Bitterblue (39 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Bitterblue
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Beber agua fue como si tragara fuego.

—Holt —susurró—. ¿Qué ha ocurrido?

—Una partida de malhechores aguardaba fuera de la imprenta para matarla, majestad —explicó Holt—. Hava y yo nos encontrábamos aquí a petición del príncipe Po. Hicimos cuanto pudimos. Ese amigo suyo oyó el jaleo y salió a ayudar. Pero estábamos con el agua al cuello, majestad, si se me permite decirlo, hasta que seis hombres de su guardia lenita de las puertas llegaron corriendo a la escena.

—¿Mi guardia lenita de las puertas? —repitió Bitterblue sin salir de su asombro, captando ahora el sonido de botas en el pavimento y los gruñidos mientras los hombres levantaban cuerpos—. ¿Y cómo es que aparecieron aquí?

Holt apartó el frasco y lo dejó en alguna parte. Luego, con cuidado, la alzó en brazos. Ir así en los brazos de Holt era como flotar en el aire. Las zonas que dolían lo hicieron con suavidad, sin una sola sacudida.

—Por lo que he entendido, majestad —dijo el guardia graceling—, Thiel entró corriendo en sus aposentos anoche para comprobar si todo iba bien. Cuando descubrió que no estaba, exhortó a Helda a enviar un contingente de su guardia lenita de las puertas en pos de usted.

—¿Thiel? ¿Thiel sabía que estaba en peligro?

—Eh —dijo la voz de Zaf, de repente muy cercana—. Creo que eso es sangre suya. La manga de tu chaqueta se está oscureciendo, hombre. —Una mano le exploró la espalda, y, al llegar al hombro, Bitterblue soltó un grito—. La han acuchillado —dijo Zaf mientras el mundo se sumía en la oscuridad.

Volvió a despertarse y oyó los murmullos de las voces de Helda y Madlen. Tenía la sensación de estar toda ella envuelta en algodón, sobre todo la cabeza. Una especie de escayola le inmovilizaba la muñeca y el antebrazo izquierdos, y la parte posterior del hombro izquierdo parecía estar en llamas. Parpadeó y atisbó las estrellas rojas y doradas del techo de su dormitorio. A través de la ventana, empezaban a apuntar las primeras luces. Comenzaba un nuevo día.

Ahora, con Madlen y Helda cerca, parecía seguro pensar que no iba a morir. Y en el instante en que se supo a salvo, también le pareció imposible haber sobrevivido. Sintió deslizarse una lágrima por el rabillo del ojo hasta llegar al pelo, y eso fue todo, porque llorar significaba hipar y resollar, y solo tenía que hacer una inhalación profunda para recordar lo mucho que dolía respirar.

—¿Cómo lo supo Thiel? —susurró.

Las voces susurrantes enmudecieron. Las dos, Helda y Madlen, se acercaron y se inclinaron sobre ella. El rostro de Helda mostraba tensión y alivio; el ama alargó una mano y le acarició el cabello en las sienes.

—Ha sido una noche terrible, con entradas y salidas del castillo, majestad —contestó en voz queda—. Qué susto se llevó Madlen cuando Holt entró corriendo a la enfermería con usted en brazos, y el sobresalto que tuve yo no fue menor cuando Madlen la trajo conmigo.

—¿Pero cómo se enteró Thiel? —insistió Bitterblue.

—No lo dijo, majestad. Entró aquí, desesperado, con un aspecto como si hubiese luchado contra un oso, y me dijo que, si sabía dónde había ido usted y lo que me convenía, más me valía enviar a la guardia lenita a buscarla.

—¿Dónde está ahora? —susurró Bitterblue.

—No tengo ni idea, majestad.

—Manda alguien a buscarlo —ordenó—. ¿Todos los demás se encuentran bien?

—El príncipe Po pasó una noche horrible, majestad —informó Madlen—. Agitado e inconsolable. Tuve que administrarle sedantes cuando Holt llegó con usted, porque estaba fuera de sí. No podía controlarlo y se resistía, así que Holt tuvo que sujetarlo.

