Barrayar (29 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia-ficción

BOOK: Barrayar
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—No lo entiendo, señora. Con los caballos abandonados allá fuera, si alguien viene a buscarnos nos encontrará de inmediato, y sabrá exactamente dónde estamos.

—Sin duda nos encontrará —convino Cordelia—. Pero no sabrá dónde estamos. Porque sin Kly, no tengo la menor intención de llevar a Gregor por este laberinto. No obstante, la mejor forma de fingir que hemos estado aquí es
estar
aquí un buen rato.

Los ojos de Bothari se iluminaron al comprender, y se volvieron hacia las cinco entradas de los túneles.

—¡Ah!

—Eso significa que también debemos encontrar un verdadero escondite. En algún lugar del bosque, desde donde podamos llegar al sendero por donde Kly nos trajo ayer. Es una pena no haberlo hecho a la luz del día.

—Entiendo a qué se refiere, señora. Iré a explorar.

—Por favor, sargento.

Bothari cogió el saco con las provisiones y desapareció en la oscuridad del bosque. Cordelia acomodó a Gregor en el saco de dormir y luego salió de la cueva para sentarse sobre unas rocas y vigilar. Divisaba el valle gris que se extendía bajo las copas de los árboles y el techo de la cabaña de Kly. Ahora no surgía humo de su chimenea. Bajo la roca, ningún sensor térmico lograría detectar el fuego de la caverna, aunque el olor se esparcía por el aire frío. Cordelia buscó luces móviles en el cielo hasta que las estrellas se convirtieron en una mancha confusa frente a sus ojos.

Bothari regresó después de un buen rato.

—Tengo el lugar. ¿Nos vamos ya?

—Aún no. Todavía es posible que aparezca Kly.

—Entonces es su turno para dormir, señora.

—Oh, sí. —Cordelia todavía sentía una gran fatiga muscular. Dejando a Bothari sentado en el peñasco a la luz de las estrellas como una gárgola guardiana, ella se acomodó junto a Gregor. Un rato después, se quedó dormida.

Cordelia despertó cuando la luz del amanecer derramó una bruma luminosa en el óvalo de la entrada. Bothari preparó té caliente, y compartieron unos trozos de pan que habían sobrado de la noche anterior, mordisqueando unos frutos secos.

—Seguiré vigilando —dijo Bothari—. De todos modos no logro dormir tan bien sin la medicación.

—¿Medicación? —dijo Cordelia.

—Sí, me dejé las pastillas en Vorkosigan Surleau. Ya comienzo a notar su falta. Las cosas parecen más nítidas.

De pronto a Cordelia le resultó difícil tragar el pan que tenía en la boca, pero lo empujó con un sorbo de té. ¿Sus drogas psicoactivas tendrían un efecto verdaderamente terapéutico, o serían sólo políticas?

—Comuníqueme de inmediato si experimenta alguna clase de alteración, sargento —dijo con cautela.

—Hasta ahora no. Sólo que cada vez me resulta más difícil dormir. Las pastillas suprimen los sueños. —Cogió su taza de té y regresó al puesto de guardia.

Cordelia no limpió el campamento. Acompañó a Gregor hasta el arroyo más cercano donde ambos se lavaron como pudieron. Estaban adquiriendo un olor auténticamente montañés. Luego regresaron a la caverna, donde Cordelia descansó un rato en el saco de dormir. Pronto debería insistir en relevar a Bothari.

Vamos, Kly

La voz tensa de Bothari retumbó en la cueva.

—Señora. Majestad. Es hora de irnos.

—¿Kly?

—No.

