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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja blanca, magia negra (28 page)

BOOK: Bruja blanca, magia negra
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—Lo siento, señorita —me dijo una voz grave e, instintivamente, solté la puerta interior y di un paso atrás antes de que una mano de dedos gruesos pudiera tocarme.

Se trataba de un vampiro no muerto que, a juzgar por su aspecto, debía de ser bastante joven y al que habían colocado allí para vigilar la entrada. Con el corazón a mil, ladeé la cadera con actitud altiva y lo miré de arriba abajo.

—Estoy con la AFI —dije.

—Las brujas no trabajan para la AFI —respondió—. Tiene más pinta de reportera. Colóquese tras la línea, señorita.

—Trabajo a este lado de las líneas, y no soy reportera —le espeté alzando la vista para mirar su rostro pulcramente rasurado. En otras circunstancias me habría quedado un rato para disfrutar de las vistas, pero tenía prisa—. Y deja de hacer eso con mi aura —le solté, cabreada—. Mi compañera de piso podría comerte para desayunar.

Los ojos del vampiro se volvieron negros. El ruido de fondo de gente enfadada cesó de golpe. Palidecí y, antes de que quisiera darme cuenta, me encontré con la espalda contra la puerta exterior.

—Yo preferiría beberte a sorbitos para desayunar —murmuró el vampiro no muerto con una voz que penetró en mi alma como una niebla helada. El latido de mi cicatriz me hizo volver en mí de golpe. ¡Maldición! Detestaba que los vampiros no me reconocieran.

Me había tapado el cuello con la mano enguantada, y me obligué a bajarla y a abrir los ojos.

—Ve y búscate una rata —le dije a pesar de que la forma en que jugaba con mi cicatriz me estaba resultando tremendamente placentera. Entonces pensé en Ivy y tragué saliva. Aquello era lo último que necesitaba.

El joven vampiro parpadeó ante mi insólita resistencia y, con expresión desconcertada, me soltó. ¡Dios! Tenía que dejar de coquetear con los muertos.

—¡Eh, Farcus! —gritó una voz masculina desde el otro lado del cristal. Él se volvió, aunque sin quitarme ojo de encima—. Deja en paz a la bruja. Es Morgan, la zorra de la AFI.

Farcus, aparentemente, desistió y la aureola azul de sus ojos aumentó por la sorpresa.

—¿Eres Rachel Morgan? —preguntó. Acto seguido se echó a reír mostrando sus afilados colmillos. En cierto modo, aquello me molestó aún más que el que hubiera jugueteado con mi cicatriz.

Me abrí paso.

—Y tú eres Farcus, que rima con Marcus, otro vampiro lameculos. Y ahora, apártate de mi camino.

Su risa cesó de golpe cuando le empujé, y soltó un gruñido mientras me apoyaba en la puerta y me adentraba en el calor del centro comercial.

En comparación con otros centros similares, el sitio no estaba nada mal. En la parte delantera se extendía una espaciosa zona de restauración de amplios pasillos que ocupaba dos plantas y que lo convertían en un lugar agradable para ir de compras. Lentamente, me desabroché el abrigo y me aflojé la bufanda mientras recorría con la mirada el espacio abierto. Ya no había nada que hacer. El ambiente estaba cargado del asfixiante hedor a hombre lobo rabioso y del penetrante saborcillo especiado que despedían los vampiros cuando estaban enfadados, todo ello mezclado con el olor a hamburguesas, patatas fritas y comida china echada a perder por un exceso de grasa. De fondo se escuchaba una versión instrumental de música pop de los ochenta.
Surrealista
.

Las tiendas que rodeaban la zona tenían los cierres echados y los empleados se apiñaban tras ellos, cotilleando en voz alta. La planta inferior era un caos, con varias mesas luciendo las patas rotas y todo retirado a empujones. El suelo estaba cubierto de manchas y restregones de color rojo que hicieron que me detuviera hasta que decidí que, por la forma de las salpicaduras, no podía ser sangre. Se trataba de kétchup, lo que explicaría el hecho de que los humanos se hubieran apelotonado junto a la barra de los helados. La mayoría eran adolescentes vestidos principalmente de negro, pero también había algunos compradores rezagados desafiando los abusivos horarios comerciales de los inframundanos.

En el otro extremo de la zona de restauración se encontraban los inframundanos, y era de allí de donde provendrían las demandas. La mayoría tenía los brazos o las piernas cubiertos de vendajes improvisados. Uno estaba tirado en el suelo inconsciente. Hombres lobo y vampiros. No había ningún brujo, que en ese aspecto eran como los humanos, que se quitaban de en medio cuando los depredadores se peleaban. En ese momento reinaba la tranquilidad, y la mayoría parecían confundidos, no enfadados. Era evidente que la trifulca había terminado con la misma rapidez con la que había empezado. ¿
Y bien
? ¿
Dónde está la pequeña instigadora
?, me pregunté al no ver entre los heridos que se movían de un lado a otro a nadie que se correspondiera con la descripción de Mia.

