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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Bruja mala nunca muere (55 page)

BOOK: Bruja mala nunca muere
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—¿Qué? —exclamé.

Jenks se rió por lo bajo e Ivy no apartó sus ojos de los míos al levantarse.

—Es broma —dijo sin inmutarse. Yo seguía mirándola con la expresión petrificada—. ¿No sabes aceptar una broma? —añadió dirigiéndose al pasillo—. Dame una hora. Llamaré a Carmen para que se ponga en marcha.

Jenks dio un salto en el aire.

—Genial —dijo haciendo zumbar sus alas—, voy a despedirme de Matalina. —Parecía que brillaba al reflejarse en él un rayo de luz que se coló en la cocina cuando salió volando entre las cortinas.

—¡Jenks! —lo llamé cuando se iba—, no nos iremos hasta dentro de por lo menos una hora. No se tarda tanto en decir adiós.

—¿Ah, sí? —me llegó su lejana voz—, ¿y te piensas que mis niños han brotado solos de la tierra?

Con la cara roja, encendí la cafetera. Mis movimientos eran rápidos y ansiosos y una sensación de quemazón se instaló en mis entrañas. Me había pasado la semana planeando hasta el último detalle la excursión que Jenks y yo íbamos a hacer a la guarida de Trent. Tenía un plan. Tenía un plan de emergencia. Tenía tantos planes que me sorprendía que no me saliesen por las orejas cuando me sonaba la nariz.

Entre mi ansiedad y la neurótica adherencia de Ivy a su programación, en exactamente una hora estábamos en la calle. Ambas vestíamos con ropa motera de cuero, lo que nos daba tres metros y cincuenta y cinco centímetros de mala leche entre las dos, la mayor parte de Ivy. Una versión de los amuletos que llevaban los asesinos para controlar si su objetivo estaba vivo colgaba de nuestros cuellos, ocultos a la vista. Era mi plan de seguridad. Si me metía en líos, disolvería mi amuleto y el de Ivy se volvería rojo. Ivy había insistido en llevarlos, junto con un montón de otras cosas que yo creía innecesarias.

Me subí a la moto detrás de Ivy sin otra cosa que el amuleto de seguridad, un vial de agua salada para poder disolverlo, una poción de visón y Jenks. Nick llevaba el resto. Con el pelo recogido bajo el casco y la visera ahumada bajada atravesamos los Hollows y cruzamos el puente hacia Cincinnati. El sol del atardecer calentaba mis hombros y deseé que fuéramos solo dos moteras que iban a la ciudad a pasar una tarde de viernes de compras. En realidad nos dirigíamos a un garaje para encontrarnos con Nick y la amiga de Ivy, Carmen. Ella se haría pasar por mí el resto del día mientras nosotras conducíamos por el campo. En mi opinión era una exage ración, pero si Ivy se quedaba más tranquila lo haríamos así.

Desde el garaje iba a colarme en el jardín de Trent con la ayuda de Nick, que haría de jardinero para acabar con la plaga con la que Jenks había infestado las rosas de competición de Trent el sábado anterior. Una vez dentro, sería fácil. Al menos eso era lo que me repetía a mí misma sin cesar. Había salido de la iglesia tranquila y serena, pero cada manzana que avanzábamos hacia la ciudad, me ponía más tensa. Mi cabeza seguía repasando el plan, encontrando los fallos y los «y si…». Todo lo que habíamos pensado parecía infalible desde la seguridad de nuestra cocina, pero dependía en gran parte de Ivy y Nick. Confiaba en ellos, pero aun así estaba preocupada.

—Relájate —dijo Ivy en voz alta cuando salimos de una calle transitada y entramos en el garaje junto a la plaza de la fuente—. Todo va a salir bien. Pasito a pasito. Eres una buena cazarrecompensas, Rachel.

Mi corazón comenzó a latir fuerte y asentí. No había sido capaz de ocultar la preocupación de su voz.

