Calle de Magia

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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De manera misteriosa, Mack Street percibe que es distinto de los demás niños de su calle. Aunque sabe que ha sido adoptado, desconoce su verdadero origen. Pero cuando alguien es capaz de soñar los sueños de sus vecinos, la fantasía y la magia pueden entrar en la vida cotidiana y, en manos de un brillante escritor como Orson Scott Card, mezclarse con el antiguo y ya clásico enfrentamiento de amor y odio entre Oberón y Titania, el rey y la reina de las hadas.

Orson Scott Card

Calle de Magia

ePUB v1.0

OZN
20.05.12

Título original:
Magic Street

Orson Scott Card, 01/01/2005.

Traducción: Rafael Marín Trechera

Ilustraciones: Desconocido

Diseño/retoque portada: OZN

Editor original: OZN (v1.0)

ePub base v2.0

A Aaron y Lauren Johnston,

que nos demuestran que la magia puede ser divertida

y estar llena de esperanza: una luz en la oscuridad,

conjurada por el amor.

Presentación

La ciencia ficción y la fantasía, aun siendo distintas, comparten una misma necesidad del todo ineludible. Ambas piden a sus lectores un cierto grado de complicidad, les proponen que suspendan la natural reacción de incredulidad ante los portentos que se describen y los milagros

tecnocientíficos o no

que presenta toda narración fantástica.

Y eso no siempre resulta fácil. En realidad, constituye un verdadero reto a la capacidad de convicción de los autores.

Posiblemente sea bastante más fácil lograr esa credibilidad y esa suspensión de la incredulidad cuando el ambiente en el que se desarrolla la narración fantástica es ajeno al de nuestra vida cotidiana. Cuando se nos habla de la Tierra Media, de Terramar, de Darkover (lugares imaginarios y en los que no vivimos), parece más fácil aceptar que la magia pueda formar parte activa de esos lugares. Al fin y al cabo, son producto de la invención de los autores y, en sus prerrogativas como creadores, está precisamente inventar todas las características de los mundos de fábula que nos ofrecen, magia incluida.

Pero la cosa cambia cuando nos referimos a lo que yo suelo llamar la fantasía contemporánea o, mejor, fantasía de la vida cotidiana. Tal vez por desgracia, en la vida cotidiana la magia ya no está presente en absoluto (y aún menos en el mundo materialista y descreído de nuestros días), por eso, en este caso, la suspensión de la natural incredulidad del lector ante los posibles portentos mágicos que se describen resulta incluso más difícil. Todos sabemos que no hay verdadera magia en nuestras vidas de cada día...

Y, aunque parezca mentira, esa suspensión de la incredulidad es también más difícil en la fantasía que en la ciencia ficción, ya que en
nuestro mundo, nuestra vida cotidiana está muy influida por maravillas tecnocientíficas de todo tipo que se han llegado a convertir casi en algo natural y esperado. Es cierto que a veces usamos la tecnología moderna como si de magia se tratara, ya que en muchas ocasiones desconocemos su funcionamiento interno (a veces imagino que, cuando lleguemos a activar directamente con la voz el televisor, el ordenador o cualquier otro aparato fruto de la moderna tecnociencia, la principal palabra de mando será «abracadabra»...), pero lo cierto es que esperamos confiados un cierto nivel de lo que podríamos llamar «magia tecnológica» y eso explica muchas veces la suspensión de la incredulidad de los lectores ante las maravillas tecnocientíficas que nos ofrece la ciencia ficción del futuro inmediato
(near future).

Por eso, la fantasía de la vida cotidiana se enfrenta a un reto adicional que sólo grandes narradores son capaces de resolver de manera satisfactoria. Orson Scott Card, la gran revelación en la literatura fantástica de los últimos años, es uno de esos privilegiados autores capaces de lograrlo. Y con gran satisfacción del lector.