Me detuve en mitad del espacio abierto y saqué el amuleto localizador de mi bolso con una ligera e ingenua sensación de optimismo. Cabía la posibilidad de que lo hubiera hecho bien y no me hubiera dado cuenta. Sin embargo, cuando sostuve el disco de madera pulida entre mis manos, siguió siendo un disco de madera ligeramente húmedo. Ni brillo, ni hormigueo. Nada. Una de dos, o había cometido un error durante la elaboración del hechizo, o ella no estaba allí.

—¡Maldita sea! —mascullé con el ceño fruncido. Hacía mucho tiempo que no me equivocaba al realizar un conjuro. Las dudas sobre las propias capacidades no eran saludables cuando se trabaja con magia de alto nivel. La inseguridad hace cometer errores.
Mierda, mierda, mierda
. ¿Y si un día metía la pata hasta el fondo y explotaba en pedacitos?

Al escuchar la familiar cadencia de las botas de Ivy, me di la vuelta y volví a guardar el amuleto en el bolso. Me alegraba mucho de que hubiera venido. Echarle el guante a una banshee, incluso aunque estuviera esposada, no era tan sencillo como podría parecer, y probablemente esa era la razón por la que la SI o bien ignoraba sus actividades o las encubría.

—Creía que estabas trabajando —le dije alzando la voz mientras se acercaba.

Ella se encogió de hombros.

—He acabado pronto. —Esperaba que explicara algo más, y me llevé una decepción cuando sacudió la cabeza y añadió—: Nada. No he descubierto nada.

Jenks estaba con ella, e iluminó el puño que le tendí, con aspecto cansado y triste.

—Llegas tarde —dijo—. Te has perdido toda la diversión.

Un vampiro que pasaba con las manos esposadas nos soltó un gruñido intentando rascarse las recientes ampollas de su cuello.

Ivy me agarró del codo y tiró de mí para alejarme de la zona donde se encontraban los inframundanos. Los agentes de la SI me estaban mirando y me sentía incómoda.

—¿Por qué has tardado tanto? —me preguntó—. Edden dijo que te había llamado.

—Estaba en casa de mi madre. Se tarda el triple de lo normal en salir de allí. —A continuación solté un sonoro suspiro al no ver a Mia por ninguna parte—. ¿Ya ha acabado todo? ¿Dónde está Mia? ¿Estaba Remus con ella?

Jenks chasqueó las alas para llamar mi atención y apuntó hacia la zona en la que se congregaban los humanos. La boca se me abrió de forma involuntaria y parpadeé. La niña que no paraba de quejarse debería haberme hecho sospechar, incluso aunque el hombre que estaba de pie con actitud protectora junto a la diminuta y elegante mujer no lo hubiera hecho. ¡
Joder
!
Parece que tuviera treinta años, no trescientos
, pensé cuando me fijé en su figura estilizada, de un aspecto casi frágil, junto a aquel hombre del montón que sostenía entre sus brazos a una niña pequeña embutida en un traje de nieve rosa. Probablemente, lo único que le pasaba a la niña es que tenía calor, y me pregunté por qué no le quitaba aquel mono acolchado.

Remus iba vestido con unos vaqueros y un abrigo de paño y, salvo por sus ojos, que se movían de un lado a otro sin parar, no había nada en él que llamara especialmente la atención. No era ni feo ni guapo, tal vez algo alto y corpulento, pero no demasiado. Costaba creer que le hubiera dado una paliza a Glenn, pero si tenía los conocimientos para hacer daño a alguien y la voluntad de utilizarlos, y los unía al factor sorpresa, podía resultar letal. Para ser honesta, me pareció que tenía un aspecto bastante inofensivo hasta que lo vi seguir con la mirada a un agente de la AFI, el odio en el modo en que apretaba la mandíbula y las ansias de hacer daño reflejadas en sus ojos. Entonces apartó la mirada y arrastró los pies, transformándose en un conserje junto a una mujer muy por encima de sus posibilidades.

—¿Qué hacen ahí sentados? —pregunté dándome la vuelta antes de que se dieran cuenta de que los estaba mirando—. ¿No han conseguido la orden de arresto?

Jenks alzó el vuelo lentamente desde el hombro de Ivy para verlos mejor.

—No, ya la tienen, pero en este momento están tranquilos, y Edden prefiere no hacer nada hasta conseguir evacuar más gente. He estado escuchando, y a la SI le da lo mismo que Mia se dedique a matar humanos.

Una punzada de preocupación hizo que me pusiera rígida por la tensión.

—¿La están encubriendo?

—Nooo. Solo la ignoran. Todo el mundo tiene que matar para poder comer, ¿no?

Lo dijo con la cantidad justa de sarcasmo, y yo sabía que no estaba de acuerdo con su política. Todo el mundo tenía que comer, pero zamparse a la gente no era muy correcto que digamos.

Las alas de Jenks agitaron el aire enviándome un olor a jabón. Llevaba puesta la capa que le envolvía todo el cuerpo en lugar de su ropa de trabajo habitual, lo que le daba un aspecto exótico, y me pregunté qué tal se las estaría arreglando Bis al tener que vigilar la casa él solo.

