Alemania tiene que organizar a Europa, que aún carece de organización. Explicaré a usted ahora el gran secreto de Alemania: nosotros, o quizá la raza alemana, hemos descubierto el significado de la organización. Mientras las demás naciones viven todavía bajo el régimen del individualismo, nosotros hemos va alcanzado el de la organización.
Ideas muy semejantes a éstas fueron corrientes en las oficinas del dictador alemán de las materias primas, Walter Rathenau, quien, aunque se habría estremecido ante las consecuencias de su economía totalitaria, de haberlas experimentado, merece un lugar importante en una historia completa del desarrollo de las ideas nazis. A través de sus escritos ha determinado, probablemente más que otro hombre alguno, las opiniones económicas de la generación que creció en Alemania durante la Primera Guerra Mundial e inmediatamente después; y algunos de sus colaboradores más íntimos formaron luego la espina dorsal de la administración del Plan Quinquenal de Goering. Muy semejantes fueron también las enseñanzas de otro antiguo marxista, Friedrich Naumann, cuya
Mitteleuropa
alcanzó probablemente en Alemania más circulación que ningún otro libro de guerra
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. Pero correspondió a un activo político socialista, miembro del ala izquierda del Partido Socialdemócrata en el Reichstag, el desarrollo más completo de estas ideas y su extensa difusión. Paul Lensch había definido ya en sus primeros libros la guerra como la «vio de escape de la burguesía inglesa ante el avance del socialismo», y explicado cuán diferentes eran el ideal socialista de libertad y la concepción inglesa. Sin embargo, sólo en su tercer libro de guerra, el de mayor éxito, en su
Tres arios de revolución mundial
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, lograron sus ideas características, bajo la influencia de Plenge, su pleno desarrollo. Lensch basa su argumentación en un interesante y, en muchos aspectos, puntual relato histórico de cómo la adopción del proteccionismo por Bismarck permitió en Alemania una evolución hacia formas de concentración industrial y cartelización que, desde su punto de vista marxista, representaban una etapa más alta en el desarrollo industrial.
El resultado de la decisión de Bismarck en el año 1879 fue que Alemania asumió el papel de revolucionaria, es decir, de un Estado cuya posición respecto al resto del mundo es la del representante de un sistema económico más alto y avanzado. Comprendido esto, advertiremos que en la
presente revolución mundial, Alemania representa el lado revolucionario, y su mayor antagonista, Inglaterra, el contrarrevolucionario
. Este hecho prueba cuan escasamente afecta la Constitución de un país, sea liberal y republicana o monárquica y autocrática a la cuestión de saber si, desde el punto de vista de! desarrollo histórico, este país ha de considerarse o no como liberal. O, para decirlo más llanamente, nuestras concepciones del liberalismo, la democracia, etc., se derivaron de las ideas del individualismo inglés, de acuerdo con las cuales un Estado con un gobierno débil es un Estado liberal, y toda restricción impuesta a la libertad del individuo se considera producto de la autocracia y el militarismo.
En Alemania, «representante, designada por la Historia», de esta forma superior de vida económica,
la lucha en pro del socialismo se ha simplificado extraordinariamente, porque todas las condiciones que el socialismo requiere de antemano están ya establecidas. Y, por ende, para todos los partidos socialistas era forzosamente de interés vital que Alemania pudiera sostenerse triunfante contra sus enemigos y, con ello, cumplir su histórica misión de revolucionar el mundo. Por tanto, la guerra de la Entente contra Alemania recordaba la tentativa de la baja burguesía de la edad precapitalista para evitar la ruina de su propia clase.
Esta organización del capital [prosigue Lensch], que comenzó inconscientemente antes de la guerra y que durante la guerra ha continuado conscientemente, se mantendrá de modo sistemático después de la lucha. No a causa de un gusto por los sistemas de organización, ni aun porque el socialismo se haya reconocido como un principio superior de desarrollo social. Las clases que son hoy día los verdaderos introductores del socialismo son, en teoría, sus declarados adversarios o, por lo menos, lo fueron hasta hace poco tiempo. El socialismo está llegando, y de hecho ha llegado en cierto modo, porque no podemos ya vivir sin él.
Las únicas gentes que todavía se oponen a esta marcha son los liberales.
A esta clase de gente, que inconscientemente razona según patrones ingleses, pertenece toda la burguesía educada alemana. Sus nociones políticas de «libertad» y «derechos ciudadanos», de constitucionalismo y parlamentarismo, se derivan de la concepción individualista del mundo, cuya clásica encarnación es el liberalismo inglés, adoptada por los portavoces de la burguesía alemana en las décadas sexta, séptima v octava del siglo XIX. Pero estos patrones están pasados de moda y descompuestos, de la misma manera que el liberalismo inglés, pasado de moda, ha sido destrozado por esta guerra. Lo que ha de hacerse ahora es saltar por encima de estas ideas políticas heredadas y contribuir al nacimiento de un nuevo concepto del Estado y la sociedad. También en esta esfera debe presentar el socialismo una consciente y decidida oposición al individualismo. A este respecto es un hecho sorprendente que en la supuesta «reaccionaria» Alemania las clases trabajadoras hayan ganado para sí una posición mucho más sólida y poderosa en la vida del Estado que lo logrado en Inglaterra o Francia.