Cordelia se levantó, ahogó el fuego con la tierra que había preparado para ese propósito, cogió a Gregor de la mano y lo sacó de la caverna. El niño parecía muy asustado. Bothari estaba quitando las bridas de los caballos y liberaba sus riendas. Cordelia se asomó a un lado de la cueva y echó un vistazo sobre las copas de los árboles. Una aeronave había aterrizado frente a la cabaña de Kly. Dos soldados uniformados la rodeaban por la izquierda y la derecha. Un tercero desapareció bajo el porche. A lo lejos se oyó una patada que abría la puerta de Kly. En esa aeronave sólo había soldados, ningún montañés como guía ni como prisionero. Ni rastro de Kly.

Echaron a correr hacia el bosque. Bothari iba adelante y llevaba a Gregor en la espalda. Rose se dispuso a seguirlos, y Cordelia se volvió para agitar los brazos susurrando con desesperación:

—¡No! ¡Vete de aquí, animal estúpido! —La yegua vaciló, y luego dio media vuelta para permanecer junto a su compañero cojo.

Siguieron corriendo con pasos rítmicos, sin pánico. Bothari había escogido muy bien el camino, aprovechando el refugio de las rocas y los árboles. Treparon, descendieron, volvieron a trepar, y justo cuando Cordelia pensaba que sus pulmones iban a estallar y que se descubrirían ante sus perseguidores, Bothari se desvaneció al otro lado de una escarpada pendiente de roca.

—¡Por aquí, señora!

Había encontrado una delgada grieta horizontal en las rocas, con medio metro de altura y tres metros de profundidad. Cordelia se introdujo en la cavidad y descubrió que la única apertura del nicho era el lugar por donde había entrado, y que éste se encontraba parcialmente bloqueado por rocas desprendidas. Allí les aguardaban el saco de dormir y las provisiones.

—No me extraña que los cetagandaneses hayan tenido problemas aquí —jadeó Cordelia.— Para detectarlos, tendrían que apuntarles directamente con un detector térmico a veinte metros de distancia sobre el barranco. El lugar estaba perforado por cientos de hendiduras similares.

—Esto es lo mejor. —Bothari extrajo unos antiguos gemelos de campaña que había encontrado en la cabaña de Kly—. Podremos verlos.

Los gemelos no eran más que unos binoculares con lentes móviles, unos colectores luminosos puramente pasivos. Debían de remontarse a la Era del Aislamiento. El aumento era bastante pobre según los estándares modernos, ninguna lente uviol, ni emisión de rayos infrarrojos, ningún pulso de telémetro… ninguna célula de energía que pudiese ser detectada. Tendida sobre el vientre, con el mentón apoyado en el suelo, Cordelia alcanzaba a ver la entrada de la caverna más allá del barranco y de un saliente empinado.

—Ahora debemos estar
muy
callados —dijo, y el pálido rostro de Gregor se volvió prácticamente fetal.

Al fin los hombres vestidos de negro encontraron a los caballos, aunque parecieron tardar una eternidad. Entonces descubrieron la entrada de la caverna. Sus diminutas figuras gesticulaban con excitación, entraban y salían corriendo, y llamaron a la aeronave que aterrizó frente a la apertura aplastando las malezas. Cuatro hombres entraron; un rato después, uno volvió a salir. Luego llegó otra aeronave y una nave más pesada, que descargó toda una patrulla. La boca de la montaña los devoró a todos. Llegó otro vehículo, y los hombres comenzaron a instalar luces, un generador de campo y sistemas de comunicación.

Cordelia acomodó el saco de dormir para Gregor, suministrándole pequeños bocados y sorbos de su botella de agua. Bothari se tendió en el fondo del nicho con una manta plegada bajo la cabeza. Mientras el sargento dormitaba, Cordelia mantuvo estrecha vigilancia de todo lo que ocurría en la caverna. A media tarde, calculó que unos cuarenta hombres habían entrado y no habían vuelto a salir.

