Cadenas rotas (47 page)

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Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

BOOK: Cadenas rotas
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»Así pues —concluyó con voz enronquecida—, ¿admitirás que nos abandonaste y que sólo pretendías engrandecerte, y pedirás disculpas a este ejército, a todas estas personas que son nuestros amigos, por tu incalificable comportamiento? ¿O te mantendrás altivo y distante, y formando parte de esas «gentes superiores» que desdeñan a los humanos considerándolos peones y ganado y que aspiran a ser dioses?

Hubo un largo silencio, tan profundo como el de la noche antes de que llegue el día. Todo el ejército pareció contener el aliento.

Las palabras de Rakel seguían resonando en los oídos de Garth. Hubo un tiempo en el que casi había sido un dios, cuando luchó por aquel privilegio y después lo abandonó para seguir siendo humano. ¿En qué se había equivocado desde entonces?

El hechicero vestido de negro con la cicatriz en forma de estrella alrededor del ojo izquierdo estuvo reflexionando durante largo tiempo.

Después dejó su tazón rojo en el suelo y se levantó. Gaviota, al que aquel silencio amenazador no le gustaba nada, aferró con más fuerza el mango de su hacha y tensó sus piernas para saltar.

Pero Garth se volvió hacia su esposa y su hijo.

—Tienes razón, Norreen, y yo he estado equivocado —dijo solemnemente—. He estado patinando por el éter, revoloteando entre los mundos. Allí hay prodigios que nunca podrías imaginarte, cosas que están más allá de la belleza y el misterio, cosas que... Pero todo eso no importa ahora. Cuando contemplo tu dulce rostro, y los ojos anhelantes de mi hijo, me doy cuenta de que sólo son cosas y lugares, y de que en realidad las personas son lo único que importa en este mundo y en todos los mundos. Y te pido disculpas por haberte abandonado, y también te las pido a ti, Hammen. Ha transcurrido... tanto tiempo... desde que pensé por última vez en mí mismo simplemente como ser humano, y no como hechicero, que he sido engullido por las fauces de la magia. Pero ahora renuncio a ella, de una vez y para siempre, y te pido tu perdón...

Sus últimas palabras no pudieron ser oídas, porque Rakel, sosteniendo a Hammen delante de ella, se lanzó a sus brazos y le abrazó con todas sus fuerzas. El niño rodeó la morena cabeza de su padre con las manos y gritó «¡Papá!». Rakel estaba llorando de felicidad y los ojos de Garth, el original y el restaurado, derramaban lágrimas que descendían a lo largo de su flaca nariz.

El ejército rió y lanzó vítores y lloró y se secó los ojos. Mangas Verdes sonrió. Y Lirio tomó la mano de Gaviota, y él le devolvió el suave apretón de sus dedos.

* * *

Pero, como ocurre siempre en un ejército, seguía habiendo mil tareas de las que ocuparse, y mil preguntas a las que responder.

Garth, que había pasado años viajando de un lado a otro cuando era un vagabundo tuerto, llenó muchos huecos de los mapas de los cartógrafos, y respondió a muchas preguntas, historias y rumores guardados en los archivos de los bibliotecarios. Un beneficio inmediato de ello fue que Garth conocía las tierras que se extendían al sur de Gish y el Mar de Miel, y pudo indicar la situación de las Tierras Verdes donde habían vivido los centauros Helki y Holleb.

Y, como consecuencia, una tarde Garth alzó los brazos entre una tempestad de lágrimas, abrazos y apretones de manos, y tejió una nube de telarañas negras alrededor de la pareja de lanceros y la envió a su hogar. Había prometido hacer volver a los centauros dentro de una semana, para averiguar si habían encontrado sus tierras natales y a su tribu, pero Mangas Verdes y Gaviota creían que nunca volverían a ver a sus amigos de cuatro patas y eso les llenó de tristeza.