Lensch continúa con unas consideraciones que, también, contienen mucha verdad y merecen ser examinadas:
Cuando los socialdemócratas, con la ayuda de este sufragio [universal], ocuparon todos los puestos que pudieron obtener en el Reichstag, en los Parlamentos de los estados, en ¡os ayuntamientos, en los tribunales laborales, en las Cajas de subsidio de enfermedad, etcétera, penetraron muy profundamente en el organismo estatal; pero el precio que pagaron por ello fue que el Estado, a su vez, ejerció una profunda influencia sobre las clases trabajadoras. No hay duda que, como resultado de los duros esfuerzos socialistas durante cincuenta años, el Estado no es ya el del año 1867, cuando se adoptó el sufragio universal, pero la socialdemocracia, a su vez, no es ya la que era entonces.
El Estado ha experimentado un proceso de socialización, y la socialdemocracia ha experimentado un proceso de nacionalización
.
A su vez, Plenge y Lensch han suministrado las ideas directoras a los maestros inmediatos del nacionalsocialismo, particularmente Oswald Spengler y A. Moeller van den Bruck, por mencionar sólo los dos nombres más conocidos
[70]
. Cabe discutir hasta qué punto puede considerarse socialista al primero. Pero es ahora evidente que en su alegato sobre
Prusianismo y Socialismo
, aparecido en 1920, no hace sino dar expresión a ideas ampliamente sostenidas por los socialistas alemanes. Bastarán unas cuantas muestras de su argumentación. «El viejo espíritu prusiano y el credo socialista, que hoy se odian entre sí con odio de hermanos, son uno y el mismo.» Los representantes de la civilización occidental en Alemania, los liberales alemanes, forman «el invisible ejército inglés que, después de la batalla de Jena, dejó tras sí Napoleón sobre el suelo alemán». Para Spengler, hombres como Hardenberg y Humboldt v todos los demás reformadores liberales eran «ingleses». Pero este espíritu «inglés» será expulsado por la revolución alemana que comenzó en 1914.
Las tres últimas naciones de Occidente han aspirado a tres formas de existencia que están representadas por las famosas consignas: Libertad, Igualdad, Comunidad. Toman cuerpo en las formas políticas del parlamentarismo liberal, la democracia social y el socialismo autoritario…
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. El instinto alemán, o, más correctamente, prusiano, dice: el poder pertenece al conjunto… Cada uno recibe su puesto. Se manda o se obedece. Esto es, desde el siglo XVIII, socialismo autoritario, esencialmente antiliberal y antidemocrático, frente a lo que significan el liberalismo inglés y la democracia francesa… Hay en Alemania muchos contrastes aborrecidos y mal vistos, pero despreciable sobre el suelo alemán, sólo lo es el liberalismo.
La estructura de la nación inglesa se basa sobre la distinción entre rico y pobre; la de la prusiana, sobre la que hay entre mando y obediencia. El significado de la distinción de clases es, con arreglo a esto, fundamentalmente diferente en los dos países.
Después de señalar la esencial diferencia entre el sistema inglés de libre competencia y el sistema prusiano de «administración económica», y después de mostrar (siguiendo expresamente a Lensch) cómo, desde Bismarck, la deliberada organización de la actividad económica ha asumido nuevas formas, cada vez más socialistas, Spengler continúa:
En Prusia existía un verdadero Estado, en el más ambicioso significado de la palabra. No podían existir, estrictamente hablando, personas privadas. Todo el que vivía dentro de un sistema que trabajaba con la precisión de un aparato de relojería era en algún modo uno de sus eslabones. La conducción de los negocios públicos no podía, por consiguiente, estar en manos de los particulares, como supone el parlamentarismo. Era un
Amt
, y el político responsable era un funcionario público, un servidor de la comunidad.
La «idea prusiana» exige que todo el mundo sea funcionario público, que el Estado fije todos los salarios y sueldos. La administración de toda la propiedad, especialmente, se convierte en una función asalariada. El Estado del futuro será un
Beamtenstaat
. Pero
la cuestión decisiva, no sólo
para
Alemania, sino para el mundo, que tiene que ser resuelta por Alemania para el mundo, es: en el futuro, ¿gobernará el comercio al Estado, o el Estado gobernará al comercio? Frente a esta cuestión, el prusianismo y el socialismo son iguales… Prusianismo y socialismo combaten a Inglaterra en nuestro mismo seno.
De aquí sólo faltaba un paso para que el santo patrono del nacionalsocialismo, Moeller van den Bruck, proclamase que la guerra mundial era la guerra entre liberalismo y socialismo: «Hemos perdido la guerra contra el Occidente. El socialismo la ha perdido contra el liberalismo
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. Como para Spengler, el liberalismo es, pues, el enemigo a muerte. Moeller van den Bruck celebra el hecho de que
no hay juventud liberal en Alemania hoy día. Hay jóvenes revolucionarios: hay jóvenes conservadores. Pero ¿quién querría ser liberal?… El liberalismo es una filosofía de la vida a la que ahora la juventud alemana vuelve la espalda con asco, con ira, con especial desprecio, porque no hay nada más extranjero, más repugnante, más opuesto a su filosofía. La juventud alemana de hoy reconoce en el liberal a su
archienemigo
.