Dos soldados fueron sacados en camillas flotantes, cargados en una nave médica y llevados de allí. Una aeronave sufrió un fallo en el aterrizaje, se derrumbó cuesta abajo y se estrelló contra un árbol. Varios hombres se ocuparon de sacarla, enderezarla y repararla. Para el atardecer unos sesenta hombres habían entrado en la caverna. Toda una compañía que había salido de la capital, que no perseguía a los refugiados, que no trataba de desentrañar los secretos del Hospital Militar… aunque no eran un número suficiente para que se notase la diferencia, seguramente.

Es un comienzo
.

Cordelia, Bothari y Gregor abandonaron el nicho al atardecer, evitaron el barranco y avanzaron por el bosque en silencio. Casi había oscurecido por completo cuando llegaron al límite de los árboles y encontraron el sendero de Kly. Llegaron a la cima del cerro y se deslizaron por la cuesta que a Cordelia tanto le había costado escalar aferrada a los estribos de Rose, dos días atrás. Cinco kilómetros después, en una región de matorrales bajos, Bothari se detuvo repentinamente.

—Shh, señora. Escuche.

Voces. Voces de hombres, bastante cercanas pero con un extraño sonido hueco. Cordelia miró en la oscuridad, pero ninguna luz se movió. Se agazaparon junto al sendero, aguzando los sentidos.

Bothari se deslizó, con la cabeza inclinada hacia un lado, siguiendo sus oídos. Momentos después, Cordelia y Gregor se acercaron con cautela. Encontraron al sargento arrodillado junto a un afloramiento estriado. Él les hizo señas para que se acercaran.

—Es un respiradero —anunció en un susurro—. Escuche.

Las voces eran mucho más claras ahora, cadencias mordaces, sonidos guturales y furiosos acentuados por maldiciones en dos o tres idiomas.

—Maldita sea, sé que fuimos a la izquierda en el tercer recodo.

—Volvimos a cruzar el arroyo.

—¡No era el mismo arroyo,
sabaki!


Merde. ¡Perdu!

—¡Es un idiota, teniente!

—¡No sea insolente, cabo!

—Esta luz fría no durará mucho más. Ya se está apagando.

—Pues entonces no la sacuda, imbécil; así se acabará más rápido.

—¡Déme esa…!

Los dientes de Bothari brillaron en la oscuridad. Fue la primera sonrisa que Cordelia le veía desde hacía meses. En silencio, el sargento le hizo la venia. Luego se alejaron bajo el frío de la noche Dendarii.

Cuando estuvieron de regreso en el camino, Bothari suspiró profundamente.

—Ojalá hubiese tenido una granada para arrojar por ese respiradero. Dentro de una semana sus cuadrillas de rescate todavía se estarían disparando entre sí.

13

Cuatro horas más tarde, el inconfundible caballo tordo salió de la oscuridad. Kly era una sombra sobre él, pero su figura y su sombrero viejo eran claramente reconocibles.

—¡Bothari! —exclamó Kly—. Están vivos. Gracias a Dios.

La voz de Bothari fue seca.

—¿Qué le ocurrió, mayor?

—Me encontraba en una cabaña adonde había ido a entregar correspondencia, y estuve a punto de tropezar con una patrulla de Vordarian. Están recorriendo las colinas casa por casa. Interrogan con pentotal a todos los que encuentran. Deben traer toneles de esa droga.

—Le esperábamos anoche —dijo Cordelia, tratando de que su tono no sonara demasiado acusador.

Kly asintió con un gesto a modo de saludo, y su sombrero de fieltro se balanceó.

—Y hubiese llegado, de no haber sido por esa maldita patrulla de Vordarian. No me atreví a permitir que me interrogaran, por lo cual pasé todo el día y la noche esquivándolos. Envié al marido de mi sobrina para que los trajera, pero cuando él llegó a mi casa esta mañana, los hombres de Vordarian ocupaban todo el lugar. Pensé que todo estaba perdido, aunque mis esperanzas renacieron cuando al caer la noche todavía se encontraban allí. Si los hubieran encontrado, no habrían seguido buscándolos. Supuse que lo mejor sería subir el trasero a la montura y salir a explorar un poco. No imaginé que tendría tanta suerte.