—Creo que tanto ella como Remus piensan que van a conseguir escabullirse junto a los humanos —dijo aterrizando en mi hombro.

Ivy se rió por lo bajo.

—Me pido al más grande.

—No estoy tan segura —dije tratando de leer el lenguaje gestual de Mia a través de la amplia sala—. Tienen que imaginar que sabemos quiénes son. Quiero decir, hemos estado en su casa. Creo que están esperando porque es lo que estamos haciendo nosotros.

Ivy sonrió mostrando una delgada hilera de dientes, especialmente potentes después de que Farcus se hubiera interesado por mi sangre.

—Sigo pidiéndome al más grande.

—Rachel —intervino Jenks con voz preocupada—. Échale un vistazo al aura de Mia. ¿Has visto alguna vez algo así?

Inspirando lentamente, activé mi segunda vista. Todos los brujos podían ver las auras, mientras que los vampiros y los hombres lobo no. Algunos humanos también tenían esa capacidad, con la que conseguían la habilidad de hibridarse con los elfos. Los pixies las veían en todo momento, tanto si querían como si no. Si interceptaba una línea y me concentraba en ella, podía ver que siempre jamás se superponía a la realidad, pero estábamos tan lejos de Cincinnati que, posiblemente, solo hubiera árboles raquíticos y un montón de maleza congelada. En los primeros años de mi adolescencia pasaba las horas muertas superponiendo siempre jamás sobre la realidad hasta que una visita al zoo hizo que se me quitara la costumbre. Los tigres se habían dado cuenta de lo que estaba haciendo y echaron a correr tras de mí como si pudieran atravesar el cristal para alcanzarme.

Por lo general, no solía mirar las auras de la gente. Era ilegal seleccionar a los candidatos a un puesto de trabajo por sus auras, pero sabía con certeza que algunas cadenas de restaurantes lo hacían. Las agencias de contactos confiaban plenamente en ellas, pero yo era de la opinión de que se podía saber mucho más de una persona con una conversación de cinco minutos que mirándole el aura. La mayoría de los psiquiatras estaban de acuerdo conmigo, tanto si eran humanos como inframundanos.

Expulsando lentamente el aire de los pulmones con un largo suspiro, me di la vuelta hacia el grupo de los humanos. Los colores predominantes eran el azul, el verde y el amarillo, acompañados por algunos destellos de rojo y negro que evidenciaban su condición de humanos. Había una cantidad inusual de naranja en los márgenes exteriores de algunos de ellos, pero todo el mundo estaba disgustado, de manera que no me sorprendió.

El aura de Remus presentaba un repulsivo y obsceno color rojo con un ligero lustre morado y el amarillo del amor en el centro. Era una combinación peligrosa, pues significaba que vivía en un mundo que lo confundía y que se movía por la pasión. Si creías en ese tipo de cosas, claro está. En cuanto a Mia…

Jenks agitó las alas con fuerza, casi temblando. Mia no estaba allí, por así decirlo. En realidad sí que estaba, pero era como si no estuviese. Observar su aura, en su mayor parte de color azul, era como mirar las velas de un círculo protector, que existían tanto en el mundo real como en siempre jamás. Estaba ahí, pero, en cierto modo, desplazada hacia los lados. Y estaba succionando el aura de todos los que le rodeaban con la misma sutileza con la que la marea inundaba una marisma. La de la niña era exactamente igual.

—Mira a Remus —dijo Jenks haciéndome cosquillas en el cuello al agitar las alas—. Su aura permanece intacta. Ni siquiera la niña la toca, y eso que la tiene en brazos.

—Eso explicaría por qué sigue vivo —observé preguntándome cómo se las arreglaban. Me habían dicho que las banshees no podían controlar a quién le succionaban el aura cuando absorbían las emociones de un ambiente, pero era evidente que, en su caso, no era así.

Ivy se situó junto a nosotros con la cadera ladeada. Parecía molesta porque estuviéramos discutiendo sobre cosas que no podía ver. Entonces, con un entusiasmo al que no estaba acostumbrada, se irguió y sonrió, diciendo en voz alta a alguien que estaba tras de mí:

—¡Edden, mira! ¡Al final lo ha conseguido!

Me desprendí de mi segunda visión y observé al musculoso y achaparrado agente acercándose hacia donde nos encontrábamos.

—¡Hola, Edden! —dije subiéndome el bolso y obligando a Jenks a emprender el vuelo a pesar de que no era mi intención.

El capitán del departamento de la AFI de Cincinnati se detuvo. Sus pantalones de pinzas y su camisa almidonada indicaban que estaba al mando tanto como la placa enganchada a su cinturón y el sombrero azul que cubría sus cabellos grises. En aquel momento me pareció que el número de canas había aumentado considerablemente y que las arrugas de su rostro se habían acentuado.

—Rachel —dijo estirando el brazo y tendiéndome la mano—, ¿por qué has tardado tanto?

—Estaba en casa de mi madre —dije, y observé que los polis que estaban detrás de él empezaban a cuchichear sobre nosotros. Él alzó las cejas con gesto de complicidad.

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