El Tercer Reich de Moeller van den Bruck pretendía dar a los alemanes un socialismo adaptado a su naturaleza y no contaminado por las ideas liberales del Occidente. Y así lo hizo.
Estos escritores no representan, en modo alguna, un fenómeno aislado. Ya en 1922, un observador independiente pudo hablar de un «fenómeno peculiar y, a primera vista, sorprendente» que era dable observar entonces en Alemania:
La lucha contra el orden económico capitalista, según este criterio, es una continuación de la guerra contra la Entente con las armas del espíritu y la organización económica, el camino que conduce al socialismo práctico, un retorno del pueblo alemán a sus mejores y más nobles tradiciones
[73]
.
La lucha contra el liberalismo en todas sus formas, el liberalismo que había derrotado a Alemania, fue la idea común que unió a socialistas y conservadores en un frente único. Primero, fue principalmente en el Movimiento Juvenil Alemán, casi por entero socialista en inspiración y propósitos, donde estas ideas se aceptaron más fácilmente y donde se completó la fusión del socialismo y el nacionalismo. Desde finales de la década de los 20 y hasta la llegada de Hitler al poder, un círculo de jóvenes congregados en torno a la revista
Die Tat
y dirigidos por Ferdinand Fried fue, en la esfera intelectual, el principal exponente de esta tradición. El libro de Fried,
Ende des Kapitalismus
, es quizá el producto más característico de este grupo de
Edelnazisz
, como se les llamaba en Alemania, y es particularmente inquietante su semejanza con tanta parte de la literatura que vemos en la Inglaterra de hoy, donde podemos observar el mismo movimiento de aproximación entre la derecha y los socialistas de la izquierda, y casi el mismo desprecio por todo lo que es liberal en el viejo sentido. El «socialismo conservador» (y, en otros círculos, el «socialismo religioso») fue el eslogan con el que un gran número de escritores prepararon la atmósfera donde triunfó el «nacionalsocialismo». El «socialismo conservador» es la tendencia que domina ahora en Inglaterra. La guerra contra las potencias occidentales «con las armas del espíritu y de la organización económica», ¿no había casi triunfado antes de que la verdadera guerra comenzara?
Cuando la autoridad se presenta con la apariencia de organización, muestra un encanto tan fascinador que puede convertirlas comunidades de gentes libres en Estados totalitarios.
The Times
Probablemente es cierto que la misma magnitud de las atrocidades cometidas por los gobiernos totalitarios, en lugar de aumentar el temor a que un sistema semejante pueda surgir un día en Inglaterra, ha reforzado más bien la seguridad de que tal cosa no puede acontecer en este país. Cuando miramos a la Alemania nazi, el abismo que la separa de nosotros parece tan inmenso que nada de lo que allí sucediere puede tener trascendencia para una posible evolución en Inglaterra. Y el hecho de haber crecido constantemente la distancia parece refutar toda sugestión de estarnos moviendo en una dirección semejante. Pero no olvidemos que, hace quince años, la posibilidad de que en Alemania sucediese lo que ha acontecido habríanla juzgado fantástica igualmente, no sólo nueve de cada diez de los mismos alemanes, sino también los observadores extranjeros más hostiles (aunque quieran ellos pretender ahora haberlo previsto).
Sin embargo, como se ha sugerido ya en estas páginas, no es con la Alemania actual, sino con la de hace veinte o treinta años, con la que muestran un parecido cada vez mayor las condiciones británicas. Hay muchos rasgos que fueron entonces considerados como «típicamente alemanes» y que son ahora igualmente familiares en Inglaterra, y muchos síntomas que apuntan a un futuro desarrollo en la misma dirección. Hemos mencionado ya el más significativo: la creciente semejanza entre los criterios económicos de derechas e izquierdas y su común oposición al liberalismo, que era la base común a la mayoría de los políticos ingleses. Contamos con la autorizada afirmación de Mr. Harold Nicholson, quien nos dice que durante el último gobierno conservador, en los escaños de este partido los hombres «mejor dotados… eran todos socialistas de corazón»
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; y apenas puede dudarse que, como en los días de los fabianos, muchos socialistas sienten más simpatías por los conservadores que por los liberales. Hay otros muchos rasgos estrechamente relacionados con éste. La creciente veneración del Estado, la admiración del poder y de lo grande por ser grande, el entusiasmo por la «organización» de todo (ahora lo llamamos planificación) y aquella «incapacidad para dejar algo al simple poder del crecimiento orgánico», que hasta H. v. Treitschke deploraba ya en los alemanes de hace sesenta años, apenas se acusan menos ahora en Inglaterra que entonces en Alemania.