Card ha obtenido por dos veces consecutivas los premios Hugo y Nebula con la famosa y popular Saga de Ender. Y ello sin olvidar que
también ha obtenido el premio mundial de fantasía con las emotivas historias de Alvin Maker, el Hacedor. Como no podía dejar de ocurrir, un gran narrador y creador de personajes que interesan al lector como es Card, ha de atreverse sin miedos con esa «fantasía de la vida cotidiana», y asilo hizo, por ejemplo, con
EL COFRE DEL TESORO
(1996) y, ahora, con
CALLE DE MAGIA
(2005). Se trata de fantasía contemporánea, la más difícil, la que sucede en el mundo moderno y que exige una tremenda habilidad por parte del escritor para que el lector acepte la incursión de la magia en la vida cotidiana. Card es uno de los pocos autores capaces de lograrlo de manera tan satisfactoria.

En
CALLE DE MAGIA,
Mack Street percibe de alguna manera misteriosa que es distinto a los demás niños que conoce. Se sabe adoptado, pero desconoce su verdadero origen (circunstancia que no comparte el lector...). Cuando alguien resulta ser capaz de soñar los sueños de sus vecinos, la fantasía y la magia pueden entraren la vida cotidiana y, en manos de un brillante escritor como Orson Scott Card, llegan a mezclarse con el antiguo y ya clásico enfrentamiento de amor y odio entre Oberón y Titania, el rey y la reina de las hadas; casi como lo narrara Shakespeare en
El sueño de una noche de verano.

Card lo ha logrado de nuevo: personajes convincentes, niños y jóvenes que maduran enfrentados a dudas y problemas morales, y una cotidianeidad que cede paso a la mayor de las fantasías. Una novela entretenida y realmente inolvidable. Y, como les decía, algo francamente difícil de conseguir.

En ella Card acude a los arquetipos clásicos (las hadas y su pareja real, Oberón y Titania), pero también a figuras más modernas como el popular «hombre del saco»
(bag man,
al principio un casi obligado «hombre de las bolsas» para Rafael Marín, nuestro esforzado traductor aunque, en el original inglés, se confundan las dos denominaciones...), y lo mezcla todo con la realidad de un barrio de familias de color de clase media-alta en Los Ángeles. Como es fácil comprender, el riesgo de que el tema principal

la incursión de la magia en la vida cotidiana

no fuera aceptado era realmente elevado.

Pero nada de eso ocurre con un autor brillante como Card, que sabe hacer que nos interesemos por los problemas de sus personajes a los que inmediatamente reconocemos como posibles vecinos, como gente que aun viviendo en el mundo de hoy, experimentan una cotidianeidad que queda salpicada por la magia. Y no cualquier tipo de magia, sino la que surge de un clásico enfrentamiento en el mundo de las hadas, el más típico de los muchos procedentes de la mezcla habitual de amor-odio, el que enfrenta a Oberón y Titania, del que ya se hiciera notario nada más y nada menos que el mismísimo William Shakespeare.

Me sorprendí a mi mismo fijándome (y reflexionando un largo rato...) en una frase de CALLE DE MAGIA: «Los sueños son la materia de la que está hecha la vida.» Una frase que parece contraria a nuestra realidad cotidiana tan materialista pero que puede formar parte de un fondo arquetípico que haya quedado en nosotros. Es cierto: tal vez, tras leer esta sorprendente y emotiva novela, contemplará a sus vecinos bajo una luz diferente. Sus sueños importan, y mucho más de lo que podíamos haber imaginado.

Que ustedes lo disfruten.

MIQUEL BARCELÓ

1

El Hombre de las Bolsas

El viejo caminaba por el arcén de la autovía de la Costa del Pacífico, sujetando un puñado de bolsas de la compra de plástico. Tenía el pelo canoso y sucio y a guedejas en esa parodia de peinado rastafari que suele llevar la mayoría de los vagabundos, sean blancos o negros. Vestía una chaqueta en otro tiempo caqui y ahora manchada de grasa y tierra y hierba, desteñida por la luz del sol. Llevaba las manos enfundadas en guantes de jardinero.