—Oh, pobre Po. ¿Va a ponerse bien, Madlen? —preguntó Bitterblue.

—Se encuentra en la misma situación que usted, majestad, con lo cual quiero decir que creo firmemente que mejorará si se aviene a descansar. Aquí tiene, majestad —dijo mientras le ponía una nota doblada en la mano buena—. Una vez que conseguí hacerle tragar la medicina y supo que resistirse era una causa perdida, hizo un esfuerzo extraordinario para dictarme esto. Me hizo prometer que se lo daría.

Bitterblue abrió la nota con una mano mientras trataba de recordar la clave que utilizaba esos días con Po. ¿«Pastel de semilla de amapola»? Sí. Con esa clave, el mensaje de Po descifrado en la letra revirada de la sanadora decía más o menos:

Runnemood fue a los calabozos a las once en punto y apuñaló a nueve prisioneros que dormían en una celda. Uno era el falso testigo en el juicio de Zaf. Otro era ese asesino demente al que pediste a Madlen que examinara. Después le prendió fuego al calabozo. Entró y se marchó por un pasadizo secreto. Más tarde, Runnemood y Thiel entraron por otro pasadizo subterráneo que pasa por debajo de la muralla este. Los perdí. No ha sido una alucinación ni un sueño.

Cuando la guardia lenita se mostró incapaz de dar con Runnemood, Bitterblue encargó la búsqueda a la guardia monmarda. El resultado fue el mismo. El consejero evadido no estaba en el castillo y tampoco hubo suerte en la batida que se hizo por la ciudad.

—Ha escapado a un lugar seguro —concluyó Bitterblue, frustrada—. ¿Dónde vive su familia? ¿Habéis hablado con Rood? Se supone que Runnemood tiene miles de amigos en la ciudad. ¡Descubrid quiénes son, capitán, y encontradlo!

—Sí, majestad —saludó el capitán Smit, que se encontraba al otro lado del escritorio y se mostraba adecuadamente adusto pero también aturdido—. ¿Y tiene razones concretas para creer que Runnemood está detrás del ataque a su persona, majestad?

—Está detrás de algo, eso es indiscutible —fue la respuesta de Bitterblue—. ¿Y Thiel? ¿Dónde está todo el mundo? Haga que alguien suba, ¿quiere?

La persona que el capitán mandó arriba era, de hecho, Thiel. Llevaba el pelo de punta hacia arriba, y lo tenía gris. Cuando le vio a Bitterblue el brazo y las marcas purpúreas en la garganta, los ojos se le enturbiaron con lágrimas y empezó a parpadear.

—Debería estar en cama, majestad —dijo con voz enronquecida.

—No me ha quedado más remedio que salir de ella para encontrar respuesta a la pregunta de por qué Runnemood ha asesinado a nueve de mis prisioneros y después se ha metido por un pasadizo que discurre por debajo de la muralla este. Contigo —contestó Bitterblue de manera inexpresiva.

Thiel se desplomó, tembloroso, en una silla.

—¿Que Runnemood ha asesinado a nueve prisioneros? —dijo—. Majestad, ¿cómo sabe todo eso?

—No estamos hablando de lo que sé yo, Thiel. Hablamos de lo que no sé. ¿Por qué fuiste con Runnemood por ese pasadizo secreto anoche? ¿Cómo sabías dónde enviar a mi guardia lenita para que me rescatara y qué tiene que ver una cosa con la otra?

—Lo supe porque él me lo dijo, majestad —respondió Thiel, sentado en la silla con aire desconsolado y confuso—. Me encontré con Runnemood muy tarde. No parecía él, majestad. Tenía una expresión alterada y sonreía demasiado. Me ponía nervioso. Lo seguí por aquel pasadizo con la esperanza de que si me quedaba con él podría descubrir qué le ocurría. Cuando le presioné, me contestó que había hecho algo brillante, pero ni que decir tiene que yo ignoraba lo de esos prisioneros. Entonces me explicó que usted había salido a la ciudad y que había mandado una partida de malhechores a matarla.

