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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (27 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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La animada conversación de mi madre y Robbie quedó en un segundo plano cuando levanté la tapa del teléfono y me lo acerqué al oído.

—Hola, Edden —lo saludé dándome cuenta de inmediato de que se encontraba en el trabajo por el débil parloteo que se escuchaba de fondo—. ¿Ha pasado algo?

Lo primero que me vino a la cabeza fue que Glenn estaba peor, pero Edden no parecía disgustado, sino más bien exaltado.

—No tienes puesta la televisión, ¿verdad? —dijo provocándome un segundo subidón de adrenalina que se sumó al anterior.

—Mia y su hija están en el Circle —dijo. Rápidamente, dirigí la vista a mi bolso, contenta de haberme traído el hechizo. No lo necesitaba, pero tendría ocasión de comprobar si lo había hecho bien o no.

—Se encontraban en la sección de restauración del centro comercial —prosiguió Edden—, absorbiendo las emociones que flotaban en el ambiente. Imagino que no fue suficiente, porque dio comienzo una pelea que acabó en batalla campal. De no ser por eso, jamás habríamos dado con ella.

—¡No me digas! —exclamé. Acto seguido, me tapé la mano con la boca y mi mirada se cruzó con la de mi madre. Ella soltó un suspiro mientras yo me apoyaba en la pared para ponerme las botas—. ¿También está Remus?

—Ummm… Sí —respondió Edden—. Hemos cerrado el centro y alejado a la mayoría de los curiosos. Es un caos. Voy de camino y me gustaría contar contigo para detenerla. Es una inframundana y, como sabes, no tengo muchos en nómina.

En realidad, la AFI no tenía a ningún inframundano en nómina por cuestiones legales. Las manos me temblaban y, a pesar de que se debía al entusiasmo, me encogí en el abrigo.

—Podría estar allí en diez minutos; cinco si no tengo que buscar aparcamiento.

—Les diré que estás de camino —determinó.

Emití un suave sonido con la boca para evitar que colgara.

—Espera. Creo que tardaré un poco más. Tengo que ir a casa a por Jenks. —Si tenía que capturar a una banshee, iba a necesitar su ayuda. Me hubiera gustado contar también con Ivy, pero había salido.

—Ya he mandado a Alex a recogerlo —dijo Edden. Me subí la cremallera del abrigo y me puse a escarbar en el bolso en busca de las llaves, golpeando el detector de talismanes malignos con los nudillos—. He llamado primero a la iglesia y me dijo que quería venir.

—Gracias, Edden —respondí, sinceramente complacida por que hubiera mandado a alguien a por Jenks, no solo porque me había ahorrado el viaje, sino por haberlo tenido en cuenta—. Eres un cielo.

—Sí, sí —dijo con una entonación que daba a entender que estaba sonriendo—. Apuesto lo que quieras a que se lo dices a todos los capitanes.

—Solo a los que me dejan patear algunos culos —concluí justo antes de colgar el teléfono.

Emocionada, volví al salón. Al ver a mamá, a Robbie y a Marshal sentados juntos en el sofá, sin quitarme ojo, me quedé de piedra. Entonces me miré a mí misma, vestida para salir a la calle, y me sonrojé. Me revolví inquieta y, cuando las llaves tintinearon, esbocé una sonrisa poco convincente. ¡Maldita sea! Estaba lista para salir por la puerta y me había olvidado por completo de ellos. ¡
Oh, mierda
!
Hemos venido con el coche de Marshal
.

—Esto… Tengo que irme —dije guardándome las llaves—. Ha habido un problema en el centro comercial. Ummm… ¿Marshal?

Marshal se puso en pie, sonriendo con una expresión afectuosa que no supe cómo interpretar.

—Iré calentando el coche mientras te despides.

El gesto de Robbie era más bien hosco, como si pensara que debía sentarme y tomar café con ellos en vez de hacer mi trabajo, pero ¡por todos los demonios!, las misiones surgían cuando surgían, y no podía vivir de acuerdo con su idea de cómo debía ser mi vida.

—Rachel… —comenzó.

Mi madre le puso una mano en la rodilla.

—Robbie, cierra la boca.

Marshal soltó una carcajada que rápidamente se transformó en un ataque de tos.

—No te preocupes —murmuró detrás de mí justo antes de chocarse conmigo intencionadamente mientras se ponía los zapatos—. No pasa nada.

—Pero ¡mamá! —protestó mi hermano.

Mi presión sanguínea aumentó de golpe. Quizás deberíamos haber traído dos coches aunque, en ese caso, habría dejado a Marshal allí solo, y aquello tampoco habría mejorado las cosas.

Apoyándose con fuerza en el hombro de Robbie, mi madre se puso en pie.

—Marshal, te envolveré un trozo de pastel para que te lo lleves. Me ha encantado que volvamos a vernos. Gracias por venir.

—Ha sido un verdadero placer, señora Morgan. Gracias por todo. Me han encantado las fotografías.

Ella vaciló unos instantes, con un atisbo de preocupación en su rostro, asintió y se encaminó a toda prisa hacia la cocina.