En el garaje hacía fresco. Zigzagueó en la entrada para evitar la máquina de tiques. Iba a entrar directamente como si el garaje fuese una calle más. Me quité el casco al ver una furgoneta blanca decorada con césped verde y cachorritos. No le había preguntado a Ivy de dónde había sacado una furgoneta de jardinero y no pensaba hacerlo ahora.

La puerta trasera se abrió cuando el ronroneo de la moto de Ivy se acercó y una delgada vampiresa vestida como yo saltó fuera alargando la mano para coger mi casco. Yo se lo entregué bajándome de la moto a la vez que ella ocupaba mi lugar. Ivy no aminoró la marcha en ningún momento. Dando un traspié me quedé mirando como Carmen se metía su pelo rubio bajo el casco y se agarraba a la cintura de Ivy. Me pregunté si realmente me parecía a ella. No, yo no estaba tan delgada.

—Nos vemos esta noche, ¿vale? —dijo Ivy por encima de su hombro y alejándose de allí.

—¡Sube! —dijo Nick en voz baja desde dentro de la furgoneta. Echándoles un último vistazo a Ivy y a Carmen salté dentro de la parte trasera cerrando la puerta cuando Jenks revoloteó hasta su interior.

—¡Madre mía! —exclamó Jenks saliendo disparado hacia la parte delantera—. ¿Qué te ha pasado?

Nick se giró en el asiento del conductor. Sus dientes blancos resaltaban en su cara oscurecida por el maquillaje.

—Marisco —dijo dándose una palmadita en su hinchado moflete. Había completado su disfraz sin necesidad de amuletos tiñéndose el pelo de un negro metálico. Con la piel oscura y la cara hinchada no parecía él en absoluto. Era un disfraz fantástico que no haría saltar las alarmas antihechizo.

—Hola, Rayray —dijo con ojos brillantes—. ¿Cómo te va?

—Genial —mentí nerviosa. No debí haberlo involucrado en esto—, ¿seguro que quieres hacerlo?

Metió marcha atrás.

—Tengo una coartada a prueba de bomba. Mi ficha dice que estoy en el trabajo.

Lo miré con recelo mientras me quitaba las botas.

—¿Estás haciendo esto en horas de trabajo?

—La verdad es que nadie me controla. Mientras se haga el trabajo, les da igual.

Torcí el gesto. Sentada sobre una lata de insecticida, guardé las botas. Nick había encontrado un trabajo limpiando piezas de exposición en el museo de Edén Park. Su adaptabilidad era una sorpresa continua. En una semana había encontrado apartamento, lo había amueblado, se había comprado una camioneta cutre, había conseguido trabajo y habíamos tenido una cita sorprendentemente agradable con un inesperado paseo en helicóptero de diez minutos sobre la ciudad. Me había dicho que su antigua cuenta bancariaa tenía mucho que ver con lo rápido que había recuperado una vida normal. Debían de pagar a los bibliotecarios más de lo que yo creía.

—Será mejor que te cambies —dijo casi sin mover los labios mientras pagaba en la barrera automática y salíamos de nuevo a la calle—. Llegaremos en menos de una hora.

Estaba tensa por la expectación. Alcancé el petate blanco con el logotipo de la empresa de jardinería. Dentro estaban mis zapatos cómodos, mi amuleto de seguridad en una bolsita y mi nuevo mono ajustado de seda y nailon enrollado en un paquetito que cabía en la palma de la mano. Lo organicé todo para dejar espacio para un visón y un pixie pesado y coloqué un cobertor desechable de papel de Nick encima. Iba a entrar como un visón, pero ni en broma me iba a quedar así.

Llamaba la atención la ausencia de mis amuletos habituales. Me sentía desnuda sin ellos, pero si me pillaban, de lo único que la SI podría acusarme sería de allanamiento. Si tenía aunque fuese un solo amuleto que pudiese afectar a otra persona, incluso algo tan banal como un amuleto contra el mal aliento, me podrían acusar de lesiones en grado de tentativa. Y eso era un delito grave. Soy cazarrecompensas, conozco la ley.

