Calle de Magia (4 page)

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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

BOOK: Calle de Magia
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Era verdad que no tenía ni idea. Por primera vez se le ocurrió a Byron que eso significaba que no había nadie en todo el mundo a quien pudiera contarle lo sucedido. ¿Quién lo iba a creer, si Nadine no lo apoyaba? «Señora Nadine, su marido dice que usted se hinchó y dio a luz en una hora y que un vagabundo vino y se llevó el bebé en una bolsa de la compra, ¿es cierto?» Y Nadine diría: «Eso es una tontería, si mi marido lo dice es que se está burlando de usted.»

—By, estás pálido como un fantasma. ¿Te encuentras mal?

—Había mucho tráfico en la Diez —contestó.

—¿No dices siempre que sólo un idiota toma la Diez? Hay que tomar la Olympic.

—Soy un idiota.

¿Por qué no ha venido el viejo conmigo hasta casa, si estaba aquí para recoger al bebé? ¿Por qué se ha quedado en aquel parque?

¿Y cuándo habían puesto una puerta en la verja? No había ninguna puerta en la verja.

Espera un minuto. No hay ninguna verja. No hay ninguna maldita verja alrededor del parque.

—¿De verdad que no quieres irte a la cama, By? Tienes muy mala cara.

—Supongo que también necesito una ducha.

—Bueno, dúchate después de cenar y te daré un masaje en el cuello para aliviar toda esa tensión.

—Espero que puedas.

—Por supuesto que puedo, querido —dijo ella, complaciente—. Una mujer como yo puede hacerlo todo.

—¡Es una
mujer!
—canturreó Word—. ¡Es la caña!

—Eso sí que es un niño bien educado.

—Un
hombre
bien educado —dijo Word.

—¿Tienes carné de conducir? —preguntó Nadine—. ¿Tienes un empleo?

—Tengo diez años.

—Entonces no digas que eres un hombre. Un hombre no es un hombre hasta que gana dinero.

—O conduce un coche —dijo Danielle.

Vaya cosa para enseñársela a los niños. Que un hombre no es un hombre si no gana dinero. ¿Significa eso que cuanto más ganes, más hombre eres? ¿Significa eso que si te despiden te han castrado?

Pero no tenía sentido discutir. Word no era un hombre todavía y, cuando lo fuera, Byron se aseguraría de que recibiera el respeto debido a un hombre por parte de su padre, y entonces no importaría lo que dijese la madre del chico. Ése era un poder que tenía un padre y que no podía arrebatar ninguna madre.

Mientras el resto de la familia charlaba, los pensamientos de Byron regresaron de nuevo a aquel bebé. Si era real, ¿era hijo de Nadine o alguna especie de criatura mágica? Si era hijo de ella, entonces, ¿quién era el padre? ¿Byron? ¿Fue nuestro hijo lo que ese pirado sacó de nuestro dormitorio dentro de una bolsa de la compra? ¿El hermano pequeño de Word, destinado ahora a tener una tumba miserable en algún vertedero?

¿Está muerto de verdad? ¿O encontrará la magia del viejo alguna chispa de vida en su interior? Y si lo hace, ¿podría yo encontrarlo? ¿Reclamarlo? ¿Traerlo a casa para criarlo?

Y entonces Byron comprendió por qué el Hombre de las Bolsas no le había dado a Nadine la opción de recordar o no. Si la madre no creía haber dado a luz, ¿cómo podía entonces el padre reclamar su paternidad? Nadie hace pruebas de maternidad
a las madres.

Si es nuestro bebé, ese viejo nos lo robó. Tendría que haberle dicho que me permitiera olvidar.

Pero eso también estaba mal, y Byron lo sabía. Era importante que el supiera (y
recordara)
que una cosa como ésa era posible en el mundo. Que su vida podía ser dominada así de fácilmente, que una cosa tan terrible podía suceder y luego ser olvidada.

Y ahora este hombre sabe dónde vivimos. Este hombre puede hacer lo que quiera en nuestro barrio. Bueno, si magia como ésta es real, entonces espero que Dios sea también real. Porque mientras el Hombre de las Bolsas vaya por Baldwin Hills con bebés muertos dentro de sus bolsas de la compra, entonces que Dios nos ayude a todos.

Por favor.

2

La ventana de Ura Lee

Ura Lee Smitcher se asomó a la ventana de su casa en la esquina de Burnside y Sánchez, mientras dos chicos pasaban caminando por la otra acera con sus monopatines.

—Ahí está tu hijo con ese Raymond de Coliseum.

Madeline Tucker estaba sentada en el sofá de Ura Lee, tomando café. Ni siquiera dejó de hojear
People Magazine.

—Tengo muy visto a Raymo Vine.

—Espero que sepas que ése va derechito a la cárcel, porque es lo que le espera.

—Eso es exactamente lo que sé —dijo Madeline—. Pero ¿qué puedo hacer? Si le prohíbo a Cecil que lo vea, lo hará a escondidas. Ahora mismo Ceese no tiene costumbre de mentirme.

Ura Lee estuvo a punto de decir algo.

A Madeline Tucker no le importó gran cosa.