—Lo siento —le dije a Marshal.

Él me tocó el hombro por encima del abrigo.

—No te preocupes. Solo te pido que te acuerdes de traerte el pastel. Tu madre hace unas tartas deliciosas.

—De acuerdo —musité.

A continuación se dio la vuelta y se marchó, dejando entrar una bocanada de aire frío. Estaba nevando otra vez. Todavía me sentía culpable y, cuando me di la vuelta tras cerrar la puerta, estuve a punto de darme de bruces con Robbie. Alcé la cabeza de golpe y la preocupación se transformó en enfado. Me estaba mirando fijamente y le devolví la mirada. Teníamos los ojos a la misma altura ya que, mientras yo tenía las botas puestas, sus pies solo estaban protegidos por los calcetines.

—Rachel, a veces te comportas como una imbécil. No puedo creer que te estés largando.

Entrecerré los ojos.

—Es mi trabajo, Bert —dije poniendo énfasis en el apodo—. A mamá no le importa y, teniendo en cuenta que no estás por aquí lo suficiente como para poder opinar, será mejor que te quites de en medio.

Él tomó aire con intención de protestar pero, cuando mamá reapareció con dos trozos de pastel en un plato cubiertos con film transparente, torció el gesto y se apartó.

—Aquí tienes, cariño —dijo apartando a Robbie de un codazo para darme un abrazo de despedida—. Llámanos cuando todo haya terminado para que podamos dormir tranquilos.

En aquel momento me sentí aliviada por no tener que darle explicaciones y porque no intentó hacerme sentir culpable por haberles obligado a acabar la reunión familiar antes de lo previsto.

—Gracias, mamá —respondí inspirando su olor a lilas mientras me daba un achuchón.

—Estoy orgullosa de ti —añadió apartándose y entregándome la tarta—. Ve a darles una buena lección a esos tipos malos.

Los ojos se me llenaron de lágrimas, feliz de que aceptara que no podía ser la hija que le hubiera gustado y se sintiera orgullosa de quién era realmente.

—Gracias —repetí tragando saliva para librarme del nudo que tenía en la garganta. Desgraciadamente, no funcionó.

Seguidamente, lanzándole una severa mirada a Robbie, dijo:

—Y ahora, haced las paces. Inmediatamente. —Y sin añadir nada más, agarró la bandeja del café y se marchó de nuevo a la cocina.

Robbie tenía la mandíbula apretada, sin abandonar su actitud beligerante, y decidí que tenía que relajarme. No me apetecía marcharme enfadada con él. Podrían pasar otros siete años sin verlo.

—Escucha —dije—. Lo siento mucho, pero así es mi trabajo. No tengo un horario de nueve a cinco, y mamá lo entiende y lo respeta. —Estaba mirando el detector de amuletos malignos que había en mi bolso abierto y me lo eché a la espalda—. Intentarás encontrar ese libro, ¿verdad? —le pregunté colocándome la bufanda. De repente, no estaba segura de que fuera a hacerlo.

Robbie vaciló y, sorprendentemente, sus hombros se relajaron.

—Sí, lo haré —respondió con un suspiro—, pero no estoy de acuerdo con lo que estás haciendo.

—¡Cómo si alguna vez lo hubieras estado! —dije esforzándome por sonreír mientras abría la puerta—. Me alegro por ti y por Cindy —dije—. Te aseguro que no veo la hora de que nos conozcamos.

Al oír mis palabras, por fin esbozó una sonrisa.

—Te daré su número de teléfono —dijo haciendo un gesto hacia la oscuridad de la noche—. Así podrás llamarla. Se muere de ganas de conocerte. Le gustaría que su tesis versara sobre ti.

Me detuve de golpe en el umbral y me di la vuelta.

—¿Por qué? —pregunté recelosa.

Él alzó un hombro y lo dejó caer de nuevo.

—Ummm… Le hablé de tus marcas demoníacas —explicó—. Al fin y al cabo, también es una bruja. Habría visto la suciedad de tu aura y lo habría averiguado.

Entré de nuevo y cerré la puerta.

—¡¿Que le dijiste qué?! —exclamé alzando la voz, contenta de que los guantes me cubrieran la marca demoníaca de la muñeca. Tenía que presionar a Al para que recuperara su nombre. De ese modo, al menos, me libraría de una de ellas.

—Lo siento —dijo con aire de suficiencia y sin el menor asomo de arrepentimiento—. Tal vez no debí hacerlo, pero no quería que te conociera sin una explicación de la mácula.

Agité una mano en el aire.

—Está bien, pero ¿por qué quiere hacer una tesis sobre mí?

Robbie parpadeó.

—¡Ah! Porque se va a licenciar en criminología. Le conté que eras una bruja blanca con una mancha demoníaca que te granjeaste salvando una vida. Y que puedes seguir siendo buena a pesar de estar cubierta de suciedad. —Entonces vaciló—. No te importa, ¿verdad?

Obligándome a mí misma a cambiar de actitud, sacudí la cabeza.

—No. Claro que no.

—Aquí tienes —dijo entregándome el sobre con los billetes de avión—. No te los olvides.