El doctor Byron Williams lo adelantó con su viejo Town Car y se detuvo en el semáforo, esperando para girar a la izquierda y seguir por la empinada carretera que va desde la autovía hasta la avenida del Océano. Una motocicleta, a su izquierda, quemó rueda. Byron miró al piloto, una mujer vestida de cuero negro de la
cabeza,
a los pies, con el rostro completamente oculto por un casco de plástico también negro. El visor vacío giró hacia él, lo observó durante un largo instante, y luego se volvió de nuevo al frente.

Byron se estremeció, aunque no supo por qué. Miró hacia el otro lado, a la derecha, más allá de los carriles de coches veloces que aceleraban para llegar a la Diez y dirigirse hacia Los Ángeles.

Un día normal Byron habría estado entre ellos, volviendo a casa, a Baldwin Hills, tras un día de clases y reuniones en Pepperdine.

Pero esa noche le había prometido a Nadine que llevaría a casa la cena de

I Cugini. Ésas eran las cosas que uno tenía que hacer cuando se casaba con una mujer negra que se creía italiana. Podría haber sido peor. Podría haberse casado con una mujer negra que se considerara una sureña de la clase baja rural. En tal caso tendrían que haber pasado las vacaciones en Daytona todos los años escuchando música country y comiendo zarigüeyas y bocadillos de pan blanco con patatas fritas y mayonesa.

O podría haber estado casado con una motociclista como la mujer que seguía quemando rueda en el carril de la izquierda. No se imaginaba metido entre rejas por motero, un lugar donde, como profesor afroamericano de literatura especializado en los poetas románticos, seguro que encajaba de modo natural. Trató de imaginarse enfrentándose a media docena de moteros borrachos con cadenas y tubos. Naturalmente, si él hubiera ido con esa mujer de la moto, no habría tenido que luchar con ellos. Parecía muy capaz de enfrentarse a cualquiera y vencer: era una mujer grande y fuerte que no consentiría tonterías de nadie.

Podían saberse muchas cosas de una mujer sin verle la cara. Su cuerpo, su postura, la ropa y la motocicleta que elegía y, sobre todo, el rugido de su moto... El mensaje estaba claro. No te pongas delante de mí, tío, porque te voy a pasar por encima.

Se dio cuenta poco a poco de que estaba mirando al vagabundo que llevaba montones de bolsas de plástico. El hombre estaba al borde del arcén, frente a él, quieto, mirándolo. Ahora que pudo verle la cara, Byron advirtió que el hombre llevaba un verdadero peinado rasta: tenía derecho, era negro. Un negro sucio, ajado, de ojos reumáticos, barba gris y labios hinchados. Pero el pelo era auténtico.

Auténtico.
Pensar en la palabra hizo que Byron diera un respingo. Todos los años había al menos un estudiante en una de sus clases que murmuraba algo (o lo decía en voz alta) acerca de que el hecho de que estuviera impartiendo cursos de la literatura del siglo XIX de los hombres blancos lo convertía en un negro menos auténtico. O acerca de que ser negro le hacía menos auténtico como profesor de literatura inglesa. Como si a todo lo que un negro pudiera aspirar fuese a estudios africanos o historia negra o swahili.

El viejo le hizo un guiño.

Y de repente el malestar de Byron desapareció y se sintió un poco mareado. ¿Por qué se enfurruñaba? Los estudiantes se reían de sus profesores siempre que podían. Pronto aprendieron que en las clases de Byron aquellos que ponían interés eran capaces de comprender a Wordsworth, Shelley, Keats, Coleridge, Grey y (por supuesto) Lord Byron. No lo hacían en su cara, porque siempre les dirigía una mirada dura hasta que pedían disculpas, pero le encantaba saber que lo llamaban así a sus espaldas. Y si alguna vez dejaba que alguien viera sus poemas, tal vez descubrieran que era un apodo que se merecía.

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