Otros volvieron a sus hogares a medida que los conocimientos del ejército se iban incrementando. Obligados a la obediencia por el casco de piedra, Dacian y Haakón fueron colocados delante de mapas para que nombraran las áreas que habían explorado. Las heridas que el rey de las Malas Tierras había sufrido en la cabeza y en sus fuerzas ya habían sido remediadas por los curanderos, pero le faltaba un ojo y siempre le faltaría. Haakón, gruñendo hoscamente, fue describiendo la mayor parte del norte del continente. Dacian, la de la lustrosa cabellera, venía del noroeste y explicó con voz llena de amargura la disposición de las colinas y montañas que se extendían más allá de Risco Blanco. Otras islas y continentes fueron incluidos en los mapas, aunque los dos hechiceros se habían limitado a saltar a través de ellos y conocían muy pocos detalles. Dacian reveló la península del sur, donde había contratado a los soldados rojos, Varrius y Neith y el difunto Tomás, así como el archipiélago donde había encontrado a Liko, e informó de que otros gigantes vivían allí, aunque sólo tenían una cabeza.

Con muchas despedidas, y un gesto de manos envueltas en telarañas negras, Garth envió a los soldados rojos a su hogar, y después hizo lo mismo con el gigante, y con puñados de soldados y sus familias que se habían visto involucrados en las guerras de los hechiceros.

Pero una noche Gaviota estaba sentado delante de la tienda de su hermana, frunciendo el ceño mientras afilaba su hacha.

—¿Es que no lo ves? Hemos tenido demasiado éxito. Nuestro ejército se había marcado dos metas: detener las depredaciones de los hechiceros, y dibujar mapas y encontrar las tierras natales de nuestros amigos. Estamos encontrando sus tierras, cierto, y todos se marchan a sus hogares tan deprisa como vacas que quieren ser ordeñadas. Pronto tú y yo seremos lo único que quede del ejército..., y eso no será gran cosa.

* * *

Mangas Verdes, que todavía no estaba muy segura de lo que debían hacer con los hechiceros capturados, acabó decidiendo que los dejarían marchar.

—¿Te has vuelto loca? —le preguntó su hermano una noche durante un consejo celebrado alrededor de la hoguera—. Después de todo lo que nos costó capturarlos y de todas las vidas que perdimos para conseguirlo, ¿te limitas a quitarte el polvo de las manos y los dejas libres? ¡Es como si un pastor dejara marchar a unos lobos!

Mangas Verdes meneó su despeinada cabeza.

—¿Y qué sentido tendría retenerlos? —replicó—. Los hemos aprisionado con grilletes de hierro y los hemos sometido a mi voluntad, y ninguna de las dos cosas me gusta demasiado aunque sean necesarias. Y está claro que no podemos matarlos, desde luego... Pero como están sometidos a mi voluntad, podemos hacerlos volver en cualquier momento para que nos expliquen lo que han estado haciendo. Si han estado tramando alguna travesura, podemos ocuparnos de ello. Digamos que quedarán en libertad condicional, y que los vigilaremos y no les quitaremos el ojo de encima. Y... Bueno, ¿quién sabe? Quizá aprendan a ser humildes y a ver las cosas desde la perspectiva de aquellos a los que han esclavizado, y acaben decidiendo ayudarnos. Por todo eso, yo digo que debemos dejar que se marchen.

—Los lobos seguirán comiendo carne mientras tengan dientes —murmuró Gaviota—. Pero... Muy bien, de acuerdo. Odio la magia, así que lo dejo en tus manos.

Dacian la Roja y Haakón, que se había proclamado a sí mismo rey de las Malas Tierras, fueron llamados inmediatamente. Mangas Verdes, hablándoles con el tono maternal y afable de una anciana reina, dio instrucciones a los hechiceros de que «se portaran bien», y los dejó en libertad. Sorprendidos y atónitos —los dos habían temido que se les despojaría de todo su maná y sus conocimientos, y que después serían ejecutados—, Dacian y Haakón desaparecieron sin perder ni un instante.