—Comprendo. ¿Y te lo dijo así, sin más?

—No parecía el de siempre, majestad —repitió Thiel, que se agarró del pelo—. Parecía tener la absurda idea de que me complacería oír lo que me contaba. En serio, creo que se ha vuelto loco.

—¿Y eso te sorprende?

—Pues claro, majestad. ¡Estaba atónito! ¡Lo dejé y corrí de vuelta a los aposentos de su majestad con la esperanza de que hubiera mentido y que os encontraría a salvo allí!

—¿Dónde está Runnemood, Thiel? ¿Qué es lo que pasa? —preguntó Bitterblue.

—Ignoro dónde está, majestad —contestó con sorpresa el consejero—. Ni siquiera sé adónde conduce el pasadizo. ¿Por qué me da la impresión de que no me cree?

Bitterblue se alzó del sillón de un salto, incapaz de contener la congoja.

—Porque Runnemood no se ha vuelto loco de repente, y tú lo sabes —dijo—. Es el más cuerdo de todos vosotros. Tú has llegado a decirme que no hable en voz alta sobre el reinado de Leck, no has dejado de repetirme que te cuente a ti los recuerdos que guardo del pasado antes de decírselo a cualquier otra persona. Has estado discutiendo con él y me has estado haciendo advertencias sutiles. ¿O no es así? ¿Por qué otra razón ibas a hacer todo eso si ignorabas su campaña de persecución y hostigamiento a los buscadores de la verdad?

Thiel había empezado a ensimismarse, a aislarse de todo; Bitterblue conocía las señales. Se estaba retirando a un lugar recóndito de su mente mientras se ceñía el cuerpo con los brazos, y no se había incorporado de la silla cuando lo hizo ella.

—Ahora ya no sé de qué me habla, majestad —susurró—. No entiendo nada.

En aquel momento sonó una llamada a la puerta y Raposa asomó la cabeza por la rendija abierta.

—Majestad, perdón por interrumpir —se disculpó.

—¿Qué ocurre? —le gritó Bitterblue, exasperada.

—Traigo el pañuelo que le prometió Helda, majestad, para que se cubra las magulladuras —contestó Raposa.

Bitterblue le indicó que entrara con un gesto impaciente de la mano, tras lo cual le ordenó salir del mismo modo. Y entonces se quedó mirando asombrada el pañuelo que Raposa le había dejado en el escritorio. Los recuerdos acudieron en tropel a su mente, porque ese pañuelo había sido de su madre. La seda tenía un suave tono gris, con motas plateadas, y no había pensado ni una sola vez en él desde hacía más de ocho años; pero ahora recordaba a las dos, a ella de pequeña y a su madre, que le contaba los dedos y se los besaba. Recordaba a Cinérea riéndose… ¡Riéndose! Al parecer ella había dicho algo gracioso que había hecho reír a su madre.

Recogiendo el pañuelo con absoluta delicadeza, como si el mínimo soplo de una respiración pudiera deshacerlo, Bitterblue se lo puso en el cuello y le dio dos vueltas, tras lo cual se sentó. Le dio unos suaves toquecitos, lo alisó.

Alzó la vista hacia Thiel y descubrió al primer consejero mirándola boquiabierto, con una expresión acongojada en los ojos.

—Ese era el pañuelo de su madre, majestad —dijo. Entonces las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas. Algo en el interior de los ojos del hombre pareció desmoronarse, pero había algo vivo allí; nada de vacío, sino vida debatiéndose con el dolor—. Perdón, majestad —se disculpó, ahora llorando con más intensidad—. Supe desde el juicio de hace dos semanas que Runnemood estaba involucrado en algo terrible. Fue él quien amañó la culpabilidad de ese joven lenita monmardo, ¿comprende? Lo sorprendí en pleno ataque de cólera después de haber fracasado en su propósito, así que le obligué a que me confesara la verdad. He estado tratando de abordar ese asunto para hallar un modo de solucionarlo. Éramos amigos desde hace cincuenta años. Creí que, si intentaba comprender por qué Runnemood había hecho algo así, entonces podría hacerle entrar en razón.

