaba una oportunidad. Tal vez se había entregado a Vordarian.

Si supiera en qué creía, sabría lo que está haciendo. Si supiera qué estaba, haciendo, sabría en qué cree
. Demasiadas incógnitas en esta ecuación. Si yo fuera Kareen… ¿Ésta sería una analogía válida? ¿Cordelia podía comparar su razonamiento con el de otra persona? ¿Podía hacerlo alguien? Ella y la princesa se parecían en algunas cosas: ambas eran mujeres de edades similares, madres de hijos en peligro… Cordelia cogió el zapato de Gregor que estaba entre sus escasas pertenencias montañesas y empezó a darle vueltas.
Mamá tiró para que fuese con ella, y entonces fue cuando perdí mi zapato. Ella se lo quedó en la mano. Tendría que haberlo atado más fuerte
… Tal vez debiese confiar en su propio criterio. Tal vez supiese exactamente lo que pensaba Kareen.

Cuando la consola zumbó, cerca de la hora en que lo había hecho el día anterior, Cordelia corrió a responder. ¿Un nuevo mensaje de la capital, una nueva evidencia, algo para quebrar ese círculo irracional? Pero el rostro que se materializó en la pantalla no fue el de Koudelka, sino el de un desconocido, con una insignia de Inteligencia en el cuello.

—¿Señora Vorkosigan? —comenzó con deferencia.

—¿Sí?

—Soy el mayor Sircoj, oficial de servicio en la entrada principal. Mi tarea es examinar a cada persona nueva que llega, hombres que han abandonado unidades traidoras para unirse a nosotros, y registrar cualquier nueva información que hayan traído. Hace media hora apareció un hombre que afirma haber escapado de la capital, pero se niega a someterse a un interrogatorio voluntario. Hemos confirmado su afirmación de que ha sido condicionado para rechazar el pentotal… si tratamos de inyectarlo, lo mataremos. Él insiste en hablar con usted. Podría ser un asesino.

El corazón de Cordelia comenzó a latir con fuerza. Se inclinó hacia el holovídeo como si hubiese podido meterse en él.

—¿Trae algo consigo? —preguntó con agitación—. ¿Algo como una caja de medio metro de altura, con muchas luces parpadeantes? ¿Algo misterioso capaz de poner nervioso a cualquier guardia? ¡Su nombre, mayor!

—Sólo trae las ropas que lleva puestas. No se encuentra en muy buena forma. Se llama Vaagen. Capitán Vaagen.

—Iré ahora mismo.

—¡No, señora! El hombre prácticamente delira. Podría ser peligroso. No puedo permitir que…

Ella lo dejó hablando en una habitación vacía. Droushnakovi tuvo que correr para alcanzarla. Cordelia llegó a las oficinas de seguridad en la entrada principal en menos de siete minutos, y se detuvo en el pasillo para recuperar el aliento. Para recuperar el alma, que deseaba salir volando por su boca. Calma. Calma. Al parecer los desvaríos no eran el mejor modo de aproximarse a Sircoj.

Cordelia alzó el mentón y entró en la oficina.

—Diga al mayor Sircoj que la señora Vorkosigan se encuentra aquí para verlo —ordenó al secretario, quien alzó las cejas impresionado y se inclinó sobre su consola.

Sircoj tardó lo que a Cordelia le parecieron interminables minutos en aparecer. Finalmente abrió una puerta.

—Debo ver al capitán Vaagen.

—Señora, podría ser peligroso. —Sircoj comenzó exactamente donde ella lo había interrumpido—. Podría estar programado de algún modo imprevisto.

Cordelia consideró la posibilidad de cogerlo por el cuello y apretar hasta que entrara en razón, pero no le pareció práctico. Respiró hondo.

—¿Qué me permitirá hacer? ¿Al menos puedo verlo por vídeo?

Sircoj pareció pensativo.

—Eso estaría bien. Sí, de acuerdo.

La llevó a otra habitación y encendió un monitor. Ella exhaló con un pequeño gemido.

Vaagen estaba solo en una sala de espera, caminando de una pared a la otra. Vestía el pantalón verde de su uniforme y una camisa blanca muy sucia. No se parecía en nada al científico apuesto y enérgico que ella había visto por última vez en el laboratorio del hospital. Tenía unas marcas violetas alrededor de los ojos, y uno de sus párpados estaba muy hinchado. Caminaba completamente encorvado. Sucio, agotado, con los labios hinchados…

—¡Llamen a un médico para ese hombre! —Cordelia comprendió que había gritado al ver que Sircoj saltaba.

—Ya lo han examinado. Su vida no corre peligro. Podremos comenzar a tratarlo en cuanto haya pasado las pruebas de seguridad —se obstinó Sircoj.

—Entonces, comuníquelo conmigo —dijo Cordelia con los dientes apretados—. Drou, ve a llamar a Aral. Dile lo que está ocurriendo.

Sircoj pareció preocupado al oír sus palabras, pero se aferró con valentía a sus procedimientos. Más segundos interminables mientras alguien se acercaba al prisionero y lo llevaba a una consola.

Al fin su rostro apareció en la pantalla; Cordelia pudo ver sus propios ojos reflejados en la apasionada intensidad de los de Vaagen. Comunicados al fin.

Other books

Breathless by Anne Sward
Etruscans by Morgan Llywelyn
Days of Your Fathers by Geoffrey Household
A Perfect Marriage by Bright, Laurey
Someone Like Summer by M. E. Kerr
The Last Martin by Jonathan Friesen