—Gracias. —Al guardarme los billetes noté el duro bulto de la lágrima de banshee en mi bolsillo—. Tal vez podría cambiarlos y adelantar el viaje.

—¡Eso sería genial! Nos encantaría que vinieras antes. Solo tienes que decirlo y prepararemos la habitación de invitados —dijo con una amplia sonrisa—. Sabes que puedes venir cuando quieras.

Tras darle un abrazo de despedida, me aparté y abrí la puerta. El seco y cortante frío nocturno me golpeó en la cara y, mientras recorría el camino libre de nieve que me separaba del coche, me quedé mirando a Marshal. La luz del porche se encendió y saludé con la mano a la sombra junto a la ventana. Las últimas palabras de Robbie se quedaron grabadas en mi mente, y las repetí una y otra vez intentando averiguar por qué me incomodaban tanto.

—¿Al centro comercial? —preguntó Marshal alegremente cuando subí al coche. Lo más probable era que se alegrara de que lo hubiera librado de charlar con mi madre. A menudo hablaba por los codos sin dejarte meter baza. Entonces le pasé el pastel y me lo agradeció con un «umm».

—Sí. Al centro comercial —le confirmé antes de abrocharme el cinturón.

Aunque en el interior hacía calor y la escarcha de las ventanillas había desaparecido, un escalofrío me recorrió de arriba abajo y parpadeé rápidamente cuando, por fin, asimilé las palabras de Robbie.
Sabes que puedes venir cuando quieras
. Sabía que su intención era transmitirme que estarían encantados de recibirme, pero el hecho de que hubiera sentido la necesidad de decirlo significaba mucho más. Se iba a casar. Iba a seguir adelante con su vida, zambulléndose de cabeza en el ciclo vital, entrando a formar parte de él. Casándose, dejaba de ser solo mi hermano, se convertía en el marido de alguien. Y aunque discutíamos con frecuencia, el hecho de que ya no estuviera solo había provocado que se rompiera un vínculo. Él formaba parte de algo mucho mayor y, al invitarme a entrar, involuntariamente me había dado a entender que era una extraña.

—Tu madre hace unas tartas que te mueres —dijo Marshal.

Le sonreí a través del largo asiento y él, consciente de la capa de hielo, metió la primera y partió lentamente en dirección al centro comercial.

—Sí —respondí desganada. Tal vez debía intentar verlo desde otro punto de vista. No había perdido un hermano, había ganado una hermana.

Vaaaaale
.

11.

Sin saber muy bien qué hacer, me detuve unos instantes al borde del gentío y observé al apacible vampiro al que conducían por debajo de la cinta amarilla en dirección a los coches patrulla de la SI que esperaban junto al bordillo.

—No lo sé —comentaba el hombre esposado con expresión de desconcierto—. Me importa una mierda lo que piense un hombre lobo de mi madre. Simplemente, estallé.

Apenas pude entender la respuesta del vampiro no muerto y me quedé mirando mientras desaparecían, entre las luces y el alboroto de los seis coches de la SI, las dos unidades móviles de los informativos, los ocho vehículos de la AFI y toda la gente que iba con ellos. Todos tenían las luces encendidas y se movían de un lado a otro cuando el gentío se lo permitía. El frío aire de la noche lo envolvía todo de forma que creaba una sensación oprimente, y exhalé un suspiro. No soportaba llegar tarde a las peleas.

No tenía intención de esperar a Marshal, que todavía estaba buscando aparcamiento. Al fin y al cabo, no le dejarían entrar. De hecho, me habría sorprendido que me permitieran pasar sin poner alguna que otra pega; invitada o no, la AFI ya no se fiaba de mí.
Estúpidos prejuicios
. ¿Qué más tenía que hacer para demostrarles que podían confiar en mí?

Con la barbilla bien alta y los ojos bien abiertos, me abrí paso entre la multitud en dirección al lugar donde la cinta amarilla se encontraba con la pared, decidiendo que pasaría por debajo esperando que todo fuera bien. No obstante, justo cuando iba a agacharme, me vi obligada a detenerme. Había estado a punto de chocar mi cabeza contra la de una cara que me resultaba familiar y que estaba haciendo lo mismo.

—Hola, Tom —dije con sarcasmo—. Últimamente te veo en todas partes.

El antiguo agente de la SI soltó la cinta y su expresión de asombro se transformó en frustración. Entonces tomó aire para decir algo, pero apretó la mandíbula y, tras llevarse las manos a los bolsillos, se marchó sin decir nada.

Sorprendida, me quedé mirándolo hasta que se desvaneció entre la nieve y la multitud.

—¡Vaya! —murmuré.

A continuación, algo decepcionada porque no se hubiera quedado para intercambiar insultos, me introduje por debajo de la cinta amarilla y atravesé la puerta abierta más cercana, deseosa de escapar del frío. El aire estaba en calma en el espacio entre las dos puertas gemelas y oí voces que resonaban, alzadas por la rabia y la frustración. Al otro lado de la segunda puerta se había congregado un grupo de agentes uniformados de la AFI y decidí que era mi mejor opción.

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