—¡Pero me lo ocultaste! —gritó Bitterblue—. ¿Sabías lo que había hecho y lo encubriste?

—Siempre he querido hacerle más fácil el camino, majestad —respondió Thiel, desolado, mientras se enjugaba las lágrimas—. He querido protegerla para que no sufriera más.

No había mucho más que Thiel pudiera contarle.

—¿Sabes por qué lo hizo, Thiel? ¿Qué era lo que se proponía conseguir? ¿Trabajaba para alguien? ¿Quizá colaboraba con Danzhol?

—Lo ignoro, majestad. No logré que me contara nada de eso. No he sabido sacar ninguna conclusión lógica de todo este asunto.

—Pues yo sí veo que la tiene —manifestó ella con voz grave—. Fue pura lógica comprender que era necesario acceder a los calabozos y acuchillar a inocentes y a todos a los que había pagado para que mintieran o mataran. Sobre todo después de que yo hubiera ordenado que se juzgara de nuevo a todos los reos. Después prendió fuego a los calabozos para ocultar lo que había hecho. Limpió cualquier rastro de culpabilidad, ¿no es así? Me pregunto si no fue también el responsable del ataque que sufrí cuando me hirieron en la cabeza. Y también me pregunto si sabía que era yo.

—Majestad —dijo Thiel, alarmado—. Está refiriéndose a muchas cosas de las que no sé nada y que me consterna descubrir ahora. Su majestad nunca nos contó que había habido un ataque previo a este. Y Runnemood jamás habló de pagar a nadie para matar a otras personas.

—Hasta anoche, cuando te contó que había contratado una partida de malhechores para que me mataran —lo interrumpió Bitterblue.

—Sí, hasta anoche —respondió el consejero en un susurro—. Me dijo que había trabado amistad con mala gente, majestad. No me pida que busque una explicación a lo que hay detrás de todo esto, porque lo único que se me ocurre pensar es que está loco.

—La locura es una explicación muy conveniente —comentó con sarcasmo Bitterblue, que se puso de pie otra vez—. ¿Dónde está, Thiel?

—De verdad que no lo sé, majestad —contestó el primer consejero mientras empezaba a incorporarse—. No he vuelto a verlo desde que me separé de él en el pasadizo.

—Siéntate —espetó Bitterblue, deseando en ese instante ser más alta que él para así poder mirarlo desde arriba. Thiel se dejó caer en la silla de golpe—. ¿Por qué no mandaste a nadie tras él? ¡Lo dejaste escapar!

—En ese momento solo pensaba en usted, majestad —gritó—. ¡No en él!

—¡Lo dejaste escapar! —repitió Bitterblue, frustrada.

—Descubriré dónde se encuentra, majestad. Investigaré todas esas cosas que me ha contado ahora, todos esos delitos que cree que Runnemood ha cometido.

—No. Otra persona lo investigará. Ya no estás a mi servicio, Thiel.

—¿Qué? —exclamó él—. No, majestad, por favor. ¡No puede hacer eso!

—¿Ah, no? ¿De verdad no puedo? ¿Eres consciente de lo que has hecho? ¿Cómo voy a confiar en ti si me ocultas las atrocidades de mis propios consejeros? Estoy intentando ser una reina, Thiel. ¡Una reina, no una chiquilla a la que hay que proteger de la verdad! —La voz, quebrada y ronca, se abrió paso por la garganta magullada. Con esto Thiel le había hecho más daño de lo que creía posible que pudiera causarle un viejo estirado e impasible—. Me mentiste. Me hiciste creer que podía contar con tu ayuda para ser una reina justa.

—Lo es, majestad. Su madre estaría…

—Ni se te ocurra —siseó, atajándolo—. No te atrevas a utilizar el recuerdo de mi madre para apelar a mi clemencia.

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