—Sé lo que vas a decir.

—No iba a decir nada —dijo Ura Lee, poniendo su voz más aterciopelada y sureña.

—¿Ibas a decir para qué sirve que te diga la verdad, si la verdad es que va derechito al infierno en carretilla?

Tenía toda la razón, pero Ura Lee no iba a decirlo con tantas palabras.

—Yo habría dicho «en vagoneta» —dijo Ura Lee—. Aunque, la verdad sea dicha, no sé por qué demonios tiene que ir en una vagoneta.

Y ahora le tocó a Madeline el turno de vacilar y abstenerse de decir lo que estaba pensando.

—Oh, no tienes que decirlo —dijo Ura Lee—. Las mujeres que nunca tienen hijos son expertas en criar a los hijos de otras mujeres.

—No iba a decir eso.

—Menos mal —replicó Ura Lee—, porque será mejor que te acuerdes de que decidí no darte consejo. Acabas de adivinar lo que es taba pensando, pero me niego a que me echen la culpa por cosas que no he dicho.

—Y yo me niego a que me eches la culpa por perseguirte cuando no te lo he dicho tampoco.

—¿Sabes? Nos llevaríamos mucho mejor si no fuéramos un par de lectoras de mentes.

—O tal vez por eso nos llevamos tan bien.

—¿Crees que esos dos chicos van a subir hasta Cloverdale y bajar en uno de esos artilugios?

—Todo el camino no —dijo Madeline—. Uno de ellos siempre se cae y se hace pupa o se tuerce un tobillo o algo.

—No caminaban como un par de chavales que buscan un poco de diversión inocente en una colina, con unas ruedas y la gravedad —dijo Ura Lee.

—¿ Caminaban de una forma especial para qué ?

—Con rapidez —aclaró Ura Lee—. Esos chicos parecían pretender algo.

—Ah.

—¿Ah? ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Madeline suspiró.

—Ya he criado a los cuatro hermanos mayores de Cecil y ninguno de ellos está en la cárcel.

—Ni tampoco en la universidad —dijo Ura Lee—. No es por criticar, es sólo una observación.

—Todos ellos tienen un trabajo decente y ganan dinero, y a Antwon le va bien.

Antwon era el que construía casas de alquiler por todo South Central y ganaba dinero cobrando un alquiler semanal a la gente que no tenía tarjeta verde y por eso no podía obligarle a arreglar las cosas que se rompían. Era el tipo de casero del que Ura Lee había estado intentando librarse cuando ahorró y se compró aquella casa en Baldwin Hills, cuando el mercado inmobiliario se hundió después del terremoto.

De todas formas, ya habían tenido antes la misma discusión. Madeline pensaba que había una enorme diferencia en el hecho de que Antwon estuviera explotando a los mexicanos.

—No tienen derecho a estar en este país —decía—. Si no les gusta, que se vayan a casa.

Y Ura Lee respondía:

—Vinieron aquí porque son pobres y no tienen otro remedio que buscar algo mejor donde puedan encontrarlo. Igual que nuestra gente ruando se marchó de las plantaciones o de donde estuviera viviendo en Misisipí o Tejas o Carolina.

Luego Madeline seguía diciendo que la gente que nunca había sido esclava no tenía compasión ninguna, y Ura Lee decía que la última esclava de su familia había sido su tatarabuela, y después Madeline respondía que todos los negros seguían siendo esclavos, y después Ura Lee replicaba: entonces por qué tu
massa
no te vende en vez de escucharte chismorrear y quejarte. Y entonces empezaban a ponerse desagradables.

Lo que tiene vivir de vecina de alguien durante tantos años es que ya has tenido todas las discusiones. Si vas a cambiar la manera de pensar de la otra, ya la habrás cambiado. Y si vas a enfurruñarte, ya te habrás enfurruñado. Así que la única opción es callarte la boca y dejarlo.

—Así que estás diciendo que les vas a dar un poco de manga ancha aunque sabes que han pillado algo de hierba y van a subir allá arriba para fumársela —dijo Ura Lee.

—¿Cómo sabes que tienen hierba?

—Porque Ceese sigue palpándose el bolsillo para asegurarse de que todavía está allí, y si fuera una pistola pesaría tanto que se le caerían los pantalones, y no se le caen, y si fuera un condón iría con una chica, y Raymo no es ninguna chica, así que es hierba.

—Y ves todo eso con tu ventana mágica.

—Es una buena ventana. Pagué un extra por esta ventana.

—Yo pagué un extra por la cuerda que se bambolea en mi patio —dijo Madeline—. ¿Sabes lo rápido que crecen los chicos con una cuerda? Unos quince minutos.

—Así que lo mío es mejor.

—Y estás segura de que van a ir a ese parque tan feo de más arriba de la curva.

—¿Adonde pueden ir si no los chicos en Baldwin Hills para tener un poco de intimidad, si no saben conducir todavía?

—¿Sabes una cosa? —dijo Madeline—. Deberías ser madre de alguien. Desperdicias tu talento en esta casa sola.

—De desperdiciar nada: estoy aquí para darte consejo.