Kly viró su caballo en el sendero.

—Venga, sargento, suba al muchacho. —Yo puedo llevarlo. Creo que será mejor que usted se ocupe de mi señora. Está a punto de caer rendida.

Era demasiado cierto. Cordelia estaba tan agotada que marchó de buena gana hacia el caballo de Kly. Entre los dos hombres la ayudaron a subir, y Cordelia se sentó a horcajadas sobre la tibia grupa del animal. Se aferró a la chaqueta del cartero y todos comenzaron a marchar.

—¿Qué les ocurrió a ustedes? —preguntó Kly a su vez.

Cordelia dejó que Bothari respondiese, con sus oraciones breves aún más resumidas por el peso del niño que llevaba sobre la espalda. Cuando le mencionó a los hombres que habían oído por el respiradero, Kly soltó una carcajada, pero en seguida se llevó una mano a la boca.

—Pueden pasar semanas antes de que salgan de allí. ¡Buen trabajo, sargento!

—Fue idea de la señora Vorkosigan.

—¡Vaya! —Kly se volvió para mirarla por encima del hombro.

—Aral y Piotr parecen pensar que lo mejor es distraer al enemigo —le explicó Cordelia—. Por lo que sé, Vordarian cuenta con reservas limitadas.

—Usted piensa como un soldado, señora —dijo Kly con tono de aprobación.

Cordelia frunció el ceño desanimada. Vaya un cumplido. Lo último que deseaba era comenzar a pensar como un soldado, a jugar según las reglas militares. Aunque la forma irreal en que aquellos hombres veían al mundo resultaba muy contagiosa, y ahora ella estaba inmersa en todo aquello. ¿Cuánto tiempo podría caminar sobre el agua?

Kly los condujo durante otras dos horas de marcha nocturna, desviándose por caminos desconocidos. Justo antes del alba llegaron a una choza, o una casa. Su construcción se parecía a la de Kly, aunque era más grande ya que le habían agregado varias habitaciones. Una pequeña llama, como la luz de una vela casera, ardía en una ventana.

Una anciana salió a la puerta y les hizo señas para que entrasen. Llevaba puesto un camisón y una chaqueta, y tenía el cabello trenzado sobre la espalda. Otro anciano, aunque más joven que Kly, se llevó el caballo a un cobertizo. Kly se dispuso a ir con él.

—¿Nos encontramos a salvo aquí? —preguntó Cordelia adormecida.
¿Dónde estamos?

Kly se encogió de hombros.

—Registraron la casa anteayer, antes de que enviara a mi sobrino político. Lo revisaron todo de arriba abajo. La anciana emitió un bufido al recordar ese desagradable momento.

—Con las cavernas, todas las casas que aún no han visitado y el lago, pasará un tiempo antes de que vuelvan aquí. Todavía están dragando el fondo del lago. Por lo que he oído, han traído toda clase de equipos. Es un sitio tan seguro como cualquiera. —Se marchó tras su caballo.

O tan peligroso. Bothari ya se estaba quitando las botas. Debían de dolerle mucho los pies. Los de ella estaban hechos un desastre, tenía las zapatillas convertidas en harapos, y los trapos que había atado en los pies de Gregor estaban completamente rotos. Cordelia nunca se había sentido tan al límite de su resistencia, tan extenuada hasta los huesos, aunque había realizado caminatas mucho más largas que ésta. Era como si su embarazo truncado le hubiese drenado parte de su propia vida para pasársela a otro. Cordelia permitió que la guiaran, que la alimentaran con pan, queso y leche, y que la acomodaran en una pequeña habitación en un catre estrecho junto al de Gregor. Esa noche creería que estaba a salvo, al igual que los niños barrayareses creían en Papá Escarcha durante la Feria Invernal… sólo porque deseaba desesperadamente que fuese cierto.

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