Pero Mangas Verdes estaba decidida a demostrar la firmeza de su decisión, y los conjuró a la noche siguiente. Haakón estaba furioso y muy sucio, pero explicó que había estado cavando en busca de su armadura. Dacian estaba borracha, totalmente concentrada en la tarea de ahogar sus penas y sus cadenas invisibles en alguna ciudad de las tierras medias. Parcialmente satisfecho, Gaviota soltó un gruñido de asentimiento y Mangas Verdes hizo desaparecer a la pareja.

—Menuda locura —masculló su hermano—. Aquí hay alguien que está más loco que un mochuelo, pero que me cuelguen si sé quién es.

* * *

El ejército se llevó unas cuantas sorpresas exactamente siete días después.

Garth entró en un claro y agitó sus manos en el aire. Gaviota, Mangas Verdes, Lirio y Rakel, con Hammen, estaban allí para verle emplear sus poderes, junto con muchos miembros del disminuido ejército. Todos esperaban ver a Holleb y Helki, aunque sólo fuese una vez más, y saber que eran felices.

Pero la negra nada sedosa dibujó primero uno, luego dos y finalmente cincuenta centauros de cuerpo pintado y arreos impecables armados con lanzas emplumadas que resoplaban y golpeaban el suelo con sus pezuñas. Dos miembros de la tribu se separaron del grupo apenas hubieron terminado de materializarse, y galoparon hacia los asombrados espectadores.

Helki y Holleb tenían un aspecto magnífico. Sus arreos de guerra eran nuevos y resplandecientes, sus lanzas, coraza y flancos estaban recién pintados, y sus flancos brillaban con un hermoso resplandor marrón rojizo. Los centauros se detuvieron y saludaron ceremoniosamente, pero sonrieron mientras se quitaban los yelmos.

—¡Mangas Verdes, Gaviota, Lirio! ¡Y Rakel, por encima de todos! ¡Mirad lo que traemos! ¡Hemos encontrado a nuestra tribu, los Buscadores del Viento de las Tierras Verdes, y ha habido muchas lágrimas y muchísima felicidad! Contemplad a nuestros padres y hermanos y hermanas. Hemos contado nuestras aventuras, y la empresa en la que os habéis embarcado, y cómo os sacrificáis para detener a los hechiceros. ¡Y ahora toda nuestra gente, hasta el último de la tribu, desea unirse al ejército!

Hubo un silencio lleno de perplejidad. Después Stiggur lanzó su grito de guerra, consiguiendo sobresaltar a todos.

—¡¡¡Ya-hooo!!! ¡Ahora nada podrá detenernos! ¡Podemos derrotar a cualquier ejército de los Dominios!

Y un instante después todo el mundo, centauros incluidos, se puso a gritar, y el estruendo fue lo bastante potente para hacer caer nieve de las ramas más bajas de los árboles.

Poco después Garth hizo regresar a Varrius y Neith, y ambos contaron la misma historia. Los dos mercenarios, pues ésa era su profesión, llevaban demasiado tiempo siendo manipulados y engañados por los hechiceros. Los soldados rojos se unirían al ejército de Mangas Verdes y Gaviota, y a cambio sólo pedían una paga que les permitiera sobrevivir. ¿Cuántos? ¿Cuántos combatientes querían? Varrius había hablado con cinco centurias —compañías de cien hombres cada una—, y había perdido la cuenta del número de voluntarios. Gaviota sólo pudo sonreír y menear la cabeza, y dijo que necesitaba pensarlo.