—Deberías buscarte otro hombre y tener crios antes de que sea demasiado tarde.

—Ya es demasiado tarde —dijo Ura Lee—. Los hombres no buscan mujeres de mi edad y mi tamaño, por si no te has dado cuenta.

—No hay nada malo en tu tamaño —respondió Madeline—. Eres una mujer la mar de guapa, sobre todo con ese uniforme blanco de enfermera. Y ganas tu buen dinerito.

—El tipo de hombre que busca una mujer que gana buen dinerito no es el tipo de hombre que quiero para criar a un hijo mío. Ya hay suficientes vagos redomados en este mundo sin que yo tenga que tomarme todas las molestias de tener un bebé y criarlo para que se convierta en otro.

—Una cosa que aprecio de ti, Ura Lee, es que has vivido al lado de mi Winston todos estos años y ni siquiera le has puesto nunca la vista encima.

Madeline parecía pensar que todo el mundo veía a Winston Tucker como lo veía ella: el guapo joven veterano de Vietnam con la boina verde y una sonrisa que podía poner cachonda a una ciega. Ura Lee había visto aquella foto en la pared de la cocina de su casa, así que sabía por qué Madeline se había enamorado de él. Pero ése no era el Winston de ahora. Estaba calvo como un huevo, con una panza que sólo podía parecerle atractiva a una mujer que ya lo amara.

No es que Ura Lee juzgara a un hombre sólo por su aspecto. Pero Winston era también contable y cristiano y no podía comprender que no todo el mundo quisiera oír hablar de ambas cosas a la vez. Ura Lee una vez había oído a Cooky Peabody decir: «¿De qué habla ese hombre en la cama? ¿De Jesús o de facturas a la entrega?»

Y Ura Lee hubiese querido responderle: «De sacas y metes.» Pero no conocía lo bastante bien a nadie para hacer chistes desagradables. Así que tenía toda aquella ironía acumulada, esperando.

De todas formas, Madeline pensaba que su marido era tan sexy que las otras mujeres debían pirrarse por sus huesos, y ella lo sabía bien. Tenían suerte de contar el uno con el otro.

—Una mujer tiene que tener autocontrol si quiere ir al cielo, Madeline —dijo Ura Lee.

—El Señor a veces pone tentaciones justo en la puerta de al lado —dijo Madeline—, pero luego nos da fuerzas para resistirlas si lo intentamos.

—Mientras tanto nuestro Ceese va a tener su primera experiencia con la herboristería recreativa.

—Si la herencia es una guía, vomitará una vez y lo dejará para siempre.

—Vaya, ¿eso es lo que le pasó a Winston cuando la probó?

—Estoy hablando de mí —dijo Madeline, molesta—. Cecil sale a mí.

—Excepto por el cromosoma Y y la testosterona.

—Ya se puso la enfermera a hacerse la médica conmigo.

—Bueno, Madeline, digo que está bien que confíes en tus hijos.

—Confiar, un rábano —dijo Madeline—. Voy a decírselo a su padre cuando vuelva a casa, y Cecil va a tener que sentarse sobre una sola cacha del culo durante un mes.

Se levantó del sofá y entró en la cocina con su taza de café. Ura Lee sabía por experiencia que la cocina merecía otros veinte minutos de conversación, y no le gustaba estar de pie en el linóleo, no después de pasarse todo un turno de pie en el linóleo del hospital. Así que tomó la taza y el plato de las manos de Madeline y dijo:

—Oh, no te molestes, quiero quedarme aquí sentada y ver más visiones del futuro desde mi ventana.

En unos minutos los adioses se acabaron y Ura Lee se quedó sola.

Sola y pensando, mientras fregaba las tazas y los platos y los ponía en la secadora, pues casi nunca se molestaba con el lavavajillas porque le parecía una tontería encender toda la máquina sólo por unos cuantos platos que ensuciaba viviendo sola. La mitad de las veces preparaba comida en el microondas y se la comía directamente de la bandeja, así que después sólo tenía que fregar un cuchillo y un tenedor.

Lo que estaba pensando era: Madeline y Winston tienen el mejor matrimonio que he visto en Baldwin Hills, y son felices, y sus hijos no son más que una preocupación incluso después de marcharse de casa. A Antwon, al que le va bien, le dispararon el otro día cuando cobraba los alquileres, y le han rajado dos veces los neumáticos. Y los otros chicos no tienen ambición ninguna. Sólo son perezosos... no se parecen en nada a su padre, a quien había que reconocerle que trabajaba como un mulo. Y Cecil... era el mejor de todos, pero salía con Raymo, que estudiaba para ser completamente inútil y acababa de licenciarse en estupidez,
summa cum cutre.

Lo último que quiero en mi vida es un hijo. Aunque fuera buena en ello (no puedo decir que fuera a serlo, tampoco, porque por lo que sé
nadie
es buen padre o madre, sólo tiene suerte o no), aunque fuera buena madre, probablemente no tendría más que hijos que pensarían que soy la peor madre del mundo hasta que me muera, y luego llorarían sobre lo buena que era mamá en mi funeral pero anda para lo que me iba a servir porque ya estaría muerta.

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