Mientras Nick entretenía a Jenks en la parte delantera, rápidamente me desvestí del todo y guardé cualquier rastro de mi presencia en la furgoneta dentro de un bidón etiquetado como productos químicos tóxicos. Me bebí la poción de visón con rapidez y apreté los dientes por el dolor de la transformación. Jenks le armó una buena a Nick cuando se dio cuenta de que había estado desnuda en la parte trasera de la furgoneta. No quería ni pensar en el momento de volver a transformarme, tendría que sufrir las chanzas y chistes de Jenks hasta que pudiese enfundarme en mi mono.

A partir de ese momento todo fue saliendo como un reloj. Nick entró en la finca sin problemas ya que lo estaban esperando (la verdadera empresa de jardinería había recibido mi llamada para cancelar el servicio esa misma mañana). Los jardines estaban vacíos porque era luna llena y cerraban para realizar trabajos de mantenimiento. Convertida en visón, salí correteando entre los espesos rosales. Se suponía que Nick estaría fumigando con un insecticida tóxico, pero en realidad era agua salada para convertirme de nuevo en persona. Los golpes secos producidos al arrojar Nick mis zapatos, mi amuleto y mis ropas en los arbustos fueron más que bienvenidos, especialmente después de los morbosos comentarios de Jenks acerca de las hectáreas de piel de mujer desnuda y pálida mientras se columpiaba encantado en una ramita de rosal. Estaba segura de que el agua salada mataría a las rosas en lugar de a los agresivos insectos con los que Jenks las había infectado, pero eso también formaba parte del plan. Si por casualidad me pillaban, Ivy podría entrar de la misma forma con las nuevas plantas.

Jenks y yo nos pasamos la mayor parte de la tarde aplastando bichos, haciendo más que el agua salada para librar a las rosas de Trent de la plaga. Los jardines seguían en silencio y el resto de jardineros se mantuvieron alejados de las banderas de peligro que Nick había clavado alrededor de los rosales. Para cuando salió la luna estaba más nerviosa que una trol virgen en su noche de bodas. Y que hiciese tanto frío tampoco ayudaba.

—¿Ahora? —preguntó Jenks sarcásticamente, suspendido en el aire delante de mí con sus alas que eran casi invisibles salvo por un brillo plateado en la oscuridad.

—Ahora —dije apretando los dientes y abriéndome camino cuidadosamente entre las espinas.

Con Jenks volando delante, caminamos sigilosamente desde los arbustos bien podados hasta los majestuosos árboles y nos colamos por una puerta trasera en la despensa. Desde allí fue fácil llegar hasta el vestíbulo principal. A nuestro paso Jenks iba colocando todas las cámaras en un bucle de quince minutos.

La nueva cerradura en la puerta del despacho de Trent nos dio algunos problemas. Con el pulso acelerado paseé nerviosa delante de la puerta mientras Jenks tardaba, increíblemente, cinco minutos de reloj en forzarla. Maldiciendo como un cosaco, finalmente me pidió ayuda para sujetarle un clip sin doblar contra el interruptor. No se molestó en decirme que estaba cerrando un circuito hasta después de que una corriente eléctrica me sacudiese.

—¡Idiota! —bufé desde el suelo retorciéndome la mano en lugar de su cuello como me hubiese gustado—. ¿Qué demonios te crees que estás haciendo?

—No lo habrías hecho si te lo hubiese dicho —dijo desde la seguridad del techo.

Entornando los ojos ignoré sus sarcásticas y poco convincentes excusas y abrí la puerta empujándola. Casi esperaba que Trent estuviese allí aguardándome y respiré aliviada al encontrar la habitación vacía e iluminada por la tenue luz de la pecera detrás de la mesa. Encogida por la expectación, me dirigí directamente al cajón de abajo y esperé hasta que Jenks me confirmó que no había sido manipulado. Contuve la respiración y lo abrí para descubrir que… no había nada.