Muchos soldados volvieron con noticias similares. Fueran por donde fuesen, las personas corrientes de los Dominios querían ayudar a un ejército que se había fijado la meta de detener a los hechiceros, y eran muchas las que querían luchar en él, pues todo el mundo conocía a alguien que había sufrido por culpa de la magia. Algunos de los que volvieron prometían sólo cinco o seis voluntarios —todos los hombres y mujeres capaces de combatir que había en su aldea—, mientras que otros informaron haberse encontrado con cien voluntarios que agitaban armas y ardían en deseos de pelear. Gaviota se llevó las manos a la frente e intentó imaginarse aquellas cifras que Kwam, en calidad de escribano, iba anotando.

—¿Cómo daremos de comer a toda esa gente?

Incluso Liko volvió, con sus dos cabezas llorando como bebés. Se sentía muy solo en su antiguo hogar y echaba de menos a sus amigos. ¿Podía quedarse? Llorando y riendo al mismo tiempo, Mangas Verdes le dio palmaditas en su única mano y aseguró al gigante que podía hacerlo.

Pero entonces, como para contrapesar todas aquellas buenas noticias, el ejército se entristeció al recibir una muy mala.

* * *

—Nos vamos —dijo Rakel, mirando fijamente a Gaviota y Mangas Verdes en la intimidad de su tienda.

—¿Que os vais? —exclamaron los hermanos.

Un velo de lágrimas no derramadas brilló en los ojos de Rakel cuando asintió.

—Sí. Garth, yo e incluso el pequeño Hammen hemos estado hablando durante mucho rato. Estoy harta de combatir... Sólo he disfrutado de unos pocos años de paz, y quiero llevar una vida tranquila. Pero no volveré a engordar, y seguiré ejercitándome. He de enseñar a mi hijo a ser un guerrero. Y a mis otros hijos, cuando los tenga...

—Yo renunciaré a la magia, tal como he prometido —dijo Garth—. Bueno, tal vez la emplee con las viñas o traiga un poco de lluvia, y debo disponer protecciones alrededor de nuestra casa por si Benalia decide hacernos una visita..., aunque dudo que lo hagan después de la impresionante lección sobre el arte de cortar madera que les dio Gaviota.

Garth sonrió y acarició la cabeza de su hijo.

Rakel, que estaba intentando no echarse a llorar, tomó las robustas y callosas manos de Gaviota entre las suyas.

—Gracias por tu ayuda. Gracias por todo, Gaviota. Por haber cuidado de mí, y... por haberme amado. No tengo más palabras que ésas.

Gaviota sorbió aire por la nariz, y acarició las callosas y hábiles manos de Rakel.

—Y yo te agradezco que adiestraras a nuestro ejército y lo convirtieras en una auténtica fuerza de combate —dijo—. De no ser por ti, no habríamos obtenido ninguna victoria. El ejército te echará de menos. Ellos... Ellos también te quieren —añadió.

Rakel se encogió de hombros y usó su manga para secarse los ojos.

—Los comandantes cambian como el viento. Cualquiera puede dar órdenes. Lo que realmente importa es el corazón del ejército, y este ejército está llevando a cabo una cruzada como nunca la habían visto los Dominios. Que los dioses bendigan vuestro camino.

Garth carraspeó y colocó a su hijo, al que ya empezaba a crecerle el cabello, encima de sus hombros. El niño se rió.

—Debemos irnos. Hay mucho que hacer antes de que lleguen las lluvias de primavera.

Gaviota le ofreció la mano, y Garth la estrechó pasado un momento.

—He oído afirmar que mientras haya guerras, los viejos soldados nunca podrán abandonar su oficio —dijo el leñador.

Garth dejó escapar una alegre carcajada.

—Quienes hayan dicho eso están muy equivocados, pues los viejos soldados abandonan su oficio continuamente, ya sea para ir a una granja o a la tumba, y sin embargo sigue habiendo guerras. Pero si nos necesitas, llámanos. Consideraremos un honor poder ayudarte. Ah, y tal vez podáis usar esto...

Garth se puso a su hijo encima de un hombro, pasó la bolsa mágica sobre su cabeza y se la entregó a Mangas Verdes.

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