No me sorprendió y levanté la vista hacia Jenks y me encogí de hombros.

—Plan B —dijimos simultáneamente. Saqué un pañuelo del bolsillo y lo limpié todo—. A su oficina privada.

Jenks revoloteó saliendo del despacho para entrar de nuevo.

—Nos quedan cinco minutos en el bucle. Hay que darse prisa.

Asentí y eché un último vistazo a la oficina de Trent antes de seguir a Jenks, que zumbaba por el pasillo delante de mí a la altura del pecho. Con el corazón latiéndome con fuerza lo seguí a una distancia prudencial a través del edificio vacío sin hacer ruido sobre la moqueta. El amuleto de seguridad en mi cuello brillaba con un tranquilizador color verde.

Se me aceleró el pulso y sonreí al ver a Jenks en la puerta de la oficina secundaria de Trent. Esto era lo que echaba de menos, por lo que había dejado la SI: la emoción, la intriga de sortear las dificultades; demostrar que era más lista que los malos. En esta ocasión lograría mi objetivo.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —susurré deteniéndome y sacándome un mechón de pelo de la boca.

—Tres minutos. —Revoloteó hasta el techo y luego bajó—. No hay cámaras en su oficina privada. No está dentro, ya lo he comprobado.

Satisfecha me deslicé dentro cerrando la puerta cuando Jenks entró tras de mí.

El olor del jardín era como un bálsamo. La luz de la luna llena iluminaba la habitación como si estuviese amaneciendo. Me acerqué hasta el escritorio con una sonrisa sarcástica al comprobar por el desorden que ahora sí se usaba. Tardé un momento en encontrar el maletín junto a la mesa. Jenks forzó la cerradura y lo abrí dejando escapar un suspiro al encontrar los discos ordenados en fila.

—¿Segura que son estos? —musitó Jenks desde mi hombro cuando elegí uno y me lo metí en el bolsillo.

Sabía que lo eran, pero al abrir la boca para contestarle una ramita chasqueó en el jardín.

Con el pulso acelerado hice con el pulgar el gesto para esconde se. Silenciosamente revoloteó hasta las luces del techo. Conteniendo la respiración me agazapé detrás del escritorio. Mi esperanza de que se tratase de un animal se esfumó. Las suaves y casi inaudibles pisadas se fueron acercando. Una sombra alargada se adentró con confiada rapidez desde el camino hasta el porche. Dio tres pasos hacia nosotros, moviéndose tranquilo y alegre. Se me doblaron las rodillas al reconocer la voz de Trent. Iba tarareando una canción que yo no reconocí y sus pies se movían siguiendo el ritmo.
Mierda
, pensé, intentando encogerme aun más detrás del escritorio.

Trent me dio la espalda y rebuscó algo en un armario. Un incómodo silencio sustituyó su tarareo cuando se sentó en el borde de una silla entre el porche y yo para ponerse lo que parecían botas de montar. La luna hacía que su camisa blanca brillase incluso a través de su chaqueta ajustada. Era difícil adivinarlo en la tenue luz, pero parecía que su equipo de equitación inglés fuese verde y no rojo.
Trent cría caballos
, pensé,
y ¿los monta de noche
?

Los tacones de sus botas hicieron un fuerte sonido cuando se levantó. Se me aceleró la respiración y miré como se ponía de pie. Parecía mucho más alto con los centímetros extra de las botas. La luz se hizo más tenue cuando una nube se interpuso delante de la luna. Casi no me enteré cuando Trent echó mano bajo la silla en la que había estado sentado. Con un suave y grácil movimiento sacó una pistola y la apuntó en mi dirección. Se me cortó la respiración de golpe.

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